Memorias de la lucha Sandinista

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La Insurrección Final


Carazo se insurreccionó, lo que no es poco decir considerando que la insurrección es la expresión máxima de la rebelión de un pueblo cuando éste quiere sacudirse una tiranía, un poder opresor o un régimen decadente. Durante la lucha contra la dictadura somocista, no todos los territorios de nuestra geografía se alzaron en armas. El entramado de la acción de las masas en rebeldía es siempre más complejo y, sobretodo, diferenciado. En su despliegue, ésta se parece más a las expresiones de la ley del desarrollo desigual y combinado, que observamos todos los días en la naturaleza, y que poco aplicamos en nuestras lecturas de la realidad social.

En los fenómenos sociales entra a funcionar el factor subjetivo, es decir, la voluntad de lucha y la organización social, ambas como una expresión del desarrollo de la conciencia y del protagonismo de los pueblos. Tomar las armas de manera consciente y organizada para combatir una dictadura, requería un proceso complejo que no se pudo dar en todos los lugares de nuestra geografía, y ahí donde se alcanzó, no se expresó con la misma fuerza ni con la misma intensidad.

Así como hemos visto a lo largo de los relatos, en los municipios de Jinotepe, Diriamba, Santa Teresa y San Marcos, se presentaron condiciones propicias que permitieron que el descontento popular se pudiera expresar en forma de estallidos insurreccionales de diversa intensidad y magnitud, donde la gente se sobrepuso al miedo y se decidió a desafiar a la dictadura en pleno día, tomándose las calles, levantando barricadas y accionando con los pocos medios de que disponía, para acabar con el régimen somocista.

Lo primero que debe quedar establecido es que la insurrección final fue concebida en diversos momentos históricos, por distintos grupos de luchadores y con mucha antelación a la insurrección final de 1979. Antecedentes claros lo constituyen los ataques a los Cuarteles de Jinotepe y Diriamba, cuando jóvenes de estos municipios decidieron desafiar a la dictadura y tomar el cielo por asalto. Independientemente de que entonces no fueran expresión de un proyecto político-ideológico de transformación revolucionaria, el patriotismo y el coraje que eso supuso, y las lecciones que significaron para el devenir inmediato, fueron de mucha trascendencia, entre ellas, una que resultó decisiva: la Guardia no era invencible.

El trabajo de años de los sindicatos de orientación socialista, las movilizaciones de los maestros por un salario digno, la labor conspirativa y de organización realizado por las primeras hormiguitas sandinistas caraceñas que se reunían en los cafetales, es otro de los antecedentes. Las escuelas guerrilleras en la Finca El Panamá, las huelgas de SACSA y Cantera, S. A., la labor concientizadora de los cristianos sandinistas en las comunidades rurales, la organización en los colegios, la potenciación del Centro Universitario Regional de Carazo (CURC) como espacio para la denuncia y el debate, las huelgas de los trabajadores de la salud, el respaldo de los médicos y periodistas revolucionarios, el apoyo de los colaboradores, las madres acompañando a sus hijos, las marchas reprimidas de forma sangrienta, la resistencia a la tortura, la dignidad de los comités de defensa de los derechos humanos, los gritos, las bombas de contacto, el rancho para ocultar a los guerrilleros, las tomas de iglesias, las fogatas, los cantos en los atrios y parques, se vino acumulando, sedimentando, y, una vez llegado el momento, se catalizó, dinamizó y confluyó, hasta formar los torrentes de rebeldía que fueron las insurrecciones.

El plan de la insurrección en Carazo se inscribió dentro del plan general: Huelga General el 4 de junio y luego acciones militares sobre las posiciones de la Guardia, que debían estar acompañadas de levantamientos de la gente, zanjeo de calles, construcción de barricadas, apoyo social para los combatientes (comida, atención médica).

La fecha escogida: el 7 de junio de 1979. Las fuerzas debían tomarse el Cuartel GN de Diriamba, pero esta vez, de manera definitiva, y controlar la ciudad. Para ello las fuerzas de Jinotepe debían contener a la guarnición de ese municipio, tarea bastante difícil tomando en cuenta que eran apenas cuarenta guerrilleros mal armados contra un Comando de la Guardia Nacional de más de doscientos efectivos equipados además con tres tanquetas.

Diriamba expresó un nivel superior de movilización popular para la insurrección, debido a la inusual estabilidad que tuvo la dirección y el desarrollo del trabajo político organizativo en esta ciudad. Algunos factores son: el celo con el que se cuidaron las medidas de seguridad; los énfasis del trabajo que hizo la dirección territorial del FSLN; y que los niveles represivos no alcanzaron a golpear como en el territorio de Jinotepe. En la cabecera departamental, la represión fue tan brutal, que al final la mayor parte de los combatientes jinotepinos terminaron combatiendo en otros lugares. Y desde luego, resultó determinante la decisión de que las armas con que se contaba fueran dispuestas prioritariamente para la insurrección de Diriamba.

Las fuerzas organizadas del FSLN en Jinotepe, Diriamba, Santa Teresa y San Marcos, se mantuvieron activas todo el tiempo durante los años 1978 y 1979. En esa constante actividad, lograron alcanzar el fogueo y el fortalecimiento que sólo puede dar la experiencia de combate, pero también padecieron la amargura de sufrir los golpes del enemigo. Importantes cuadros cayeron en esos años, compañeros que eran fundamentales para la conducción operativa de las insurrecciones. No sólo nos referimos a los muchachos asesinados en la masacre del 9 de julio, también a compañeros con experiencia y adiestramiento como Silvio González Mena, los hermanos Blanco, Camilo Chamorro, José Hildebrando Rodríguez, Carlos José Méndez Pérez, Alejandro García Vado, Leonardo Cortez, Francisco López, Marlon Alvarado, Rommel Carrasquilla y Carlos Humberto Aburto, entre otros.

El pueblo estaba dispuesto, pero indefenso. Las armas eran muy pocas, así que la heroica resistencia a lo largo de esos meses, fue muy costosa en vidas humanas. También es evidente que en Carazo, en particular en Jinotepe, los levantamientos insurreccionales de 1978 no se potenciaron para la organización y preparación militar, como sí ocurrió en otras regiones del país. Cierto, no hubo tampoco un gran desarrollo de las estructuras clandestinas y se manifestaron claramente problemas de concepción en la conducción. Los detalles de todo esto están narrados y señalados en los diálogos de los propios protagonistas de estos hechos.

Las entrevistas del presente capítulo y el anexo “Cronología de la Insurrección”, permiten entrar en detalles del plan y su realización, contienen información sobre la ofensiva final y la insurrección de Diriamba, así como de los combates para la toma de Jinotepe, encabezados por el Batallón Móvil, construido con jefes y combatientes que se replegaron de Managua.



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