Memorias de la lucha Sandinista

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Olvidar sería traicionar la sangre derramada

Amílcar Ocampo Elvir


Amílcar Ocampo Elvir nace en Managua el 14 de julio de 1960. Cursa secundaria en el Instituto Maestro Gabriel. En 1973 forma parte del Movimiento Estudiantil de Secundaria y posteriormente del Frente Estudiantil Revolucionario (FER) de la Tendencia Guerra Popular Prolongada. A partir de 1977 se integra a una célula del FSLN, bajo la responsabilidad de Bayardo Arce. En 1978 Amílcar Ocampo es responsable de los Comités de Acción Popular (CAP) del Barrio Monseñor Lezcano, y luego de la zona noroccidental, integrándose a la vez a una escuadra de combate.

Después del triunfo de la Revolución Popular Sandinista, forma parte del equipo coordinador de la Juventud Sandinista 19 de Julio en Managua, y luego labora en los Tribunales Populares Anti-somocistas (TPA) y en el Ministerio del Interior. En los años noventa concluye estudios de Derecho. A la fecha trabaja en su profesión y está incorporado a las estructuras del FSLN.

El lunes 4 de junio, inicia la huelga general. La Dirección Nacional del FSLN llama en un mismo comunicado, a la huelga general y a todas las fuerzas militares sandinistas en todo el territorio nacional, a actuar en distintos operativos y desencadenar la insurrección final.

En todos los rincones del país, las estructuras políticas organizativas de todas las tendencias habíamos pasado meses preparando a la gente para la ofensiva final, realizando centenares de sesiones de entrenamiento militar. Los jóvenes en los barrios, organizados en Comités de Acción Popular, Brigadas y Milicias, habían realizado muchísimos operativos pequeños, lanzado bombas de contacto, recuperado armas, hostigado y ajusticiado orejas, volcando jeeps de la Brigada Especial Contra Acciones Terroristas, enfrentándose masivamente a las operaciones limpieza.

Las consignas: “¡Haz Patria: mata un guardia!”; “¡Cada casa, un cuartel sandinista!”; “¡Guardia visto, Guardia muerto!”; “¡Todos a la insurrección popular sandinista!”, venían siendo coreadas en cada mitin, en cada comunicado, en cada mosca, en las reuniones, en el trabajo casa por casa. Los jóvenes sabían que la orden de combate estaría asociada a la huelga general.

Las estructuras del MPU habían realizado centenares de asambleas en barrios, colegios y universidades, donde se explicaban los preparativos para la insurrección, la importancia de los refugios, de preparar reservas de agua y de alimentos, de tener información de donde se podría recoger armas y donde estaban los enemigos a controlar.

Cuando se dice que la gente se insurreccionó espontáneamente, no se dice una verdad histórica. La insurrección popular sandinista no fue un estallido espontáneo de las masas populares, fue una acción animada y dirigida por grupos organizados de jóvenes que respondían a las orientaciones del FSLN. La organización de la juventud, aun bajo formas amplias, flexibles, autónomas, fue resultado de un largo proceso que requirió muchos años de concientización y de entrenamiento a través de la acción misma.

Fueron los muchachos con cierta organización y previo trabajo político, psicológico, de masas, los que recorrían los barrios armados de pequeñas pistolitas, bombas de contacto, con pañuelos rojinegros en sus caras, los que llamaban al pueblo a armar barricadas, a salirse a las calles, a resistir y a contribuir a la obra que pondría fin a la cruel dictadura que nos oprimía. No fue que la gente salió por su propia cuenta. Una insurrección popular como la que nos tocó protagonizar o presenciar a miles de nicaragüenses, fue resultado de un inmenso trabajo de organización popular durante muchos años. Ese llamado se articulaba con la presencia militar, aunque fuese de un mínimo contingente armado, que les daba confianza a los vecinos de que ahí estaba el FSLN con una orientación precisa y un plan de victoria.

La prueba más evidente es que no todas las ciudades se insurreccionaron, y, aunque pocos, hubo lugares en donde la gente no había sido previamente concientizada y organizada, que ni siquiera salió a las calles como se necesitaba.

La insurrección final en Managua había sido concebida para que se realizara en los barrios occidentales, dadas las características de estos: calles más angostas, casas contiguas, facilidad para moverse entre viviendas, etcétera. Al caer el plan en manos del enemigo, se modificó la idea inicial, y los barrios occidentales debían realizar sólo acciones de distracción y hostigamiento.

Los muchachos de estos barrios llamaron a la gente a las acciones de autodefensa, a la construcción de barricadas que impidieran desplazarse a la Guardia, y así pudieran librar contra ella combates heroicos en condiciones verdaderamente desiguales. Creyendo que éste era el escenario principal de la lucha, la Guardia entró con todas sus fuerzas en estos barrios. Los jóvenes y combatientes de estos barrios resistieron casi quince días, y sus acciones permitieron que la insurrección de los barrios orientales fuera más exitosa.

Amílcar Ocampo Elvir, uno de los organizadores y protagonistas de la resistencia sandinista en los barrios occidentales, cuenta detalles de la insurrección de estos sectores, las circunstancias en que se tomó la decisión de replegarse hacia San Judas y el asesinato masivo de cientos de jóvenes en distintos puntos, incluyendo el lugar conocido como Batahola, donde la Guardia perpetró una verdadera masacre.

Mónica: Nos costó mucho encontrar a una persona que testimoniara aquel día terrible cuando la Guardia masacró a los muchachos en Batahola. Patricia Méndez Arriaza tampoco quería hablar, porque dice que no puede contar eso sin llorar. Por eso no quiso venir al programa; pero accedió a que la grabáramos, con la condición de no pasar su voz quebrantada todavía por el horror. Así que transcribimos, y leemos lo que nos dijo:

Como a las doce del día del 15 de junio de 1979, mi abuelo nos dijo que poco a poco estaban pasando “los muchachos”. No le creímos; pero a la media hora, se empezó a oír un tiroteo cerrado. Nosotros teníamos hasta un refugio en el patio de la casa, pero ni nos dio tiempo de entrar en él. Nos tiramos al suelo y no podíamos ni levantar la cabeza.

Como a las dos, dos y media, salimos de las casas. Vimos que los campos de béisbol hasta verdeaban de guardias de la EEBI. Era una cantidad increíble de guardias, que duplicaba o triplicaba el número de “los muchachos” que iban en retirada. Prácticamente, no les dieron tiempo de defenderse.

La Guardia revisaba uno a uno a los caídos. Al que encontraban vivo lo remataban y lo despojaban de sus pertenencias. Uno de los muchachos logró entrar a una de las casas, pero a la dueña le dio tanto miedo, que lo denunció. Inmediatamente, la Guardia mató al muchacho. Le hundió una bayoneta en el pecho y en el cauce lo terminó de matar delante de algunos vecinos. Sus sesos quedaron en el pavimento.

A una muchacha del caserío, llamada Martha Olivia, la mataron frente a su hermana gemela. Ellas venían de saquear con unos carretones. En ese tiempo, mucha gente iba a saquear las tiendas, y estas dos gemelas venían con unos carretones llenos. No tenían nada que ver con los muchachos, pero la Guardia violó y crucificó a Martha Olivia. Le clavaron unas estacas en ambas manos. Todavía está la cruz que pusimos los vecinos.

A eso de las cinco de la tarde, llevaron dos palas mecánicas con las que recogieron los cadáveres. Los echaban en unos camiones amarillos. Si la Guardia encontraba a alguno vivo, lo remataba, por lo que de vez en cuando oíamos balazos. Algunos cadáveres fueron recuperados por los mismos compañeros que sobrevivieron a la masacre, pero a la mayoría se los llevaron en los camiones.

Algunos de los cadáveres los llevaron detrás del Hospital Vélez Páiz y los incineraron. Otra parte, según dicen, los llevaron a fosas comunes. No sabemos dónde están. Dicen que fue uno de los cuidadores del Plantel de Carreteras el que denunció que los muchachos estaban pasando por ese lugar, y la Guardia los emboscó.

Del Colegio Lumen Cristhi hacia arriba, donde hoy día es el Reparto España, estaba la terminal de buses de occidente, que era un campo pelado. Los muchacho avanzaron desde Monseñor Lezcano y por dentro de Miraflores, sobre la calle del Colegio Lumen Cristhi; pasaron lo que es ahora el Reparto España, después se desviaron a Miraflores, cruzaron por la calle que conduce al seminario y avanzaron por la avenida que pasa por Gallo y Villa, donde está ahora el Instituto de Vivienda, hasta salir a la Carretera Sur, al este de la embajada de los Estados Unidos.

En el lugar donde ahora se erigen los barrios Batahola Norte y Sur, eran predios montosos. Desde la Carretera Sur, cerca de la embajada norteamericana, comenzaba un camino de tierra que llegaba hasta el Plantel de Carreteras y terminaba donde hoy es el Mercado Israel Lewites. Al frente de ese camino, por la embajada, estaban varias empresas, entre ellas la Cementera y la Komatsu. Entre una y otra había varios cuadros o patios que servían de campos de béisbol.

Antes de llegar al Plantel de Carreteras, había un caserío, y enfrente, una finca conocida como Santa Ana. En ese caserío vivía Patricia junto a sus abuelos, sus padres y dos hermanitos, parte de las decenas de personas que quedaron marcadas para el resto de sus vidas por la horrenda matanza. Los guardias se emboscaron en distintos puntos y masacraron a los muchachos cuando cruzaban sobre esos predios montosos.

Vamos a conversar con Amílcar, contanos, ¿cómo te iniciaste en la lucha?

Amílcar: He vivido siempre en los barrios occidentales. Nuestra niñez se desarrolló en el Barrio San Antonio, en la vieja Managua. Después pasamos a Monseñor Lezcano, donde vivimos casi toda nuestra juventud, hasta la fecha.

Inicialmente, mi participación fue en el MES, cuando estudiaba en el Instituto Maestro Gabriel. Después, cuando inicié la universidad, participé en el FER. Ahí se organizaba la cantera de los cuadros que iban a pasar a los barrios, a las estructuras del Frente Sandinista, a las escuadras de combate.

Después de cumplir varias tareas como correo del comandante Bayardo Arce, pasé por necesidad a sustituir al compañero Pedro Meza, cuyo seudónimo era “Henry”, en la coordinación del Barrio Monseñor Lezcano y de los CAP de los barrios noroccidentales, bajo el mando de Eduardo Cuadra “Ismael”.

En aquel tiempo se hacían operativos de propaganda armada, pintas en las paredes, recuperaciones, fogatas, quemas de llantas; era una multiplicidad de formas organizativas que permitían participar a la gente.

Normalmente, en el barrio siempre había personas que colaboraban, aportaban dinero al Frente, o se organizaban para dar primeros auxilios y atender a enfermos y heridos, así como para ayudar a familiares de los caídos. Definíamos las casas donde se podía hacer pequeños hospitales y buscábamos equipos de curaciones médicas, como para entablillar a un herido. Estábamos preparados para atender personas histéricas, porque en la insurrección siempre se dan compañeros que se ponen nerviosos.

Mónica: ¿Cómo ocurrieron los levantamientos de los barrios noroccidentales?

Amílcar: En los primeros días de junio de 1979, todo el país estaba paralizado por la huelga nacional, y Somoza había decretado nuevamente Estado de Sitio. Decidimos hacer una reconcentración de todas las fuerzas de la zona, en el Barrio Santa Ana. Ahí habíamos alrededor de sesenta compañeros. Nos reconcentramos de la Iglesia Santa Ana, tres cuadras hacia abajo, en la casa de un compañero que le decíamos “Arturo”, era una especie de bodega de madera. En ese momento nos dimos cuenta que prácticamente no teníamos armas, no teníamos municiones, habían como cinco revólveres, unas seis escopetas, unos ciento y pico de cartuchos, prácticamente nada.

Por la misma secretividad de la acción, nosotros debíamos tener sólo gente organizada bajo nuestra responsabilidad o compañeros subordinados en nuestras escuadras, pues era una estructura vertical en ese tiempo. Ahí estaban Pedro Meza “Henry”, Nidia Escobar, Julio Zepeda, Chino Braulio, que eran coordinadores de CAP en otros barrios occidentales.

Entre los que nos reconcentramos, recuerdo a los hermanos Camacho, Reynaldo Escobar, Silvio Escobar, Efraín Téllez “Arturo”, Manuel Sándigo, Alejandro “El Marciano”, y Zulema Baltodano, que pertenecía a mi escuadra, y muchos compañeros que ya son caídos.

Ya reconcentrados, trazamos un plan que consistía en tomarnos la Tercera y la Cuarta Sección de Policía, que eran las más cercanas a Monseñor Lezcano. La Tercera ya no existe, quedaba de la Foto Lumington tres cuadras al lago; y la Cuarta estaba aquí, por donde queda El Arbolito.

La Tercera Sección de Policía estaba bien custodiada por un convoy de la Guardia, había bastante gente armada y con buenas armas, sólo ahí había una calibre treinta, una cincuenta montada y había bastantes guardias con sus respectivas dotaciones de municiones, granadas y todo.

Nos dimos cuenta que estas acciones no las podíamos realizar con las armas que andábamos; entonces, al día siguiente, decidimos tomarnos el barrio, golpear las puertas de las casas, para recuperar armas. Mucha gente salió con revólveres, escopetas, nos dieron municiones, y así logramos ir recogiendo poco a poco armas que nos podían servir. En las farmacias recogimos material para hacer bombas de contacto.

Empezamos a hacer trincheras por todo el barrio para lograr que la Guardia encontrara retenes y que le costara la entrada al barrio, porque cada retén era una barricada, un obstáculo. Hicimos barricadas con adoquines, pero como en Monseñor Lezcano había muchas calles de tierra, entonces sacamos vehículos descompuestos, cruzamos buses y todo lo que podía servir para impedir el paso de la Guardia. Incluso la gente sacaba de sus casas todo lo que no ocupaba: los muebles viejos, las cocinas, trozos de hierro; eso era para que la Guardia en cada esquina tuviera que ir con miedo. La gente también abrió zanjas. Comenzamos en Santa Ana, después nos fuimos a tomar el Barrio Monseñor Lezcano, se rodeó todo el barrio, entramos a la Colonia Morazán y al reparto Las Brisas, y la gente respondió, lo mismo que en Acahualinca.

Inicialmente nosotros teníamos instrucciones de hacer sólo una pequeña resistencia en el barrio, pero la verdad es que la gente respondió bien, y al mirar que toda la gente estaba sumada y que quería participar contra la Guardia, entonces nosotros le teníamos que hacer fuerza para que nos ayudaran a resistir. Porque aunque el frente principal estaba en los barrios orientales y sabíamos que los compañeros iban a hacer una gran resistencia, entre más dividiéramos a la Guardia, era mejor.

También pensamos que cuando la Guardia mirara que había una participación masiva de parte de todo el pueblo, se iba a desanimar y a desestabilizar emocional y psicológicamente, por eso hicimos la resistencia en los primeros días de junio. No teníamos intenciones de tomarnos el barrio, pero nos tomamos toda la zona, incluyendo San Judas, donde yo era el enlace, y donde no había intenciones, en principio, de levantarse.

Mónica: Nos llamó un oyente para recordar que también se levantó la Colonia Centroamérica. Ahí atacaron el comando y los guardias tuvieron que salir huyendo. Esto tampoco formaba parte del plan. Hubo una insurrección en la Centroamérica, y ahí murieron William Orozco y Osman Chamorro Lee. También salieron los combatientes populares organizados y levantaron al pueblo de Ciudad Sandino, después se replegaron para el monte por el sur y fueron a parar a León, avanzando por la carretera vieja.

Según el monitoreo de las comunicaciones de la Guardia que realizó Hermógenes Balladares, la Décima Sección de Policía ubicada en la segunda entrada de la Colonia Centroamérica, fue atacada el día 9 de junio a las 8:20 de la noche. El 10 de junio por la mañana una avioneta provista de parlantes sobrevoló los barrios occidentales advirtiendo a la población que iban a bombardear y que debían abandonar la zona.

Amílcar: Aquí el problema era de tiempo, sabíamos que en la medida que la resistencia durara más tiempo, lograríamos mejores propósitos; íbamos a lograr cumplir nuestra misión, nuestro objetivo.

Mónica: ¿Cómo cuántos andaban en esas tomas?

Amílcar: Éramos miles, mucha gente estaba participando, mucha gente en las barricadas, éramos bastantes. Nosotros estábamos en Monseñor Lezcano, La Morazán, Las Brisas, Santa Ana, Acahualinca, Miraflores, todos esos barrios estaban levantados. Durante dos días, la Guardia intentó meterse por Monseñor Lezcano y finalmente lo consiguió, y empezó a limpiar las calles.

Ellos comienzan a atacar desde la Ferretería Lang hacia el lago, hasta llegar a La Ceibita, como diez cuadras. Ellos avanzan y en ese trayecto van combatiendo con la gente nuestra, nos hacen heridos y no teníamos cómo atenderlos; los metimos en casas particulares; o en otros casos donde su familia.

Después, la Guardia logra meterse por el sector de la estatua de Monseñor Lezcano, empieza a limpiar toda la gente que teníamos. Choca con una avanzada y en una trinchera cae Reynaldo Escobar y otro compañero llamado “Israel”, Silvio Porras1. Llega un momento en que la Guardia empieza a avanzar, y logra tomarse la parte este de Monseñor Lezcano, y llega hasta el Colegio San Martín.

La Guardia tenía municiones más fuertes, nos disparaban con ametralladoras calibre treinta y cincuenta. Pegaban y salían los pedazos de bloques de los muros; ahí se dio una guerra desigual completamente por el tipo de arma, por el tipo de calibre.

Prácticamente, se da un enfrentamiento cuerpo a cuerpo, hay compañeros que están con fusiles 22, la Guardia viene entrando y a veces los teníamos prácticamente detrás del muro. Ahí caen compañeros en el Colegio San Martín y entonces la Guardia poco a poco nos va replegando hacia La Ceibita.

Después nos hacen retroceder hasta Acahualinca, donde teníamos alrededor de dos mil compañeros. Había gente de todos los barrios noroccidentales (Monseñor Lezcano, Santa Anta, La Morazán, Las Brisas, Barrio Cuba) de Managua y de todas las tendencias del FSLN, todos con diferentes tipos de armas. Pero no sabemos qué hacer en ese momento porque ya llevábamos muchos días de lucha, estábamos desgastados psicológicamente. Hubo un momento en que las distintas tendencias tuvimos contradicciones sobre qué hacer en ese momento, si enfrentar a la Guardia militarmente, hacer trincheras en todo el barrio, o retirarnos.

Oyente: Julio López Campos. Sin lugar a dudas, hubo cierta espontaneidad en la gente, pero no hay que olvidar el trabajo político que el Frente Sandinista venía haciendo durante muchos meses, preparando la insurrección; la gente, la población, fue adiestrada de manera minuciosa para el lanzamiento de la insurrección. La población fue avisada que la señal que indicaba el inicio de la insurrección era la huelga general. Es eso lo que explica por qué la gente inmediatamente comienza a levantarse, porque nosotros trabajamos sobre una lógica: huelga general-insurrección. Una vez que se diese la huelga general, todo el pueblo debía estar listo para pasar a la insurrección y dar su respaldo a las acciones de los comandos armados del Frente Sandinista.

Mónica: Efectivamente, teníamos varios años de preparación, y ya en la etapa final era un trabajo de todos los días.

Oyente: María Haydee Sequeira. Honor y gloria a esos héroes jóvenes que fueron masacrados en Batahola; honor y gloria a Zulema; honor y gloria a Jorge Corea, que fue amigo mío en el Instituto Ramírez Goyena, y fue masacrado también.

Recuerdo a todos mis ex-alumnos del Goyena, valientes, tomaron el fusil en el momento que la Patria los necesitó. Recuerdo a Ruth del Carmen Palacios, quien fue masacrada en La Cuesta del Plomo, hoy se llama Cuesta de los Héroes y Mártires. Le cortaron sus pechitos, la masacraron junto a su hermano, también joven goyenista, todo porque no denunciaron al otro hermano de ellos, que era maestro del Goyena, y que con orgullo se fue a la lucha también.

Vaya para todos ustedes un abrazo muy sentido y una invitación a que sigamos adelante, a no olvidarnos de las ignominias que hemos sufrido, sin rencores pero no confundiendo lo que es bueno para la Patria y lo que ha sido malo y podrido, y que no lo podemos seguir permitiendo.

Oyente: Me llamo Martín López. Llamo porque omitieron que en el encuentro que se tuvo con la Guardia en La Ceibita, que queda de la Estatua Monseñor Lezcano hacia el lago, en el cruce de la calle que pasa por el Puente León, fue posterior a una emboscada de aniquilamiento donde se recuperaron algunas armas. Ahí combatieron fuerzas combinadas de Acahualinca y La Morazán, porque se pensaba caerle a Gadala María, que era un bastión de la Guardia. El combate duró desde la mañana hasta principios de la tarde y al final los perros se fueron.

Amílcar: Efectivamente, ahí en La Ceibita combatimos fuerte, hasta quedarnos sin tiros. A esas alturas, lo que avanzaba eran tropas del CONDECA, porque nosotros capturamos a un salvadoreño y a un coreano que era francotirador, al que se le derribó de un palo. Se les miraba los rasgos característicos, incluso, no sabían hablar español.

Aquí ocurrió algo cómico. Como no teníamos tiros y la Guardia venía avanzando, un señor sacó una carga cerrada de tiquitracas y la tiró en la barricada para que la Guardia creyera que estábamos disparando. Y luego, tiró bombas de esas de La Purísima, que eran unas bombas grandes y hacían bulla, y la Guardia creía que teníamos municiones, pero realmente nosotros ya no teníamos. Levantábamos muchos palos o varillas de construcción para que creyeran que eran un montón de fusiles.

Como decía, en Acahualinca, nos reconcentramos después combatientes de todos los barrios y de todas las tendencias. Entonces la Guardia comenzó a lanzarnos morteros. No a nosotros, sino a las casas del barrio. Escuchábamos los quejidos de la gente, los gritos, era la gente civil la que estaba pereciendo ahí. Y ellos disparaban no sé de dónde, pues nosotros sólo oíamos la detonación y mirábamos a dónde caían. Nosotros estábamos metidos entre las tucas en un aserrío de Acahualinca.

Ahí nos juntamos con una escuadra Tercerista. Un compañero que andaba con un RPG-2 estaba dormido de la Iglesia Santa Ana media cuadra al sur. Imaginate, nosotros con unas armas caseras y él con un RPG-2. Ideay, brother, ¿viniste a dormir a la guerra? –le dije. No te me despegués. Todos juntos hicimos una ofensiva y logramos volver al Barrio Monseñor Lezcano y nos tomamos la Tercera Sección de Policía, que le servía como bastión a la Guardia. Ahora ya no existe, es una vivienda, pero quedaba de la Foto Lumington, tres cuadras al lago.

En la Tercera Sección le plantamos uno de los cohetes de RPG-2 en la mera puerta y explotó perfecto; pero esa Sección tenía comunicación con una casa vecina donde vivía Vidal Ruiz, que eran gente de la Guardia que abastecía a la Tercera. Cuando entramos, los compañeros tenían miedo de que estuviera minado el lugar, yo me meto con tres compañeros más: “Machigüe”, su nombre es Javier Sánchez, Pedro Paz y Pedro Uriarte.

Revisamos todo lo que era un pequeño almacén donde guardaban armas, y sacamos bombas lacrimógenas, de mostaza y granadas. Nos metemos a la casa de Vidal Ruiz y encontramos a tres hombres en calzoncillos, entre ellos, un hombre gordo, de bigotes. Como los encontramos en esa casa, nos parecieron sospechosos. Los tomamos de rehenes, los combatientes ahí nomás los querían matar. Resulta que un señor de bigotes se llamaba Roberto Sánchez y supuestamente era oreja, pero la familia lo reclamó diciendo que él andaba pidiendo leche para los niños, no le creímos, pero finalmente lo dejamos libre; a los otros dos, “Pedrón” les pasó la cuenta. En toda esa lucha también anduvo Elías Zapata.

Comentario de la autora: De acuerdo a conversación con Pedro Meza “Henry”, en esa toma se le hacen cerca de siete bajas a la Guardia y se recuperan varios fusiles Garand y todas las municiones que estaban ahí. El RPG-2 lo manejaba un muchacho que había sido vago, vendedor de marihuana de Santa Ana, y era Tercerista, conocido como “Cumba”.

Amílcar: La Cuarta Sección de Policía era una casa prefabricada que estaba del Cine Darío, dos cuadras y media arriba. Se la tomó Gonzalo, el famoso “Carne Asada”, con su gente. Ya tomadas la Tercera y la Cuarta, nos unificamos para sumar fuerzas; pero entonces la Guardia la echa toda con nuevas fuerzas. A nuestro juicio, incluso viene gente del CONDECA.

Los combates se incrementaron y nuevamente nos íbamos quedando sin municiones. Además, existía el factor del debilitamiento: no podíamos ni dormir, y ya llevábamos casi quince días de acción. Nos sentíamos desgastados.

Empezamos a pensar en irnos. Unos proponían ir hacia León, bordeando el lago. Otros creíamos que podíamos ir a San Judas, sabíamos que teníamos compañeros ahí que estaban combatiendo, porque sumarnos a los barrios orientales era más difícil ya que teníamos que atravesar toda Managua, y la Guardia estaba en todos lados.

Luis Gaitán llegó al Barrio Monseñor Lezcano hasta ese momento, y nos dijo: –Ve, qué están haciendo, váyanse para allá; y nos dijo que nos fuéramos para San Judas. Mandé una escuadra para ver si se podía pasar para San Judas, y regresaron dos compañeros heridos. Uno de estos compañeros se llama Pedro y ahora vive en los Estados Unidos. Él venía con una pierna herida y me dijo: –Mirá, ahí la Guardia está tendida y nos balearon.

Después que esta avanzada reportó la situación, vimos que todo estaba ocupado, militarizado, y que mejor podíamos agarrar para León.

Entonces ahí fue cuando nos dividimos. Pedro Meza “Henry” y el compa Tercerista que le decían “El Cumba”, de la Colonia Morazán, salieron buscando San Judas; y yo salí en un grupo como de doscientos, mezclados de todas las tendencias, que nos fuimos por Los Martínez, buscando la carretera hacia León, en varios grupos dispersos.

Pedro, herido, aun así se fue en el grupo que intentaba llegar a San Judas. Me dijeron que al llegar a la carretera, un grupo como de unos veinte logró pasar. No sé si la Guardia estaba distraída o si los dejaron pasar para que el resto se confiara.

La mayoría de la gente decidió irse a San Judas, y fue precisamente a la que emboscó la Guardia en Batahola. Ese grupo fue dirigido por Pedro Meza y “El Cumba”. Eran como trescientos compañeros de Acahualinca, La Morazán, Las Brisas, Miraflores y Monseñor Lezcano.

Era gente que sabía que si caía en manos de la Guardia estaba muerta, estaba liquidada. Al pasar por Batahola, fueron masacrados. Muchos lograron llegar a San Judas; pero los compañeros de este barrio, al comienzo, pensaban que eran guardias disfrazados de combatientes populares, y por poco les vuelan balas. Luego que los reconocieron, les dieron de comer, les facilitaron ropa y solidaridad.

Después la Guardia se metió a San Judas y los compas se replegaron en dos grupos a El Vapor: uno que iba hacia El Crucero directamente, que está cerca de ahí; y otros se fueron hacia la Carretera a Masaya, y fueron a parar a aquella ciudad.

Mónica: Cuando nosotros llegamos a Masaya, en el repliegue, había gente de Managua, de esos barrios que se habían ido por veredas. Igualmente se encontraban combatientes de estos barrios en León, Chinandega y otras partes del país.

Como se puede apreciar, la insurrección de Managua revistió de cierta complejidad; por un lado, porque aquí estaba la sede de los poderes, Somoza y sus tropas élites; por el otro lado, la configuración de la capital, extensa, dispersa, y conectada por bypasses.

Quiero dar algunos datos acerca de mi hermana: Zulema de los Ángeles Baltodano Marcenaro, conocida como “Claudia”, nace el 28 de septiembre de 1961 en León; estudia primaria en el Colegio Pureza de esa ciudad y realiza estudios de bachillerato en el Colegio San José, de Managua, que ahora lleva su nombre. Se integra al FSLN en 1977, participando en la organización de los barrios noroccidentales.

Forma parte de los CAP y de Escuadras de Combate de Monseñor Lezcano, bajo la responsabilidad de Martha Kraudy, Pedro Meza y luego de Amílcar Ocampo. En 1979 cae presa, mientras realizaba un viaje a Matagalpa. Al salir de la cárcel, participa en la insurrección de junio en los barrios noroccidentales de Managua. Combate valientemente en esos operativos.

Según Pedro Meza “Henry”, Zulema no cayó propiamente en Batahola, sino dos días antes en la esquina del Banco de Monseñor Lezcano, abatida por el disparo de un francotirador, el 13 de junio.

Según mi hermana Amparo, ella habló con Zulema el día 15 de junio por la mañana. Zulema le decía que se fuera en el repliegue hacia San Judas. Dice mi hermana: “Yo no me fui porque Eduardo Cuadra nos había dicho a nosotros que teníamos que hostigar y luego mantenernos en casas de confianza, o sea quedarnos.

Ese día por la tarde, una señora que colaboraba con Zulema, la dueña del restaurante que se llamaba El Gitano, que quedaba por Monseñor Lezcano, me llegó a decir: –Ahí está la “Claudia”, que era como ella la conocía, en el lugar de la masacre. Nosotros quisimos entrar, pero ya había un cordón de la Guardia. Entonces en la mañanita, yo me fui con nuestra prima Gloria Elena a buscarla, pero ya no la encontramos. Rebuscando entre toda esa masa y los restos humanos, encontramos los anteojos y parte de la cotona que ella usaba ese día. Su cadáver propiamente yo no lo vi, pero varias gentes que estuvieron ahí, me dijeron: –Ahí quedó “Claudia”. Yo le llevé los anteojos a mi mamá, en la embajada de Venezuela. La imagen de aquel campo era una cosa dantesca”.

La lista parcial de los que ahí cayeron que se ha podido reconstruir por medio de familiares y combatientes sobrevivientes es la siguiente:

1. Alba Luz Portocarrero, de seudónimo “Martha” 2. Allan Álvarez “Sherman” 3. Antenor Aguilar 4. Arnoldo Real Espinal “Ernesto” 5. Carlos Mendoza “El Pequeño” 6. Denis Argeñal “El Peludo” 7. Elías Alfredo Pérez 8. Eddy Meléndez Morales 9. Enrique Gutiérrez “Róger” 10. René Gutiérrez 11. Samuel Antonio Medal Ramírez 12. Silvio Porras García “Israel” 13. Soraya Hassan Flores “Flor” 14. Eduardo José Argüello Bojorge 15. Víctor Manuel Centeno Bobadilla 16. Wilfredo Rodríguez 17. Jazmina Bustamante Peña “Violeta” 18. Zulema Baltodano “Claudia” 19. José David Rocha “Pedro” 20. José Enrique Bermúdez “Francisco” 21. José Peña Gutiérrez 22. Juan Rafael Bermúdez “Marvin” 23. Luis Montano 24. Linda Barreto 25. Mauricio Alegría 26. Manuel Espinoza Cabrera “Nelo” 27. Miguel José Matus “Samuel” 28. Mary José Sáenz “Silvia” 29. Pedro Antonio Tückler 30. Raúl López Flores 31. Róger Benito Martínez 32. Róger Martínez Abarca 33. Roberto Díaz “Luis” 34. Rafael Bermúdez 35. Reina Carballo “Dora” 36. Enrique Bermúdez 37. Ernesto Cedeño “Franklin” 38. Francisco Hernández 39. Francisco Rodríguez “Leonel” 40. Gustavo González 41. Horacio José Lorío “Raúl” 42. Ignacio Varela 43. José Domingo Romero 44. José Ramón Rayo Suárez 45. Julio Loáisiga “Pancho” 46. José Esquivel Acevedo “Roberto” 47. Napoleón Lara 48. Nelson Barrios Parras 49. Oscar Antonio Gutiérrez Serrano 50. Francisco Gutiérrez Janson.

En esta lista están entremezclados algunos nombres de compañeros que cayeron en otros sectores en la resistencia de los barrios noroccidentales y en la masacre de Batahola. La lista completa de los mártires de Batahola nunca se ha podido reconstruir.

En el año 1989, cuando se construía el Centro de Convenciones Olof Palme, fueron encontradas unas ochenta osamentas y restos de los caídos, exactamente donde estaban las instalaciones de la Academia Militar que, para el año 1979, era un campo baldío. Estos restos fueron trasladados hacia la entrada de ese centro de convenciones y enterrados en una tumba colectiva donde se erigió un monumento en el que fueron colocadas pequeñas placas con los nombres de los caídos. De los otros cuerpos se sabe que algunos fueron quemados, y otros, rescatados por sus familiares.

En el año 1992, cuando el entonces Alcalde de Managua Arnoldo Alemán, en un acto de provocación mandó a poner una bomba en el Mausoleo de Carlos Fonseca, al mismo tiempo fueron arrancadas esas placas de la tumba colectiva de los Mártires de Batahola. Las acciones concitaron una sublevación de un importante sector del sandinismo que se manifestó frente al mausoleo de Carlos, incendió varios equipos de la Alcaldía y llegó hasta pegar fuego a las oficinas de Alemán en la municipalidad de Managua.

A partir de eso, Alemán renunció a su propósito de sacar los restos de Carlos Fonseca y del Coronel de Sandino, Santos López, de su tumba en el histórico Parque Central de Managua. Las placas de Batahola nunca fueron reinstaladas.

En base a diálogos con Pedro Meza y Amparo Baltodano, he podido reconstruir lo siguiente:

Los compañeros que se replegaron hacia San Judas iban en tres bloques. El primer bloque pasó hasta San Judas; el segundo, compuesto de unos doscientos milicianos, fue masacrado; y el tercero se dispersó en todos los barrios buscando cómo salvarse cada quien por su cuenta. El asunto era cómo sobrevivir.

Una vez que se produjo la masacre, la Guardia entró en control de todos los barrios occidentales y empezó a peinar casa por casa, cateando y capturando gente. Esta labor era apoyada por orejas e infiltrados que señalaban a quienes habían participado en los movimientos. Las tanquetas se movían por los barrios, atemorizando a la gente. Amparo Baltodano, Marcia González y Germán Ruiz, pasaron la odisea de buscar dónde refugiarse. Había un gran temor de la gente para dar refugio. Llegaron a la casa de Miguel Bonilla, pero no había condiciones, para quedarse y días después Miguel fue brutalmente asesinado.

William Díaz, uno de los principales dirigentes de los CAP de los barrios noroccidentales, estaba entre los combatientes que habían combatido en San Judas, pero se regresó a Monseñor Lezcano. Se encontró con Amparo Baltodano en ese barrio, y le dijo que, antes de volver a San Judas, visitaría a su mamá doña Dalia, porque ella era muy nerviosa.

Estando ahí donde su mamá llegó una patrulla de la Guardia a capturarlo. La hermana de William, Janette Díaz, se asomó a través de una ventana, y pudo ver a Henry Espinoza llevando a la patrulla a la casa para que capturaran a William. Henry Espinoza era vecino de ellos, vivía en el Barrio La Veloz, también participaba del sindicato de trabajadores de la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua.

En los archivos de la OSN fue encontrado el expediente de los informes que pasaba este infiltrado. Todas las evidencias apuntan a que Henry denunció a Guillermo Avendaño, William Díaz y Miguel Bonilla, entre otros. Él se hizo pasar por sandinista y andaba entre los milicianos, pero después del triunfo de la revolución fue denunciado por la mamá de William, doña Dalia. Entonces se asiló en la Embajada de Guatemala. Parece que ahora trabaja tranquilamente en Nicaragua en un negocio de fiestas.

Después de capturado, William Díaz fue llevado con otros compañeros, entre los que se encontraba Gabriel Cardenal, y fueron asesinados en el camino de San Isidro de la Cruz Verde. Uno de los del grupo, herido logró escapar de la matanza y le avisó a doña Dalia dónde se encontraban los restos de los asesinados, y los fueron a desenterrar después del triunfo de la revolución, confirmándose el asesinato a sangre fría de William.

Marcia González y Amparo, tratando de llegar a la embajada de Venezuela, fueron capturadas, llevadas a las mazmorras de la seguridad, torturadas y vejadas. Salieron libres el 19 de julio.

Los muchachos de los barrios noroccidentales que se replegaron se juntaron con los combatientes populares de San Judas y organizaron el repliegue hacia las montañas de El Crucero. Algunos salieron por el kilómetro 8 de la Carretera Sur y ahí se registró otra masacre. Otros lograron llegar a la Hacienda El Vapor.

A nuestro programa llamó una señora para recordar que en el repliegue a El Vapor cayó, a la edad de 14 años, Gioconda Guevara Delgado, y también los compañeros Policarpo Gutiérrez y Tomás Padilla Machado.

Hay algunos que recomiendan olvidar y hablan de reconciliación como sinónimo de olvido. Creo que hay que trabajar por la reconciliación, pero eso no significa olvidar, porque hacerlo sería traicionar la sangre derramada. No se puede olvidar la historia, no se puede fingir como que no pasó. Algunos hasta insinúan que ese inmoral olvido puede cubrir a Anastasio Somoza Portocarrero, jefe de la EEBI.

Las autoridades de la revolución cometieron el error de no procesar adecuadamente a los Somoza, y por eso muchos de ellos hasta andan reclamando bienes. Pero estos crímenes no prescriben. Somoza Portocarrero es responsable directo, personal, de estas masacres. Porque una cosa es morir en el combate, con las responsabilidades de disparar y luchar; y otra, el asesinato frío que cometían contra nuestros compañeros y ciudadanos. Nosotros no reclamamos por los muertos en combate, pero reclamamos por los masacrados indefensos, por los jóvenes que ya heridos fueron rematados de manera vil y cruel, por las mujeres que violaron, por los torturados y por los ciudadanos indefensos que bombardearon.



10 de junio de 2000





NOTA


1Pedro Meza “Henry” explica que Silvio Porras “Israel” inició la caminata y fue herido en la acera de la Foto Lumington el mismo día del repliegue hacia San Judas. El compañero Fanor Gaitán se ofreció a sacarlo para que lo atendieran, pero la Guardia los capturó y asesinó a ambos en la cuesta de Las Piedrecitas el 15 de junio.


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