El Canto Vertical de los que ajusticiaron a Somoza
Edwin Castro Rivera
El hombre es superior a la palabra, recojamos el polvo de sus pensamientos ya que no podemos recoger el de sus huesos y abrámonos caminos hasta el campo sagrado de sus tumbas para doblar ante ellos la rodilla y perdonar en su nombre a los que los olvidan o no han tenido el valor para imitarlos. José Martí
Edwin Castro Rivera nace el 5 de enero de 1957 en León. Se gradúa de ingeniero civil en Fundacao, Universidad Federal de Río Grande del Sur, Brasil. Después del triunfo revolucionario de 1979 retorna a Nicaragua e ingresa al Frente Sandinista de Liberación Nacional. En el gobierno revolucionario ocupa el cargo de Gerente General del Instituto Nicaragüense de la Pesca (INPESCA); y luego dirige las empresas estatales Pesqueros Industriales Centroamericanos, S.A. (PICSA) y PESCASA, en Bluefields. En el año 1990 trabaja en la Empresa Metal Mecánica, S.A. (EMENSA), en Managua. En 1996 es electo diputado del FSLN, cargo que ocupa a la fecha.
Después del asesinato del General de Hombres Libres en1934, comienza en Nicaragua una etapa de descenso revolucionario, caracterizada por la dispersión y desarticulación de las fuerzas progresistas, las cuales carecen de una dirección política revolucionaria. Hay algunos brotes armados, sin resultados significativos y sin vinculación de unos con otros. Este es un período de pactos y de componendas entre conservadores y liberales, donde la represión se institucionaliza, no sólo contra los opositores, sino contra toda organización autónoma.
Los Estados Unidos consolidan su dominación en el país a través de Anastasio Somoza García, se fortalece el sistema capitalista con el monocultivo del algodón y el modelo agro exportador basado en la concentración de la tierra y el despojo de la misma al campesinado.
En
1954, cuando Somoza García decide reelegirse en la Presidencia de la
República, algunos patriotas nicaragüenses coinciden en que había
que acabar con el tirano. El 21 de septiembre de 1956, Rigoberto
López Pérez ajusticia a Anastasio Somoza García. Hubo un plan de
ajusticiamiento del tirano, es decir, no fue una acción espontánea,
o, peor aún, revanchista o criminal, como después dijeron amigos
del régimen. El comando que organiza la acción contaba con un
pequeño grupo de apoyo. Rigoberto López Pérez, en su heroico
empeño, fue acompañado por Edwin Castro Rodríguez, Cornelio Silva
y Ausberto Narváez. El resultado de la operación, por sus
consecuencias, se conoce como “El principio del fin de la dictadura
somocista”.
Aunque se conocen pocos detalles del operativo, fue una acción heroica y de justicia, que perseguía abrir un nuevo período en la lucha contra la dictadura. José Benito Escobar, en su obra Rigoberto López Pérez: el principio del fin, afirma que el grupo conspirador exploró varias posibilidades para realizar su plan, analizando tanto el comportamiento habitual del enemigo, como el programa de actividades oficiales de Somoza, para escoger el lugar y el día más indicado para ejecutarlo.
Los conspiradores supieron que el 21 de septiembre de 1956, Somoza García realizaría una gira de campaña por occidente, promoviendo su candidatura, y que por la noche asistiría a una fiesta en la Casa del Obrero, en León. Decidieron que ése era el momento para la acción, y cada quien repasó con cuidado el papel que tenía asignado.
Rigoberto López Pérez entró a la fiesta vestido de etiqueta azul y blanco, y esperó con absoluta naturalidad la hora acordada para realizar su misión. Pero el tirano estaba cansado, y, entre las diez y las once de la noche, anunció que se retiraría antes de lo previsto, acabando así con cualquier posibilidad de llevar a cabo la acción tal como estaba planificada, obligando a Rigoberto a tomar una decisión heroica, con plena consciencia de que aquello significaba que no tendría apoyo de retaguardia y tampoco habría posibilidad de una retirada. Y esa noche acabó con el tirano, pero él fue brutalmente acribillado a balazos por los guardias que custodiaban a Somoza.
Rigoberto López Pérez, un humilde trabajador que en León aprendió tipografía, el oficio de sastre y a tocar el violín, que se graduó de taquimecanógrafo y que escribió en los diarios El Cronista, El Excélsior y El Centroamericano, llegó a la conclusión de que había que acabar con el tirano, porque consideraba que eso sería un símbolo del repudio a la dictadura de la gran mayoría de los nicaragüenses, y una forma de despertar a las fuerzas progresistas y revolucionarias, del largo letargo en que estaban sumergidas.
El ajusticiamiento de Somoza García desató una cruenta represión y muchos fueron encarcelados y horriblemente torturados. Entre los capturados estaban Edwin Castro Rodríguez, Ausberto Narváez y Cornelio Silva. Fueron sometidos a salvajes tormentos, realizados incluso por el propio Anastasio Somoza Debayle. Los mantuvieron en prisión casi cuatro años y finalmente los acribillaron a balazos en el año 1960. El régimen informó que fueron muertos cuando trataban de escapar de prisión, en lo que se conoce popularmente como Ley Fuga.
El hijo de Edwin Castro Rodríguez, Edwin Castro Rivera, quien nació cuando su padre estaba en la cárcel, ha investigado y hurgado entre los pocos documentos que escaparon a la furia represiva del régimen, para reconstruir parte de esta historia. He aquí su testimonio.
Mónica: Edwin, ¿cómo se involucró tu padre con Rigoberto López?
Edwin: Cuando estaba pequeño, en el colegio se nos presentaba la acción de Rigoberto López Pérez como un acto suicida, personal y voluntarista. Yo me he dedicado a investigar, a estudiar y a recuperar los manuscritos que mi padre escribió en la cárcel, que son un testimonio y una herencia política que él dejó para Nicaragua. Muchos documentos, incluida correspondencia de mi padre con Rigoberto, se perdieron en medio de la represión del somocismo.
Realmente este pasaje de la historia inicia en 1954, cuando el fundador de la dictadura somocista, Anastasio Somoza García, manifiesta su intención de reelegirse y comienza su campaña política. Ante esta situación, se forma en la Universidad de León un comité anti-reelección que encabezan Aquiles Centeno Pérez, Tomás Borge Martínez y Edwin Castro Rodríguez.
En aquellos tiempos los movimientos armados se gestaban en Honduras, Costa Rica o El Salvador, porque en aquel momento la dictadura no asesinaba a los líderes más connotados, ya que temía que ello animara levantamientos populares, lo que hacía era exiliarlos, pero desde afuera, éstos seguían conspirando contra el régimen. Entre 1955 e inicios de 1956, mi padre, que para entonces tenía 24 años y estudiaba Derecho en León, hace varios viajes a El Salvador a visitar a mi abuelo, exiliado en ese país desde 1948. En uno de estos viajes conoció a Rigoberto López Pérez. Juntos analizan la situación y concluyen que al cerrarse las posibilidades de evitar la reelección de Somoza, hay que ajusticiarlo.
Mónica: ¿Fue una acción planificada?
Edwin: Mi padre lo deja bien claro en su libro y su correspondencia, que la acción fue planificada. En una carta del 10 de julio de 1958, dirigida a mi tía Anita Gil, quien le visitaba a diario en la cárcel, escribe:
“No pienses que el temor a ser asesinados ha sido la causa de nuestros proyectos, de los míos, nacidos de una larga y fría meditación. No, Anita, desde el momento en el cual acepté en El Salvador hacerme cargo de la coordinación y dirección del movimiento, sabía que mi vida no valía un cinco, después que he estado a las puertas de la muerte y que hoy cuelga la espada de la muerte sobre mi cabeza, sé que aún vale menos”.
Esto deja claro que la acción de ajusticiamiento de Somoza García fue organizada, no fue un acto voluntarista ni anárquico. Los expertos podrán criticar que fue una acción pobre en cuanto a estrategia militar, lo cual es cierto, precisamente porque Rigoberto y mi papá eran dos jóvenes de 24 y 25 años, más poetas que militares. Pero tomaron todo con mucha seriedad y se prepararon durante tres meses en León, principalmente en tiro al blanco, y a diario hacían ejercicios físicos.
Cornelio Silva, quien era un exiliado conservador, se les unió en El Salvador, juntándose así el exilio liberal con el conservador. Cornelio acuerda con Rigoberto y mi papa, que deben culminar el trabajo. Ausberto Narváez formaría parte del grupo en León.
Mónica: Muchos consideran esta acción como un parte aguas, el inicio de un proceso de ascenso revolucionario. ¿Estás de acuerdo en ello?
Edwin: Sí. Fue la primera acción coordinada. Después, de 1956 a 1960, hay más de sesenta y cinco movimientos armados en Nicaragua.
Otra cosa que se desprende del libro que mi padre escribió en la cárcel, y que José Benito Escobar también sostiene, es que ellos estaban completamente conscientes de lo que estaban haciendo. El prólogo que mi papa pide para su libro original, es un escrito de Juan Montalvo que se llama El fin del tirano, una justificación a la humanidad de ajusticiar al dictador.
Un párrafo de Juan Montalvo dice:
“No he sabido que hasta ahora hubiesen caído sino las bendiciones del mundo sobre los matadores de Calígula, Caracalla, Eliogábalo, y serían malditos quienes los maldijesen. ¿Con que es tan digna de respeto la existencia de los que viven privando de ella a los que la gozan otorgada por el Creador, y la llevan adelante girando honestamente en la órbita de sus leyes y de las humanas? No se le debe matar porque es hombre, y su vida la tiene del Altísimo: ¿son otra cosa los que él mata y viven por obra de un ser diferente? ¡El verse revestido de un poder humano y usurpado trastrueca el orden de las cosas naturales y modifica en favor de los perversos las leyes eternas que obran sobre todos! El que hace degollar por mano de verdugo, o manda a un grupo de soldados fusilar uno o muchos inocentes, sin procedimiento bueno ni malo, porque esto conviene a su ambición o su venganza, ¿será menos asesino que el que mata de persona a persona? Solamente la cuchilla de la ley en mano de la justicia puede quitar la vida sin cometer crimen. La tiranía es un hecho, hecho horrible que no confiere derechos de ninguna clase al que la ejerce, porque en el abuso no hay cosa legítima. Los tiranos, los verdaderos tiranos, se ponen fuera de la ley, dejan de ser hombres, puesto que renuncian los fueros de la humanidad, y convertidos en bestias bravas, pueden ser presa de cualquier bienhechor denodado”.
Mónica: Hay informaciones que dicen que Rigoberto ya había intentado ajusticiar a Somoza en dos ocasiones anteriores. Se dice que había viajado a Panamá, en ocasión de una reunión entre Somoza y el Presidente de los Estados Unidos. Se dice también que había intentado ajusticiarlo en la Convención del Partido Liberal efectuada en el Teatro González, en León. Es decir, ya se habían dado otras situaciones en las que el grupo había previsto realizar una acción contra el tirano. Esto está recopilado en un texto de Melania Vega, titulado Conozcamos a nuestros héroes y mártires de la lucha anti-imperialista.
Edwin: Cuando hay objetivos, vas explorando momentos y posibilidades. Eso fue lo que hubo, más que intentos de acción. Hasta donde yo he logrado investigar, se suponía que habría una respuesta en Managua de la oficialidad joven de la Guardia Nacional. Es más, en la noche del 21 de septiembre, algunos oficiales estaban al corriente de la situación, pero no lo creyeron; lo mismo ocurrió con algunos amigos de mi papa. Tomás Borge reconoce en La paciente impaciencia, que mi papá le contó y él no le creyó.
Mónica: Parece que le contaron a algunas personas de confianza.
Edwin: No sólo les contaron, sino que había un grupo de gente que conocía de la acción porque se esperaba un levantamiento ante la muerte de Somoza. Se buscaba dar con esto un golpe y evitar que sucediera lo que ocurrió al fin de cuentas: que los hijos asumieran el gobierno y se prolongara la tiranía.
Mónica: Esto es importante porque, históricamente, deja claro que la acción no consistía simplemente en matar al tirano, sino en deshacer la tiranía.
Edwin: Exacto. Era afectar a la tiranía. Lo que pasa es que había falta de credibilidad. La tiranía era tan fuerte que no creían que cuatro chavalos pudieran dar al traste con ella; y aquéllos todavía confiaban en que las cúpulas iban a reaccionar, y al final se acobardaron.
Mónica: Y además, todavía no había un verdadero movimiento popular que acompañara la acción. El grupo pensaba –como ocurrió realmente– que aquella acción permitiría el aceleramiento del movimiento popular. La acción en sí, ¿en qué consistía?
Edwin: Somoza venía de una serie de actividades de proselitismo político en Occidente que culminarían ese fin de semana con una fiesta en el Club de Obreros, en León. Ahí iba a recibir el respaldo de la fuerte dirigencia obrera leonesa. Con él venía toda una caravana. La acción estaba prevista para una hora determinada, creo que las diez u once de la noche. ¿Qué sucede? Esto es lo que he sacado con mayor claridad: que Somoza, ante el cansancio por todo el trajín de las actividades del día, manifiesta que se retira. Entonces Rigoberto tiene dos posibilidades: aborta la acción o sigue adelante sin posibilidad de salir vivo. El gran heroísmo de Rigoberto es tomar la decisión de cumplir la misión, sabiendo que no contará con ninguna retaguardia ni con un plan de fuga.
Mónica: ¿Cómo Rigoberto consigue acceso a la fiesta?
Edwin: Rigoberto entró a la fiesta con una invitación que le consiguió mi padre. Acordate que mi padre, a pesar de ser opositor, era de familia de clase media alta y con fuerza política, porque mi abuelo fue Alcalde y Jefe militar de León. Alguna vez se mencionó que Rigoberto entró a la fiesta como mesero, pero no fue así, Rigoberto entró como invitado.
Se anunció entonces que el dictador se iría al finalizar un último baile. Cuando Somoza paró de bailar, Rigoberto accionó la pistola, y el último tiro –que fue el más dañino– lo hizo cuando iba cayendo, agonizando, tras ser acribillado por los escoltas del tirano.
Mónica: José Benito Escobar describe el ajusticiamiento de Somoza de la siguiente manera:
“El anuncio que hace el tirano de retirarse, no está de acuerdo con el tiempo y la hora que Rigoberto y el grupo de apoyo han establecido. Si el tirano se va, la acción se echa a perder. Esto es lo que obliga a Rigoberto a adelantar el ajusticiamiento.
Según versiones, el tirano sólo espera que se termine de bailar una pieza para despedirse. Cuando esto sucede, Rigoberto se dirige hacia la mesa donde está el tirano presidiendo la fiesta, y cuando está a un poco más de dos metros, extrae de entre sus ropas el revólver, y comienza a dispararle.
En la posición de pie y avanzando apoyándose en la otra mano, le hace los primeros disparos, haciéndole impactos en el brazo y el pecho. Después cambia, y de la posición de tendido, le hace los últimos disparos, éstos le perforan la ingle”.
Comentario de la autora: En su obra La Saga de los Somoza, Agustín Torres Lazo, el Fiscal que llevó el caso, afirma que casi al momento que Rigoberto hacía su último disparo, un cabo de apellido Lindo le descerrajó un culatazo salvaje entre la nuca y la quijada, y que acto seguido, repuestos de la sorpresa, los agentes de seguridad descargaron hasta cincuenta y cuatro tiros de todo tipo de armas contra el cadáver, al que luego llevaron arrastrado a la calle, tiraron en un jeep, trasladaron al Comando de León, y de ahí a Managua, donde se perdió para siempre el rastro del cuerpo1.
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Edwin: A Rigoberto lo masacran porque ésa era la forma de actuar de la tiranía. En 1960, cuatro años después de la acción de Rigoberto, a Ausberto, Edwin y Cornelio, los matan con más de cincuenta balas a cada uno. Los cuerpos estaban totalmente pasconeados.
Mónica: ¿Qué pasa con los otros compañeros luego de la acción? Se sabe que tu padre, Cornelio y Ausberto, caen presos, al igual que una gran cantidad de conocidos opositores. Cayó preso Tomás Borge, Carlos Fonseca, y todos aquéllos que eran revoltosos.
Edwin: No sólo los revoltosos, también todos los que se relacionaban con ellos. El fenómeno de 1958 a 1961 fue muy interesante. Si bien es cierto que se dio una serie de acciones armadas, todas, excepto una, fueron gestadas en el extranjero. Sin embargo, la represión de los herederos de la dictadura fue tan violenta, que echaron preso a todo el mundo y mandaron a un montón de gente al exilio. Crearon el famoso exilio de Corn Island, porque en ese momento era casi una odisea ir o regresar de esta isla. La represión fue tan grande, que mi papá, Ausberto y Cornelio, se sintieron abandonados, porque no había un movimiento en el interior del país.
Mónica: ¿A ellos los capturan casi inmediatamente o pasan unos días? ¿Cómo los descubren?
Edwin: A Ausberto lo capturan al día siguiente, a Cornelio pocos días después, a mi papá lo capturan el 12 de octubre. Mi papá logra romper el cerco de León, gracias al apoyo de personas del pueblo que lo escondieron, entre ellos la famosa Garroba, bien conocida en León. Ella vendía caramelos y frutas en la esquina de la casa de mi papa.
La Garroba se lo lleva y lo esconde en Sutiava, y luego fuera de León, en la Isla de Juan Venado, frente al balneario Las Peñitas. Hasta ahí lo llega a traer la Guardia por la traición de un soplón. Lo trasladan a León, donde comienza el juicio, y en enero de 1957 lo condenan a diez años de cárcel, igual que a Cornelio, Ausberto y a Calderón, quien les preparaba las balas.
Mónica: ¿Por qué José Benito no hace mención alguna de Calderón?
Edwin: Porque Calderón era bastante mayor que ellos y no estaba directamente en la acción, sino en la retaguardia de todo el proceso de preparación.
Mónica: El hijo del tirano, Anastasio Somoza Debayle, quedó enfurecido, y dicen que las peores torturas se empezaron a aplicar precisamente a partir de esa fecha. Hay bastantes relatos sobre eso, por ejemplo, en su libro La PacienteImpaciencia, Tomás Borge cuenta que a él lo carearon con tu papá, y dice que observó que le habían arrancado las uñas. En las investigaciones que has hecho, ¿qué encontraste sobre eso?
Edwin: En realidad, era totalmente inhumano. Una de las torturas consistía en encerrar al prisionero en el famoso sótano de la cárcel de la Presidencia, donde, en vez de una pared, había una reja de hierro, y al otro lado estaban una pantera y un tigre. Ahí te mantenían durante una semana, tiempo durante el cual no podías dormir por los rugidos de las fieras y, cuando te dormías, te echaban agua helada. También estaba el famoso cuarto de costura de la Presidencia, que era toda una exigencia de tortura.
Una de las torturas “más finas” que le hicieron a mi padre, fue arrancarle las uñas con alicate. Una vez que le estaban naciendo, le metían pega entre la uña y la carne, le amarraban las manos y le pegaban fuego. Ya no hablemos de los golpes que le provocaban sangrado interno. Dicen, y he leído en algunos recortes periodísticos, que cuando se le hizo autopsia a Cornelio, presentaba castración de data reciente de manera no quirúrgica; eso significa que fue a punta de golpes y con métodos de represión. ¡¿Te podés imaginar lo doloroso que debió ser?!
En noviembre de 1958, cuando tenía casi tres años de estar preso, mi padre le escribió un poema a su sobrina Laura Mercedes. En la última parte dice: Yo no puedo verte con mis ojos de carne, ¿cómo habría de verte si me los han cerrado?
Somoza Debayle fue aún más cruel: en algunas ocasiones ejecutaba personalmente las torturas, como a Adolfo Báez Bone. En 1954, cuando estaba casi agonizando, Báez Bone escupió sangre sobre Somoza, y le dijo: “Mi sangre te perseguirá por el resto de tu vida”. Esto fue antes que le cortaran la lengua.
Mónica: Mientras los demás prisioneros fueron liberados, Edwin, Ausberto y Cornelio fueron mantenidos prisioneros casi cuatro años. ¿Cuándo los asesinaron?
Edwin: Los matan el 18 de mayo del año 1960. Para quienes les gustan los números, es un día interesante: es el día de la muerte de Martí y el día del nacimiento de Sandino. Los mataron en la madrugada y fueron masacrados. Mi padre tenía 56 perforaciones de bala, Ausberto otras tantas, Cornelio igual. Les aplicaron la famosa Ley Fuga.
Mónica: ¿En qué circunstancias se da el asesinato? ¿Qué hechos confluyen?
Edwin: En 1959 triunfa la Revolución en Cuba y, para que ésta no sirviera de ejemplo al resto de países latinoamericanos, el gobierno de John Fitzgerald Kennedy, en Estados Unidos, impulsa un proceso de apertura y presiona a las dictaduras para que liberen a los presos políticos y den espacios democráticos. A finales de 1960, las cárceles de Nicaragua quedaron prácticamente vacías. Para Anastasio Somoza Debayle, liberar a Edwin, Cornelio y Ausberto era inaceptable, él personalmente dirigió el asesinato de los tres patriotas.
Mónica: El pretexto para el asesinato fue decir que habían intentado fugarse. Otro ardid para no dejar salir a los prisioneros cuando cumplían su condena, era el llamado pisa y corre: aparentaban que te habían liberado y que te habían vuelto a capturar en flagrante delito. En realidad, nunca te habían soltado.
Tu padre te escribió uno de los más bellos poemas revolucionarios, Mañana, hijo mío, todo será distinto. ¿Crees que todo es ahora distinto, como lo soñó tu padre? ¿Se han cumplido sus presagios?
Edwin: Quiero que él conteste, leyéndoles un poema que, precisamente, escribió cuando se sintió abandonado, olvidado por el pueblo, por el movimiento.
Se llama Canto Vertical y dice:
Joven, desde mi juventud te escribo mi canto vertical
Compañero que olvidando mi nombre
has negado al hermano
Abre tu voz para gritar al mundo el nombre de la Patria
Proclama en las esquinas la palabra
que ha de lavar la sangre
en los cuerpos de tus muertos
Junta las manos no implorando
con los puños cerrados
para quebrar vitrinas
y romper las amarras de la idea
Si me has negado a mí,
no niegues más el nombre de la Patria
Escucha compañero
mi canto vertica
que escribo para ti desde la cárcel.
(19 de noviembre, 1958)
Edwin: Mi padre escribió esto después de casi cuatro años de cárcel, torturas y con la convicción de que su muerte era inminente. Y dice:
El mañana es siempre un círculo cerrado a los ojos de los hombres
Dios ha querido reservarse su silencioso secreto
Sin embargo, poeta al fin, he tratado de romperle y encontrar sus caminos
presentidos
Entre los versos de “MAÑANA” se agitan mis esperanzas,
Tendida la mirada hacia el destino que anhelo para mí Patria,
para mis hijos, y el que reclama mi propia juventud. Verdad es que a veces,
queda la esperanza estrangulada entre las manos de la tristeza;
Verdad es que a veces tímida, vaga la palabra sin atreverse a gritar, a plena
voz, ¡espero! pero el corazón me avisa: “cree en Dios y en los hombres, y
espera”; y yo,
creo en Dios y en los pueblos, y al creer: ¡espero!
Mónica: ¿Vas a leer el que te hizo a vos?
Edwin: Veré si puedo, es de las cosas que más difícil me resulta hacer. Dice:
“Mañana, hijo mío, todo será distinto
Se marchará la angustia por la puerta del fondo
que han de cerrar, por siempre, las manos de hombres nuevos.
Reirá el campesino sobre la tierra suya, (pequeña pero suya),
Florecida en los besos de su trabajo alegre.
No serán prostitutas las hijas del obrero,
ni las del campesino
pan y vestido habrá de su trabajo honrado
¡se acabarán las lágrimas del hogar proletario!
tú reirás contento, con la risa que lleven
las vías asfaltadas, las aguas de los ríos,
los caminos rurales…
Mañana, hijo mío, todo será distinto:
sin látigos, ni cárcel, ni bala de fusil que repriman la idea.
Caminarás por las calles de todas las ciudades,
en tus manos, las manos de tus hijos,
como yo no lo puedo hacer contigo.
No encerrará la cárcel tus años juveniles
como encierra los míos:
ni morirás en el exilio, temblorosos los ojos,
anhelando el paisaje de la patria,
como murió mi padre.
¡Mañana, hijo mío, todo será distinto!
17 de abril de 1999
Notas
1 Torrez Lazo, Agustín: La saga de los Somozas.