César
Sediles y Alma Nubia Baltodano
César Augusto Sediles Largaespada nace en Managua el 16 de agosto de 1961. Estudia hasta tercer año de secundaria en el Instituto Miguel Ramírez Goyena. Participa en la Asociación de Estudiantes de Secundaria y en los Comités de Acción Popular del Frente Sandinista de Liberación Nacional en el año 1977. Participa en un intento de emboscada en el Reparto Las Palmas, el 18 de septiembre de 1978.
Sediles recibe entrenamiento militar en Cuba y luego es incorporado a la Unidad de Combate Juan de Dios Muñoz, y combate en la insurrección final en los barrios orientales de Managua. Participa en el repliegue a Masaya y queda asignado al reforzamiento de los contingentes en esa ciudad. Después del triunfo de la revolución, alfabetiza en el Kilambé, en el Cuá, Jinotega. Trabaja luego en la Dirección General de la Seguridad del Estado (DGSE) hasta 1986, y en Telcor hasta 1990. A partir de entonces labora por cuenta propia.
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Alma Nubia Baltodano Marcenaro “Sylvia” nace el 17 de diciembre de 1962, en León. Se integra al FSLN en 1978. El 12 de abril de 1979, a los 16 años de edad, pierde sus manos fabricando bombas de contacto en una célula del Frente en el Barrio Monseñor Lezcano. En los años ochenta participa en la Cruzada Nacional de Alfabetización en La Rica, San Sebastián de Yalí. También participa en los Batallones Estudiantiles de la Producción (BEP) y es electa presidente nacional de la Federación de Estudiantes de Secundaria (FES). A la fecha es dirigente de una de las organizaciones de lisiados de Nicaragua.
Recordar con detalle la larga lucha contra la dictadura somocista, es traer a la memoria a decenas y miles de jóvenes nicaragüenses que dieron todo: su sudor, su tiempo y hasta su vida para conseguir el sueño de ver al pueblo libre de la represión y la opresión de uno de los regímenes militares más sangrientos de América Latina.
Y es que recordar implica traer al presente los entretelones de las luchas político-organizativas que miles y miles de jóvenes desarrollaron a lo largo y ancho del país, organizados en la AES y en el Movimiento Estudiantil de Secundaria (MES), en su salto a estadios superiores de la lucha en el plano militar, y su sacrificio en los distintos frentes de lucha durante la insurrección final.
El 18 de septiembre de 1978, un grupo de estudiantes, organizados como Unidad de Combate Oscar Turcios, decide realizar una emboscada a un jeep BECAT de la Guardia Nacional. El operativo sale mal y son masacrados en una casa en el Reparto Las Palmas.
Los que cayeron fueron casi la totalidad del Ejecutivo de la AES de Managua: Marcos Sequeira, Mariano Sediles, Manuel Olivares y Rolando López. Con ellos también fue masacrada Urania Zelaya Úbeda, originaria de Estelí, la única clandestina del grupo, y coordinadora del equipo y de la operación de ese día. También, Valentín Barrios, un obrero de los Repartos Schick, y René Herrera, estudiante de la Colonia 14 de Septiembre, que provenían de las estructuras militares de los barrios. César Sediles, hermano de uno de los caídos en esta acción y sobreviviente de la misma, y Alma Nubia Baltodano organizada en esos barrios nos dieron su testimonio vivo sobre la grandeza de su generación.
Ambos son representativos de esos corajudos jóvenes que desde las aulas de secundaria hicieron de todo: realizaban círculos de estudio, dirigían el movimiento estudiantil, participaban en organizaciones sociales de su barrio, dirigían huelgas, participaban en las marchas, hacían fogatas, arengaban a la población, hacían operaciones relámpago de propaganda no armada y armada en sus comunidades, elaboraban y regaban papeletas, recuperaban materiales para fabricar bombas de contacto, luego las iban a tirar, disparaban solitarios contra casas de orejas, buscaban medicinas, organizaban la defensa civil, y se incorporaban a las unidades de combate para la lucha frontal contra la Guardia.
Y todo esto muchas veces sin abandonar los estudios, destacándose con notas sobresalientes, y a la vez bailando y alegrándose, como corresponde a cualquier generación de jóvenes. Esta generación de muchachos del setenta labró en oro su historia.
Mónica: César, contanos un poco de tu familia y de tus motivaciones para la lucha.
César: Somos una familia de trece hermanos, hijos de Esperanza Largaespada y de Joaquín Sediles. Mi padre trabajaba en el Plantel de Carreteras. Mariano era el octavo de esta ristra. A mí me integra a las luchas estudiantiles mi hermano Mariano, en 1975. Él era un año mayor que yo y estaba estudiando en el Instituto Miguel Ramírez Goyena. Él estaba muy comprometido en las luchas. Posteriormente nos expulsan del Instituto y nos pasamos al Miguel de Cervantes, en el turno de la noche. Fue en tiempos de Juan Doña, que era un director somocista muy represivo.
Nosotros pertenecíamos a la AES, y en el Instituto Miguel de Cervantes continuamos en nuestra actividad. Mariano pasa a la universidad y yo quedo en el Instituto.
Mónica: ¿Qué actividades realizaba la AES?
César: En ese entonces impulsábamos las campañas por los presos políticos, recuerdo la campaña “A Marcio y Tomás que no los aíslen más”. Guillermo Avendaño, del que tengo un grato recuerdo, y otros dos compañeros, se toman la iglesia de Altagracia, y nosotros nos encargamos de llevar a los estudiantes y a los vecinos en manifestaciones hasta la Iglesia ocupada.
Encendíamos fogatas y nos movilizábamos alrededor del barrio para involucrar a los pobladores en la actividad, en apoyo a los compañeros que tenían tomada la iglesia de Altagracia, en solidaridad con los presos que estaban en huelga de hambre. Hacíamos volantes, y me acuerdo que uno de los líderes era el hoy Comandante Eduardo Cuadra Ferrey; y también estaban Marcos Sequeira y mi hermano Mariano.
Yo era menor que ellos, pero iba aprendiendo lo que me enseñaban. Para abril-mayo de 1978, se dio la huelga de hambre de doña Albertina Serrano, la mamá de Marcio Jaen. Entonces nos orientan tomarnos los colegios.
Mariano se toma el Instituto Miguel de Cervantes, y nosotros íbamos a asambleas de coordinación que se realizaban en la UNAN. Ahí conocimos a un montón de gente como Paúl González, quien después cayó en Masaya; a Walter Mendoza, William Grigsby, Javier López, Guillermo Avendaño, Germán Ruiz. Es decir, nosotros nos vinculamos con el sector estudiantil en la lucha contra el somocismo.
Mónica: Mis hermanas Alma Nubia, Amparo y Zulema Baltodano son de esa camada de luchadores. Almita, contanos un poco sobre esta participación.
Alma Nubia: Nosotras estudiábamos en un colegio privado, pequeño, allá en Santa Ana, contiguo a Las Delicias del Volga, que se llamaba Colegio San José. Como andábamos ya con las inquietudes revolucionarias, en la huelga de junio de 1978i nos tomamos ese colegio y nos expulsaron.
El siguiente año, nos negaron la matrícula. El Director del San José no nos aceptó porque a diario hacíamos pintas; luego las limpiaba y nosotros las volvíamos a poner; dijo que ya no nos aguantaba. Expulsadas definitivamente, nos tuvimos que ir al Alfonso Cortez, por Linda Vista.
En esa época, como explicaba César, las acciones del movimiento estudiantil eran más de cara a los barrios; siempre se hacían cosas en los colegios, eran labores políticas y de reclutamiento; pero en la noche participábamos en la propaganda de los barrios, las fogatas, las pintas; éramos organizados en los CAP y en los Comités de Defensa Civil (CDC).
Todos los días en los barrios, a partir de las seis de la tarde, lanzábamos bombas de contacto, y ya en 1979 eso era como un ritual. No era sólo tirársela a los jeep BECAT, sino a los esbirros, o simplemente lanzarlas a la calle. Era una manera de decir, aquí estamos. Y después de eso, a las cuatro de la mañana, pintas. Aunque la Guardia las borraba al día siguiente, nosotros reiterábamos en pintarlas. Las hacíamos por escuadras. Dos vigilando y dos pintando.
César: Tirábamos bombas en la puerta de la casa de los esbirros, sólo como un señalamiento: Te conocemos, sabemos que estás en la Guardia.
Mónica: En esos movimientos participa Mauricio Almendárez. Él se distinguió en una acción temeraria frente a Somoza. Es bueno que la cuenten.
César: En los tiempos de la dictadura, durante los desfiles patrios, Somoza estaba en el Palacio Nacional. Él se asomaba a una ventana y los estudiantes de cada colegio lo pasaban saludando con la bandera nacional acompañada de la bandera del colegio. Mauricio Almendárez, que estudiaba en el Colegio Cristóbal Colón, sacó la bandera roja y negra, y con ella saludó a Somoza. ¡Ni quiera Dios!, al ratito le cayó encima toda la seguridad somocista y la Guardia lo capturó. Nosotros quisimos cubrirlo, pero no pudimos, porque nos reprimieron. Mauricio estuvo preso varios meses y lo torturaron. Lo torturaron y tiene las señas todavía, pues yo lo sigo viendo. Fue un acto valeroso, no cualquiera se le ponía de frente a Somoza con la bandera roja y negra.
Alma Nubia: Ahora parece sencillo, pero eso fue en septiembre del año 1978. Luego de varias insurrecciones en el país, después que Somoza ha bombardeado Estelí, y de la toma del Palacio Nacional. O sea, este compañero fue realmente valiente. Tendría lo más unos dieciséis años, cuando hizo eso.
César: Cuando doña Albertina se va a huelga de hambre en La Cruz Roja, se da la toma de los colegios, se paralizan las clases y la huelga se generaliza en todo el paísii. Todos los del sector estudiantil nos dirigimos a los barrios, al sector popular, con la orientación de hostigar a la Guardia.
Alma Nubia: Yo participé también en la huelga de hambre de doña Albertina. De los barrios mandábamos representaciones para hacer uno o dos días de ayuno en solidaridad. A mí me tocó ir por Altagracia.
Acabo de recibir una llamada de Estelita Soto reclamándome porque no he mencionado la participación de los padres de familia del Colegio San José, quienes apoyaron este movimiento. En realidad, Estelita es alguien muy querida por mí; es la madre de una compañera de clase, Jacqueline, quien colaboró fuertemente. Era la esposa de Alfredo Sánchez, quien participó en el asalto al Cuartel de Masaya en 1977. Y también nos apoyó mucho Freddy Blanco. Una persona muy amiga de Zulema fue Claudia Morgan, quien escribió una canción que musicalizaron Martha Baltodano y María Eugenia Baltodano, que no son parientes nuestros, pero llegaron a estudiar a ese colegio posteriormente y lucharon porque se le pusiera Zulema Baltodano.
César: El núcleo direccional estudiantil lo integraban Manuel Olivares, Marcos Sequeira, Eddy Rodríguez, Mariano Sediles y yo, y decidimos irnos a los barrios para movilizarlos alrededor del cese del aislamiento de Marcio Jáenz y Tomás Borge, y por el fin de la dictadura. Las actividades se vienen incrementando y, cuando llegamos a septiembre, en el marco de la insurrección que se desata en los departamentos, se planifica la acción en que nos involucramos todos.
Lógicamente, en Managua no se puede desarrollar una insurrección amplia porque aquí está el Cuartel General de la Guardia y la sede de la Oficina de Seguridad Nacional. Fue así que el sector estudiantil pasó a los barrios, y en ese contexto se prepara la emboscada a la Guardia en Bolonia. Se planifica en Altagracia, salimos de ahí hacia Las Palmas, que fue donde pusimos la emboscada, y como bien vos lo decías, se revirtió en una masacre.
Mónica: Ustedes realizan esta acción como parte de las acciones ofensivas que el Frente Sandinista desarrollaba en todo el país. Recuerdo que Ramón Cabrales habló con Urania y se planificó la operación; pero a la hora de ejecutarse, se realizó con cierta precipitación; una falla fue la falta de información. ¿Cómo diseñaron la operación?
César: Se trataba de emboscar a las patrullas que se movilizaban en los jeep BECAT y recuperarle las armas. Haríamos esto en conmemoración de la caída de los Comandantes Ricardo Morales, Oscar Turcios, Juan José Quezada y Jonathan González, caídos en Nandaime en 1973. Incluso, la Brigada se llamaba Héroes y Mártires de Nandaime, pero desgraciadamente todo se nos revirtió. Se toman la casa y ahí pecamos de inocentes. La Urania dejó ir a todos los de la casa, y entonces fueron a poner la denuncia de que había una escuadra sandinista.
Mónica: El dueño, Hugo Espinoza Rodríguez, ¿era somocista?
César: Era somocista. Era el dueño del restaurante King, que estaba frente a la UCA. Después yo supe que los compañeros fueron a quemar ese negocioiii. Debido a esta denuncia, en vez de BECAT, llegaron como tres camiones llenos de guardias, una tanqueta y armamento pesado. Hicieron un cerco de doble anillo en toda la manzana para que no nos escapáramos. En frente estaba la tanqueta bombardeando la casa, y un guardia con un lanza granadas M-69.
Mónica: ¿Ustedes lograron disparar?
César: Sí. El responsable militar de la escuadra, Valentín Barrios, estaba arriba del techo con un rifle Garand, ésa era el arma más pesada que teníamos; Manuel Olivares tenía un arma corta, Marcos Sequeira un rifle 22 y la Urania con su Browning y dos granadas; ésa era la escuadra militar y estaban dentro de la casa.
Eddy Rodríguez, Guillermo Romero y yo actuamos como milicianos de apoyo, teníamos bombas de contacto y un revólver calibre 22, y estábamos en un patio vacío contiguo a la casa.
Mariano Sediles estaba enfrente, donde ahora es Las Malvinas y antes era predio vacío. A Rolando Herrera no lo conocíamos ni estoy claro en qué posición estaba. No sé si era un colaborador que cae en la operación. Él llegó con la Urania.
Cuando nos comenzaron a rodear, le avisamos a la Urania que los guardias venían parapetados en las paredes, igualito como avanzaban en la insurrección. Eran como tres camiones de guardias.
Mónica: Y ellos, ¿no los conminaron a entregarse, a rendirse, o fueron directo a asesinar?
César: Fueron directo a masacrar. Todo estaba desolado porque en el país había un Estado de Sitio y nadie podía andar en la calle después de las diez de la noche. La masacre fue a las once y media de la noche. En realidad ese fue otro factor negativo, creo que esperamos mucho tiempo. Cuando miramos que la Guardia venía, avisamos, y la orden fue retirarse. Ellos también se hubieran retirado, pero no lo hicieroniv. De la unidad sólo salimos vivos Eddy Rodríguez, Guillermo Romero y yo, porque estábamos en el predio vacío, es decir, no estábamos propiamente en la casa.
Mónica: ¿Vos viste a la Urania cuando te retiraste? ¿Lograste verla?
César: Sí, a ella le dije que nos retiráramos, pero no sé por qué no quiso salir.
Luego de todo esto y después que matan a Mariano, nos reunimos con el compañero Víctor Hugo Tinoco, y él nos dice: –Se van a Cuba porque ustedes están quemados en el barrio, ya no pueden hacer nada. Se van. Y nos fuimos Eddy y yo. Eddy cayó después en Matagalpa, en el asalto al Bodegón, un lugar donde se había posicionado la Guardia, en junio de 1979, a sólo un mes del triunfo de la revolución.
Alma Nubia: Yo conocí prácticamente a todos los caídos en Las Palmas, porque nuestra hermana Amparo Baltodano trabajaba con ellos. Me acuerdo que escuchamos el gran tiroteo aquella noche de septiembre y nosotros nos metimos debajo de la cama; pero no sabíamos que estaban matando a los compañeros, hasta el día siguiente que llegó a contarnos uno de los sobrevivientes, Eddy, al que le decían “El Ojón”. Mi hermana lloró muchísimo porque trabajaba con todos ellos.
Mónica: Éstos eran jóvenes valiosísimos, excelentes alumnos, hijos ejemplares; fue como una especie de macolla de altísima calidad la que cayó ahí.
César: Manuel Olivares era un cuadro con buen nivel de desarrollo. Analítico, bien detallista, bien estudioso. Urania era una muchacha muy valiente, y tenía un carácter bien fuerte, ¡brava, brava! Ella era la única clandestina dentro de la escuadra. Y Ángel Valentín Barrios llegó después como instructor militar, para ese operativo; era un obrero del Reparto Schick.
Mónica: Marcos Sequeira era hermano de Carlos Sequeira, quien estuvo preso en la Central de Policía. Conocí muy bien a la mamá, a la heroica mamá Gilma.
César: A Carlos, hermano de Marcos en un intento de ajusticiamiento de Alesio Gutiérrez, lo capturaron en el Barrio Santa Ana. Doña Gilma Molina era intelectual y el papá de Marcos fue uno de los pioneros del cuento nicaragüense. Él escribió un cuento que se llama ¡Cuidado te jode el cerro! Hablaba sobre las dificultades de los mineros allá en Juigalpa, en las minas de Chontales. Toda la familia era muy comprometida con la causa.
Alma Nubia: Vamos a leer un resumen biográfico de los compañeros que cayeron.
Urania Zelaya Úbeda nace en 1959. Estudia primaria en San Rafael del Norte, departamento de Jinotega, donde se destaca como la mejor alumna. Interesada en los fenómenos sociales que acontecían en esa época, entra a la Escuela Normal de Estelí, destacándose por su rendimiento académico.
En 1976 se bachillera, y se integra a la lucha. A inicios de 1977 forma parte del Comité Ejecutivo del FER en la ciudad de Estelí.
Al multiplicarse el trabajo de propaganda en Estelí, se desata la represión contra el Ejecutivo del FER. Urania tiene que pasar a la clandestinidad. Es trasladada a Managua, y en 1978 la nombran responsable departamental del trabajo con los sectores estudiantiles de secundaria.
Marcos Antonio Sequeira Molina nace en Matagalpa el 2 de enero de 1959, o sea tenía 18 años cuando murió. Sus padres fueron Agustín Sequeira Argüello y Gilma Molina Campos. Estudió su primaria en el Colegio Bautista y su secundaria en el Ramírez Goyena y luego en el Miguel de Cervantes.
Se inicia en 1975 en el MES, que después de la división pasó a llamarse AES; en 1976 se integra al Comité Coordinador Leonel Rugama, que era parte del FER de secundaria. El 4 de mayo de 1977, en una reunión con el compañero Carlos Arroyo Pineda, fue nombrado responsable de los jóvenes de secundaria de Managua. A principios de abril de 1978 es capturado cuando desarrollaba una labor de agitación política en los buses urbanos, y permanece prisionero cuatro meses. Al salir de la prisión es reintegrado a su misma responsabilidad en el comité coordinador.
En los levantamientos insurreccionales de septiembre de 1978, se le ubicó en el barrio Acahualinca para que orientara el trabajo político, y también que participara en operativos militares de recuperación de armas y otras actividades. Cae valientemente el 18 de septiembre de 1978 participando en el operativo “Héroes y Mártires de Nandaime”. Sus restos yacen en la ciudad de Juigalpa, departamento de Chontales.
Mariano Sediles nace el 9 de enero de 1960. Su primaria la hizo en el Centro Escolar Simón Bolívar. Fue un alumno sobresaliente toda la primaria. Inicia secundaria en el Maestro Gabriel y luego en el Instituto Ramírez Goyena, de donde es expulsado por sus actividades políticas, y finalmente en el Miguel de Cervantes. Mientras estudia, también empaca y vende carbón en las pulperías del barrio para ayudar a los ingresos de la familia. Se incorpora al FER y después al trabajo de barrios.
Forma parte de una célula con William Díaz y Eddy Monterrey, que dirige el Movimiento Juvenil de Altagracia (MJA), desde el cual impulsan tareas comunitarias. También forma parte del equipo de dirección de la AES en el que estaban Marcos Sequeira, Manuel Olivares, Guillermo Romerov, Eddy Rodríguez y César Sediles. Participando en acciones de hostigamiento contra a la Guardia, pierde un dedo y sufre deformidad en una mano, al estallarle una bomba de contacto.
Quienes lo conocieron lo recuerdan por su interés en la formación política y realizando círculos de estudio aun en medio de las tomas de colegios y actividades militares. Decía que había que estudiar y llegaba a altas horas de la noche impartiendo charlas.
Manuel Olivares nace el 18 de abril de 1958. Fue el primer presidente de la AES en Managua. Estudió en el Instituto Nacional de Comercio la carrera de Contabilidad. Ingresa al FSLN en 1977, y participa en muchas actividades de la organización estudiantil. En agosto de 1977 es apresado, mientras realizaba acciones de agitación. Fue sometido a torturas en la Central de Policía. Se distinguía por su capacidad de dirección y análisis.
Eddy Rodríguez “Vidal” nace en La Trinidad, Estelí, en 1959. Sus padres, Pablo Rodríguez y Flora Rivera de Rodríguez. Estudió en la Escuela Salomón de la Selva, en el Instituto Ramírez Goyena y después en el Instituto de Comercio que hoy lleva el nombre de Manuel Olivares.
Se inició a la edad de doce años en huelgas y protestas estudiantiles. Colaboraba con Carlos Arroyo Pineda, trabajando en las organizaciones estudiantiles. Organizó la huelga para el cambio de Director de la entonces Escuela Nacional de Comercio, el señor Carlos Reyes, y en esta lucha fue capturado por primera vez.
En diciembre de 1977 participa en la campaña “Navidad sin reos políticos” y es capturado por segunda vez. En 1978 coordina en Managua la huelga nacionalvipromovida por la AES. En los inicios de la insurrección de 1978 forma parte de la Escuadra Benjamín Zeledón. Después de la masacre de Las Palmas, en la que logra salir vivo, parte hacia Cuba en octubre a recibir un curso político militar.
Regresa a Nicaragua en abril de 1979 y se integra en Matagalpa a la Columna Crescencio Rosales, como instructor militar. Con esta columna entra a Matagalpa el 10 de junio para la insurrección final. Cae herido en las acciones contra el Comando de la Guardia somocista en Matagalpa y muere poco después, el día 27 de junio de 1979, en el Restaurante La Jicarita. Su cadáver fue trasladado al comando sandinista, donde se le hizo un homenaje póstumo con asistencia de sus compañeros de lucha y vecinos del sector. Sus restos yacen al lado del que fue su compañero de lucha y responsable, Carlos Arroyo Pineda, en Matagalpa.
Comentario de la autora: Rolando López estudiaba Administración de Empresas en la UNAN, era hijo único de Olga Gutiérrez de López. (Barricada, 21 de septiembre de 1979).
Ángel Valentín Barrios era un obrero de la construcción que vivía en el Reparto Schick. A la zona en que él vivía, se le puso después su nombre. Valentín fue enviado para reforzar este operativo porque pertenecía a una unidad de combate; había recibido entrenamiento en una escuela en San Francisco Libre, que impartieron Ramón Cabrales y Julio César Avilés.
René Herrera era un estudiante de la Colonia 14 de septiembre que había movilizado en varias ocasiones a dirigentes clandestinos; en su vehículo trasladó las armas y movilizó a Urania y a Valentín Barrios.
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Mónica: Leonel Sediles estaba muy pequeño cuando murió su hermano Mariano. ¿Cuántos años tenías? ¿Qué recordás de todo esto?
Leonel: Tendría once años, y no se me olvida nunca, y en memoria de él, me fui al Servicio Militar antes de cumplir la edad reglamentaria, incluso escondido de mi mamá, me fui a los catorce años.
Mónica: Después de la muerte de Urania Zelaya se bautizó con su nombre un taller de impresiones donde laboraban Mercedes Borgen y Carlos Amaya. Carlos cayó en León. Sacábamos unos hermosísimos comunicados. El taller eran dos mimeógrafos y, lo máximo en avance tecnológico, un quemador de esténciles que nos permitía que las cosas salieran más bonitas. Ahí publicábamos cinco mil ejemplares de un comunicado que iba a ser repartido por ustedes. Pero además ustedes hacían sus propias impresiones en los barrios. Cuenten cómo hacían esas impresiones en los barrios.
César: Los hacíamos con mimeógrafos de madera. Era una tabla sólida y un marco de madera, unidos ambos por unas bisagras. Sobre el marco tensábamos una telilla, muy tensa, y sobre ella prensábamos el esténcil picado con los textos de lo que queríamos comunicar. Echábamos la tinta y la distribuíamos uniformemente con una espátula. Pasábamos encima una varillita de madera cuadrada del ancho del esténcil, con un borde de hule, como de llanta. Lo corríamos hacia abajo, como si fueran los tricos de un carro. Eso lo pasábamos encima del esténcil y la telilla, y así la tinta pasaba hacia cada hoja de papel blanco, y quedaban muy bien hechas las impresiones. Una a una, cada página. Eran nuestros elegantes comunicados. En secundaria, la AES aprendió a hacer eso.
Mónica: ¡El mimeógrafo de madera! Lo podías hacer uno por cada barrio. Lo importante era que te llegara el comunicado, que la gente supiera las orientaciones y se informara de la lucha que estábamos realizando.
César: Lo importante era que el comunicado lo vieras bien y lo entendieras.
Mónica: Y ahora todo es, ¡no hay recursos! ¡Es que no se puede! ¡Es que no sé qué!
César: Y ahora es más fácil, porque antes teníamos a la Guardia y a la OSN detrás.
Mónica: La lucha genera creatividad y mística. ¿César cómo es que se van ustedes a Cuba?
César: Con la masacre de Las Palmas, de hecho todas nuestras actividades quedan al descubierto. Nosotros éramos semi-clandestinos, la única clandestina era Urania. Yo ya no vivía ni llegaba a mi casa. Entonces las estructuras superiores del Frente Sandinista deciden trasladarnos a Cuba.
Antes del viaje nos pasaron muchas cosas, por ejemplo, Eddy me dice que vayamos a Matagalpa, que se va a despedir de su familia; pero estando allá nos metimos a una hacienda y en lo oscuro caímos en unos lodazales terribles. Cuando logramos salir, estábamos todos lodosos, con un foco, una bolsa con crema y cuajada y una chaqueta en las manos.
Cuando llegamos a Matagalpa, Eddy me dice que lo espere en el parque y se va a despedir de sus tías y, cuando vuelvo a ver, un guardia de la EEBI con un fusil Galil me pega con el cañón en las costillas y me dice: –Venite. Y me echaron preso. Cuando voy entrando al Comando, había una tanqueta, unas ametralladoras 50, sacos de arena. Y yo dije, ¡de aquí ya no salgo!
Mónica: ¿Y cómo te salvaste?
César: Me ayudó mi familia y Martha Moreno Menocal, que era una de las Responsables del barrio. Llegaron a verme, lloraron e intercedieronvii. Nos fuimos a Cuba en octubre de 1978. Otra gente fue a Panamá, otros a Venezuela y otro grupo a Costa Rica. En Cuba nos impartieron un curso en donde estaban como en refrescamiento parte de los presos que acababan de ser liberados en el asalto al Palacio Nacional y otros ya experimentados. Álvaro Baltodano, Tomás Borge, Yadira Baltodano, Margine Gutiérrez, Doris Tijerino, Roberto Calderón, Juan José Úbeda, René Núñez y otros compañeros. El curso fue de mes y medio e incluyó entrenamiento militar, tácticas de guerra de guerrillas y explosivos. Volvimos en abril de 1979, precisamente cuando estaba la insurrección de Estelí.
En el curso participamos como ochenta personas; luego nos dividieron en grupos para entrar a Nicaragua. Viajamos de Cuba a Panamá, luego a Honduras y entramos a pie por Somotillo. Fue una odisea porque nos metimos a media noche, bajo un aguacero torrencial, y tuvimos que quedarnos en calzoncillos para no mojar la ropa, ya que al día siguiente teníamos que agarrar el bus de Somotillo a Chinandega. Gracias a Dios que sólo veníamos hombres. Veníamos desnudos en medio de los breñales, así que cuando logramos vernos en la mañana, parecíamos como que nos había salido el diablo, todos arañados por los zarzales, llenos de espinas. Ya en Managua, nos disgregaron.
Mónica: Alma Nubia, por las mismas fechas en que César regresa del entrenamiento en Cuba, vos sufrís el accidente en que perdés tus manos. Contanos un poco de eso.
Alma Nubia: En marzo de 1979, echan presa a Zulema. El FER hizo una galería de héroes y mártires, y por eso nosotras estuvimos recogiendo información de distintos caídos. Ella había ido a buscar unos documentos a Matagalpa. Me acuerdo perfectamente que la capturaron cuando viajaba para regresar los documentos a la familia de Salvador Amador. Entrando a Matagalpa, la Guardia revisó el bus y la capturaron. Estuvo casi un mes presa, sólo por llevar fotos de un caído.
Los jefes de los CAP generalmente participaban en las escuadras y unidades de combate. A veces ni se conocían entre ellos. Lo asignaban a uno a la unidad de combate, eran distintos operativos militares y había veces que ni nos conocíamos. Los que entrábamos a las unidades, éramos los que ellos miraban más firmes y decididos. En la unidad de combate a la que yo pertenecía, estaba Javier Cuadra. Yo participé en dos operativos con Javier y él me ayudó mucho cuando perdí mis manos. Después cayó con otros compañeros por el puente El Edén, en mayo de 1979.
Independientemente de que ya participaba en otras acciones, también hacía bombas de contacto. Recibíamos ya hecha la combinación de la pólvora para las bombas; nosotros sólo las armábamos, colocando la piedra o el trozo de hierro que permitía el estallido al contacto, y las envolvíamos con papel periódico y masking tape.
Días antes habíamos notado que la pólvora tenía una composición que no era adecuada. Javier Cuadra tenía una parte debajo de su cama y notó que se le había quemado. Era muy fuerte la mezcla de la pólvora con clorato de potasio que recibimos.
El día que estábamos haciendo las bombas, yo escuché un sonido, algo así como crujir, sentí completamente la fricción, todavía tuve tiempo y comenté: –Oí, esto está malo, no me gusta, y ¡puuum!, estalló. Cuando vi, mis manos estaban totalmente pulverizadas, y en una de mis piernas tenía una herida profunda, un hoyo muy grande.
El accidente fue el jueves 12 de abril, en plena Semana Santa. Para entonces Zulema estaba presa y te imaginás mi pobre madre, vos clandestina, Zulema presa, Amparo semi-clandestina y yo herida, y ella teniendo que cuidar a tu hijo Pancasán.
Me llevaron primero a la Clínica Santa Mónica, en Bolonia; pero dijeron que ahí no podían hacerse cargo por lo complicado del caso. Tuve que ir al Hospital Bertha Calderón, y ahí me operó el doctor Wilson. Las personas que me trasladaron fueron César Emes y Javier Cuadra. En el Hospital me cambié de nombre, y cuando me llegó a buscar mi mama con mi nombre propio, los médicos se pusieron peor, completamente temerosos, porque desde que llegué sospecharon de qué se trataba.
El médico que me operó es el doctor Wilson, por dicha tenía una amiga común con César Emes, y se portó con sensibilidad. Después tuve que salir porque la Guardia iba a llegar, salí de nuevo a Santa Mónica con la bolsa de suero, debido a la emergencia. El CPF le dijo a mi hermana que no podía dejarme salir, que yo debía firmar, mi hermana Amparo le dijo: – ¡Y cómo va a firmar, no ves que no tiene manos!
Luego de dos días de recuperación en la Clínica, me trasladaron a una casa del INCAE, porque la hermana de César Emes era casada con un profesor de ahí; andaban de vacaciones y habían dejado la casa al cuidado de su cuñado. Su susto fue encontrarme ahí cuando regresaron, pero me aceptaron.
El que llegaba diariamente a curarme y me hizo los injertos en las piernas, fue el doctor Sergio Prado “Chito”. Los hizo en la propia casa. Siempre se portó firme y consciente. Llegaba vestido de cura.
Fijate el caos de mi mamá: después que sale de la cárcel, Zulema se mete en la insurrección, y nosotros tuvimos que asilarnos. Estando asilados, le dijeron que Zulema había caído, mientras nuestra otra hermana, Amparo, fue capturada, y salió hasta la victoria de la revolución. Y nosotros en la Embajada de Venezuela en condiciones realmente terribles, hacinados y mezclados con todo tipo de gente, porque había hasta delincuentes, gente que realmente no eran asilados políticos.
Después, Mercedes Borgen, Frank Toruño y Walter Mendoza, nos llevaron a Masaya a mí y a Ofilio, un compañero de León que también había perdido sus dos manos. Tuvimos que pasar varios retenes de la Guardia con los muñones escondidos.
En el cuartel de la Unidad de Combate Rufo Marín, estuvimos “hospedados”. William Ramírez personalmente nos recibió, y Glauco Robelo se portó súper solidario con nosotros. Todos los días la Guardia lanzaba morteros contra Masaya y teníamos que correr a meternos en el refugio, incluyendo a tu hijo Pancasán, que no había cumplido tres años. Unos días antes del triunfo de la revolución, nos trasladaron a Costa Rica en una de las avionetas que venían con armas y tiros y llevaban heridos, que aterrizaban en la carretera de Diriamba a La Boquita. Después nos mandaron a Cuba y ahí nos hicieron las prótesis.
César: Después que regresamos de Cuba, a los dos o tres días, antes de que nos disgregaran, llamé a mi mamá y le dije que estaba donde mi tía en Miraflores. Se puso muy feliz porque días antes había salido en el periódico la foto de un guerrillero muerto, y como yo nunca le escribí, pensaba que era yo; pero cuando mis padres me vieron, no lo podían creer.
Luego nos disgregaron y yo quedé en Managua, en los barrios orientales. Me llegó a traer Claudio Picasso y me llevó al Barrio La Fuente, donde el jefe era Ramón Cabrales. Entre los que estaban recuerdo a Harry Chávez “Helio”, era una casa por el Cine Ideal.
La casa de Rosa Álvarez fue mi casa de seguridad en los días de la insurrección, pero había otras viviendas donde estaban ubicados los combatientes de la Unidad de Combate Juan de Dios Muñoz. Salíamos a plena luz del día a hostigar a los jeep BECAT que escoltaban los buses del Colegio Primero de Febrero, que era donde estudiaban los hijos de los guardias. Hostigábamos y después nos replegábamos a las casas de seguridad. Cuando reventó la insurrección, nos fuimos a Villa Progreso, se estableció un cuartel central cerca de Bello Horizonte.
Mónica: ¿Quién era la jefatura?
César: Ramón Cabrales “Nacho” era un cuadro militar, un excelente jefe, no era emotivo, él meditaba, analizaba y planeaba. Era súper exigente y creativo.
Mónica: Cabrales todo lo hacía con una gran serenidad, y también siempre era muy práctico. Cuando se inicia la insurrección en los barrios orientales, todo mundo andaba haciendo zanjas anti-tanques con palas y un gran desgaste de energía. Él mandó a recuperar una pala mecánica y abrió una semerenda zanja en la entrada sur de Bello Horizonte. En el repliegue, en vez de llevar a toda la gente caminando como hicieron las otras unidades, él se fue a la Carretera Masaya, capturó unos buses, y llegó tranquilo a Masaya. Parece contradictorio porque él era la punta de la retaguardia. Cuando él miró que el centro se había convertido en un inmenso tapón, que no dejaba avanzar al resto decidió salir con su gente.
César: En el repliegue fuimos en la retaguardia, y por eso decíamos: – ¡Vanguardia en el combate y retaguardia en el repliegue!, porque nosotros hicimos aquella emboscada a la Guardia por el aeropuerto, donde les causamos muchas bajas, fue por donde ahora es la Shell de Waspán Norte. Agarramos a unos guardias que iban en dirección al aeropuerto. Nosotros tuvimos un triunfo rotundo, y el repliegue fue a los diez días.
Recuerdo que los mandos nos dicen que tenemos que irnos a Masaya, y yo digo: – ¿Cómo nos vamos a ir si acabábamos de pegarles fuerte? Pero supongo que los cuadros tenían otro nivel de conocimiento, de información. Nos fuimos al repliegue y yo me quedé en Masaya reforzando, porque esa ciudad era clave en la lucha. Había un hostigamiento constante de la Guardia desde El Coyotepe.
Mónica: ¿Y cuándo regresás a Managua?
César: El propio 19 de julio. Llegó desde El Coyotepe el traidor de Róger Miranda “Faustino”, al que en ese tiempo le decían “Pescuezo de Ganso”, y me dice que me haga cargo de distribuir no sé qué cosa; pero de repente miro las caravanas del Frente Sur que venían para Managua…
Mónica: No era el Frente Sur, éramos nosotros, que veníamos de Granada.
César: Y yo digo, ¿qué me voy a quedar haciendo aquí? Me voy para Managua. Me libretié, y ya en Managua busqué a mi gente, y encontré a la Columna de Cabrales en el Hotel Intercontinental, sirviendo de escolta al Comandante Tomás Borge.
Oyente: Aquí habla César Cardoza. Cuando la insurrección, yo tenía nueve años, ya soy un hombre de casi treinta años, quiero saber por qué fue traidor ese señor Miranda.
César: Róger Miranda fue guerrillero en la insurrección. Después del triunfo de la revolución pasó a ser ayudante del comandante Humberto Ortega en el Estado Mayor; y en plena guerra impulsada y financiada por Estados Unidos, él se fue a los Estados Unidos llevándose muchos secretos militares. Por eso, para mí es un traidor.
Mónica: No sólo para vos. Constitucionalmente es un traidor a la Patria, porque en medio de la guerra en la que los Estados Unidos estaban financiando a la contra, la CIA estaba involucrada y todo el escándalo de los fondos estatales comprometidos en la lucha contra Nicaragua, él se fue y le entregó al enemigo información militar.
César, llamó un oyente que quiere que contés sobre la embocada días antes del repliegue…
César: La emboscada se planificó con un alto grado de secretividad; es más, ni nosotros sabíamos dónde íbamos. Cuando llegamos al punto, dijeron que nos apostáramos en tres sectores, y así esperamos el convoy de la Guardia a la altura de la Shell de Waspán. Nosotros caminamos desde Villa Progreso y salimos casi a la Carretera Norte. Éramos casi ochenta combatientes. Ya teníamos RPG-7, minas Claymore, fusiles Galil y hasta un fusil AR-15.
Mónica: En la montaña, al AR-15 le decían “El ausente”, por la canción: “Ya llegó el que andaba ausente y ese no consiente nada”. Esa operación respondía a la orientación de realizar acciones fuera de las líneas de defensa. Volver invisibles las líneas de defensa, decíamos. Sorprender a la Guardia que pensaba que nosotros estábamos atrincherados. Salirse de las trincheras y sorprender al enemigo. Se adoptó cuando ya no teníamos municiones y la Guardia arreciaba los bombardeos.
Comentario de la autora: En conversación posterior con Ramón Cabrales, éste explica que en esa operación usaron una mina vietnamita. La única que hicimos explotar en toda la insurrección. Explica que la había fabricado un compañero hondureño que luego fue capturado y muerto en el barrio San José Oriental. Las unidades al mando de Cabrales habían intentado otra operación en Las Américas, al mando de Róger Cabezas, pero no tuvieron éxito.
Esta emboscada, realizada entre lo que hoy son las oficinas de Cisa Agro y la Shell Waspán, fue todo un éxito; se aniquiló el convoy, se recuperaron armas y municiones, y los combatientes se retiraron sin ninguna baja. Explica Cabrales que los que salieron levemente afectados fueron los mismos compañeros que pusieron la mina, pues aunque estaban a buena distancia de ella, los golpeó la onda expansiva. Era una mina poderosa –recuerda. La columna que realizó la emboscada se llamaba José Ángel Benavides. La operación estuvo al mando de Cabrales.
César: Ellos tenían un cuartel en la fábrica La Chontal. El convoy salió del Aeropuerto a abastecer a La Chontal. A esa gente fue a la que emboscamos. De hecho, nosotros no tuvimos ninguna baja. Ahí participaron Wilfredo Figueroa, Orlando Paz “Lucas”, quien fue de la Policía. También Cristóbal, “El Negro Mario”.
José Ángel Benavides era un extraordinario cuadro, organizador y combativo. Era el compañero de Francis Sevilla. Había caído unos días antes, cuando al tratar de proteger a una viejita, lo alcanzó la bala de un francotirador en el cruce de Rubenia. Esa emboscada de la Carretera Norte nos moralizó a todos. Tengo presentes algunas escenas medio cómicas. Me acuerdo de un guardia que estaba herido, estaba rodeado y decía: – ¡Ríndanse, les vamos a perdonar la vida! Estaba totalmente derrotado, y diciendo: –Ríndanse, que les vamos a perdonar la vida. ¡Estaba loco, desorbitado! Son anécdotas que se quedan grabadas.
No tuvimos ningún muerto, y es por eso que me asusto cuando, después, a los pocos días, nos dicen que nos replegamos a Masaya. Yo no entendía, pero después me di cuenta que ya no había municiones, que los que nos venían a apertrechar no podían hacerlo...
Mónica: Había un desgaste, la gente se iba saliendo, ya casi no había comida, y en la medida que la población civil salía, era mucho más posible una operación de tierra arrasada, de la Guardia que comprometiera las fuerzas que habíamos acumulado.
Tenemos que cerrar el programa y vamos a pedir un mensaje a los que han compartido aquí sus testimonios. Aquí tenemos a Leonel, quien tenía once años cuando matan a su hermano. Ha estado participando sentado en silencio, validando todas las cosas que ha contado su hermano y las vivencias de toda esta generación valiosísima de jóvenes de los años setenta. ¿Qué mensajes les mandás a los jóvenes de hoy?
Leonel: Quisiera que fueran como mi hermano, como Mariano, dedicado, un buen compañero, preocupado; él se preocupaba por lo que pasaba con uno, que si tenías zapatos, si tenía dos, él le regalaba uno, era sumamente generoso. Que fueran así, que no caigan en las drogas y decirles que hay que trabajar y estudiar, como lo hizo mi hermano.
Alma Nubia: Que se comprometan en las nuevas luchas por una Nicaragua en la que todos tengamos acceso a derechos fundamentales. Un país que no excluya a los que tenemos discapacidad, ya sea por efectos de la guerra o por otras causas, accidentes, problemas genéticos, etcétera. Que nosotros somos de una generación que lo dio todo por la libertad de Nicaragua y por la justicia.
César: Solamente que releven la actitud de las generaciones anteriores, que promuevan siempre el desarrollo, que siempre miren para adelante y que apoyemos siempre las causas nobles, como lo hizo la generación de Mariano y los compañeros que cayeron con él. Como lo hizo nuestra generación, que ayuden a empujar la rueda de la historia hacia adelante.
Hay que seguir adelante, siempre va a haber piedras en el camino, pero sólo el que no camina no se tropieza. El que camina es el que tropieza, y el que tiene fuerza de voluntad es el que sigue adelante.
9 de septiembre de 2000
NOTAS
Esta huelga que inició el 29 de junio logró que se paralizaran casi todos los colegios de Nicaragua, exigiendo el cese de la represión.
En marzo los familiares de presos realizan una huelga de hambre y en mayo de 1978, se realiza otra huelga de hambre de familiares de reos políticos, encabezada por Tomás Borge y Marcio Jaen. Doña Albertina Serrano se incorpora a esta huelga.
Según el Diario Novedades de la época, el dueño de la casa donde llegó la Unidad de Combate era el doctor Hugo Espinoza Rodríguez, médico psiquiatra.
Hay informaciones que indican que, parte de los compañeros fueron capturados heridos o ilesos. Sin embargo, todos ellos tenían un tiro de gracia en el ojo u otras partes de la cabeza. En las fotos publicadas en Novedades, todos los rostros están cubiertos de sangre.
Guillermo Romero participó en la operación de Las Palmas, y luego lo mataron en Managua; lo levantaron, se lo llevaron. Algunos afirman que fue llevado a la Cárcel Modelo; y otros, que fue asesinado en la Cuesta del Plomo. Su cuerpo nunca apareció.
En el año 1978, se realizan tres grandes movimientos huelguísticos de los estudiantes de secundaria. En mayo, en conjunto con la huelga de Albertina Serrano; el 29 de junio, en acción simultánea en todos los departamentos, se llegan a parar treinta mil estudiantes; y en septiembre, conforme al llamado a la huelga general y a la insurrección.
En los años finales de la lucha, la Guardia también traficó con la libertad de los presos. Hay datos que demuestran que capturaban masivamente y se aprovechaban de la angustia de los familiares, quienes pagaban lo que fuera para liberar a sus seres queridos. En el libro testimonial La Ruta del Comandante Pancho, don Luis Carrión explica este tráfico de presos, y afirma que a su hijo Carlos Carrión no pudo sacarlo porque estaba en una lista especial.