Hoy seremos héroes o mártires
Hugo Torres
Hugo Torres Jiménez, nació en el límite entre Nicaragua y Honduras, en El Espino, Madriz, el 25 de abril de 1948, pero creció en la ciudad de León. Su padre fue soldado de la Guardia Nacional y llegó hasta el grado de subteniente.
Hugo era estudiante de Derecho cuando se incorpora a la vida clandestina a principios del año 1974. Forma parte del comando guerrillero que realiza la operación “Diciembre Victorioso”, en el asalto a la casa de José María “Chema” Castillo. Pasa a la montaña y después que el grupo en el que se encontraba pierde contacto con el mando, salen en una travesía de varios meses rumbo a Honduras, a donde llega a finales de 1977. Ahí hace contacto con la Tendencia Tercerista del Frente Sandinista de Liberación Nacional, y se incorpora al Frente Norte.
En el año 1978 forma parte del comando guerrillero que asalta el Palacio Nacional, en otra espectacular operación que permite la liberación de todos los presos políticos. Es el único que participó en las dos grandes operaciones político-militares efectuadas por el FSLN en toda su lucha.
Es reconocido como Comandante Guerrillero en el año 1979 y forma parte del Ejército Popular Sandinista hasta su retiro con el grado de General, después de 1990. Actualmente participa de grupos de reflexión política, críticos a la actual conducción del FSLN, del que se encuentra separado.
Los golpes que sufrió el FSLN después de la guerrilla de Pancasán, significaron la pérdida de cientos de hermosas vidas de jóvenes en las ciudades y en la montaña. Después de Zinica, la Guardia estaba decidida a aniquilar a las bases campesinas y a todo aquel sospechoso de apoyar a los guerrilleros. Aunque se había llamado a una acumulación de fuerzas en silencio, la represión no cesó, y la prisión guardaba a importantes compañeros, algunos con más de siete años de detención. La conducción del Frente decide rescatarlos de la cárcel.
Según testimonio de Víctor Tirado, quien estaba entonces en la montaña, algunas veces se pensó en un operativo de rescate en las prisiones mismas. Pero la operación de un secuestro es decidido el año 1974 por el mando, cuyos principales cuadros eran Pedro Aráuz Palacios, Henry Ruiz, Tomás Borge, Plutarco Hernández, Víctor Tirado López, Eduardo Contreras, Germán Pomares y Carlos Agüero Echeverría. La operación era la forma más combativa de decir: “Aquí estamos y vamos hacia adelante”.
A diferencia del asalto al Palacio Nacional en agosto del año 1978, la selección de los integrantes del comando y su preparación, fue cuidadosa y realizada rigurosamente. Hugo Torres, uno de los trece participantes de aquella heroica acción, hace un relato detallado del asalto, cargado de anécdotas y sucesos. La fría advertencia de “El Danto”, había calado entre todos: la posibilidad de no regresar más. “Hoy seremos héroes o mártires”, les dijo el legendario Germán Pomares, cuando Eduardo Contreras, jefe del comando, les confirmó: “Es hoy y no hay vuelta atrás”.
Mónica: Comencemos con un poco de tu vida, ¿dónde naciste y creciste, quiénes son tus padres?
Hugo: Nací en la guardarraya de la frontera con Honduras, pero en territorio del departamento de Madriz. Soy leonés porque ahí me crié y estudié. Viví en el Barrio El Calvario, muy cerca de la casa donde vivió Rigoberto López Pérez.
Mi padre fue un militar que llegó, en más de treinta años de servicio, hasta el grado de Subteniente; y podría decir que fue de las excepciones que tuvo la Guardia Nacional, porque era un gran hombre, un buen hombre. Mi madre también fue una gran mujer, doña Isabel de Torres, a la cual debo en gran medida la formación que sentaría las bases para mi posterior paso a la vida revolucionaria.
Considero muy importante este programa porque la Historia es un referente de primer orden, importantísimo, imprescindible para poder vivir el presente y poder planificar el futuro. Desgraciadamente nos olvidamos de ella y por eso tropezamos de nuevo con la misma piedra. Por ello considero fundamental esta recuperación de la historia que se hace en tu programa.
Mónica: ¿Qué fue la operación “Diciembre Victorioso”, en qué contexto se desarrolló? ¿Qué significó para la lucha del pueblo?
Hugo: Diciembre Victorioso fue la toma de la casa de Chema Castillo, una de las acciones más relevantes en la vida del Frente Sandinista y del pueblo nicaragüense en su lucha contra la dictadura de Somoza. El 27 de diciembre de 1974, fecha en que se realiza la acción, termina un período que se dio en llamar de “acumulación de fuerzas en silencio”.
Habían pasado años muy duros en las vidas del pueblo de Nicaragua, en sus manifestaciones cívicas y armadas, en la búsqueda del derrocamiento de la dictadura de Somoza. Los primeros tiros de Bocay y Río Coco en los años sesenta, apenas si se escucharon. Después se pasaría por Pancasán y Fila Grande, en el año 1967; y Zinica en 1970. A esas alturas ya se acumulaba una rica experiencia guerrillera de corte irregular, y una rica experiencia política en la búsqueda de hacer cuajar el proyecto revolucionario, el proyecto armado, bajo la convicción de que era la única forma de acabar con la dinastía de los Somoza. El FSLN en ese período, entre Zinica, en 1970, y 1974, se dio a la tarea de acumular fuerzas en silencio.
Todas las otras expresiones políticas y cívicas, habían sido un fracaso, y fueron burladas por las maniobras y los pactos que a lo largo de la historia se vinieron dando con el padre de la dinastía y los hijos de él.
Mónica: Sí, eso queda completamente en evidencia cuando Fernando Agüero, a pesar de la sangre derramada el 22 de enero de 1967, pacta con Somoza. Entonces el pueblo se convence y dice: no hay nada que hacer con los conservadores.
El Kupia Kumi, como se conoció al pacto entre Anastasio Somoza Debayle y el líder conservador Fernando Agüero, se suscribió el 28 de marzo de 1971, y al igual que los pactos de los años cincuenta, fue una repartición de cargos entre liberales y conservadores, estableciendo una relación de sesenta por ciento para la mayoría –somocistas– y cuarenta por ciento para la minoría –los conservadores zancudos– en el Congreso, sin importar los resultados electorales.
En todos los entes autónomos y bancos habría representantes de la minoría –Partido Conservador– y la Corte Suprema de Justicia quedó integrada por cuatro magistrados liberales y tres magistrados conservadores. También se integró una Junta de Gobierno libero-conservadora, conocida como Triunvirato, dos liberales y un conservador, e igual se pactó la elaboración de una nueva Constitución.
Hugo: Tampoco hay que olvidar que el terremoto de diciembre de 1972 había desnudado una serie de contradicciones, ya no sólo entre la dictadura y el pueblo, que había sido la manifestación más concreta y primaria de la gran contradicción nacional, sino entre la dictadura y un sector del capital financiero y del capital comercial, que hasta en ese entonces había venido conviviendo con la dictadura, en tanto tenía sus espacios definidos para trabajar.
Pero sobre la destrucción y muerte del terremoto, se manifestó el afán de enriquecimiento y aprovechamiento de esa desgracia por parte de la familia Somoza y sus allegados. Se acaparan las principales tierras de Managua para hacer después la autopista y vender sus adoquines; se utilizó la ayuda internacional para llenar las despensas de los oficiales de la Guardia Nacional, y poner, posteriormente, desde pulperías hasta supermercados.
Somoza incursiona en un terreno que hasta ese momento le había reservado a un sector del capital financiero, inclusive a sus opositores. Crea el Banco de Centroamérica y comienza a incursionar en este terreno. Eso vino a lastimar a este sector financiero. El desprestigio internacional creció, sobre todo por el abuso y el robo descarado que se hizo de la ayuda internacional que venía para los damnificados del terremoto.
Mónica: Cuando los liberales y los conservadores terminan de hacer la nueva Constitución, Somoza se reelige sin haber modificado la parte de la no reelección continua. El gobierno ejercido por la “pata de gallina”, como calificó Pedro Joaquín Chamorro al Triunvirato, le sirve a Somoza para decir que no es reelección continua. Realmente ese pacto consolida al somocismo, permite en septiembre del año 1974 la reelección de Somoza, quien después le da una patada a Agüero.
Hugo: Recuerdo que nosotros estábamos en esa fecha entrenándonos en la Hacienda Panamá, propiedad de un colaborador que se llama Yico Sánchez, en Jinotepe. Nos entrenábamos Bayardo Arce, Joaquín Cuadra; Casimiro, un hijo adoptivo de Yico y Leonardo Real Espinal. Era una experiencia nueva de entrenamiento del Frente, una escuela de mes y medio, que eso era como una escuela de un año en aquel momento, para formar instructores.
La idea era que nos convirtiéramos en instructores; luego iríamos a distintas partes del país, en pequeñas escuelitas, como se daban en ese entonces, de cinco días, de cuatro días, de una semana. Lo que nosotros no sabíamos era que de ahí saldríamos algunos de los que participamos posteriormente en esta acción.
El Comando se formó paulatinamente. Desde agosto empezaron a reconcentrar a los miembros en Las Nubes, El Crucero, en una casa que era de una señora Téffel. La alquilaron, como parte del plan, Charlotte Baltodano y Leonel Espinoza, quienes eran casados y tenían una niña. Germán Pomares era el jardinero, con su gorrita, su radito, las tijeras de cortar arbustos, y servía de vigilante.
Nosotros estábamos recluidos en esa casa que era muy grande. El Comando inicialmente era de diecisiete miembros. Por distintas razones, quedamos trece. Nos preparamos en un curso intensivo de táctica, armamento y educación física. Hacíamos mucho ejercicio y por eso estábamos en muy buena condiciones. Eduardo Contreras era el jefe del comando, y los tres jefes de las escuadras: Germán Pomares, Joaquín Cuadra y yo.
Los miembros del comando eran Leticia Herrera, Eleonora Rocha, Olga Avilés, Javier Carrión, Omar Halleslevens, Joaquín Cuadra y yo, que estamos vivos; José Antonio Ríos, quien cae luego, entrando por Somoto, en el año 1978, cuando capturan a Doris Tijerino; Germán Pomares “El Danto”, que muere en el ataque a Jinotega; Eduardo Contreras, que muere ahí en el reparto que lleva su nombre o Satélite Asososca en el año 1976; Róger Deshón, que cae en la masacre de Veracruz, León; Hilario Sánchez, que muere en un accidente en el Lago de Granada; y Félix Pedro Picado, fallecido también en un accidente, ambos en los años ochenta. Quedó fuera la compañera Merceditas Avendaño.
Mónica: Yo recluté a Mercedes y era su responsable. En julio de 1974, me dijo Pedro Aráuz que Mercedes debía a pasar a la clandestinidad. Era una obrera del barrio El Laborío. Yo había abierto ese trabajo sobre la base de la instalación de un dispensario médico, en donde les dábamos consulta a los pobladores. Llegaban estudiantes de los últimos años de la carrera de Medicina, todos sandinistas.
Ella era del Comité Pro-Dispensario del barrio. También recluté a su hermano Julio Avendaño. Julio muere cuando bajaba a Edgard Lang de la montaña, quien venía enfermo. Y Mercedes cae en 1977, junto a Angelita Morales. Merceditas era una muchacha decidida, su rostro lo tengo presente. Me han contado que sufrió mucho porque no la incluyeron en el comando.
Hugo: Ella se quedó llorando porque no fue a la acción. Tuvo problemas porque entrenábamos en ladrillo y saltábamos, todo eso nos inflamaba las rodillas. A Merceditas se le inflamaron las rodillas de tal manera que no fue posible que participara. Era la pitonisa del grupo. Leía las cartas y leía las manos. Hacíamos fila todos, hasta Tomás y Eduardo Contreras, para que les leyera las manos. Yo no me las quise leer. Me daba miedo porque me iba a decir la verdad. ¡Una maravillosa compañera!
En el plan inicial se consideró que Charlotte y Leonel iban a sumarse al comando, pero se consideró después que no era conveniente.
Ahí encerrados nos preparamos en un curso intensivo, de táctica, pero sin descuidar la historia. Quien nos daba esa clase era Eduardo Contreras, con una interpretación objetiva, científica. No solamente se trataba de narrar hechos y de conocer fechas, sino como instrumento de análisis para entender el presente de Nicaragua.
Mónica: Tenemos entendido que la acción se realizó a partir del estudio de distintas posibilidades. ¿Desde cuándo comenzaron ustedes a buscar el objetivo en concreto?
La acción se iba a realizar a finales de noviembre en una embajada, no porque hubiera algo contra el país que representaba, sino porque simplemente en esa fecha esa embajada daba una fiesta tradicionalmente todos los años y reunía por lo tanto a ministros, embajadores, que era el objetivo que buscábamos: rehenes de peso para exigirle a la dictadura nuestras demandas.
Eduardo Contreras y yo hicimos una exploración sobre la embajada en referencia, en el Reparto Las Colinas. Por esas cosas de la vida, en esa embajada se suspendió la fiesta, y nosotros quedamos listos y alborotados.
Eduardo Contreras activó entonces a un grupo de compañeros en Managua, para que realizaran un chequeo permanente en embajadas y lugares de interés, donde se realizaría una actividad de esta naturaleza, y que reuniera a gente de peso. Dentro del grupo estaban compañeros como Álvaro Baltodano, Mario Cardenal, Francisco “Chico” Lacayo y otros que tenían relación con estos círculos sociales.
Mientras tanto, nosotros permanecíamos encerrados sin poder ni siquiera hablar en voz alta. Era desesperante. Se hablaba con la garganta, con susurros. Hacíamos guardia de noche en el jardín, en medio de un frío insoportable.
En una ocasión se dio una fiesta en la Embajada de Brasil. Se valoró, pero se vio que era una fiesta muy pequeña, y que era mejor no arriesgarnos. En otra ocasión se vigiló la Embajada de la República Dominicana.
Eduardo Contreras bajaba a Managua todos los días en horas de la tarde, a entrevistarse con estos compañeros, a recoger la información. Nosotros quedábamos, se pudiera decir, en zafarrancho de combate, listos, esperando nada más que Eduardo llegara y nos dijera si había o no acción.
Otra ocasión en que por poco realizamos la acción, fue cuando el cumpleaños del dictador. Noel Pallais, familiar de Somoza, le ofrece una fiesta en su casa en la Carretera Sur, y esa noche estuvimos a punto de ir a la acción. Un comando compuesto por Germán Pomares, Javier Carrión y otro compañero, salió a las afueras de Diriamba a tratar de reclutar los vehículos. Saliendo de Diriamba para Managua, se parquearon en la carretera. Pomares se ubicó en un lugar con una linterna y el otro grupo estaba a unos cuantos metros. Entonces Pomares miraba pasar el carro, valoraba qué tan buen carro era y con la linterna hacía señas para que el grupo le saliera al frente y lo parara. Pero claro, era una carretera súper oscura. Los carros bajaban la velocidad y cuando miraban a los armados, arrancaban.
No pudieron coger ni un carro. ¡Por dicha!, porque quién sabe qué hubiera pasado, ya que en la fiesta había como mil personas. Estaban todos los ministros, los altos oficiales de la Guardia Nacional, embajadores, personalidades del capital nicaragüense; pero estaba lleno de guardias, guardaespaldas, miembros de la seguridad, y nosotros apenas éramos trece. Después hacíamos chistes: Más vale que no fuimos, porque a lo mejor no nos hubieran hecho caso, decíamos. Entre tanta gente, nos hubieran visto como locos.
Mónica: Hubieran creído que andaban disfrazados.
Hugo: Reciclamos los planes de instrucción, volvimos a impartirlos, hasta que ¡por fin!, al mediodía del 27 de diciembre, Lazlo Pataki, quien era un ciudadano húngaro radicado en Nicaragua y que tenía el radio periódico El Clarín, donde le encantaba leer las invitaciones que le hacían, porque así se daba importancia, comenzó a decir: –Hemos recibido de nuestro querido amigo José María Castillo, una cordial invitación para asistir a una fiesta que le ofrece al embajador, nuestro gran amigo Thurner B. Shelton, de los Estados Unidos de América. Por supuesto que ahí estaremos.
“El Danto”, quien oía las noticias en un radito de esos de batería, escucha y dice: –Aquí está. Hoy es la cosa. Entonces se lo comunica a Eduardo Contreras, quien se mueve rápidamente para Managua para activar los grupos de vigilancia. Pero ahora en un objetivo concreto: la casa de José María Castillo. Antes de salir, nos deja dicho que ahora sí, que tengamos todo listo, que botáramos la ropa que habíamos utilizado para los ejercicios y que quemáramos todos los papeles que pudieran comprometer a los dueños de la casa y al Frente.
La casa de Chema Castillo estaba ubicada en el entonces exclusivo Reparto Los Robles, fuera del casco urbano de Managua. Era una casa relativamente pequeña para ese residencial. La orden era vigilar si había preparativos de fiesta, y el reporte que recibe el Comandante Contreras es positivo: están llevando gaseosas, hielo, viandas y otras cosas. Entonces dice: –Hoy es la acción. La ansiedad que teníamos porque la acción no se realizaba, se tradujo en alegría.
“El Danto”, que era un viejo guerrillero ya curtido en los combates, estaba muy sereno, con un temple de acero, empieza a hacernos burlas y bromas: –Bueno, hoy vamos a ser héroes o mártires. No hay alternativa.
Mónica: Y era verdad.
Hugo: Pero nosotros estábamos alimentados de tanta convicción a toda prueba, que era importantísimo y necesarísimo ese tipo de acción. Además de eso, nos sentíamos dichosos por haber sido escogidos para participar en la misma, por la relevancia que ésta tendría para el futuro de la lucha contra la dictadura.
Entonces nos alistamos. Le hicimos la última revisión a las armas de diversos calibres y tipos, porque eso era lo que habíamos podido conseguir: una escopeta, una pistola, un fusil 22, un arma que le llamábamos “El Águila” porque era del tiempo de Pancho Villa, calibre 45, parecida a la Thompson.
Mónica: O sea, que no era ningún armamento moderno.
Hugo: ¡No!, ¡qué va! Si el arma más moderna que llevábamos ahí era un AR-15 que, durante una limpieza se tapió con el trapo y costó mucho sacárselo. Si mal no recuerdo, el 23 de agosto Alexis Argüello gana el campeonato mundial peleando contra Rubén Olivares; entonces, como ese día hubo tirazón de cohetes, aprovechamos para probar las armas, porque los vecinos sacaron sus armas y dispararon por alegría, y entonces nosotros también salimos y disparamos para ver si nuestras armas estaban en buen estado. Ahí probamos el AR-15, y supimos que todas estaban más o menos bien.
Mónica: ¿Ninguna se quedó trabada?
Hugo: No. Leticia llevaba una carabina M-1; y “El Danto” una M-3. Ese era el armamento que usamos. De lo más diverso.
Mónica: ¿Nada de radios de comunicación?
Hugo: ¡De dónde! El radiotransmisor donde oía las noticias “El Danto” era lo más que teníamos. Tampoco llevábamos mascarillas contra gases, pero sí aspirinas y bicarbonato para los lacrimógenos, ¡imaginate!
Mónica: Igualito como que si fueran estudiantes.
Hugo: Igualito. La logística del Comando la componían las medias de nylon que nos pondríamos para cubrirnos el rostro, las que ya habíamos trabajado zurciendo los ojos y las narices para que no se desgarraran, y también un poco de municiones de reserva.
En el primer plan, la idea era que Róger Deshón, que hablaba ruso, era blanco, ojos azules, pelo rubio, muy tranquilo, muy flemático, muy inglés, entrara a la fiesta haciéndose pasar como embajador. De saco y corbata y con “El Danto” de guardaespaldas, vestido de Guardia Nacional con una M-3, que era usual en Managua. Las mujeres iban a ir vestidas de traje largo, elegantes, acompañando al “embajador”, y creo que el otro iba a ser Eduardo Contreras, porque era alto y además hablaba alemán. Entrarían hablando entre ellos, aunque no se entendieran, pero para impresionar a los guardias.
No lo hicimos porque valoramos que a las mujeres se les haría muy difícil correr con esos vestidos largos, y tampoco podrían ocultar las armas. Entonces optamos más bien por el asalto.
A las seis de la tarde, Eduardo Contreras regresa y dice: –Ahora es. Y entonces nos temblaron las piernas, porque ya era la concreta. Ya no había vuelta atrás, y se combinaron una serie de emociones y sentimientos. Sabíamos que podíamos morir esa noche. Además, “El Danto” estaba diciéndonos constantemente, hoy somos héroes o mártires, como que acrecentaba la idea de que podíamos morir.
La idea inicial era que Charlotte y Leonel se quedaran siempre en la casa, para no llamar la atención; que siguieran viviendo ahí. Pero luego se determinó que salieran, que era demasiado arriesgado que se quedaran ahí.
Bajamos a Managua en dos vehículos y llegamos hasta el Reparto Schick, que no era muy poblado, y había mucho monte. Nos bajamos y nos ocultamos mientras Róger Deshón y otro compañero salieron en una camioneta Cherokee a dar una vuelta y chequear por última vez la casa de Chema Castillo. El otro vehículo fue a capturar dos taxis.
Uno de los taxis era manejado por un señor de apellido Sandoval, que resultó hermano de Humberto Catún Sandoval, un compañero sandinista. El hombre preocupadísimo, le dice a Javier Carrión: –No hermano, si yo soy hermano de Catún ¡no me van a creer! Entonces lo dejamos amarrados al suave. Pero él se empezó a lastimar para que la Guardia le creyera que efectivamente nada tenía que ver en el asunto.
Les metimos en la bolsa a cada uno de los taxistas, creo que un billete de cincuenta córdobas por la carrera, les explicamos quiénes éramos y que no se preocuparan. Posteriormente la Guardia, efectivamente, torturó a este taxista. No le creyó, porque era hermano de un compañero sandinista, que había estado preso. Ya ubicados en los dos carros, cada uno señaló su posición en los vehículos. Pusimos las armas bala en boca, con el seguro listo para quitárselo. Procedimos a avanzar hacia el objetivo. Joaquín Cuadra iba manejando uno de los taxis y el otro lo conducía Javier Carrión. Entrando al residencial nos topamos con una patrulla de la Guardia y todos nos crispamos, porque algunos cañones de las armas se salían por las ventanas, pero no pasó nada.
Cuando estábamos a media cuadra, la adrenalina nos chorreaba por los poros, sobre todo cuando divisamos a un primer grupo de agentes de seguridad jugando naipes sobre un carro. Después divisamos a otro grupo, y para entonces ya cada quien llevaba su ángulo de tiro de acuerdo al último croquis.
Pasó el primer carro y nos quedan viendo los agentes de seguridad y siguen jugando naipes, porque ven un montón de pasajeros civiles ir en taxi. Pasa el segundo carro y nos parqueamos bruscamente frente a la casa, mientras abríamos las puertas y aventando balas. Allí no es ¡arriba las manos! No. Arrojando balas, cada quien para su ángulo de tiro.
La idea era entrar en formación de cuña, de tal manera que pudiéramos cubrir los flancos, la retaguardia y el frente. Eduardo Contreras iba con una pistola Browning, el resto con el arma que llevaba. Ban, bam, bam, bam, bam, se armó la tirazón de los mil demonios. Y cuando llegamos a la puerta, ¡la puerta está cerrada!
Y entonces la “Clarita” le empieza gritar a Hilario Sánchez, que era el “11”: – ¡Once, la puerta! ¡Once, la puerta! Y “11”, que le decíamos “Camión”, porque era un camión de fuerte, no tan alto pero era un indio Sutiava fornido, se empezó a tirar contra la puerta, una puerta fuerte. A estas alturas, Mónica, yo no puedo asegurar si la puerta la abrieron ante los embates de “Camión” o si la abrió él a empujones y golpes. Pero después, viendo la puerta que era bastante fuerte, me parece que ante los golpes, alguien la abrió por dentro. A lo mejor, y esto ya es especulación, pensaron que alguien estaba buscando auxilio, porque dentro de la casa lo que oyeron fue la tirazón afuera, y se asustaron, y al principio no supieron cómo reaccionar.
Logramos entrar a la casa. Pero antes, hieren a Róger Deshón. Le pegan un balazo en un costado; en la parte superior, ahora no recuerdo a qué costado.
Entonces “El Danto”, que andaba una subametralladora M-3, que era una buena arma, se regresa, y a nosotros nos llama la atención ver al “Danto” que en vez de ir para adentro de la casa, se regresa. Vemos que un sargento de la Oficina de Seguridad Nacional es el que va disparando, corriendo y disparando así de perfil, para atrás.
“El Danto” lo alcanza, se le traba la subametralladora, entonces le da contra el pavimento. Reaccionó por su experiencia. Nosotros tal vez no hubiéramos hallado qué hacer, si se nos hubiera trabado en esa circunstancia. Él agarra al Sargento cuando está cambiando el cargador de la pistola, y ahí lo remata.
Y entonces, cuando le preguntamos: –Estás loco, “Danto”, ¿qué te regresaste a hacer? Y dice “El Danto”, quien tenía un gran sentido del humor: –Ideay, no ve que me hirieron al chelito, ¿cómo iba a dejar que me hirieran al chelito? Ideay, este jodido –porque así hablaba “El Danto”– quería irse después de haber herido al chelito. Eso habla del temple que tenía ¿no?
Entonces logramos entrar a la casa. Cada quien ya tenía el croquis de la casa, porque Javier Carrión la conocía, y el mismo día lo estudiamos en Las Nubes y nos dieron las misiones a cada escuadra: Vos cubrís este sector, estos cuartos; vos estás para el patio; ustedes van para la cocina, que da a un garaje por ahí. Cada quien ya tenía su sector. A mi escuadra le tocó el sector del comedor, la cocina y el garaje. Ahí por el garaje se nos escapó, en el tiroteo, Leonel Somoza. Creo que era hijo de José Somoza o de Luis Somoza. Así fue como entramos. Serían, a esas alturas, más o menos las 10:50 de la noche. Un grupo de los invitados se corrió para el patio, entre ellos Guillermo Sevilla Sacasa, el cuñado del dictador, el doctor Alejandro Montiel Argüello y otros peces gordos, pero los descubrimos hasta en la mañana del día siguiente.
Mónica: ¿Cuánto tiempo duró la acción inicial? ¿Cómo muere José María Castillo?
Hugo: Desde el momento en que nos bajamos de los vehículos hasta que tenemos dominada la situación, la acción dura unos tres minutos en total.
Chema muere porque inmediatamente se mete a un cuarto donde tenía armas. Se le conmina a salir, que salga con las manos en alto, y él, en lugar de eso, monta una escopeta, sale con el arma y logra hacer un disparo, con suerte que es un cartucho con balines de esos chiquitos, palomeros que les decíamos, pegan en el piso y de rebote algunos de los balincitos se le incrustan en una pierna a Eleonora Rocha, pero fue a flor de piel, sin ninguna trascendencia.
Nosotros respondemos, y ahí muere Chema Castillo, porque se enfrenta y nos vemos obligados a liquidarlo. Tomamos el cuerpo y lo metimos en una habitación. Encendimos el aire acondicionado, porque la mayoría de los rehenes no se dan cuenta de que Chema había muerto. Entonces la idea era tenerlo ahí, y en las exigencias a Somoza, como íbamos a poner un plazo para la ejecución de rehenes, pues íbamos a sacar a Chema haciendo creer que era el primer rehén ejecutado, si Somoza no atendía nuestras exigencias una vez que se venciera el plazo que estipularíamos. Pero la verdad es que la idea nuestra era evitar al máximo ejecutar a alguien.
Con la colección de armas que Chema tenía en su dormitorio, reforzamos nuestra defensa. Encontramos una M-3, una carabina y escopetas. Definitivamente, eran mejores armas que las que tenía el comando. A eso de la medianoche, Joaquín Cuadra llamó a Radio Corporación para dar la primicia, y para que la población conociera que un comando del Frente Sandinista había tomado por asalto un objetivo tan importante, pero no nos creyeron. Y no nos creyeron precisamente porque al día siguiente era 28 de diciembre, “Día de los Inocentes”.
Mónica: Creían que era un inocentazo.
Hugo: Joaquín insistió, pero al otro lado del auricular el locutor le decía: – ¿Ajá?, ahora contámela a colores. – ¡No hombre!, sí es cierto. Somos un comando que nos acabamos de tomar... –Bueno, pues. Okey, mañana me la contás de otra forma. ¡Y no le creyó!
Oyente: Una simple pregunta que siempre me quedó en la jupa, ¿qué hubiera pasado si el General Somoza hubiera estado en esa fiesta?
Hugo: ¡Ah! A todos nos quedó en la jupa, como dice él. Esa es la pregunta del millón. A lo mejor hubiéramos hecho una negociación ¡quién sabe! A lo mejor esa negociación hubiera significado descabezar a la Guardia Nacional, instaurar un Gobierno de transición civil, convocar a nuevas elecciones libres con supervisión internacional. ¡Quién sabe!, realmente. El Embajador Shelton se acababa de ir también…
Mónica: Aunque también se dice que si hubiera estado el Embajador habría sido peligrosa la intervención norteamericana.
Hugo: Es posible que haya sido mejor. Son casos hipotéticos, y no tiene sentido detenernos, porque caemos en el campo de la especulación. Cuando logramos recoger a todos los rehenes, vimos que estaba Cornelio Hüeck, que era más o menos importante; Noel Pallais, familiar del dictador; el embajador de Chile, un General chileno de Carabineros de apellido Deneken, Alfonso Deneken. Ese hombre sufrió esos dos días terriblemente, porque hacía un año que se acababa de dar el golpe de Pinochet y su camarilla contra Salvador Allende. Entonces, ese pobre General, era un General retirado, no habló. Se quedó quieto en un rincón. Seguramente él pensaba que sería el primero que ajusticiaríamos, si Somoza no cumplía con las demandas. Incluso, del despacho de Pinochet llamaron a la casa y Eduardo Contreras le tiró el teléfono. Le dijo que no hablaba con dictadores.
Siguiendo con el relato, una vez que controlamos la situación y cada quien nos ubicamos, la Guardia empezó a rodear la casa; todavía estaban desconcertados, no sabían qué era lo que pasaba. Y llegaron algunas patrullas, las estábamos viendo desde el garaje, y se parqueó una de ellas frente al garaje de la casa. Entonces nos quedó a tiro. Le hicimos varios disparos y es probable que ahí les hayamos hecho algunas bajas.
En la mañana siguiente, acababa de pasar el primer tiroteo fuerte con la Guardia, que se había querido meter a la casa, precisamente por un pequeño portón del patio que había quedado abierto, y se había armado un burumbumbún de los mil demonios. Mandamos a la empleada a que lo cerrara, y cuando va caminando por la grama en el patio, nos llama la atención que vuelve a ver hacia uno de los costados del patio, y entonces Joaquín le gritó: – ¿Qué vio? ¡No, nada! –dice la señora, pero después nuevamente hace el mismo gesto, y se le vuelve a gritar: – ¿Qué vio? Joaquín se empina y logra ver una calva, una pelona, una cabeza, y entonces dice: – ¡Ese es Alejandro Montiel Argüello, yo le conozco la pelona!
Y efectivamente, así era. Lo conocía personalmente porque Alejandro Montiel Argüello le había dado clases de Derecho Internacional en la UCA. Entonces se les gritó: –Los que están ahí que salgan con las manos en la cabeza. Y cuando vemos que vienen Guillermo Sevilla Sacasa y Alejandro Montiel Argüello, hasta se nos iluminaron las caras.
Ahí descansamos, porque estábamos con mucha tensión, en el sentido de que los rehenes que teníamos no los considerábamos de tanta calidad como para que Somoza accediera a nuestras demandas. Pero cuando ya vemos a Alejandro Montiel Argüello y a Guillermo Sevilla Sacasa ¡para qué más! Entonces “El Danto” dice: –Ahora sí ya me puedo tirar mi nacatamalito, porque tenía reservado un nacatamal en el refrigerador. Ahora sí, vamos de viaje –dice “El Danto”.
Mónica: ¿Cómo fue la negociación?
Hugo: El primero que habló fue el General José Somoza, porque Anastasio Somoza estaba en Miami. Entonces José Somoza se comunica con Eduardo Contreras, quien le dice: –Aquí está rodeando la Guardia. Y le explica que somos un Comando. Y ¿qué quiere? –le dice José Somoza, ¿que los quite? Claro, que los quite –le dice Eduardo. Como no, señor –le contesta José Somoza. Entonces le pedimos que mande al Obispo Miguel Obando y Bravo como mediador, y así comenzó todo el proceso de negociación, primero a través de notas que yo hacía. Ahí planteábamos las condiciones, las cuales se le explicaban al mediador. Así se fue dando el proceso de negociación. Siempre Somoza peleó más por el dinero que por otra cosa. Igual fue en el Palacio Nacional.
Dividimos a los rehenes entre “los de peso”, que se auto llamaron los parlanchines, porque hablaban todo el día; y en el otro grupo estaban “los de tercera clase”. En ese grupo estaba Lazlo Pataky. Liberamos a los músicos, a los empleados y a los meseros. Después liberamos a las mujeres, a pesar de la oposición de Luis Valle Olivares, quien era Alcalde de Managua, porque decía que si se iban las mujeres la Guardia iba a atacar. ¡Fijate!
Mónica: Además de la salida de los presos del Frente Sandinista, la otra exigencia de ustedes era la difusión de comunicados en los medios de comunicación. Siempre me pareció eso un asunto de gran impacto. Nosotros, que estábamos afuera, al escuchar las radios en cadena transmitiendo un largo mensaje del Frente, sentíamos que eso era un golpe demoledor.
Hugo: Sí. Eso fue de un impacto tremendo, porque ahí denunciamos todos los crímenes de la dictadura, se le decía ladrón y criminal al dictador. Cuando pasaban por esa parte del texto, los locutores bajaban la voz porque temían que al darle énfasis lo interpretaran como que eran simpatizantes nuestros. Entonces exigimos una segunda lectura con voz fuerte.
La Guardia trató de meterse varias veces a la casa. Se subían al techo y nosotros por dentro los íbamos siguiendo con los fusiles apuntando para arriba, pero no pasó a más. Realmente los rehenes fueron la garantía, sobre todo la presión de la Liliam Somoza y Guillermo Sevilla Sacasa. Eso contó muchísimo.
Conseguido todo lo que exigimos, un millón de dólares, la salida de todos los presos del FSLN, la transmisión de nuestros comunicados por los medios de comunicación en cadena nacional y un avión que nos llevara a La Habana, Cuba, nos preparamos para salir de la casa la mañana del 30 de diciembre. Para ello, pedimos un autobús grande Mercedes Benz, del Colegio Primero de Febrero, hoy Rigoberto López Pérez, que trasladara al Comando, los rehenes y, como garantes, el Obispo Miguel Obando y Bravo y los embajadores de Panamá y México.
A la hora estipulada, salimos de la casa con la capucha de nylon cubriéndonos el rostro. Había muchos guardias, periodistas y pobladores en los alrededores. La gente se había tirado a las calles, y hasta se formó una caravana enorme de motocicletas y de carros pitando, que nos siguió hasta el aeropuerto, y a lo largo de la carretera norte, la gente nos decía adiós.
Mónica: ¿Llevaban banderas rojinegras?
Hugo: Sí. Me acuerdo la cara de Monseñor Obando. Era de satisfacción. Y si mal no recuerdo, tuvo una expresión como ésta: –Hombré, sí tienen pueblo. Los sigue la gente. Eso fue sumamente emocionante. Debíamos controlar la emoción porque no podíamos perder la compostura a última hora.
Cuando llegamos al aeropuerto, la Guardia quiso hacer el último intento, pero exigimos que se retiraran de la pista. Ya nos esperaban los compañeros que habíamos sacado de la cárcel, entre ellos José Benito Escobar, Julián Roque, Oscar Benavides, Daniel Ortega, Lenín Cerna, Jacinto Suárez, Manuel Rivas Vallecillo y Carlos Guadamuz.
Y también estaba el saco con el dinero, con el millón de dólares que exigimos para seguir la lucha. Los estaban contando los compañeros adentro del avión de La Nica. Al final no iba completo el millón. Los guardias metieron la mano y se robaron quince mil dólares.
Finalmente subimos al avión. El piloto era un griego que nos pidió le regaláramos una pistola. Se la dimos y nos llevó a La Habana.
Mónica: ¡Alegrísimos!
Hugo: Ah, por supuesto. La mayoría de los miembros del comando nunca habíamos viajado en avión. Lo único que nos faltó fueron las azafatas.
18
de diciembre de 1999