Memorias de la lucha Sandinista

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La época de 'las vacas flacas' en la lucha guerrillera

Hugo Torres


Hugo Torres Jiménez sale a la clandestinidad en junio de 1974 y participa en el asalto a la casa de Chema Castillo. Ingresa a Nicaragua a finales de 1975. Se incorpora a la guerrilla de la montaña en enero de 1976.

El 13 de agosto de 1977 inicia un dificultoso repliegue a Honduras para evadir la represión de la Guardia Nacional en la profundidad de la montaña y llega al Río Patuca el 31 de diciembre de 1977. Es responsable de tareas de apoyo en Honduras. En agosto de 1978 forma parte del grupo guerrillero de asalto al Palacio Nacional. Regresa a Nicaragua el 19 de julio de 1979. Después del triunfo de la Revolución es responsable de la Dirección Política del Ejército Popular Sandinista, y como parte del Ejército fue representante ante el Consejo de Estado, del cual fue también Secretario.

La represión y la situación de aislamiento y soledad en que habían quedado algunos de los grupos guerrilleros en la montaña, obligó a los guerrilleros a salir hacia las ciudades para buscar nuevos contactos o replantearse la lucha. En conversaciones con otros protagonistas, conocimos la ruta que siguió William Ramírez, quien llegó a Rosita a pedir apoyo a los sacerdotes de la comunidad para que lo evacuaran al Pacífico. David Blanco salió hacia León. Víctor Tirado se fue hacia Boaco. Francisco Rivera “El Zorro” salió hacia Jinotega. Los integrantes del núcleo central de la Brigada Pablo Úbeda nos comentaron cómo tuvieron que cambiar el escenario y dirigirse hacia los alrededores de las minas.

Sostuvimos dos conversaciones con Hugo Torres; en la segunda, él había escuchado el programa en que entrevistamos a David Blanco. Sus testimonios van entrelazados. De manera particular, Hugo Torres habla sobre las condiciones que le hicieron replegarse hasta Honduras acompañado de cinco combatientes. Es un relato que permite conocer las durísimas condiciones en la montaña, y también la convicción, el optimismo y hasta el humor que se conservó en medio de las condiciones más adversas.

Mónica: Contanos tu vida en la montaña, después de Diciembre Victorioso.

Hugo: Después de participar en Diciembre Victorioso, en diciembre de 1974, me tocó vivir experiencias inolvidables en mi paso por la guerrilla, que con toda razón llamo “la época de las vacas flacas”, la época terrible de la vida guerrillera.

Entré a la montaña en enero de 1976, en el mismo grupo de William Ramírez, Roberto Calderón, Rufo Marín, Carlos Agüero –que iba al frente– y Raquel Balladares, quien era la odontóloga que llegó a salvarle la vida a un montón de gente, porque antes te morías de un dolor de muelas en la montaña.

Mónica: Como sabés, Hugo, conversamos con otros compañeros que estuvieron en la montaña. ¿Escuchaste sus experiencias y análisis de ese período?

Hugo: Escuché una parte del programa. A mí me gustó mucho oír a David, a René Vivas y a Dorotea Wilson, porque narraron algunos pasajes que yo no conocía; eso es lo rico de esto, que entre todos hicimos un pedacito y armamos el rompecabezas general que dio al traste con la dictadura. Me satisfizo mucho oír a David.

David es un gran compañero que tiene un montón de cualidades, le cuesta hablar de sí mismo. Es más bien parco. A mí me impresionaba de David su temperamento: muy calmo, muy tranquilo; y una de sus grandes cualidades es que tenía un gran sentido de orientación, por encima inclusive de muchos baquianos campesinos, nacidos en esas zonas de la montaña. Yo lo apreciaba sobremanera porque mi sentido de orientación es muy malo, y cuando andábamos con David, teníamos mucha seguridad de que no nos íbamos a perder.

La montaña es igualita para todos lados. Una vez me perdí por dos horas, acompañado por Manuel Calderón “Rufo”, me afligí; a las dos horas dimos de nuevo con el campamento provisional que teníamos porque vimos, ya entrada la noche, el fuego de la fogata. Estábamos dando vueltas en círculo, habíamos pasado por nuestras propias huellas. Con David eso era difícil que ocurriera.

Mónica: Como decís, David fue muy parco ante los micrófonos, pero nos contó anécdotas fuera del programa. Me decía: – ¿Sabés como detectábamos si un sacerdote era proclive a nosotros o no? Mandábamos a un compañero a confesarse, el cual le tenía que confesar que se quería ir a la guerrilla, para conocer la reacción del sacerdote; y si lo mirábamos proclive, entonces lo reclutábamos.

Hugo: Sí, eso es verdad. Es sumamente humilde David, es una personalidad realmente muy sencilla, pero fue un hombre clave en esa etapa de la lucha en esa zona guerrillera; realmente, él era el Tercero al mando. Cuando no estaban “Modesto” ni Carlos Agüero, no había que preguntarse quién estaba al mando: era David Blanco.

Mónica: Ustedes entran a la montaña casi a la misma vez que Carlos Fonseca. Nada más que ustedes van al centro montañoso y Carlos se queda en la periferia.

Hugo: Así es, y David señaló algunos hechos que se me habían escapado de la memoria. Cuando nosotros supimos que Carlos Fonseca va para el centro montañoso, por supuesto que nos pusimos sumamente felices. Uno, porque Carlos es el máximo dirigente de nuestra organización; y dos, porque creíamos que era la gran oportunidad para poder conversar con él sobre la guerrilla.

A pesar de que ignorábamos que había división del Frente Sandinista, teníamos nuestras propias reflexiones y las conversábamos entre algunos de nosotros sobre lo que le llamamos “la pasividad de la guerrilla”, que a mi juicio fue una guerrilla un tanto conservadora, no en la consecuencia personal de todos y cada uno de los integrantes. ¿Qué más consecuencia que sufrir penalidad de tantas limitaciones? Pero una de las cosas que más nos golpeaba era la inactividad. Entonces decíamos ¿qué pasa?, ¿por qué no actuamos? Siempre nos decían, hay que esperar, inclusive en algún momento se nos llegó a acusar de desesperación pequeño burguesa.

Mónica: Si, es lo que contaba, no sé si escuchaste a Víctor Tirado, se refería a eso también; William Ramírez señala que Carlos Agüero tampoco estaba de acuerdo en mantenerse sin actuar, sin confrontar a la Guardia.

Hugo: Si, Carlos Agüero era un hombre de acción, realmente de acción, y Víctor era un hombre muy pragmático; además, Víctor se movía en la zona de la periferia donde se sentía más la represión de la Guardia, y cuando decide tirarse a la emboscada de Kuskawás, él tiene una discusión, creo que con “La Gata” Munguía.

Mónica: Pero al final, “La Gata” se puso de acuerdo y participó en la emboscada de Kuskawás.

Hugo: En ese momento la represión en esa zona estaba brutal. Uno de los más connotados represores era el Teniente Guillén, familiar del Coronel o General Guillén. Él decía que iba a acabar con la guerrilla y, sobre esa patrulla que él comanda, es que se monta la emboscada.

Mónica: La pérdida principal fue Jacinto Hernández. Estaba leyendo la vida de Camilo Torres, el sacerdote guerrillero colombiano, quien muere exactamente como muere Jacinto. Ellos hicieron la emboscada, los muertos están ahí, pero hay uno que queda vivo, que cuando ellos van a recoger los fusiles, dispara y mata a Camilo Torres.

Hugo: Jacinto se tira a tratar de recuperar la ametralladora Browning y fue una temeridad, porque uno de los guardias está herido pero parapetado detrás de un tronco, y es quien lo mata.

La entrevista a David también me recordó que en una de las idas a buscar a Carlos Fonseca, a un punto de contacto que tenía para luego subir al campamento central, íbamos Roberto Calderón, David y yo. A mí se me había escapado ese detalle de que dejábamos una señita; llegamos al punto y no encontramos absolutamente ninguna seña cerca de Boca de Piedra, como a dos o tres horas de ahí, ninguna señal de presencia de Carlos ni del resto de compañeros, y pasamos por otro punto que era como otro contacto de emergencia y tampoco encontrábamos nada.

Eso me recordó que yendo para ese lugar, en dirección a un río que teníamos que cruzar, nos pegamos una engarrapatada terrible. Miles de garrapatas. Pasamos por una zona súper infectada. Cuando llegamos al río, tiramos la mochila, el fusil y nos lanzamos al río con todo y ropa, nos restregamos con arena a ver si se nos quitaban, era impresionante. Las garrapatas por lo general nunca se te suben a la cara, pero esas jodidas, sentías como que iban en carrera de relevo, subiendo por el cuello, buscando cómo llegar a la cara. Nos coparon todos los lugares. Después pasamos varios días quitándonos las garrapatas, unos a otros sin camisa, de espaldas. Cuando más te muerden es en la noche, que es cuando se alimentan.

En esa búsqueda de contacto con Carlos Fonseca, andábamos los tres; llegamos a una casita abandonada y encontramos una olla de barro y guineítos, había yuca y matamos uno o dos monos, entonces hicimos carne en vaho de mono. Calderón era el cocinero porque cocinaba bien. ¡Carne de mono en vaho, imaginate! Para tres nada más… ¡una maravilla!

Para finales de 1976 era una época terrible en la montaña. Estábamos totalmente aislados de la ciudad, la Guardia había tomado la iniciativa y reprimía brutalmente al campesinado hubiese o no colaborado con nosotros.

Cuando el 9 de diciembre de 1976 la Guardia nos cae por primera vez al campamento central de la guerrilla, estando ya en una situación crítica, íbamos saliendo un grupo de nosotros del campamento central a buscar comida. Me habían asignado la responsabilidad de esa escuadra, íbamos cinco hombres: William Ramírez, Rufo Marín, Martiniano Aguilar, Crescencio Rosales y yo. La Guardia estaba durmiendo a escasos doscientos metros de nosotros y no lo sabíamos.

El día anterior, el 8 de diciembre, habíamos probado un fusil que había reparado Rufo Marín, quien era el armero. Era un AR-15. Habíamos hecho un túnel para probarlo y que no se escucharan muy lejos los disparos. Entonces la Guardia va pasando cerca de ahí precisamente cuando estamos probando el fusil. Acababa de pasar La Gritería.

El baquiano de la Guardia oye los disparos y ve el humo del campamento, no de los disparos, y le dice al teniente que va al frente de la patrulla: –Esos son los guerrilleros. No, estás loco –le dice– si aquí no hay nadie; éste es un centro montañoso donde no hay nadie, esa debe ser La Gritería, hombre, ¿no ve que estamos a 8 de diciembre?, están celebrando. –No, son los guerrilleros; aquí no hay casas, son los guerrilleros.

Era el baquiano quien quería persuadir al Teniente. El Teniente le dice: –Estás loco, vamos a dormir por aquí cerca y mañana te vas a convencer. Vamos a ir. ¡Seguro que están tirando tiquitracas!

En esa zona era como pedir que cayera nieve. La Guardia se quedó durmiendo cerquita del campamento, en las faldas del cerro donde estábamos. En la mañana, nosotros vamos en misión a buscar comida. Era mi primera salida después de varios meses de estar enfermo de Leishmaniasis, que me dio muy fuerte en una pierna y varias partes del cuerpo. Íbamos felices porque la felicidad era salir del campamento pues, realmente el tedio del campamento era insoportable.

Acabábamos de salir del campamento unos doscientos metros tal vez, habíamos pasado fregando al viejito que estaba de posta. –Ideay, abuelo, ya está sólo de que le echen tierra, porque estaba dentro de un hoyo. ¡Imaginate cómo estaría el campamento, que los postas eran tres viejitos!

Tres campesinos viejitos, pero ancianos, eran los tres postas en los distintos puntos del campamento, porque estábamos muy pocos en esos momentos. Cuando vamos por el filo, la parte superior del cerro donde había un pequeño camino, la Guardia va subiendo, entonces se topa con nosotros de sopetón, de costado, y empieza la tirazón ¡baran, bang, bang, bang! – ¡Al suelo todo el mundo! No sabíamos de qué se trataba, simplemente disparábamos para donde nos disparaban ¡baran, ban, ban, ban! Nos guarecemos, nos parapetamos detrás de algunos árboles, llamé a uno de los compañeros y le dije: – ¿Qué pasó? ¡La Guardia! –me respondió. ¿Seguro que es la Guardia? –pregunté.

Yo tenía dudas porque en esos días estaba próximo a llegar al campamento “Casimiro”, Orlando Castellón, ya que la escuadra de él operaba en la periferia, servía de enlace con la parte más exterior de la montaña, y además de aprovisionamiento; ya se le había dado la orden que subieran al campamento central, porque la zona donde él operaba se había vuelto sumamente peligrosa.

La represión a esas alturas había llegado a niveles escalofriantes, pues habían arrasado con toda la red de colaboradores que estaba en la ruta de entrada de la ciudad a la montaña. Los habían asesinado, habían quedado abandonadas las casas y habían concentrado a los sobrevivientes alrededor de los cuarteles de la Guardia. Tal como lo explicaba René Vivas, eran una réplica a la nicaragüense de las aldeas estratégicas que los norteamericanos implementaron en Vietnam. Los reunían alrededor de los cuarteles de la Guardia, y dejaban abandonadas sus casas.

Efectivamente quien nos atacaba era la Guardia, y los identifiqué porque usaban la gorra para atrás. Lo que nos llamaba la atención es que no escuchamos Garand, sino otro sonido. Después nos dimos cuenta de que como era una zona sumamente montañosa, un centro de montaña, llevaban una ametralladora Browning, pero con carabina en vez de Garand, para darles más movilidad. Las carabinas eran menos incómodas, más livianas; el Garand es demasiado grande, te enredás en la breña.

En ese combate cae el compañero Rufo Marín, quien era nieto del coronel Rufo Marín, lugarteniente de Sandino, quien a su vez había caído combatiendo en el ataque a Ocotal.

Mónica: Conocí a Rufo Marín en Estelí, porque pasó por ahí después que vino de Cuba. Él estuvo un tiempo en Estelí antes de pasar a la montaña, fue a finales de 1975 o principios de 1976. Lo alojamos en la casa de Magdalena Úbeda. Rufo tenía serios problemas de salud, además era pies planos y tenía que usar unas plantillas dentro de las botas para resistir las caminatas.

Hugo: Tenía un problema en uno de los oídos, y ahora podríamos señalar que fue un error haberlo pasado a la montaña; pero en ese momento las necesidades eran las que privaban, por encima de cualquier otra consideración. En la montaña húmeda, ese problema del oído a él se le agravó a tal punto, que había perdido gran parte de la capacidad auditiva, y no teníamos medicamentos. Le teníamos que hablar fuerte para que nos escuchara.

Rufo Marín era un gran compañero, al igual que David Blanco, sumamente sencillo y humilde. Había participado en el asalto a la cárcel de Alajuela, en Costa Rica, para liberar a Carlos Fonseca, y a él le pegan dos o tres balazos en el cuerpo, uno en el pecho, y dos en el estómago, se escapa de morir en Costa Rica. Lo conocí en Cuba, después del asalto a la casa de Chema Castillo.

El 7 de abril de 1977 cae Carlos Agüero, era jueves santo, como a las cinco y pico de la tarde, durante un ataque que se realiza contra una patrulla de la Guardia que estaba asentada en una capilla de San Isidro, Lisawé. Fue una acción un tanto desesperada y para salir del ahogo. La desgracia es que Carlos Agüero, el Jefe de la Escuadra, se sale del árbol donde estaba parapetado, él era zurdo, y es la única baja que tiene la Columna Aurelio Carrasco. Se le estaba pegando un golpe duro a la Guardia. Se llamaba Aurelio Carrasco, en honor a un compañero del lado de El Viejo, de la época de Germán Pomares y de Chicho Zepeda.

Mónica: Después que cae Carlos Agüero, el Comandante Pedro Aráuz hizo un recorrido por todo el país y nos reúne para decirnos que la presión de la Guardia sobre la guerrilla de la montaña es insoportable.

Hay que entender que durante muchos años la lógica del Frente Sandinista fue que desde la montaña, desde los grupos guerrilleros vinculados al campesinado, se darían los golpes contundentes a la Guardia que nos permitieran empujar a una situación insurreccional y la toma del poder. Todos los mejores cuadros, los mejores elementos, estaban vinculados a la montaña.

Nosotros hacíamos en las ciudades el trabajo de reclutamiento, de conseguir las casas de seguridad, de buscar pertrechos para mandar a la montaña, pero todo giraba alrededor de la montaña. Cuando se da esa situación de ahogo, en la que la Guardia iba en persecución de las columnas guerrilleras, nuestros combatientes iban literalmente a la defensiva.

Hugo: Yo creo que la guerrilla perdió la iniciativa táctica, y ésa es la verdad histórica. Hay que decirlo, porque no se trata de echarle la culpa a nadie ni de buscar culpables, lo cual, dicen los psiquiatras, es una manifestación neurótica de la personalidad. Y no se trata de eso, sino de decir, por lo menos desde mi punto de vista y el de algunos compañeros que estábamos en la guerrilla, que fuimos muy conservadores en esa época. Si bien es cierto que nunca llegamos a tener una gran cantidad de hombres ni muchas armas, y siempre estuvimos en inferioridad numérica respecto a la Guardia, también lo es que logramos dominar un gran territorio, tener buenas redes de colaboradores que nos informaban, que nos abastecían, que nos comunicaban con la ciudad.

No obstante, perdimos la iniciativa táctica, y eso la Guardia lo fue entendiendo, de tal manera que empezó a entrar a zonas montañosas donde antes no se atrevía a entrar por el temor a las emboscadas, que era la forma de acción más obligada en nuestro caso, la acción más contundente que se puede organizar contra un enemigo.

Mónica: Las emboscadas, como las había hecho Sandino.

Hugo: Sí. Entonces lo que hizo la Guardia fue irnos reculando, como se dice popularmente, y nos fuimos internando, alejándonos de la población.

Lo que hizo entonces la Guardia fue ir recogiendo esa base social y la reunía alrededor de las capillas, que eran los centros de oración donde llegaban las misiones, los curas canadienses y estadounidenses que viajaban desde las minas y donde los delegados de la palabra hacían también sus oraciones. Obligaban a la gente a abandonar sus chozas, sus casitas, y nos quitaba la base de sustentación a nosotros.

Recuerdo la expresión de un teniente o de un capitán, jefe de una patrulla de la Guardia, que llegó a conocimiento nuestro por un colaborador, que dijo: –Les doy un año para que salgan por hambre. Y, efectivamente, parecía una premonición, porque al año estábamos saliendo desesperados por hambre, que es cuando cae Carlos Agüero. Fue una etapa terrible y creo que fuimos muy conservadores en ese momento.

El 13 de agosto de 1977, la Guardia nos cae en un campamentito que teníamos en el centro de la montaña. A esas alturas ya andamos diezmados, estamos aislados de donde estaba Henry Ruiz, quien iba buscando montaña más adentro, al lado del Saslaya. Ya habíamos perdido un contacto fijado para la comarca El Plátano, no había llegado, y mirábamos movimientos de helicópteros para el lado donde él iba, que nos hizo suponer que podían estar en apuros, y efectivamente parece que así era.

Habíamos quedado trece; la mitad se había ido a una comarca vecina a buscar comida, que era nuestro afán por sobrevivir. Van a la casa de un campesino de nombre Rosa Pérez, pero cuando llegan, la Guardia está por allí, porque días antes unos compañeros que se habían desertado, se llevaron a un hijo de Rosa Pérez para que les sirviera de baqueano, entonces éste avisó a la Guardia.

Coincide la llegada de la Guardia con la llegada de nuestra escuadra a buscar comida, y se arma allí un penqueo y los compañeros tienen que salir sin comida y huyendo. Llegan al campamentito donde estábamos el resto, sin darse cuenta de que la Guardia los iba siguiendo. Nos informan la situación y decidimos salir al día siguiente en la mañana. Pero la Guardia duerme como a doscientos metros de donde nosotros, esperando la mañana para caernos, y cuando estábamos alistando nuestras mochilas y comiendo unos guineítos cocidos, la Guardia nos cae, y se arma el burum bumbúm, baram bambám.

Me acuerdo que no logro amarrar la mochila, la agarro con una mano, con la otra voy disparando con una carabina, me voy de cabeza en un guindo, yo no sé cómo ni me rajé la cabeza, teníamos la adrenalina en su máxima expresión. Ahí hieren a la Reinita, una campesina a quien le pegan un balazo en el pecho que le sale por la espalda. Después nos separamos. Un grupo quedamos aislados y otro grupo con “Casimiro” Orlando Castellón, donde iba William Ramírez, sale por otro lado. Nosotros empezamos a buscar otro contacto con Henry Ruiz: el 15 de agosto era la fecha y la emergencia para el 18.

Mónica: ¿Los contactos se buscaban a través de puntos fijos?

Hugo: Eran puntos fijos, sí, pero la que conocía el punto era la Reinita, y ella iba con un balazo que le salió por la espalda; sólo con “El Doctorcito” Edwin Cordero que hacia las curaciones, pero sin medicinas. Caminábamos todo el día sin poder cazar, porque la Guardia había desembarcado tropas por helicópteros en toda esa zona. Nos cruzamos varias veces con sus huellas fresquitas, como si acababan de pasar, y fue la época en que más cacería nos salió y sin poder cazar. Nos salieron venados, monos, un pizote estuvo brincando delante, como burlándose de nosotros, y sólo lo quedábamos viendo y nos poníamos a reír.

El último día, el 18, llegamos al punto, y no encontramos una sola huella, no había evidencias de que hubieran llegado ni de que nos hubieran estado esperando allí, lo cual nos hizo pensar que la cosa estaba durísima, y que habíamos quedado totalmente aislados. Éramos seis hombres y una mujer, la Reinita, con seis armas: una escopeta con seis tiros, una carabina con la culata podrida, una M-1, un Máuser, una pistola, una granada, sin brújula, sin mapa, sin medicinas.

Había que decidir, nos quedaban dos alternativas: una era bajar, porque ahí no hacíamos nada y nos iban a matar. Si bajábamos por el lado de Jinotega-Matagalpa, había grandes probabilidades de que nos mataran, porque todo eso está inundado de guardias y los jueces de mesta eran el mayor peligro, ya que te perseguían, porque esos sí sabían seguir las huellas y tenían fusiles 22 y escopetas.

La otra alternativa era que buscáramos Honduras. Nosotros sabíamos que el Río Coco corría del noroeste a sureste más o menos, y que si seguíamos su curso, algún día tendríamos que llegar a Honduras. Nadie conocía. Íbamos guiándonos por el sol y a los dos meses llegamos al Río Coco. En una caminata que normalmente se puede hacer en diez o quince días, nosotros la hicimos en dos meses, cayéndole a los maizales, matando monos. Y en tres meses adicionales llegamos al Río Patuca, porque nos perdimos varias veces y volvíamos a caer al Coco.

Pasamos por Bocay donde conocimos a un viejo guerrillero de las jornadas del Bocay, Daniel García, cuyo seudónimo era “Wiwilí”. Fue una emoción muy grande cuando nos encontramos porque eran las dos generaciones de guerrilleros, la del 60-63 y la nuestra. Y es Daniel García el que por primera vez nos habla de la jornada de octubre del 77 y nos dice: –Está dura la cosa, atacaron San Carlos.

Y nosotros nos preguntábamos, ¿de qué nos estará hablando éste? Y es que por la incomunicación en que nosotros vivíamos, ni siquiera sabíamos que había gente en San Carlos. Nosotros pensamos en San Carlos, Río Coco, allí en Zelaya Norte; jamás se nos pasó por la cabeza que se pudiera estar atacando San Carlos, Río San Juan. Él nos habla también de ataques en Nueva Segovia. ¿Y qué es esto, de qué nos estará hablando este hombre? ¿Por qué? Porque nosotros veníamos de una realidad totalmente distinta y creíamos que todo lo que tenía el Frente era lo que nosotros conocíamos, y que estábamos a punto de ser aniquilados. Incluso nosotros ignorábamos que había división en el Frente.

De lo más que nos habíamos dado cuenta antes de subir a la montaña, fue del problema que había con Jaime Wheelock, Luis Carrión y Roberto Huembes. Nos habla del ataque a Masaya. ¡Está loco este hombre! Nosotros no lo creíamos, porque pensamos: si nosotros que habíamos dominado la montaña, que teníamos redes de colaboradores y que en algún momento teníamos la iniciativa, estábamos mal, ¿cómo puede el Frente estar atacando en un lugar donde hay carreteras pavimentadas? Medio le creímos hasta que él dijo: –Sí hombre, sí es cierto, lo oí por la radio.

Mónica: Nos llamó un oyente y dijo, pregúntele a Hugo ¿cuál es el sabor del mono?

Hugo: El mono sabe a mono. Nosotros hacíamos bromas en la montaña y decíamos que si hubiéramos sabido que el mono era tan rico, lo hubiéramos comido antes, pero es que lo rico lo daba el hambre. Yo nunca había sabido lo que era el hambre. Cuando uno dice tengo hambre, es mentira, lo que uno tiene es apetito. Hambre es otra cosa, hambre de no tener qué comer y que cuando lográs comer la pelotita de pozol con sal cuando había sal, que era nuestro almuerzo, era un lujo, y con azúcar una delicatesen; y en la época más dura fue una pelota sin sal que, además, se redujo de tamaño.

La carne de mono es muy dura porque es musculosa, hay que darle mucho fuego, horas de fuego para suavizarla; pero con varias horas de fuego se suaviza y nosotros la sentíamos medio parecido a la carne de gallo, no de gallina, que es más sólida, pero resuelve el hambre. Recuerdo que al principio las manos y la cabeza las botábamos, pero cuando el hambre fue apretando, ya la cabeza no se botaba, sino que a quien lo había cazado le tocaba la cabeza, entonces asábamos los sesos, que eran ricos, las manos las hacíamos como patitas de cerdo, y las tripas tampoco las botábamos, sino que las freíamos. Todo eso les da una idea de lo terrible del hambre que pasábamos.

En la retirada a Honduras tenemos un montón de anécdotas maravillosas. Nos fumamos el libro de Martha Harnecker, Los conceptos elementales del materialismo histórico. En una reunión en pleno Río Patuca, en Honduras, en plena selva, seis andrajosos cadavéricos estábamos discutiendo el tema.

Era el único libro que andábamos y habíamos conseguido tabaco, y fumar en la montaña, además de un placer, era una necesidad un tanto psicológica, porque el humo y el calorcito del cigarrillo era como una compañía muy agradable para rememorar mejores tiempos, para pensar en nuestros amores y en nuestras familias. Ese libro nos lo habíamos metido al tubo en la Universidad, pues considerábamos que era básico para la formación teórica.

No teníamos papel para enrollar el tabaco, ya habíamos picado las hojas, entonces en la reunión a la orilla del Río Patuca, alrededor de una fogata seis andrajosos cadavéricos, con Leishmaniasis, lepra de montaña, discutiendo formalmente si nos fumábamos o no el libro de Martha. Habíamos designado a “Flavio”, Edwin Cordero “El Doctorcito”, como responsable de esa escuadra, y comienza la discusión. “Churumbel” Iván Gutiérrez Cabezas, que era un compañero universitario, salió en defensa de Martha Harnecker, y dijo, ¡qué barbaridad!, que eso iba en contra de los principios, que cómo se nos ocurría que un libro tan valioso que había sido determinante en nuestra formación teórica, bueno, que eso era un sacrilegio y una aberración.

Entonces todos los demás nos quedamos achumicados, ya la paseó “El Churumbel”, decíamos entre nosotros; pero entonces salió Natividad, un campesino que fue después suegro del Subcomandante Serafín García, diciendo: –Hombré, ¿y quién es esta doña Martha? Yo los oigo que ustedes discuten de doña Martha va, doña Martha viene, ¿y quién es? Y sale con un argumento que fue valiosísimo. Este libro –pregunta– ¿es más importante que la Biblia? Todos nos quedamos viendo. Pues no, la Biblia es el libro de los libros –respondimos. –Entonces para qué estamos discutiendo si la Biblia la fumamos hace un mes y no quedó nada del Génesis, ni de los Apóstoles, ni del Apocalipsis, ni nada y estamos discutiendo.

Eso fue porque a esas alturas la discusión iba empatada, y con este argumento fue que se resolvió el dilema. Entonces después argumentamos que sí, había sido muy valiosa doña Martha, etcétera. Pero la medida salomónica para hacerlo fue que nos fumáramos los capítulos más esquemáticos, y efectivamente fue una maravilla esa salida, y empezamos a escoger, nos distribuimos seis páginas para vos, seis páginas para vos. Con seis páginas hacíamos un montón de cigarrillos, pero bueno, de capítulo en capítulo. Después nadie decía nada, fuimos arrancándole hojas hasta que sólo quedó la pasta, que como era dura, no la fumamos.

Después este cuento se lo dije a Martha Harnecker, cuando la conocí en Cuba, y se reía, inclusive ella misma me dijo: –Dijeron que era esquemática, ¿verdad?

Mónica: Esa era la crítica que le hacíamos a la Martha.

Hugo: Llegamos al Patuca el diez de enero, después de varios intentos, porque cada vez que queríamos llegar, volvíamos a caer al Río Coco, era terrible, a tal punto que una vez que ya tenemos como cuatro meses de andar caminando sin lograr dar con el Patuca, Iván Gutiérrez “El Churumbel”, que era muy conversador y muy chistoso, ya como a las cuatro de la tarde que vamos cansados sin hablar, caminando y buscando dónde acampar, pero cansados física y mentalmente por frustrados, por no dar con el bendito Patuca, de pronto se oye un grito en plena selva, imaginate una selva silenciosa y se oye un grito: –¡Samuel de Belibé, judío errante, anda Samuel de Belibé! ¡Andarás hasta la consumación de los siglos! “El Churumbel” ya iba medio loco, pero nos sirvió de terapia porque nos tiramos la carcajada, nos pusimos a reír, nos relajamos, y empezamos a cantar un poco.

Mónica: “El Churumbel” se fue para Venezuela, se casó con una venezolana, y terminó la carrera de Medicina que había dejado por irse a la guerrilla. De vez en cuando nos escribimos.

Hugo: Así es. Te puedo decir la fecha exacta de cuando llegamos al Patuca porque escuchamos la noticia del asesinato de Pedro Joaquín, y después los acontecimientos posteriores, porque esa noche dormimos en la casa de unos campesinos que se portaron muy bien con nosotros. Les dimos una carabina a cambio de un chancho. ¡Qué felicidad comiendo chicharrones! ¡Una cagadera esa noche! Ahí, en esa casa, se queda Arturito, hermano de Sabino Aguilar, hijo de Martiniano Aguilar. Arturito fue después militar del Ejército Popular Sandinista. Ahí se queda porque los campesinos le ofrecen un pedacito de tierra para que se quede a trabajar con ellos.

Estos campesinos nos ponen en contacto con otros que tenían un asentamiento que se llamaba Nueva Palestina, que era gente del lado de Choluteca, que habían metido ahí en un plan de Reforma Agraria, como aquí en Nueva Guinea; así que esa zona era de gente que tenía cierta conciencia sindical y política. Entonces nos ayudan y terminamos de venderles las otras armas para conseguir algunos lempiras y poder llegar a la ciudad.

A Arturito después, alguien lo denunció, y lo capturó el Ejército hondureño; luego lo sacamos de la cárcel. Los amigos de Nueva Palestina nos hacen llegar a Juticalpa, que es una de las ciudades principales del departamento de Olancho, y nos dan la dirección de un cura francés muy progresista que había estado involucrado en un levantamiento campesino en Olancho, masacrado por el Ejército de Honduras, había habido varios muertos. Ellos no sabían, ni nosotros tampoco, que a ese cura lo habían expulsado del país. Logramos comprar un blue jeans cada uno, una camisa y botas de hule. Todavía con un morralito cada uno, nos sacaron a la carretera, ahí pedimos raid y llegamos a Juticalpa. Algunos teníamos años de no ver un pueblo.

Mónica: ¿Exactamente quiénes llegan a Tegucigalpa en esa ocasión?

Hugo: Edwin Cordero “El Doctorcito”, Róger Deshón, Natividad el campesino, Iván Gutiérrez “El Churumbel” y yo. Somos los que llegamos a Tegucigalpa, porque Arturito se había quedado como conté, y porque la Reinita ya antes se había quedado en una casa de campesinos en el Río Patuca. Entonces ya íbamos cinco de los siete que originalmente habíamos salido del campamento. Estábamos maravillados de la ciudad y de las chavalas bonitas estaba de moda en ese entonces el talle bajo que dejaba el ombligo descubierto y la blusita arriba: ¡Una maravilla!

En el camino, los compañeros me venían preguntando que qué tal eran las hondureñas, que si eran tan bonitas, qué se yo. Regular, les digo regular, son más bonitas las nicas. Siempre las nicas ganaban. Es que son muy lindas, y además el sabor, elfeelingque tienen las nicas es realmente distinto. Entonces les decía regular. Claro, cuando venimos entrando al pueblo después de varios años de no ver muchachas, ibas viendo unas muchachas con una bola de basquetbol, enseñando el ombliguito, se te iban los ojos. –No jodás, cómo decís que son feas, si son lindas.

Llegamos a la iglesia y preguntamos por el padre francés y nos dijeron que ya no estaba ahí. Entonces preguntamos por otro sacerdote. Nos quedaban viendo raro porque, aunque andábamos con facha de campesino, la jacha no parecía. Por fin nos recibe el padre, ya nosotros habíamos hablado: –Aquí hay que tirarnos al piso con este padre, no podemos andar con rodeos, tenemos que decirle quiénes somos a riesgo de que nos entregue.

Y le hacemos el cuento: –Padre, somos guerrilleros del Frente Sandinista. A aquél se le abrieron los ojos y se le pararon las orejas. Necesitamos su ayuda, que nos proteja, que nos esconda aquí en la sacristía por unos días y de ser posible que nos ponga en contacto o para mientras buscamos contacto aquí. El cura se mostraba desconfiado, por supuesto, porque podía ser una trampa. – ¿Cómo me prueban que es cierto lo que me están diciendo? La prueba es nuestra palabra –le decimos, para esto no hay carné, para esto no hay identificación, la prueba es nuestra palabra y estamos en sus manos: O nos entrega al Ejército hondureño para que nos entregue a la Guardia Nacional y nos asesine, o nos protege. El cura creyó en nosotros.

Pero miren qué buena suerte, porque resulta que el padre era cuñado de un miembro del Partido Comunista de Honduras, y nos puso en contacto con él. Al día siguiente sacamos a Róger Deshón hacia Tegucigalpa, le compramos una camisa nueva, un pantalón, el padre nos facilitó unos zapatos para que se fuera en bus a buscar al contacto en Tegucigalpa. ¡La felicidad completa!

Imaginate a nosotros en la sacristía, sentados en el piso, lavamos la ropa, la retorcimos, nos la volvimos a poner, y entonces le dijimos a Róger Deshón: –Andá compranos dos bolsas de caramelos, dos eskimos y tres bolsas de pan, para cada uno. Cada quien leyendo revistas y periódicos, con un radio oyendo música, con sus bolsas a la orilla. Qué felicidad más grande, decía yo, así es la vida, todo es relativo.

Mónica: Me contó René Vivas varias anécdotas de aquel viejano cuyo deleite era averiguar los nombres de los combatientes.

Hugo: Se llamaba Aquiles Reyes Luna. No lo hacía por maldad, era curioso, a veces se te acercaba, te miraba la pinta de ciudad, de estudiante, y entonces se te acercaba y te abrazaba. –Ajá, Argüello, ¿cómo estás?, o Ajá, Gurdián, ¿cómo estás?, a ver si reaccionabas y caías.

Jodido, “Amílcar”, no seas tan curioso –le decíamos, es malo manejar la información que no te sirve para nada, si te agarran, solamente vas a ocasionar daño. En esa época a nosotros nos educaban en el principio de no preguntés, no permitás que te pregunten, no contés ni permitás que te cuenten.

–Pero “Pedacito”, así me decía a mí, si de todas maneras de aquí no vamos a salir. Y así lo creía, que todos nos íbamos a morir. Tan es así que dentro de la gorra había escrito su nombre y su dirección. Una vez se le pierde la gorra en una refriega con la Guardia y andaba afligido después. Te fijás por qué te decíamos, ahora podés exponer a tu familia si encontraron esa gorra, ahí dejaste tu dirección. Entonces, nos decía: –Tienen razón, sí, sí tienen razón.

Aquiles Reyes Luna era un muchacho de El Viejo reclutado por “El Danto”. Tenía pinta de muchacho de ciudad, muy vivo, muy inteligente. Cuando le contamos cómo eran los aviones con aire acondicionado, asientos reclinables, deliciosos, y unos culazos de las aeromozas, cada que pasaba un avión decía: –Me gustaría ir allí en ese avión, yo sólo me he montado en aviones fumigadores, esa chochada es horrible, porque te escapás de intoxicar en los aviones fumigadores de Chinandega.

Así llegamos a Honduras, nos escondieron en distintas casas, a mí me escondieron en una casa de un obrero hondureño, en un barrio que se llama 21 de octubre. Se portó maravillosamente bien, porque además, me pegaba unas hartadas. Curiosamente, el obrero trabaja en primer lugar para comer, entonces, aunque fuera arroz, frijoles y un pedazo de queso, era bastante. En cambio, en las casas de clase media, que eran magníficos colaboradores, se comía poquito, uno sufría.

Y es que yo tengo recuerdos de muchas anécdotas. Durante la insurrección de septiembre del 78, Róger Deshón estaba en León, y yo en Honduras, enviando gente y armas, ya habíamos abierto algunas rutas por el Golfo de Fonseca para estos envíos a los distintos frentes, sobre todo al Frente Occidental y al Frente Interno. Entonces nos carteábamos para ver si habían llegado las armas, cómo estaba la situación, qué necesitaban. Y después de eso, nos contábamos chistes en las cartas.

Tal vez fue Germán Pomares el que nos creó esa escuela, porque él era un hombre increíble, con un humor impresionante. Cuando Pomares estaba preso en Honduras, después que nos mandaba sus reflexiones políticas desde la cárcel, pasaba una raya cuando terminaba la parte seria de la carta, y comenzaba con los chistes. Al final, como sabía que podía haber distintas reacciones, Pomares justificaba: –Ustedes saben que estar preso es arrecho, entonces hay que tener sentido del humor.

Como venía contando, durante la insurrección de septiembre Róger Deshón me manda a decir en una carta, aclarándome que no es chiste, que es cierto, que iba una compañera de correo entre un barrio y otro de León, porque se habían interrumpido las comunicaciones por teléfono. Está en pleno la balacera en la insurrección de septiembre, están los bombardeos de los Push and Pull sobre León, los morterazos, bueno, el zafarrancho más completo. Entonces está un picadito, un bazuquerito en una esquina, que no sabe qué está pasando, sólo está oyendo la tirazón en una esquina, y cuando la compañera va pasando, le agarra el brazo: Adiós amor –le dice. Esperate, dejame –le dice la compañera. Qué te pasa amor, qué te pasa, vení estate conmigo un ratito –le dice el bazuquero. – ¡Esperate, no estés de necio! – ¡Idiay amor!, ¿qué preferís, que te coja yo o que te coja una bala perdida?

A quienes conocieron a Róger Deshón les podría resultar un tanto difícil creer que él, que era un hombre tan serio, tan flemático, tan tranquilo, anduviera contando estos chistes y tuviera ese sentido del humor. Pero lo tenía.

Mónica: Hugo, a tu juicio ¿por qué después de tanto esfuerzo y tanto sacrificio como el que vivieron ustedes en la montaña, en las filas sandinistas se ha perdido la mística, la decisión de seguir luchando por una verdadera sociedad más justa? Lo digo porque hay un acomodamiento que para mí se refleja en todo este tema del pacto con Alemán; pero también porque siguen persistiendo una serie de situaciones injustas, y sin embargo, no hay organización ni movilización, se aceptan las medidas neoliberales con gran resignación.

Hugo: Estamos en otra realidad. La paciencia que teníamos en la clandestinidad; por ejemplo, para reclutar a alguien, para que nos apoyara, para que nos diera su casa. Éramos pacientes. Al principio nos rechazaban y nos decían no, no, hay que luchar de otra forma, ustedes son aventureros; sin embargo, no nos molestábamos, volvíamos y volvíamos y volvíamos. ¿Por qué?, porque además estaba en juego la vida.

Entonces, esa casa era vital para nosotros y ese colaborador, para que nos sirviera de cualquier manera, era vital. Éramos sumamente pacientes y éramos persuasivos. Después que tuvimos periódicos y radios, ya después de 1979, a mi juicio nos volvimos menos pacientes y dejábamos a los medios de comunicación de masas la labor que antes hacíamos nosotros directamente, personalmente nosotros en los barrios. Para hacer el trabajo de barrio era una paciencia, algunos se aburrían y se iban porque debían ser súper pacientes, súper tolerantes, escuchar para poder persuadir y poder captar a alguien.

Hay mucha confusión, nadie es igual en términos políticos hoy a lo que eran en el pasado, porque las situaciones han ido cambiando, el mundo ha ido cambiando. A estas alturas ya no existe el campo socialista, se derrumbó la Unión Soviética, se acabó la Guerra Fría, estamos en un mundo unipolar en la actualidad. Las expresiones de la lucha política en nuestro país también han sufrido una serie de modificaciones, y la forma más apropiada, todavía no se logra dilucidar.

Nadie tiene la verdad absoluta en sus manos, todos tenemos una parte de razón y lo que hay que tratar de hacer en este momento, es aunar voluntades, aunar esfuerzos en aras de encontrar la mejor solución para nuestro país, porque nuestro pueblo lo demanda para fortalecer su institucionalidad, para ir delineando ese proyecto de democracia que nuestro país necesita, para entrar al próximo siglo por lo menos con el esbozo de ese modelo de democracia que es la nueva utopía de los tiempos. La democracia es una búsqueda permanente de justicia, del imperio de la ley, del fortalecimiento de la institucionalidad, aunque creo que eso es también utópico.

Mónica: La verdad es que no hay un debate serio sobre eso. Debatimos otras cosas, pero no sobre lo que habría que hacer para dar respuesta a los grandes problemas del país. Además, es imposible encontrar respuestas en el marco estrecho de las fronteras. Las nuevas situaciones demandan respuestas en un marco de integración centroamericana, la integración con la patria grande que soñó Simón Bolívar. América Latina tiene problemas comunes, un idioma común; pero ocurre que quienes tenemos identidad común en los objetivos, no necesariamente discutimos sobre esos temas, sino que estamos perdiéndonos a veces en pequeñeces.

He estado montando unas conferencias: la primera fue sobre Kosovo, la segunda acerca de la realidad venezolana y otra sobre la crisis financiera mundial y su impacto en América Latina y vieras que hay una respuesta de unos cien presentes a todas las conferencias, pero vos sentís que hay una displicencia para estudiar, para discutir sobre las cosas más gruesas del país, y nos vamos sobre el coyunturalismo y las respuestas inmediatas.

Generalmente se confunden con intereses personales, con ambiciones personales, con cargos; se ha perdido en realidad ese enfoque de las respuestas para la gran mayoría que es, al final de cuentas, la que nos motivó a meternos en este proyecto estratégico.

Para finalizar Hugo, nos contaste que después que perdiste contacto saliste rumbo norte y luego de cinco meses llegaste al Río Patuca. Igual le pasó a otros grupos. Así lo cuenta Francisco Rivera “El Zorro”; le pasó a William Ramírez, todos perdieron contacto con el buque madre, como dice Víctor Tirado que le decían a la unidad central de la Brigada Pablo Úbeda. Después de escuchar a David, René y Dorotea en el programa anterior, te debe haber gustado saber que esos andrajosos que se quedaron en la montaña, luego bajaron a la zona de las minas y se dieron el gusto de tomarse los poblados y derrotar a la Guardia de esos lugares.

Hugo: Claro que sí. Porque yo no conocía esos detalles. Me gustó muchísimo cómo ellos lo relatan, a pesar de que todo tiene sus costos y sus aspectos dolorosos, pero siempre uno tiende a olvidarse de lo doloroso.

Es bonito poder recordar y poder contar las cosas y hasta reírnos, porque es una bonita forma de contar la historia, creo yo.

Mi mensaje final no es únicamente para los jóvenes, sino también para los adultos, porque somos los que ocupamos las principales responsabilidades en la vida institucional, en la vida política y económica del país; somos los que al fin de cuentas definimos el quehacer presente y futuro inmediato en nuestro país, y muchas veces por esta acción de los adultos, perjudicamos a los jóvenes, volvemos víctimas a los jóvenes.

Mi mensaje sería que seamos más tolerantes, más consecuentes con la necesidad de crearnos para nosotros y las futuras generaciones, un modelo de país como no hayamos conocido anteriormente. Tenemos el potencial y las posibilidades. Aunemos esfuerzos en aras de la nación, en aras de la patria.



10 de julio y 21 de agosto de 1999



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