Memorias de la lucha Sandinista

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Hacer las tareas, por pequeñas que sean, como si fueran grandes

Marlen Chow y Marta Lucía Cuadra


Marlen Chow nació el primero de mayo de 1949 en Prinzapolka, en el Caribe Norte. Desde muy niña la trasladaron a estudiar al Pacífico. Es licenciada en Sociología y máster en Salud Pública. Sus primeras inquietudes surgen desde su incorporación a la Juventud Universitaria Católica. Ingresó al Frente Sandinista en el año 1969, formó parte de la directiva nacional del Frente Estudiantil Revolucionario y de una célula dirigida por Oscar Turcios. En el año 1970, después de la caída de Leonel Rugama, hizo un período de vida clandestina en Occidente. En los años ochenta laboró en el Ministerio de Cultura y en instituciones de comunicación y propaganda. A la fecha, trabaja en su profesión, milita en organizaciones feministas y por los derechos de las minorías étnicas.

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Martha Lucía Cuadra nació en Managua el 21 de julio de 1952. Estudió en el Colegio Teresiano pero terminó su bachillerato en Madrid, en el Colegio Nuestra Señora de Loreto. Se integró al Frente Sandinista en el año 1970, reclutada por Julián Roque Cuadra. Trabajó con Ricardo Morales Avilés, Camilo Ortega y Eduardo Contreras en tareas de apoyo, transportando militantes clandestinos, armas, alquilando casas de seguridad, etcétera. De 1975 a 1979, realizó tareas de apoyo en México y Honduras. Después del triunfo de la Revolución laboró en diversas estructuras partidarias en Managua y Rivas, y a la fecha de la entrevista está dedicada a sus actividades privadas.

Ricardo Morales Avilés es uno de los dirigentes sandinistas más respetados en la historia del Frente, por su capacidad intelectual y claridad teórica, por su firmeza y disciplina militantes. Pero también por su solidaridad y capacidad pedagógica para educar, escuchar y respetar a los demás. Grandeza humana que irradiaba y que conquistaba a no pocos para la causa.

Hablamos con Martha Lucía Cuadra Lacayo y Marlen Chow, militantes ambas, pero de orígenes e historias diferentes. Tienen en común la decisión de unirse a la lucha contra la dictadura. Fueron parte de todo el tendido clandestino, ése que seguramente jamás se va a terminar de conocer plenamente. Martha Lucía, con su estilo desenfadado e irreverente, nos muestra a los luchadores como seres humanos comunes y corrientes, que se enamoran, bromean, se burlan de sí mismos y hacen cosas propias de la juventud. Marlen también se detiene en la reflexión sobre los valores que la animaban, y las dos dan testimonios vivos sobre la calidad humana y revolucionaria de Ricardo Morales Avilés, mientras pasan revista a otros dirigentes extraordinarios como Oscar Turcios y Pedro Aráuz Palacios.

Mónica: Martha Lucía Cuadra Lacayo pertenece a una familia de extracción burguesa, que se comprometió a fondo en la lucha del FSLN. Su padre, don Joaquín Cuadra Chamorro, fue miembro del Grupo de los Doce, y sus hermanos militaron activamente. Su testimonio nos permite recordar que la lucha contra la dictadura fue la obra de todos, no de tres o cuatro estrellas luminosas. Fue la obra de un pueblo, pues participaron de todos los estratos sociales. Obviamente, la mayoría tenía que ser gente de procedencia popular, pero los hubo también de clase burguesa, quienes desde distintas tareas aportaron su granito de arena para la gran obra colectiva de la revolución. Como decía Ricardo Morales, lo importante es saber hacer cualquier tarea como que si fuera la más grande; por pequeña que sea, hacerla como si fuera la más importante.

¿Cómo te reclutó Julián Roque? ¿Cómo, siendo de extracción burguesa, te integrás a la lucha revolucionaria?

Martha: Cuando me integré al Frente Sandinista en el año 1970, me enseñaron que lo más importante era realizar el trabajo sin buscar protagonismo, y que la responsabilidad era colectiva, no individual. Nunca pretendí contar mi cuento, ni decirle a todo el mundo qué había hecho y por qué, ni dónde. Yo seguía trabajando, y quienes me conocían, reconocían mi trabajo. Incluso, no fue Ricardo el del mérito, sino el compañero René Núñez Téllez, quien me agarra como una piedra bruta y me va labrando hasta convertirme en un brillantito, y él es mi responsable hasta después del terremoto de 1972. Fue mi primer responsable, él fue quien me enseñó esta concepción de la vida.

Mónica: Pero ¿cómo llegás a tener inquietudes sociales?

Martha: Fue por un dichoso relancín en mi vida, una casualidad. Acababa de regresar de Europa, vivía feliz en Londres y tenía tres meses de estar aquí. Un día estaba en la discoteca La Tortuga Morada1 bailando después de una fiesta amanesquera, cuando de repente veo en una esquina a un hombre que me está viendo con unos ojos como de muerte.

¡Dios mío mi lindo!, este hombre tiene años de estarme viendo. Decido acercarme pensando que lo que quiere es bailar conmigo, pero aunque le meto plática, el hombre está de lo más misterioso. Yo, pues, aventada, me senté en la mesa y le dije: – ¿Querés bailar? ¿Qué te pasa, por qué me estás viendo? ¿Querés que bailemos? Y me dijo: –No, no bailo. Dije yo: –Wow, ¿y qué querés hacer? ¿Por qué me estás viendo, querés platicar conmigo? Sí, pero fuera de aquí –me dijo. – ¡Wow! ¿Andás en carro? Yo siempre de aventada.

Yo no le dije por qué había ido a parar allá después de una fiesta. Cuando me monto en el carro, me pregunta que a dónde vamos, y yo le digo donde estila ir la burguesía a estas altas hora de la noche, más bien de la madrugada: –Vamos a El Retiro. Ahí era adonde uno iba. Ya en el carro me pregunta cómo me llamo y, cuando le pregunto el suyo, me contesta: –Nosotros no tenemos nombre. Pero en seguida se disculpa y me dice que se llama “Mario”. “Mario” ¿qué? –le pregunto. –Nosotros no tenemos apellidos. –Pero, ¿por qué? –Ahí vamos a platicar cuando lleguemos.

Pero a pesar de lo misterioso, yo lo encontraba emocionante, aunque lo miraba como un poco chaparro. En La Tortuga Morada lo vi fuerte, todo curvo, pero vos sabés que en la noche todos los gatos son pardos. Ya en El Retiro empezó a hablar de una serie de cosas y yo a todo le decía que sí, como que todos esos eran temas conocidos, haciéndome la fachenta, y me dijo: – ¿Querés ser del Frente Sandinista? Sí –le digo yo, ¿por qué no?

Mónica: Y vos, ¿sabías qué era el Frente Sandinista? ¿Ya tenías información?

Martha: Te voy a ser franca. Tanto como saber, no, pero tenía una pequeña idea; yo apenas estaba viniendo de Europa, y en ese tiempo el Frente no existía en la mente de nadie.

Mónica: ¿Y quién resultó ser ese compañero?

Martha: ¡Julián Roque Cuadra! Le dije que sí quería ser del Frente Sandinista, pero pensaba en Agüero, porque mi familia toda la vida fue anti-somocista, conservadora; me acordaba de María Amanda Lacayo Farfán, la hija del doctor Lacayo Farfán, que cuando estábamos chavalas en La Esperanza2 tocaba la guitarra y cantaba una canción que ella tenía: “Decime papaíto quién es esa horrorosa. Ésa es la Salvadora, la viuda de Somoza. Decime papaíto quién es ese valiente. Es Rigoberto López, que mató al Presidente”.

De lo que yo tenía información era del Che Guevara, de los acontecimientos de París en 1968: “¡La imaginación al poder!”, era la consigna, imaginate vos, “la imaginación al poder”. Pero dejame que termine el cuento.

Estamos platicando y yo pensando que ya voy a entrar al Frente Sandinista, cuando de repente se saca una pistola, así, a lo macho, y la pone ¡pan-gán! en una mesa toda enclenca que había ahí. Y yo, ¡la Sangre de Cristo me valga y me ampare!, pero haciéndome la que vivía entre armas. Pero además, cierro los ojos, y él comienza a decirme: –Acabás de asumir una decisión seria en tu vida. El Frente Sandinista no es para cualquiera, es una organización revolucionaria que lucha por el pueblo; debés tener claro que, si te agarra la Guardia, te saca los ovarios. Y yo decía, los ovarios, ¿y dónde es que quedan? Me sonó horrible eso.

Mónica: O sea, él te advierte de las dificultades.

Martha: Si, y además me pidió mi número de teléfono, y me dijo que debía tener un seudónimo. ¿Qué es eso? Yo no sé qué es eso. Tu nombre de guerra –me explica, pero a mí me costó horrores acostumbrarme a todo el palabrerío. ¿Cómo te querés llamar? “Diana” –le digo yo, y desde entonces lo llamaba “Mario” y él me llamaba “Diana”.

Oyente: Mi nombre es René Roque Cuadra, hermano de Julián. Él cayó el 30 de abril de 1976, en Dipina, departamento de Zelaya.

Mónica: Gracias, hermano, por precisarnos la fecha y el lugar donde cayó Julián. Martha Lucía, ¿qué pasa después que te reclutan?

Martha: Me recluta Julián Roque, pero a los meses cae preso en el intento de un secuestro, y veo una gran foto de él en La Prensa, y allí es donde me doy cuenta que eso es en serio. Paso un tiempo como enfriándome y, como yo era la que les garantizaba la movilización, el vehículo y, además, estaba legal y podía conseguir recursos ya que era un tiempo difícil, las estructuras estaban muy débiles.

Luego ya me contacta Camilo Ortega, que era vecino, y después paso bajo la responsabilidad directa de René Núñez Téllez. Él también estaba legal y conformamos una célula con la que durante casi tres años hicimos un trabajo de base. Recluté gente de mi medio, como a Ramiro Lacayo Deshón, con quien me puse a jalar y lo metí al Frente, y también recluté a la Mary Jane Mülligan Benard.

Mónica: ¿Cómo conocés a Ricardo Morales y cómo se entabla tu relación con él?

Martha: A Ricardo lo conozco el 25 de diciembre de 1972, tres días después del terremoto de Managua. Íbamos de Managua a Granada. Manejaba su Volkswagen blanco la Mary Jean Mülligan. Adelante iba René Núñez Téllez y atrás Ricardo y yo. De repente, empiezo a sentir que me está tocando la pierna. ¡Y este maje! ¡Qué es esto, Santo Dios! ¡Hijita linda! ¡Cómo vas a creer! Yo sabía que estábamos trasladando a Ricardo Morales Avilés de la Dirección Nacional, pero lo supe hasta ese momento. Y cuando siento que me va tocando la pierna, sentía que se me salía el corazón. Y yo decía: ¡Se va a dar cuenta la Juana, Mary Jane!, ¡quién aguanta a ésta fregándome! ¡Y René Núñez!, que era súper estricto. Pero cuando llegamos a Granada, ya estábamos como medio apachurradotes y, de ahí, Ricardo y yo ya no nos volvimos a separar hasta que lo mataron.

Mónica: Tengo entendido que Ricardo compartió con Tomás una casa. Después del terremoto hay muchas discusiones sobre cómo seguir el proceso de organización en las nuevas condiciones. ¿Supiste quiénes participaron de ese proceso?

Martha: Ricardo visitaba a Tomás, quien en ese momento estaba medio sancionado; y yo llevaba a Ricardo a Rivas a hablar con Tomás. Después del terremoto, tenemos una reunión nosotros: Oscar, Ricardo, René Vivas, la Mary Jean Mülligan y yo, allí por un laguito, en la carretera a Casares. En esa reunión “El Ronco” Oscar Turcios, Sebastián, “Sabas” era su seudónimo, y “Andrés”, el de Ricardo; plantean la situación política y cómo cambiaron las condiciones políticas y las condiciones internas dentro del Frente Sandinista. Explican que necesitábamos capitalizar todo el despelote y la robadera de Somoza, ¿verdad? Era uno de los objetivos principales, capitalizar políticamente para captar y abrir más el espacio en que el Frente Sandinista se estaba moviendo. Es decir, abrirnos a los colaboradores, reclutar médicos, gente de diferentes estratos; secretarias, todo tipo de gente ¿no?, no solamente el campesino.

Mónica: Ricardo fue uno de los que tuvo mayor visión de la importancia de incorporar a los cristianos, por ejemplo.

Martha: Entonces ahí, después del terremoto, es cuando se plantea la necesidad de vincularse al Movimiento Cristiano. Es decir, de abrirse, que el Frente Sandinista es de todo el mundo, no solamente de los obreros y campesinos.

Esas eran las grandes discusiones en esos momentos, de por dónde tenía que ir la cosa. Porque antes era prácticamente todo para la montaña, pues, ¿verdad?, como que la montaña era el eje y como que la ciudad no jugaba ningún papel.

A mí me parece que la historia no ha reivindicado suficientemente el aporte que tanto Oscar como Ricardo hicieron a la construcción de la estrategia político-militar, que posteriormente lleva al triunfo al Frente Sandinista.

Oyente: Habla Lesbia Espinoza, periodista. Un saludo a Marta Lucía, a quien conocí en esos años setenta, de la época de La Tortuga Morada, de la Cafetería La India, con June Beer, Róger Pérez y todos los muchachos, los pintores. Ella iba mucho también al estudio. Ahí íbamos con Patricia Wong y la teatrista Xiomara Centeno. También al estudio de Leonel Vanegas en la Avenida Bolívar. Y todas queríamos a la Marta Lucía, tan dulce, tan cariñosa siempre, andaba con Ramiro. Es bueno, Mónica, que estés haciendo este trabajo porque es la historia del país, es la historia de este pueblo tan valioso.

Mónica: Hay que recordar que a finales de los sesenta había todo un movimiento de protesta, el hipismo, la lucha contra la guerra de Vietnam, los movimientos de mayo en París que tienen su influencia en un sector en Nicaragua; y el Frente Sandinista recoge, sintetiza todo lo que era el espíritu de la protesta, de la rebeldía. Por eso también se incorporaron gente que fumaba marihuana… Martha Lucía, ¿cómo conociste a Juan José Quezada?

Martha: Desgraciadamente, conocí a Juan José Quezada en circunstancias espantosas. Era el cumpleaños de Ricardo, el 11 de junio, y fuimos a recoger a Matagalpa o Jinotega a un compañero al que le decían “El Niño”, pero que en realidad era un hombre súper alto, blanco y no era feo. Él venía de la montaña donde le habían trozado la mano derecha de un machetazo, y le cortaron los cuatro dedos de la mano izquierda. Dicen que él mismo se los había zurcido. Entró al carro envuelto con un trapo ensangrentado y sucio.

Mónica: Él no se zurció la mano, lo hizo otro compañero, pero no recuerdo el nombre. Esto me lo contó René Vivas. Juan José y ese compañero se durmieron en un lugar, y unos jueces de mesta los agarraron dormidos y los machetearon.

Martha: Sí, y los machetearon. Cuando el hombre entra al carro rapidísimo, Ricardo se pasa al asiento de atrás y empiezan el güiri-güiri-güiri, a platicar quedito; pero yo miraba a este hombre que estaba lempo, lívido. Nos paramos en una farmacia a comprar alcohol, vendas, pero yo no hallaba qué hacer. Nos pusimos a curarlo, pero yo, de los nervios, todo lo botaba, no hallaba cómo ayudarlo, y lo llevamos a la casa de Nandaime, que llamábamos “La Ermita”.

Ricardo ya me había hablado un poco de él. Me dijo que era un guerrillero de los cuadros más importantes del Frente Sandinista y que era una bella persona; quizás fue por eso que me impresionó tanto verlo así. Me tocaba llevarlo al médico en Jinotepe, donde un colaborador del Frente, pero como me miraba que yo era una flaca cacreca, era brusco conmigo.

Mónica: ¿Cómo se monta la casa de seguridad de Nandaime?

Martha: La de Nandaime, la alquilamos. Firmé contrato de alquiler con don José, el dueño de la casa, y me puse como nombre “María Amanda Lacayo”. La casa era muy bonita y yo le encajé La Ermita, porque era linda, blanquita, y además estaba regiamente ubicada. Estaba junto al hospital y tenía entrada por detrás, o sea, podías entrar por el monte. Ahí vivían de perenne Jonathan González y la María, una muchacha que tenía un lunar en el ojo. “El Niño”, Juan José Quezada, vivió ahí a partir del 11 de junio.

Mónica: Había dos mujeres en la casa, una compañera de seudónimo “Gloria” y Alicia Bervis.

Martha: Así, es. Creo que esa casa ya estaba detectada por la Guardia, pero no estaban seguros de que era una casa de seguridad del Frente Sandinista y que ahí asistían todos los grandes dirigentes, miembros de la Dirección. Pero realmente jamás nos preocupamos por tomar medidas de seguridad. A esa casa llegaba todo mundo en diferentes carros y a diferentes horas; y a pesar de ese movimiento extraño, en la casa no guardamos las medidas de seguridad correspondientes.

Recuerdo que una semana antes de la masacre, había llevado a Juan José Quezada donde el doctor, en Jinotepe, y éste le había dicho que en esas circunstancias era prácticamente imposible realizar una operación quirúrgica para que él recuperara la movilidad en una de sus manos. Entonces “El Niño” vivía como loco dentro de la casa. Para él era como una cárcel, porque era muy activo y de excelentes condiciones físicas.

Mónica: Dicen que Juan José Quezada cargó a Jonathan, quien iba herido, a pesar de que él estaba todavía convaleciente de la mano. Él hubiera podido escapar, pero no quiso abandonar a Jonathan. Compañeros que lo conocieron en la montaña, dicen que él cargaba mochilas hasta con setenta libras de peso, y como si nada, y era veloz.

Nosotros estuvimos muy cerca de esta muerte. Después del 11 de septiembre, fecha del golpe de Estado contra Salvador Allende, en Chile, tenemos un encuentro latinoamericano cristiano en el Tepeyac, que es una casa de retiros que queda entre Granada y Nandaime, en las faldas del Volcán Mombacho. Yo estaba ahí, y estaba José Miguel Torres, había representantes de otros países, chilenos, uruguayos, paraguayos, argentinos. Ricardo Morales nos dio una conferencia el 16 de septiembre, nos habló sobre la realidad nacional. Me acuerdo que planteó la necesidad de la lucha armada.

Recuerdo perfectamente a un argentino que empezó a decir que era un demagogo, porque si estuviera en la lucha armada, no estaría hablando así. Los nicas empezamos a putearlo. Nosotros sabíamos quién era Ricardo Morales y lo respetábamos.

Las mujeres dormimos en un gran dormitorio colectivo. Ricardo Morales se pasó hablando todita la noche con Arlen Siú, sentados en una de las camas. Eran un solo güiri güiri. En la mañana del 17, fuimos a dejar a Ricardo a Granada, y de ahí tomó un taxi interlocal para Nandaime. Fijate que yo no sé con exactitud el día, pero sí recuerdo que nosotros estamos en el Tepeyac, cuando empieza a sonar el pipiripí que ponen en las radios para las noticias de última hora. Y empiezan a hablar del combate en Nandaime. Tuvimos que suspender el retiro espiritual y quemar todos los papeles, porque entonces supimos que ahí estaba Ricardo Morales, y temimos que la Guardia llegara a catear.

Bueno, ya está aquí Marlen, vamos a hablar con ella. Contanos, ¿qué te motiva a entrar al Frente?

Marlen: Yo salí de los movimientos cristianos, de Juventud Universitaria Católica. En aquellos años entramos a la universidad un grupo de cristianos: Chepe Lolo, la Berta Noruma, Enrique, que eran de la Jornada de Vida Cristiana, y Hugo Mejía, Salvador Méndez y Samuel Lau, quien ya murió. La primera situación que nos hizo encontrarnos, fue una gran lucha por el dos por ciento del presupuesto de la República para la universidad. Fue cuando entramos trescientos estudiantes a la Escuela de Economía, a pesar de que había el famoso colador –como en la Escuela de Medicina– y fui una de las mejores alumnas.

La gente me reconoció y empezó una invitadera para ir a seminarios de los socialcristianos, que eran los que tenían el gobierno universitario. Yo no sabía absolutamente nada, ni me interesaba para nada lo partidario, lo político. Sí tenía una gran preocupación por lo justo, por la cuestión social, y había trabajado con las monjas de Maryknoll y los padres Capuchinos, como misionera en las comunidades del Río Coco; de manera que tenía una conciencia social.

Mi padre fue un hombre de mucha comunicación con las comunidades indígenas y fue así como empezamos a decir que no era posible que no entraran todos los estudiantes a la Universidad, que había que hacer algo, y nos empezamos a meter, y hasta hicimos una marcha a pie a León en el año 1969.

Éramos distintos grupos de jóvenes a los que, podríamos decir, nos maduraron con carburo. Jóvenes que tampoco éramos inconscientes, teníamos influencias de la familia, de los amigos y de los maestros. De hecho, la mayoría éramos buenos alumnos. De manera que se nos planteó una situación de definiciones ante la problemática de la sociedad y nos metimos al movimiento estudiantil. Entramos como un gran contingente de jóvenes con misiones bastante definidas.

Una de esas misiones era cambiar la correlación de fuerzas del movimiento estudiantil, ya que el movimiento de izquierda nunca había tenido el poder estudiantil. La otra misión era abrir el movimiento estudiantil, hacerlo más democrático, y en esos años ganamos la presidencia del Centro Universitario de la Universidad Nacional con Hugo Mejía, y se abrió el movimiento estudiantil.

Mónica: Fue una etapa importantísima: el quiebre del control del movimiento estudiantil, aunque Mejía todavía no se lanzaba como Frente Estudiantil Revolucionario.

Marlen: No. Nosotros éramos como un contingente libre, con mucha influencia de Camilo Torres, del Che Guevara, que comenzamos a trabajar seriamente por la construcción de un movimiento estudiantil de izquierda y abrirlo. Teníamos presidentes de las asociaciones que no precisamente eran gente definida o adscritos al FER, sino jóvenes preocupados, alegres, representantes auténticos y genuinos de las bases estudiantiles, de sus facultades y escuelas, y que gozaban de un gran respeto.

Fuimos creciendo y empezamos a reconocer que teníamos que establecer la diferencia clara y marcada entre el movimiento estudiantil y el CUUN, como una instancia gremial que representaba los intereses de todos los estudiantes universitarios; y el movimiento de izquierda que era el FER. Y así comenzamos a trabajar.

René Darce me invitó a una gran actividad del FER, donde nos ponían un número y nos hacían hacer posta con una pistola. Era un pistolón enorme, y realmente no sabía de qué se trataba. Yo sabía manejar un rifle 22 o una escopeta, porque en la Costa Caribe mi padre me había enseñado, pero ese pistolón grandote, no. En esa actividad me postularon para el secretariado del FER y hubo una gran protesta porque la esencia del FER en esos años era de perfil muy marxista, aunque yo creo que ideológicamente no era tanto; pero el debate era que si yo pertenecía a los movimientos cristianos, cómo es que iba a ser del secretariado, pero gané y fuimos dos mujeres las que quedamos, Mireya y yo.

A raíz de la incorporación de algunos de nosotros al FER, desapareció Juventud Universitaria Católica como movimiento cristiano, sobre todo porque no queríamos seguir manejando un movimiento de iglesia como un movimiento político; sabíamos que teníamos que adscribirnos a un movimiento político. Y así comenzamos a trabajar con la gente del FER, que tenía una imagen muy respetada en el movimiento estudiantil, estaban Doris Tijerino, Pablo Antonio Cuadra –el hijo de Manolo Cuadra–, Mario Tijerino, que fue candidato a la presidencia del CUUN junto con Hugo, entre otros compañeros.

Mónica: ¿Trabajaste muy de cerca con Ricardo Morales?

Marlen: Sí, trabajé cerca de él, inmediatamente después que salió de la cárcel. Creo que la virtud, las cualidades y los valores de Ricardo estuvieron muy recalcados en el desarrollo de los cuadros del Frente Sandinista. Desgraciadamente, ahora es materia desconocida en la militancia del Frente.

Una cualidad es la modestia, cuya contraposición es la ostentación y la prepotencia. Ricardo era una persona que atraía, no porque era guapo, que lo era, pero el cariño hacia él estaba dado porque irradiaba una energía que hacía que toda la gente quisiera acercarse a él. Ricardo no sólo era una persona que estaba para orientar ideológicamente, sino que era alguien a quien podías llegar a contarle tus problemas de orden personal.

Como jóvenes teníamos muchos conflictos con nuestros padres, porque el tiempo que teníamos para el trabajo revolucionario era muy poco. Teníamos que trabajar en el movimiento estudiantil, en la organización del FER, había un pre FER, teníamos que trabajar en el Frente, éramos apoyo logístico, teníamos que ir a las escuelas militares, debíamos tener células. Entonces él tuvo la paciencia de quedarse con nosotros y escucharnos cada vez que teníamos necesidad de expresar nuestras inquietudes.

Ricardo tuvo la capacidad de influir en la mente de cada una de las personas con quién trabajó. Hasta ahora no he oído a nadie que no haya estado sumamente impresionado de haber trabajado con Ricardo. Además, era un revolucionario insigne y es, junto a Carlos Fonseca Amador, quizás uno de los mayores ideólogos del Frente Sandinista; porque en el Frente hubo una cantidad de compañeros, todos dignos del mayor de los respetos –de los compañeros caídos estoy hablando– pero ideólogos, es decir, hombres que hicieron esfuerzos por filtrar, por procesar la ideología a la luz de la realidad nicaragüense, eran Carlos, Ricardo, un poco José Benito; había inquietudes de Mauricio Duarte, por analizar y escribir.

Martha: Y Oscar Turcios. Oscar y Ricardo eran “yunta”. Oscar no solamente era un cuadro militar, era una persona que también tenía gran visión política. Pero Ricardo tenía otra cualidad, no sólo la paciencia, tenía aura. Hay gente que nace como con un aura que atrae a la gente y le sabe llegar...

Marlen: Yo creo, Martha Lucía, que el aura no nace en la gente, el aura se la hace uno por la propia formación.

Mónica: Seguramente que la cultivó, porque recordá que él era de los que nos decía que el revolucionario no sólo debe serlo, sino también parecerlo. Ricardo estuvo en México y luego lo mandaron a Cuba; pero él prefirió entrar al país. Expresaba con convicción que uno es lo que hace en la vida, como lo refleja en sus escritos. Me gusta mucho lo siguiente, que escribió en la cárcel:

¿Cuál será nuestro legado? Lo que dejemos detrás de nosotros será el resultado de las cosas grandes y/o pequeñas que hagamos en nuestra vida. Lo importante es que las cosas, por mínimas que sean, las hagamos como si fueran grandes. El mundo nuevo que surgirá del seno de nuestra lucha será moldeado, en parte, por la contribución distinta y común de cada uno de nosotros. Estamos empeñados y responsabilizados.

Martha: Uno de los poemas más bello de Ricardo es Pancasán. Leyéndolo se te paran los pelos, El viento del norte es rojo y aquí sopla con un rojo intenso. Yo los copié todos porque los escribió en hojitas chiquititas, como las envolturas plateadas de cigarros; eran muchísimos papelitos y a mí me tocó transcribirlos todos. En máquina de escribir entonces, me mal mataba transcribiendo todo.

Mónica: Está con nosotros José Arana, quien llegó a los estudios de la radio y nos trajo esta hermosa revista de los héroes de septiembre, y quiere leer algunas de las frases de Ricardo.

José: Cuando estuve en el FER, uno de los pensamientos más bellos, que me penetró, fue: “Ahora estoy aquí. Prisionero porque lucho por una causa justa, ¿cuál será mi destino? Lo importante es que estamos al lado del pueblo y que estamos haciendo su historia”.

Mónica: Todas esas frases las escribíamos en las mantas y las poníamos en las calles.

José: Sí, en el movimiento estudiantil nosotros las imprimíamos en las mantas en cada actividad, en cada conmemoración. Sólo tuve una oportunidad de verlo en el Congreso Estudiantil de 19733, en el Auditorio Ruiz Ayestas, en León. Llegué de curioso, no estaba invitado. Recuerdo que este hombre, con sólo verlo, te imprimía confianza, te daba valor.

Mónica: Estuve en ese Congreso y cuando Ricardo llegó, era como que entrara Apolo. No por lo físico. Todos sabíamos que había salido de la cárcel, que en los interrogatorios sólo había contestado “soy y seré militante de la causa sandinista” –como dice la canción–. Era semi legal. Llegó al Congreso a hablar. Realmente era un privilegio escucharle. Todo el mundo se quedaba callado. Los pleitos que teníamos eran pesadísimos, las luchas contra los socialistas, por ejemplo, que tenían un gran orador en Federico López, porque queríamos que prevaleciera la línea del Frente Sandinista.

Marlen: Ricardo y Oscar Turcios asumieron la organización del Frente Sandinista cuando la organización cayó en lo que quizás fue la más seria crisis de toda su historia, después de Pancasán y de la caída de Julio Buitrago. Después de esto, fue cuando decidieron que se iba a la etapa de acumulación de fuerzas en silencio. Recogieron lo que había del Frente y empezaron a discutir. Una de las grandes cualidades de esos dos hombres, fue el gran respeto que tenían hacía nosotros los jóvenes, y creo que tenemos que agradecerlo toda la vida.

Recuerdo que Carlos escribía las cartas, y nosotros las discutíamos, opinábamos y decíamos lo que pensábamos. La decisión de continuar con la lucha guerrillera en Nicaragua, que era una de las grandes decisiones porque era durante la crisis de la lucha guerrillera de América Latina, tuvo que ver con algún voto que nosotros dimos, siendo unos jovencitos, unas personas que realmente en otras circunstancias como las actuales en el Frente Sandinista, nunca hubiéramos sido tomados en consideración. Pero había un alto grado de respeto, de valoración del ser humano, esa valoración que la sentías en cada uno de los actos de la vida. Uno se sentía seguro, tenía la autoestima altísima porque no había grandes cuadros de base ni siquiera hablábamos de colaboradores o militantes, porque todos éramos sandinistas.

Había grupos cristianos de distintas tendencia, no era igual la gente de Juventud Universitaria Católica que la gente de la Jornada de Vida Cristiana. Había grupos de jóvenes prestarnos las llaves de su casa, sus carros, pero que no tenían ningún interés en ser del Frente ni que los involucraran en nada. Había jóvenes con mayor conciencia revolucionaria, jóvenes socialistas de los partidos y, sin embargo, pudieron coordinarlos de manera sabia.

Y es lo que les ha faltado a los dirigentes actuales, saber coordinar, dirigir, comprender, respetar, valorar, tener conciencia humanista revolucionaria; eso se ha perdido, porque llegaron a la conclusión que las cualidades revolucionaria son de los muertos, del Che, de Carlos, de todos los muertos, pero no de los vivos; entonces quedaron desahuciados en la historia. Así dijo Carlos, que los que tuvieran ambiciones personales y cambiaran el proyecto, estaban desahuciados. Entonces están desahuciados en la historia, están desahuciados en la Revolución y están desahuciados en la vida.

Mónica: Una vez le pregunté a Víctor Tirado, ¿quiénes eran los jefes después que matan a Ricardo y Oscar? Es que el Frente quedó sin jefatura. Víctor me dijo que se reunieron varios: Henry, Bayardo y Tomás, y que decidieron que sería Pedro Aráuz. Oscar y Pedro eran como las dos caras de una misma moneda. Oscar lo anduvo por todos lados, entonces Pedro sabía de toda la estructura, y por eso deciden que sea él.

Marlen: En occidente estaba el trabajo más importante de la vida urbana. La verdad es que era a Pedro a quien le correspondía asumir la dirección como sustituto de Oscar; porque cuando Oscar se queda trabajando aquí, Pedro fue uno de los hombres que entró con disciplina militar, se puso a las órdenes de Oscar. Hace unos días, creo que hablando René Vivas, él contó lo que le había mandado a decir Oscar: si te vas, falta no hacés.

Mónica: Correcto, se refería a los que venían entrenados.

Marlen: A los que venían, porque resulta que la verdad es que los compañeros entrenados por Al-Fatah4 o en cualquier otro país, traían una mentalidad distinta a la que había en Nicaragua. Me refiero al tipo de relaciones y de trabajo que teníamos, tan diverso y tan fuerte. Entonces la percepción desde afuera era, yo voy, ¿pero al mando de quién? Esa era la cuestión.

Y aquí ni siquiera había tiempo para responder, porque había que levantarse como el Ave Fénix; y llegó un momento que había un gasto de energía en tratar de convencerlos y aquí realmente había mucho por hacer. Oscar dice que quien quisiera venir en estas condiciones que se viniera, porque tampoco íbamos a estar peleando que si se venían o no se venían. En esa situación fue que Pedro se integró a lo que se llamaba la Resistencia Urbana de occidente. Yo salí de la clandestinidad y me mandaron a trabajar con Pedro y con un contingente bastante grande en occidente. En una de esas caí presa haciendo pintas en las calles de León.

Pedro fue una persona muy disciplinada. En ese tiempo se necesitaba un alto grado de disciplina, porque de lo contrario te mataban, ya que estábamos totalmente expuestos. En ese tiempo entraron otros compañeros, pero hubo enormes conflictos en esos años con los que entraron. Para nosotros eran una especie de héroes porque se habían entrenado en Al-Fatah. Muchos de ellos tenían problemas de adaptación. A pesar de esos vaivenes, Oscar Turcios tenía la misión de forjar a este montón de jóvenes en las condiciones más críticas que se habían dado en el país.

Creo que Oscar Turcios fue el segundo hombre del Frente Sandinista después de Carlos Fonseca. En las responsabilidades que ocupó, en el desarrollo de la lucha, fue un verdadero organizador, un verdadero político-militar, un hombre que sabía orientar el trabajo, que estaba totalmente a tono con los objetivos. Pero, además, había un elemento importantísimo en Oscar, y es que estaba totalmente claro del triunfo revolucionario, y siempre que nos hablaba nos decía: –Cuando triunfe la revolución, que tiene que ser en esta década, hay que hacer estas y estas cosas. Por eso insistía tanto en que fuéramos buenos alumnos, que estudiáramos. Nosotros teníamos que mandar informes de las notas que sacábamos y además atendíamos, a veces, hasta tres células y teníamos que enviar informes de las mismas. Teníamos además de mandar un informe individual de cada uno de los compañeros; y cuando él nos decía, mandame a fulano, mengano y perencejo, preguntaba ¿por qué decís que han cumplido?, quiero verlo. Y realmente teníamos que demostrarlo.

Pedro era de la escuela de Oscar, nada más que con otras características. A mí me da la impresión que Pedro era más militar. Sin embargo, la impresión que tengo de Pedro es de una persona de lo mejor.

Mónica: Pero dicen que Oscar también era jodedor empedernido.

Martha: Ve, ese hombre te contaba unos chiles de muerte, de aquellos que querés andar apuntando en una libretita todo el tiempo, para que no se te olviden. Oscar era una persona súper amena, era simpatiquísimo; además, tenía afición por las radionovelas. Se podía paralizar el mundo, se salía de una reunión para oír a Kalimán a las tres de la tarde. A veces viajábamos de una punta a otra del país en un carro. Le quería meter plática y me contestaba: –Sí, callate, callate, Kalimán es el hombre increíble, o el rey de no sé qué, no me acuerdo, se moría por esa radionovela. Pero Oscar tenía un gran olfato, también olía el peligro, por eso yo no me explico cómo los agarraron.

Mónica: ¿Cómo te das cuenta que mueren los héroes de Nandaime?

Martha: Me doy cuenta la misma noche. La noche anterior me mandan en la primera misión con mi hermano Joaquín, porque a él lo recluta Ricardo.

Marlen: Ricardo reclutó prácticamente a toda la comunidad de El Riguero. Él llegaba a dar las conferencias. Estaba muy cerca de Fernando Cardenal y había toda una reflexión en el movimiento. Luego entró Bayardo a nivel de trabajo operativo, y Joaquín empezó a trabajar con Bayardo.

Nosotros teníamos una célula de impresión de documentos en la que estaban Carlos Núñez, Chico Meza, Luis Colindres, Edgard Dávila y otros compañeros obreros. Recuerdo que Oscar decía que quería escribir porque todos sus compañeros eran poetas. Él escribió una cantidad de manuales para la montaña, y nos tocaba imprimirlos. Les teníamos que poner pasta verde olivo. Teníamos que ir en la noche a la imprenta con los linotipos, trabajar letra por letra, porque en aquellos años no había offset, y yo chequeaba los originales para hacer la corrección de prueba. Él apuntaba al margen cuando escribía alguna frase un poco poética que no estaba ajustada a líneas, conductas, normas o al enfoque ideológico de las cosas. Ponía una interrogante y preguntaba, ¿no está muy panfletario esto, verdad? Le daba temor de caer en una redacción que no fuera de calidad.

Creo que una de las cosas más tristes por la que tuvimos que pasar, fue hacer desaparecer toda grabación, toda carta. Todo documento fue destruido como medida de seguridad en la clandestinidad. Era necesario, pero se perdió mucho de la historia de los compañeros.

Mónica: El mensaje final de ambas para la juventud nicaragüense.

Martha: Me parece que lo más importante es que la historia hay que verla, aprenderla y analizarla desde una perspectiva objetiva y no subjetiva, para poder enfocarnos y ver hacia el futuro. El trabajo y la lucha del Frente Sandinista es indudablemente un aporte significativo para la historia nacional y para resolver los problemas fundamentales que tiene nuestro país. Hombres como Ricardo Morales Avilés y Oscar Turcios, aportaron muchísimo, no sólo con sus vidas, sino también con sus ideas, al triunfo de la Revolución Popular Sandinista.

Marlen: Un homenaje a los que lucharon en la insurrección de septiembre, y en especial a Oscar y a Ricardo. La historia no serviría para nada si no es para impulsarnos a construir el futuro; de manera que quiero asegurar que nosotros no tenemos pena ni pesimismo. Creo que formo parte de miles de sandinistas que estamos trabajando por rehacer una verdadera organización, llámese partido, llámese movimiento o como sea, de militantes sandinistas. Con esto quiero decir que debemos tener dirigentes que nos traten como gente inteligente, que nos respeten en cada una de las actividades en los barrios y los pueblos, para que los sandinistas seamos verdadera fuente de impulso hacia una situación de bienestar para nuestra Patria.



4 de septiembre de 1999.





NOTAS


1 Sitio nocturno localizado en la calle del Teatro González de la vieja Managua. Se caracterizó por un ambiente novedoso, sicodélico, que reunió a la juventud hippie y rebelde de la época.

2 La Esperanza es una hacienda cafetalera de la familia Lacayo, ubicada en las laderas del Volcán Mombacho, Granada.

3 Se refiere al V Congreso Estudiantil, celebrado en el Recinto Universitario de León, en agosto de 1973.

4 Organización política y militar palestina, fundada por Yasser Arafat. Constituye un componente principal de la Organización para la Liberación de Palestina (OLP).


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