Juntos, obreros y campesinos, se hacía menos pesado el yugo
Víctor Manuel Guillén “Eulalio”
Víctor Manuel Guillén “Eulalio”, nace en una hacienda cafetalera de la comarca Uluse, municipio de San Ramón, Matagalpa, el 23 de diciembre de 1936. Aprende a leer y a escribir en una escuelita privada, donde asistió durante tres años. A partir de 1964, militando en el Partido Socialista Nicaragüense, impulsa la organización de los sindicatos de San Ramón, Matiguás, La Tronca y La Dalia.
En 1966, Rigoberto Cruz “Pablo Úbeda”, lo invita a incorporarse a la lucha guerrillera. Participa en las guerrillas de Pancasán y Zinica, y en las luchas que el Frente Sandinista de Liberación Nacional, desarrolla en Matiguás durante la década de 1970. En los años ochenta ocupa distintas responsabilidades. En 1990, los recontras hieren a una de sus hijas, después de lo cual, emigró al departamento de Carazo, donde vivió durante ocho meses. A la fecha de esta conversación, vive en Uluse, su tierra natal, labrando una parcela de tierra para el sustento de su familia.
Después del fracaso militar de las guerrillas de Raití-Bocay, el desafío fue la creación de bases de apoyo en las zonas donde debían operar los futuros grupos armados. Algunos guerrilleros se quedaron trabajando con cobertura de campesinos en esos territorios.
El PSN impulsaba la organización de sindicatos de trabajadores agrícolas y campesinos pobres en las zonas rurales de Matagalpa. Se agrupaban para enfrentarse a las arbitrariedades de los terratenientes, a la usurpación de las tierras de los poseedores y colonos de las comunidades, y a la explotación de los obreros con salarios míseros y cero prestaciones sociales.
Desde 1961, Bernardino Díaz Ochoa era parte del Sindicato de Oficios Varios, de Matagalpa. Ese año se enfrentó a su patrón, Raúl Rivera, a quien le reclamaba prestaciones sociales, y le ganó legalmente. En 1962, fue apresado por orden de este mismo finquero, porque mientras organizaba sindicatos en Yaosca, El Ocote, Quilalí y Bijao Sur, apareció muerto el abogado somocista León Lara. Le echaron la culpa al sindicato, y a Bernardino, y lo capturaron. En 1963 lo acusaron de haber participado en la guerrilla de El Bocay, siendo apresado nuevamente.
En 1964, Bernardino Díaz Ochoa reclutó a “Eulalio” para el trabajo sindical, y en 1966 ambos fueron incorporados a las tareas clandestinas del FSLN por Rigoberto Cruz “Pablo Úbeda”, y Denis Ortega “Chico Chiquito”.
El 22 de enero de 1967, el pueblo, que aún albergaba esperanzas de cambio por la vía cívica, fue masacrado mientras marchaba pacíficamente en Managua. Los líderes conservadores mostraron claramente su incapacidad para enfrentar el régimen. Siete meses después, el FSLN reafirmó su línea estratégica de la lucha armada popular, y la puso de manifiesto en Pancasán, con un nivel que expresó una calidad distinta a la de El Patuca. Pancasán es, de principio a fin, el resultado del trabajo realizado desde dentro del país. Mostró las vinculaciones con el trabajo campesino, y el desarrollo alcanzado hasta ese momento.
Víctor Guillén, conocido en las filas guerrilleras como “Eulalio”, testimonia sobre esta etapa.
Mónica: Víctor Manuel, ¿qué razones te motivaron a organizarte sindicalmente?
Eulalio: En 1964 conocí a Bernardino Díaz, organizado en el sindicato de La Tronca, que era más viejo que el sindicato de Uluse. El sindicato de Uluse se organizó por necesidad, porque los terratenientes despojaban a la gente, uno por uno, año con año. A los que se iban afincando, los despojaban. El principal era un yanqui, que vivía en Estados Unidos. El administrador era don Eduardo Haslam.
En 1964 hubo un despojo masivo de todos los afincados, los nativos y otros que habían comprado tierras ahí. Alrededor de veinte a treinta campesinos. Les notificaron que salieran de las tierras. Entonces algunos dijeron: –No nos pueden hacer esto, nosotros hemos comprado el derecho de posesión, ¡vamos a luchar! Así fue que se buscó en Matagalpa al Sindicato de Oficios Varios. Ellos dijeron: –Pues organicen un sindicato. Y así empezó la organización en la cual yo me involucré en 1964, y después me integraron a la Junta Directiva.
Mónica: ¿Qué cargo tenías en la Junta Directiva?
Eulalio: Yo era Secretario de Actas. Entonces los ricos empezaron a acusarnos de comunistas, y así fui conociendo de esa lucha. Me quedó la buena experiencia que hicimos una unidad, se puede decir una alianza entre los obreros y los campesinos, entonces, juntos soportamos el martirio y el yugo. Entre los obreros y los campesinos se hacía menos pesado. Antes de eso yo viajaba a Matagalpa, y no tenía amigos ni dónde ir. El único lugar era donde el patrón. Pero ya con la alianza yo me reconozco con muchos obreros, iba a sus casas.
Luego, también en Managua conocí mucha gente, obreros que estaban en la oficina de la Confederación General de Trabajadores Independiente (CGTI). Seguimos organizando y ya había sindicatos en Yúkul, Uluse, La Tronca, Quililito, Bijao Norte y San Dionisio. Pero llegó un tiempo en que los sindicatos toparon, y ya no pudieron seguir extendiéndose.
Mónica: ¿Qué tipo de lucha, qué demandas eran las que hacían estos sindicatos?
Eulalio: Buscando las prestaciones sociales. Los ricos pagaban muy poco al trabajador, la comida era pésima, frijoles agrios. No había horario de trabajo: desde que amanecía hasta que anochecía. Pero quiero decir que con esa lucha no logramos las prestaciones sociales. Donde vimos nosotros que no se les podía obligar a nada de todo eso a los ricos, a los terratenientes, entonces ¡hombre!, cambiamos, pensamos: Vamos a reclamar la tierra. Todos nos integramos a esa lucha por la tierra, no solamente los opositores, sino parte de los liberales, que eran trabajadores. Los que votaban por el Partido Liberal también se integraron, porque eran perjudicados, eran despojados, eran humillados.
Con la orientación que nos dieron, todos nos organizamos, y luchamos juntos y nos reconocíamos, y decíamos que no deberíamos seguir con esa división de partidos, porque ésos no daban nada, ni estaban de acuerdo con la lucha de los trabajadores. Entonces, en 1966, apareció un compañero sindicalista de Bijao del Norte, llamado Denis Ortega, a quien le conocimos su verdadero nombre porque estábamos en una vida pacífica. Después, él pasó a ser “Chico Chiquito”, y llegó a recoger información sobre lo que pasaba. Nosotros le informamos que íbamos a abandonar la lucha, porque no habíamos logrado nada, ni la tierra ni nada, porque no había alimentación, dinero, ni ropa, ni trabajo para nosotros. Entonces él me dijo: –Hay que cambiar la lucha, ¿no te parece? ¿Pero cómo? –le dijimos.
Todos habían llegado a hablar de fusil y de empuñar las armas, pero no se miraba nada. Nunca se había visto nada. La misma gente del PSN hablaba a grandes bocas, a grandes tapas, de que había que empuñar el fusil. Nos decían que no nos acobardáramos y tampoco nos afligiéramos, pero nosotros no sabíamos quién realmente andaba en la lucha armada. En un tiempo llegó uno que le decían “Mokorón”, y nos hablaba de eso, y después me di cuenta que “Mokorón” era Pedro Joaquín Rodríguez, del FSLN. Nosotros decíamos que si no ganábamos luchando cívicamente, entonces íbamos a pasar al fusil, para poder ganar la tierra, porque ése era el objetivo.
Mónica: ¿Cómo conociste a Pablo Úbeda?
Eulalio: Cuando llegó “Chico Chiquito” y le planteamos nuestro fracaso sindical, me dijo: –Mirá, ¿no te parece la lucha armada? Le digo: –Disimuladamente hemos andado investigando si es verdad que estos hombres tienen armas o si saben de cosas militares, y no saben nada. Entonces, ¿qué vamos a hacer? Más bien nos estamos dando color con el enemigo. Entonces me dijo: –Mirá, hay una organización que ya no es de sindicatos, sino de lucha armada; y en otras partes están organizados, solamente nos falta Uluse. Hombré –le digo, ¿por qué hasta ahora nos venís a decir eso? ¡Ideay, compañero!, nos has olvidado, sabiendo que nosotros hemos sido la fuerza de la organización aquí.
Habíamos entre trescientos y cuatrocientos campesinos organizados y con historia, porque esas tierras eran de la Comunidad Indígena de Muy Muy, y nosotros éramos los herederos de la Comunidad. Muchos de los viejitos se fueron a la Costa Caribe, a la montaña, y a nosotros nos dejaron esa idea de que éramos los herederos y habíamos hecho la fuerza de vivir ahí.
Él me dijo: –Mirá, aquí hay que organizarnos. Y le digo: –Pero sólo con la gente de nosotros no vamos a hacer una guerra, una guerrilla. Reuní unos hombres de confianza –me dice, para que vayamos a hablar, porque esto no es público, esto tiene que ser clandestino. Finalmente, “Chico Chiquito” se fue, y como al mes regresó con un hombre chele que no era sindicalista. Mire, aquí tenemos al compañero –me dice, él ya trabaja en la lucha armada, en la guerrilla, estuvo en Raití-Bocay. Y entonces empezamos con él. Era Pablo Úbeda.
Mónica: ¿Cómo era él?
Eulalio: Era un hombre joven, bastante blanco y delgado, con unas chapas de oro, y muy risueño, tranquilo; por el traje y el lenguaje, que lo manejaba bien, pasaba como campesino; no había problema.
Como primera tarea nos orientó poner de inmediato unas escuelitas allá por El Bálsamo, por El Zorro, para enseñarles a los niños y a los adultos. Nos encomendó esa tarea, y él se fue para El Zorro, donde personalmente el compañero “Pablo Úbeda” estuvo dando clases a diez niños y algunos adultos, debajo de unos palos en la montaña. Las clases eran por las tardes. Bueno, sucede que cuando ya habíamos trabajado mucho ahí, a una comisión nos mandaron para el cerro El Musún a traer unas armas que ellos utilizaron en Raití-Bocay; nos tocó irlas a traer para Uluse, y luego las llevé a El Zorro, donde las enterré personalmente.
Mónica: ¿Cómo eran las armas? Me has comentado que te decepcionaron.
Eulalio: Sí, correctamente. Las saqué de los sacos, vi un Garand que se miraba regular, otro estaba bastante oxidado, un rifle que después le decían el mata-danto, una escopeta, y algunas pistolas viejas. Entonces pensaba, ¡cómo vamos a guerrillear, a hacerle frente a la Guardia con estas armitas! Pero yo guardaba el secreto, porque no iba a desmoralizar a los demás. Me preguntaban si había buenas armas y les decía que sí, porque entendía que éramos una organización, y cuando se trata de organizar, es a organizar, para luego mejorar las cosas. Bueno, pues así empezamos.
Luego, esas armas las sacamos y las llevamos a Pancasán. Ya el Comandante Carlos Fonseca, que le decíamos “Jesús”, había llegado. Estaban también Oscar Turcios, el Comandante Silvio Mayorga, José Benito Escobar, un compañero que le decíamos “El Teacher”, éste estuvo dando clases en la comarca El Bálsamo, en Pancasán. Con esa gente, “Chico Chiquito” y unos compañeros campesinos de San Dionisio, hicimos una incursión de Uluse a Fila Grande.
Hay un detalle de esa incursión a Fila Grande. Íbamos bien cargados y bien golpeados. Miraba que la carga de “Jesús” era muy grande, y yo hice el comentario de que era más bulto que carga. Entonces el Comandante Carlos me dijo: –Vení tanteala, doblala; y yo no la podía levantar. Con eso yo no hubiera caminado. Era barbaridad de carga.
Nos entrenamos en la montaña de Fila Grande, y estando allí entró otro grupo de compañeros: “Pablo Úbeda”, “Cleto”, “Lencho”, “Corinto”, Paúl “El Teacher” –éstos son seudónimos–, Otto Casco, el doctor Danilo Rosales, Francisco Moreno, Tomás Borge, Nicolás Sánchez “El Tigre”, Fausto Heriberto Rodríguez “Faustino”, Genaro, era un campesino, pero no estuvo en el entrenamiento. Aquí no están todos. La compañera Gladys entró después.
Antes de empezar el entrenamiento hubo una reunión para asignar los mandos. El Comandante Carlos quedó como Comandante en Jefe y Político, algo así; el compañero Silvio Mayorga era el Secretario, y el Comandante Tomás Borge era el Jefe de Operaciones, junto al compañero Oscar Turcios. El resto quedamos como combatientes, con la compañera Gladys Báez. Después de los entrenamientos, se hizo un gran trabajo político en la zona, y se extendió para otros lugares.
Después nos dijeron que íbamos a un operativo para el lado de Matiguás. Fuimos a dar a una finquita de apoyo, en Pancasán, y nos dijeron que íbamos a estar unos cuatro días para descansar y después emprender la marcha. Recuerdo que en esos días llegó un compañero que le decían “El Flaco”, que yo lo había sacado dos veces por Muy Muy hacia Managua. No sé cómo se llamaba. Él llevó una información que nos hizo suspender el ataque al Comando de Matiguás.
Mónica: Tomás habla de un campamento llamado Sisimiqui, donde se planificó el asalto al Cuartel de Matiguás.
Eulalio: Sí, ese nombre, Sisimiqui, se lo puso “Pablo Úbeda”. Rápidamente quiero decirle por qué le puso ese nombre, que hasta yo lo desconocía. Es que el gallo pinto se cocinaba y se dejaba cocido, pero se perdía. Entonces creían que alguien se levantaba de noche y se lo comía. Entonces “Pablo Úbeda” lo dejó con una tapa que sonara a la hora de quitarla. Entonces él estaba de posta cuando… ¡pá!…le pone el foco. ¡Mirá!, “Napoleón” Oscar Turcios –le dice– ¡mirá quién se come el gallo pinto! Descubrió que era un animalito cara blanca el que se comía el gallo pinto.
Mónica: Creía que era alguno de ustedes, un indisciplinado que se levantaba a comer, y realmente era el monito, el Sisimiqui, el que se comía el gallo pinto.
Eulalio: Cuando no se pudo hacer el ataque a Matiguás, nos dividimos en tres columnas: en la del Comandante Borge, nos fuimos buscando Matagalpa, a una finca que se llama El Matapalo, a hacer unos buzones para alimentos y otras cosas. El Comandante Carlos se quedó en Fila Grande, no sé para dónde le dio. El Comandante Silvio Mayorga se fue para el cerro Quirragua, también a hacer buzones para alimentos, preparando el sustento de la guerrilla.
De repente, el Comandante Borge y yo regresamos a Fila Grande. A mí me dicen: –Andate por San Ramón, y te llevás el macho de “Napoleón”. Recuerdo que el Comandante Oscar Turcios hizo una llamada telefónica en San Ramón, para su señora, que trabajaba en un hospital en Managua.
Llegamos a Fila Grande ya con la noticia de que la Guardia iba para Pancasán. Se reunió el mando: Carlos Fonseca, Oscar Turcios y Tomás, y me ordenaron que fuera con Fausto al cerro Quirragua, para el lado de El Sable, donde estaban los otros compañeros. La orden era decirles que salieran rápido, lo antes posible, y así lo hicimos. Pero ellos presentaron oposición diciendo: –Hombré, cómo vamos a irnos si aquí tenemos que hacer un gran trabajo, hay que acabar de enterrar todo el abastecimiento, no podemos dejarlo tirado. ¿Qué sucedió? No obedecieron la orden. Pasamos un día, dos días, y a los tres días la Guardia nos cercó.
Mónica: Mire “Eulalio”, cómo lo relata Tomás Borge:
Estábamos dispersos cuando la Guardia Nacional detectó la presencia guerrillera. Silvio Mayorga se trasladó con un pequeño grupo hacia Quirragua, para almacenar alimentos y ropa. Otros estábamos en la finca de la familia Rodríguez, cerca de Matagalpa.
Eulalio: Ahí estaba yo.
Mónica: Voy a leerles lo siguiente:
Al Chelito Moreno, que acompañaba a Silvio, se le rompió durante la marcha una de las bolsas del pantalón verde olivo y, por ese orificio fatal, se le cayeron algunos tiros de 30.06. Éstos fueron encontrados por la Guardia, alertados ya por unas mujeres cortadoras de café, quienes días antes vieron pasar a un grupo de hombres extraños, tal vez cuatreros.
Cuando entró el enemigo por Matiguás, Germán Pomares, “Chicho”, “Eulalio”, “Chico Chiquito”, y yo nos regresamos a Fila Grande, donde estaban Carlos, Oscar Turcios y Daniel Ortega. No se sabía nada de Silvio y de su gente.
Decidimos que “Eulalio” y Fausto Heriberto García “Enriquito”, salieran en su búsqueda. Se les entregó un mapa, con escala de uno sobre cincuenta mil, indicándoles una ruta de regreso... pasaron los días sin que supiéramos nada. Carlos ordenó que yo fuera con Germán Pomares a la finca de los Rodríguez... El mismo día que llegamos, muertos de fatiga, se apareció Lidia, hermana de Antonio Rodríguez. Nos dio la información, captada por un radio aficionado, sobre un combate cerca de la Hacienda Washington...
El puesto de mando de la Guardia informaba a la Jefatura de la GN que, en dicho enfrentamiento habían muerto varios guerrilleros, y que otros estaban heridos, entre éstos, Silvio Mayorga; había por lo menos, un prisionero ileso: Otto Casco. Cuando “Eulalio” y Fausto García localizaron a Silvio, los guerrilleros estaban construyendo buzones…
Es lo que vos decís, ¿cómo fue eso “Eulalio”?
Eulalio: La orden la llevaba el compañero Fausto García “Enrique”, y aunque ellos hablaban aparte, “Enrique” me dijo: –Vení para acá, “Eulalio”, vení. ¿Qué pasó? –le dije. –Mirá, es que los compañeros dicen que no se pueden ir hoy; vos sos testigo que él dijo que inmediatamente se echaran esas mochilas a tuto. –Es correcto, la orden es que ya nos salgamos de aquí porque la Guardia viene rodeando el cerro.
Ellos insistían que no, que había que enterrar los buzones, y por eso nosotros salimos demasiado tarde de ahí. Tres días dando vueltas, y cuando salimos la Guardia nos puso una emboscada en la bajada del cerro, buscando un lugar del Comajón. Ahí cayó “Lencho”, y fue herido Nicolás Sánchez “El Tigre del Cerro Colorado”.
Mónica: “Lencho” se llamaba Ernesto Fernández.
Eulalio: El compañero Silvio Mayorga me dice: –Usted se queda aquí, con “El Tigre”; y si se muere, busque cómo taparlo tan siquiera; y se queda con Paúl, porque éste hombre no puede caminar.
Mónica: Sigue diciendo Tomás, que la unidad de Silvio hasta “tres días después iniciaron la marcha, aunque por una ruta diferente a la trazada en el mapa. Pablo Úbeda, Genaro Díaz, y Fausto García tuvieron un encuentro, sin consecuencias, con la Guardia. Silvio envió a “Eulalio” a la casa de Fermín Díaz, quien era un contacto de la guerrilla, y se supo que había sido capturado.
Eulalio: Sí, correcto. Nosotros vimos al compañero Fermín Díaz, porque la plaza era muy limpia. Lo tenían afuera, con las manos para atrás, amarrado, y a un hijo de él lo pusieron a acarrear maíz de la huerta. Todo se miraba desde ahí, desde la falda del cerro. Entonces me dice “El Tigre”: –Mirá, aquél es Fermín, y lo tienen amarrado, vamos a avisarle a los compañeros. Así fue que subimos allá, con la noticia de que ahí estaba la Guardia.
Entonces decidimos salirnos por una peña que le dicen El Altar, y bajamos a ese lugar del Comajón, donde la Guardia nos puso la emboscada. Cuando hieren al “Tigre”, lo cargué a como pude. En algunas pasadas de caminos lo cargaba al hombro.
Mónica: En este mismo relato, Tomás dice que, al subir la cuesta de La Mona, “El Tigre del Cerro Colorado”, que se había quedado borrando las huellas, encontró a un hombre que decía buscar la mula del Capitán, y cometió el error de no detenerlo. Y ese hombre le avisó a la Guardia.
Eulalio: Eso me lo platicó “Pablo Úbeda”: Hay una falla, “El Tigre” dejó ir a un hombre, dice que andaba con un rollo de mecate. Luego de eso, como te decía, yo me quedé con “El Tigre del Cerro Colorado”, y con Paúl, en Quirragua. “El Tigre” murió a los tres días, desangrado, y debajo de grandes lluvias. Lo tapamos con hojas y ramas. ¿Qué hacemos? –le dije a Paúl. Vámonos, compañero, yo voy a caminar como pueda, aunque sea de arrastrada –me dijo él.
Saqué a Paúl pasando por el río Sabalar. Fui donde un compadre que vivía en los alrededores. Llegué a media noche. Él se levantó rápido, y la comadre nos alistó comida. Subí a Paúl por El Guapotal rumbo a El Laberinto. Ahí tendí su hamaca, le di agua y comida, y le dije: –Aquí vamos a estar unos días, para que usted se cure de la rodilla y de la mazamorra. Pasó dos días tirado ahí. De repente me dijo: –Présteme el radio. Yo tenía un radio chiquito y se lo presté. En Radio Mundial informaban de un combate en la Washington. Yo le decía que no lo podía creer, porque los compañeros eran ágiles. Pero daban los nombres, y se puso a identificarlos por sus seudónimos: Silvio Mayorga, ese es “Cleto”; Rigoberto Cruz, ese es “Pablo Úbeda”, y me fue mencionando los nombres. Él los conocía a todos.
Después de eso, yo mismo llevé a Paúl de vuelta a Pancasán. Él viajó a Managua para informar lo que estaba pasando. Yo me quedé en Matagalpa, y después me fui para Managua, buscando a gente del PSN que yo conocía. Les conté que había una situación fregada, pero no les dije que andaba metido en la guerrilla.
Mónica: Tomás dice que cuando la hermana de Antonio Rodríguez transmite la información captada por el radio aficionado, de inmediato envió un correo a Managua para que esta información fuera pasada íntegra por la radio, con la esperanza de salvar la vida de los heridos y la de otros.
Un oyente nos acaba de llamar, y dice que la información fue trasladada a Julio López Campos, y éste se la dio a Manuel Espinosa, quien la transmitió sin vacilar en el Noticiero Extra, que estaba bajo su dirección en Radio Mundial. Vos decís, “Eulalio”, que Paúl escuchó la noticia en esa radio. O sea, ahí se cierra el círculo.
Pero sigamos el relato. “Eulalio”, decías que viajaste a Managua a buscar contactos y que fuiste a las oficinas del Sindicato de Carpinteros Albañiles, Armadores y Similares (SCAAS), ¿así fue?
Eulalio: Llegué al SCAAS, y de ahí me mandaron al barrio San Judas. Ahí me encontré con Pedro Rivera, Catalino Flores y Alonso Díaz, quien vive en San Ramón, Matagalpa. Después llegaron los compañeros Bernardino Díaz Ochoa, Pascual Granados, y el papa y la mama de Catalino Flores. Un montón de gente. Después llegó “Chico Chiquito”, quien también estaba en Pancasán. Me recomendó que no saliera mucho.
Luego llegó Efraín Sánchez, hijo de Domingo Sánchez Salgado “Chagüitillo”. Efraín nos había llevado en un vehículo desde aquí de Managua, cuando vine de Matagalpa con “Chico Chiquito” a llevar a la compañera Gladys a la montaña. En el camino tuvimos un accidente, el carro se volcó y yo quedé prensado con un tronco. Daniel Ortega y Efraín me sacaron como pudieron. Ellos se vinieron y yo quedé herido en la montaña de Matagalpa, y la compañera Gladys me inyectó y atendió hasta que me curé.
Entonces Efraín ya me conocía, y me hizo una cita para el barrio Monseñor Lezcano, a las ocho de la noche. Yo fui al punto a esperar, se parqueó un carro y cuando entré pude ver al comandante Carlos. –Idiay, “Eulalio”, ¿de nuevo? Sí, de nuevo –le contesté yo. –Vámonos; y así nos fuimos.
Mónica: ¿Vos conociste bastante a Carlos? ¿Cómo lo describirías? ¿Cuál era tu concepto de él?
Eulalio: Bueno, en lo físico él era un hombre alto, chele, de barba cerrada, así como sale en la foto, con sus anteojos oscuros. Una vez, en Fila Grande, me puse a cortarle el pelo a un compañero. Al día siguiente lo vi con las tijeras en las manos, y me dice: –“Eulalio”, vení. ¿Para qué? –le contesté. Nada, me vas a componer el pelo.
Como era mi Jefe, como era el compañero de más respeto, me sentía incómodo. ¡Cómo le voy a cortar el pelo a este hombre si no sé rasurar! Pero si yo no sé –le dije. Ayer usted estaba cortando pelo. Me pasa las tijeras y me dice: –Tomá, y se sienta en un tronco. Yo pensaba en la barba… –Compañero, y la barba ¿se la va a quitar también? –No, esa dejámela a mí. Así fue como le compuse el pelo.
Mónica: ¿Y vos sabías el nombre de él?
Eulalio: No. Todos le decían “Jesús”, pero sabían que era Carlos Fonseca. El que le conocía su nombre era don Antonio Rodríguez, el hijo de don Agustín Rodríguez, quien anduvo con Sandino. Él los conocía a todos. Una vez me dijo: – ¿Sabés quién es ese hombre? Ése es un doctor; se refería al compañero Silvio Mayorga.
Yo le tenía mucho respeto al compañero “Jesús”, pero no sabía que era Carlos Fonseca. Antonio Rodríguez fue el que me lo dijo después, cuando ya se iba a realizar el operativo de Matiguás. Cuando lo supe, no me sentí muy alegre, porque pensé: Si ésta es una cuestión secreta, tengo que tener más cuidado. Si llego a caer en manos de la Guardia me van a preguntar por este hombre. Tengo que tener más cuidadito. Así que no fue tan alegre la noticia.
Mónica: Entonces, ¿qué pasó después del encuentro en el barrio Monseñor Lezcano?
Eulalio: Me llevó por ahí. Nos fuimos a meter a una galería. Nos andaba conduciendo el doctor Ricardo Morales Avilés. Entonces ahí estuvimos, platicando. Les pregunté: – ¿Cómo han estado, cómo se sienten? Mire, “Eulalio” –me dijo, bien jodido. Por nadita nos matan, nos vimos en alas de cucaracha. Me preguntó por Catalino Flores y por otros que habían salido de la cárcel: – ¿Te has visto con ellos, cómo los mirás? A Catalino lo veo muy bueno, más bien dándome recomendaciones de firmeza y de lucha –le digo yo. Lo veo muy bueno para ponerlo a trabajar. Mirá –me dice, vas a trabajar con Catalino. Ahora el trabajo no va a ser en Pancasán, va a ser en Bijao Norte, con “Chico Chiquito”.
Así nos trasladamos a trabajar con Fabio y “El Gato”, que decían que era de Chontales. Me fui a Matagalpa a una hacienda de Isidoro Montoya, opositor, y hasta hoy colaborador del FSLN. Ahí estuve. Llegaba “El Gato” a dejar los mensajes: –Mirá, vos vas a ir a tal parte, vas a ir a La Tronca, vas a ir a Bijao Norte, vas a ir a la zona de Matiguás. También me mandaban a otros lugares.
Yo dije que quería irme para Quililito1, con toda mi familia. Ya no había sindicato, estaban desunidos, pero había gente organizada en el FSLN. En un viaje a Managua con Catalino Flores, me mandaron a decir que tenía que volver a la montaña. Eso fue en 1969.
Cuando llegué a Bijao Norte, ya estaba un grupo enmontañado ahí. El que me recibió fue el Comandante José Benito Escobar y “Chico Chiquito”. De los que participamos en Pancasán, solamente tres estábamos ahí.
El trabajo era introducir armas en la montaña. A mí me explicaban que lo que nos había ocurrido antes se dio porque estábamos esperando un armamento que se retrasó. Los que estaban en el extranjero andaban comprando armas, y entonces había que meterlas.
Yo recordaba lo que antes me dijo en confianza el compañero “Pablo Úbeda”: –Mirá, el Comandante Fidel Castro dice que no es justo que en América Latina se empiece a luchar con armitas de cacería, habiendo posibilidades de meter armas. Me contaba que esto sucedió en una cumbre en Cuba, en la que participó Casimiro Sotelo, y de eso se habló allá2.
Esas armas se metieron con retraso en 1969. Nos explicaban que estábamos en esa misión para estar más cerca, porque venían por Honduras. La mayoría éramos campesinos. De la ciudad sólo eran José Benito Escobar y Vantroy, que tenía tipo de campesino, pero era de la ciudad.
Mónica: Vantroy parece nombre vietnamita.
Eulalio: Es correcto, y “Vietcong”, que sí era de origen campesino, de la frontera de Honduras, entonces era un muchacho joven.
Entonces de ahí salió la incursión para Zinica. Ahí llegó el compañero Víctor Tirado López y Denis Campbell, que le decíamos “Leonso”, un hombre que tenía formación estratégica. Venía de Cuba, con la teoría de guerra de guerrillas vietnamita. Nos estuvo enseñando todo eso.
Comentario de la autora: “Vietcong” es Jorge Martínez, originario de El Bijao. Cayó preso en 1975, lo capturaron y durante las torturas aceptó ser informante de la OSN.
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Mónica: También estaba Jacinto Hernández.
Eulalio: Sí, claro, es que parte de esa guerrilla la conformaban los Hernández, ellos eran el bastión de esa guerrilla, la familia de la Venancia, una de las mujeres de El Cuá. Una parte de todas esas mujeres eran Hernández. El entrenamiento lo dio José Benito Escobar, “Leonso” y Víctor Tirado López. El mando del Estado Mayor lo conformaban estos tres; además, Jacinto Hernández, “El Cabo”, Adrián Gutiérrez “El Chelito”, que seguro nos está escuchando, que llegó al grado de Capitán, era de abastecimiento.
La Guardia avanzó por el lado de El Chile, en un lugar que le dicen El Ocote, y ahí descendieron tropas en helicóptero. Cuando nos dimos cuenta, iban avanzando, pero por suerte el lugar era muy montañoso. “El Vietcong” andaba moliendo guarapo en una finquita, se dio cuenta, y nos dice: –Ahí viene la Guardia. Como “Leonso” tenía mucho conocimiento, agarró una cartulina, hizo un mapa, y dibujó dónde se harían las emboscadas.
El problema es que la mayoría de la gente andaba metiendo las armas por la zona de Jinotega. Ahí andaba José Benito Escobar, y uno que no había mencionado, que le decían “El Teacher”, un hombre muy ágil en la lucha. Se organizaron dos postas. En la primera estaba Juan Hernández, Saturnino y otros Hernández, mientras Jacinto Hernández estaba enterrando las armas. La Guardia chocó con la primera posta. Se escuchó un tiroteo de unos quince minutos, y luego atacaron la segunda posta. En el lado oeste del campamento estaba sólo yo de posta.
Mónica: Después de Pancasán todos esos territorios fueron sometidos a represión. Había familias enteras que la Guardia consideraba sospechosas. Respecto a las que se conocen como las campesinas de El Cuá, según tengo información, la Guardia incendió sus viviendas, y todas las mujeres y niños huyeron hacia el campamento guerrillero de Zinica; y después que el campamento fue descubierto, ellas volvieron a huir, pero fueron apresadas en Santa María de Tasuá, en Bocay, y enviadas al Comando de El Cuá. Eran diecinueve mujeres ligadas a la familia de Jacinto Hernández, quienes habían luchado desde la organización de los sindicatos campesinos y estaban fichadas por la Guardia como rebeldes. Venancia era la mama de Amanda Aguilar, fue cocinera de Sandino.
Hay una confusión, porque muchos creen que la canción de Luis Enrique Mejía Godoy, dedicada a Venancia, se refiere a Benigna Mendiola, la viuda de Bernardino Díaz Ochoa; pero en realidad el autor tomó este nombre de esta viejecita e hizo un homenaje a todas las mujeres ligadas al trabajo sindical campesino. No específicamente a ella. Esto me lo explicó el propio Luis Enrique. Venancia era un roble de apoyo a Sandino, a la lucha sindical y luego al FSLN.
Eulalio: Sí, la compañera Venancia iba con un bordón, una señora bastante viejita pero fuerte, se le miraba en el modo andar. Desde donde yo estaba de posta las vi pasar a toditas las mujeres, porque la montaña era bastante zancona y limpia. Esas mujeres se fueron rumbo a Honduras. Después que abandonamos el campamento, la Guardia avanzó, pero ya todo estaba escondido y nos zafamos con el Comandante Víctor Tirado López, Jacinto Hernández y “El Teacher”. Ahí, en una pila, Víctor Tirado me hizo este comentario: –Estás viendo, “Eulalio”, el armamento y la gran cantidad de municiones que traía la Guardia.
Pero ahí, en ese punto, no murió nadie. Jacinto Hernández se fue con las mujeres, que eran su familia, y las dejó cerca de El Cuá, donde una pariente. Le llegó la información a “Leonso”: –Mirá, las compañeras quedaron en tal parte, vamos a volver a viajar para ver si las llevamos para otro lugar. En esa gira, un Juez de Mesta mató a “El Cabo”, quien era primo de Jacinto Hernández, y todas las compañeras fueron apresadas. La mujer de Jacinto Hernández iba embarazada. Unas, eran hijas de don Juan Hernández; otras, de Saturnino. Esta es la historia de las mujeres de El Cuá, y es de donde viene esa canción.
Mónica: Yo quisiera que contaras a nuestros oyentes, qué pasó cuando Carlos Fonseca se casó, esas anécdotas tan humanas.
Eulalio: Yo estaba en Managua. Al lado mío, “Chagüitillo” estaba leyendo el periódico La Prensa y de repente, con voz bien alta, le dice a todos los que estábamos ahí, en las oficinas: –Hombre, una nueva noticia, ¡se va a casar Carlos Fonseca! ¿Y, entonces qué? –preguntamos. Pues que ya va a dejar de ser revolucionario –dijo él. Un hombre que se casa, ya no es nada, porque tiene que estar en su casa con su mujer.
Cuando llegué a la montaña le pregunté a “Jesús”: –Compañero, ¿usted conoce a Carlos Fonseca? No –me dice, ¿por qué? Es que “Chagüitillo” estaba leyendo el periódico en Managua el día que fui allá, y decía que Carlos Fonseca se iba a casar, y dijo que ya iba a dejar de ser revolucionario, porque tenía que irse a su casa, a atender a su mujer. ¿Qué dice de eso? Se sonrió. No –me dice, es por tradición que se va a casar.
Mónica: Contá la anécdota de Tomás Pravia.
Eulalio: En la montaña, durante los entrenamientos, yo compré un periodiquito que le decían El Pueblo un pequeño periódico del Partido Comunista, y leo en voz alta la denuncia de Tomás Pravia, quien era el dirigente del sindicato del Partido Comunista de Matagalpa, y afirmaba que el FSLN lo quería matar, porque una noche le habían pegado tres balazos en la puerta de su casa. Carlos se vuelve, me mira y dice: –Nosotros no andamos gastando tiros en zopilotes.
Mónica: A propósito de casamiento, vos me contaste que estás casado. ¿Andás con tu viejita aquí en Managua?
Eulalio: La misma. Quería traerla al programa pero anda visitando a una nieta. Me hubiera gustado que ella dijera su enfoque.
Mónica: Vos me contaste que cuando te fuiste a la guerrilla de Pancasán, ella sabía que vos andabas ahí.
Eulalio: No hubo problemas, porque hombres y mujeres estábamos involucrados en la lucha. Por lo mismo que yo decía, somos raza indígena, sufridos, no de ahorita, sino de muchos años. Ella estaba consciente de los hechos, porque también había sido trabajadora en las haciendas. Sufría el regaño y el maltrato, y conocía los problemas del campesino. Yo siempre me he comunicado con ella, pues he tenido esa dicha de decir las cosas. Entonces le dije: –Los compañeros dicen que yo me vaya a la montaña, ¿qué decís vos? Ni modo –me dice, yo aquí me quedo, vamos a ver si la Guardia no me mata.
Yo me perdía mucho tiempo, pero por la casa pasaban los compañeros “Pablo Úbeda”, “Chico Chiquito”, y el Comandante Carlos: –Pasamos por donde tu compañera, ahí está, saludes te mandó. Ella les daba café, ayudaba a los compañeros. Lo teníamos hablado, que eran hermanos. –Mirá, si pasa fulano de tal, el compañero Pablo, el otro, el otro, y lleva otro compañero, bueno, ya sabés que es nuestro. Pues hay que buscarle aunque sea un trago de café amargo.
Mónica: Ahora que trajimos a “Eulalio” a este programa, le preguntamos si lo va a seguir escuchando todos los sábados allá en Uluse. Pero él dice que el radio no le sirve. Aquí tenemos a “Eulalio”, con una camisa toda viejita. Eso sí, vino con su Orden Carlos Fonseca en el pecho; se la entregaron el mismo día que me la dieron a mí. Yo no me acordaba, pero él dice que se la entregaron en el Centro de Convenciones Olof Palme. Efectivamente se la entregaron a él, a mi compañero Julio López Campos, y a otros compañeros. Aquí está “Eulalio”, con toda esta hermosa historia, su camisa humilde, con su Orden Carlos Fonseca, y no tiene radio. ¡Imagínense!
11 de septiembre de 1999
NOTAS
1 Quililito es una comarca del hoy municipio El Tuma-La Dalia.
2 “Eulalio” se refiere a la Primera Conferencia Tricontinental, realizada en La Habana, en 1966, en donde participa Casimiro Sotelo. Uno de los acuerdos fue el de la solidaridad efectiva con los movimientos de liberación nacional de los pueblos en lucha.