Llegar a la montaña era la ilusión
William Ramírez
William Ramírez “Aureliano” nace en Niquinohomo el 17 de agosto de 1948. Estudia en la Escuela Normal de Jinotepe, graduándose como maestro de educación primaria. Posteriormente concluye estudios de Periodismo, profesión en la cual alcanza notoriedad y relevancia. Trabaja en el diario La Prensa entre 1969 y 1972; fue profesor de Periodismo en la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua y es fundador del noticiero Extra y de un programa sabatino de televisión, Nos importa el futuro.
Se integra a la lucha contra la dictadura somocista en 1969, y en 1975 pasa a la clandestinidad. Sube a la montaña en enero de 1976. Participa en varios combates y sale herido de la montaña en 1977. Se le asignan responsabilidades en Managua y forma parte del Estado Mayor del Frente Interno, como delegado de la Tendencia Guerra Popular Prolongada.
Cuando triunfa la Revolución es Comandante Guerrillero y fundador del Ejército Popular Sandinista. Es nombrado Ministro de la Costa Atlántica, después asume la cartera de Ministro de Transporte y luego Director de Empresa Nacional de Alimentos Básicos. En 1990 es diputado por el FSLN. A la fecha de esta entrevista, se dedica a su profesión de periodista, al frente de la Radio 580.
Llegar a la montaña era la ilusión de quienes se integraban a la lucha desde distintas formas de organización: los sindicatos, el movimiento cristiano, el sector estudiantil, el movimiento obrero. William Ramírez no fue la excepción, y él mismo solicitó su traslado a la montaña cuando no pudo mantenerse más en la legalidad. Para entonces William era un profesional del Periodismo y tenía varios hijos con Epifanía, Epi, su esposa. En la montaña comenzaba uno de los períodos más duros de la represión somocista, acompañado de crueles torturas para sembrar el terror entre los campesinos.
Para William Ramírez, que vivió y padeció esa dura experiencia, la montaña fue un referente importantísimo para el trabajo de organización de las ciudades. “Ahí fue donde se hicieron los jefes de los Frentes Urbanos”, asegura.
Mónica: Para mí es un gusto entrevistar a William porque siento hacia él un afecto especial, además, trabajamos juntos. Siempre pensé que siendo un exitoso periodista, y teniendo una familia con hijos, su decisión de marchar a la montaña requería un mayor desprendimiento, un mayor compromiso. La mayoría de nosotros fuimos sin dejar hijos, o los tuvimos ya siendo guerrilleros. Sin más preámbulos, contanos, ¿cómo es que vas a dar a la montaña?
William: Después de la toma de la casa de Chema Castillo en 1974, se me hizo casi imposible continuar haciendo mi trabajo legal dentro del FSLN. Mi tarea era conseguir casas de seguridad, recoger información y dinero, reclutar compañeros, y a veces servir de conductor a Tomás Borge. Entre 1974 y 1975 tuve que pasar a la clandestinidad porque ya la Seguridad del Estado venía sobre mí. Se lo planteé a Tomás y me dijo: –Bueno, vamos de viaje, ¿a dónde querés ir? Y yo le dije: –A la montaña. Así de claro, porque nosotros éramos de una Tendencia dentro del Frente Sandinista que quería, mediante el método de la Guerra Popular Prolongada, hacer un desgaste estratégico de la Guardia Nacional, atrayéndola a los espacios geográficos donde nosotros queríamos combatir, no bajo el esquema de focos, sino bajo el esquema de desgaste.
Al mismo tiempo, queríamos que se hiciera una organización en la ciudad que permitiera, junto a acciones armadas, ir creando las condiciones propicias. Pero lo estratégico era la montaña. Esa era la concepción que teníamos. Había otro escenario geográfico, al cual nosotros llamábamos el campo. Para llegar a la montaña tenían que pasar necesariamente por el campo, donde la geografía es más clemente, es menos salvaje. La montaña en esa época era virgen.
Antes de irnos a la montaña, pasamos una escuela de entrenamiento. Eso fue a finales de 1975. Carlos Fonseca era el Jefe Militar de la escuela donde yo estaba con “Pepe” Pedro Aráuz Palacios, a quien también se conocía como “Federico”, y estaba “El Macho” Agüero, Carlos Agüero; Leticia Herrera era instructora de explosivos.
Era gente muy calificada y con una disciplina excelente. Nos preparaban con una formación dura, bien dura. Recibiendo escuela también estaban Manuel Calderón y Roberto Calderón. Estuvo un rato Juan de Dios Muñoz y alguna gente más. Juan de Dios se distinguía por su calidad humana, ¡qué clase de compañero!, ¡y qué cariño y qué humildad de verdad! Humilde de verdad, sin apellidos.
Al finalizar la escuela, la noche en que nos despedimos, a mí me tocó hacer la posta. Carlos Fonseca estuvo hablando toda la noche conmigo, pero antes de irse, como a las siete de la noche, Carlos Agüero, como yo era alto y recio, le dice: –Mirá, Carlos, esta espalda está buena para una 30.
De ahí subimos a la montaña. De los que nos impartieron la escuela militar, se fue con nosotros Carlos Agüero. Nos fuimos disfrazados de equipo de béisbol, vía Matagalpa, pasando por Jinotega, hasta llegar a El Cuá. Nuestro punto de referencia era El Bote, ya en las montañas jinoteganas. Llegamos hasta ahí en jeep. Hasta ahí no tuvimos ningún inconveniente porque íbamos haciendo ostentación de nuestros uniformes, de nuestros bates. Después ya comenzamos a caminar como guerrilleros.
Como ahí era campo todavía, y para llegar adonde queríamos faltaban como dos días de camino, en el día estábamos debajo de unos arbustos, expuestos a que la gente nos viera, y en una oportunidad nos vio un campesino, lo capturamos, nos estuvimos con él allí, hasta en la noche lo dejamos ir, porque en la noche ya nosotros nos habíamos bailado. No nos denunció, no tuvimos mayores problemas. Ya llevábamos nuestras armas, yo comencé con un fusil de repetición; excelente fusil, era un Máuser.
Después comenzamos a caminar hacia la Cordillera Isabelia. Yo tenía entonces entre 24 y 25 años, y estábamos con toda la leche, bien jóvenes, bien fuertes. Pero llegamos con los pies llagados. Es que a pesar del ejercicio que nosotros hacíamos, pese a la preparación física, era en una escuela en la ciudad, y no podías caminar largas distancias porque estabas dentro de una casa.
Mónica: Contanos de Carlos Agüero. Sé que era uno de los principales jefes de la guerrilla de la montaña. ¿Cómo era él?
William: Carlos Agüero era muy serio y no militarista, pero muy impaciente. Tuvo contradicciones con “Modesto” por eso, porque éste tenía una visión más estratégica, y aquél quería seguir golpeando a la Guardia. Creo que Carlos en algún momento tenía razón, porque a veces “Modesto” pudo haber pecado un poco de conservador. Aunque digo esto sin conocer las interioridades, porque la comunicación con la ciudad y la información del enemigo la tenía “Modesto”, y realmente nosotros no conocíamos la situación porque teníamos mucho cuidado de mantener la compartimentación de las informaciones. Pero Carlos Agüero insistía en que la única manera de hacer presencia ante el enemigo era golpeándolo.
Como te venía contando, en la Cordillera Isabelia quedaba el campamento central, en lo más profundo de la montaña. Ya en 1976 comenzamos la preparación, pero aún había mucha gente que no sabía leer. “Modesto” sabía que yo era maestro y me encomendó la tarea de enseñarles a leer a muchos compañeros campesinos. ¡Eso no lo voy a olvidar nunca! Una cosa que no olvida un maestro es enseñarle a leer a alguien, porque eso es para toda la vida. También me encargó tareas políticas.
Estuve a cargo de tareas políticas no sé cuánto tiempo, hasta que lo perdí por un error que cometí. Nosotros teníamos que abastecernos, y en una mochila yo cargaba bastante, hasta ochenta libras bajando y subiendo montaña, ¡era una barbaridad!, tenía que ser un animal para cargar bastante. Y como era bien fuerte, siempre me ponían atrás, en la retaguardia, para ir borrando las huellas. Vos sabés, ése es un trabajo muy minucioso y de mucha responsabilidad, porque es la vida de tus compañeros lo que está en juego; si dejás mal borrada la huella, te podía perseguir la Guardia o los jueces de mesta.
Resulta que un día me toca ir de responsable de una escuadra a traer maíz; pero cuando íbamos en el camino, dos compañeros me piden permiso para cortar caña, y yo se los concedí porque no vi nada de malo. Cuando llegamos al campamento con la caña, “Modesto” me sancionó porque había puesto en peligro la seguridad de todos. Era cierto, porque cuando vos estás cortando caña en el silencio, se oye larguísimo. Es como, por ejemplo, en la montaña vos a cien metros, Mónica podés oler el humo del cigarro. En el medio ambiente virgen y sin contaminación que había en ese momento, vos podías percibir a una gran distancia los olores y los sonidos.
Mónica: ¿Cómo te sancionó “Modesto”?
William: Primero me destituyó de mi cargo y después me puso tres días de posta sin comer. Tres días comiendo sólo pozol1. La experiencia me sirvió muchísimo porque todo eso me iba formando. Creo que yo no sería lo que soy sin el Frente Sandinista. Obviamente, aparte de mí, de lo que mi mama me enseñó en cuanto a ser honrado, la cuestión de la religión, los valores morales que te enseña tu familia, yo se lo agradezco infinitamente a mi mama, y también lo que me enseñaron en la Normal como maestro.
Pero la parte más fundamental de mi vida, creo que fue mi experiencia dentro del Frente Sandinista antes y después del gobierno sandinista, porque también muchas cosas que aprendimos me sirven ahora para mi vida. El hecho de haber tenido responsabilidades dentro del Estado, responsabilidades dentro del Frente Sandinista nos ayudaron a formarnos.
Después se deformaron muchas concepciones, la mística, la humildad, la fraternidad, un montón de cosas, pero esos fueron valores que nos enseñó el Frente Sandinista. También tuve el privilegio de conocer a Carlos Fonseca y que nos transmitiera muchas cosas. Estuve con él en La Habana y aquí en Nicaragua. Con él me pasaron cosas risibles, serias y todo.
Comentario de la autora: William conoció a Carlos Fonseca en Méjico, donde se encuentran después que Carlos fuera rescatado de la cárcel por un comando que secuestra un avión de LACSA. Luego se vuelve a encontrar con Fonseca en La Habana. William viaja con Mario Fulvio Espinoza a Moscú, vía La Habana, a representar a los periodistas en un cónclave internacional. (Conversación con Epifanía de Ramírez, Epi, esposa de William).
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William: Te cuento una anécdota de Carlos: No recuerdo qué compañero cayó, y él redacta un comunicado y me lo da, lo leo y le digo que está bueno. Después que sale el comunicado públicamente, le digo: –Mira, salieron algunos errores. – ¿Y yo no te lo di para que lo corrigieras? Yo creí que me lo había dado para ver el contenido y no me fijé en la forma. Y me regañó por eso.
Mónica: ¡Claro!, porque vos eras el periodista.
William: ¡Claro! Yo no había entendido. ¡Qué hombre más bruto soy!, me decía para mis adentros.
Pero esta anécdota de cortar caña, lo que refleja es que padecíamos de un hambre terrible. Muchas veces, para comer teníamos que disputarle los bananos a las serpientes, en los bananales que los campesinos dejaban abandonados por la represión de la Guardia. También peleábamos por el maíz con los ratones y las guatusas.
Llegábamos a espantarlos y, a ver qué podíamos hacer, si recuperábamos para alguna tortilla o lo que fuera. La caña también, porque contenía azúcar que para nosotros era fundamental; a veces con tres caramelos vos pasabas el día, comíamos en la mañana y en la tarde dos caramelos y un poco de agua, y en la noche volvíamos a comer.
Mónica: Y generalmente, ¿qué comían?
William: Primero guineos cocidos, y cuando ya no había, nos comíamos las cáscaras de los guineos. Para nosotros también era alimento una planta amarga con espinas, le llaman Garra de León2: la pelábamos, la poníamos a hervir y nos quedaba que parecía guiso. Era una cosa espantosa. Algunos decían que se parecía a la yuca, pero nosotros sentíamos que estábamos profanando a la yuca porque nada tenía que ver.
Mónica: ¿Cómo estaban organizados?
William: Se tomó la decisión de dividirnos en escuadras, y nos instalamos en varios campamentos, pero la comunicación con la ciudad estuvo siempre bajo la responsabilidad de “Modesto”. Carlos Agüero cayó durante el ataque a uno de los cuarteles de la Guardia en la zona, y fue David Blanco quien asumió la responsabilidad del grupo.
Después nos tocó la parte más dura. Comenzó el cerco de la Guardia y se cortaba el abastecimiento: no había dulce, ni azúcar, ni caramelos. Tampoco había lámparas de mano, ni baterías, ni sal, que era vital para nosotros, ni ropa. La Guardia cortaba todo eso en Matagalpa, en Jinotega, al pie de la montaña.
En aquel momento las comunicaciones se habían cortado con Managua, y pasamos un montón de tiempo sin saber qué pasaba. Entonces “Modesto” bajó a Managua a ver qué ocurría3. Las comunicaciones se restablecieron, pero creo que posteriormente se volvieron a perder. Mientras tanto, la Guardia nos estaba diezmando, poco a poco íbamos cayendo en emboscadas. A algunos compañeros los capturaron vivos y después de torturarlos, los asesinaban. Todo lo que es Lisawé, Labú, toda esa zona, estaba atestada de colaboradores del Frente y de la Guardia.
Recuerdo que a Chalío, de la familia Ochoa –algunos de ellos sobrevivieron y están ahora en el Ejército–, lo capturó la Guardia; lo guindaron de los pies y con una cuchilla Gillette le comenzaron a quitar la piel y le echaban sal. Dicen que el muchacho pegaba alaridos de dolor, hasta que murió desangrado. Chalío tocaba la guitarra y yo lo acompañaba con la armónica.
Mónica: Ésa es la época en que la Guardia capturaba compañeros y los tiraba desde los helicópteros.
William: Hace poco tiempo me enteré de que Juan Wong, hermano del actual Secretario de la Presidencia, Gilberto Wong, le decía a los compañeros en mal español: –Copelá homble, copelá. Y al final los clavaba en madera. Después, él se ufanaba de eso en Miami; esto me lo contó alguien que estuvo con ellos. Dicen también que a los hijos y a los familiares de los capturados se los llevaban en el helicóptero que Juan Wong piloteaba, y los dejaban caer al vacío.
En esas condiciones, el cerco a la guerrilla se fue haciendo cada vez peor. Ya nuestras ropas andaban totalmente deshilachadas, las municiones se nos acabaron y las medicinas también. Recuerdo que pegábamos la ropa con leche de hule, y hasta le poníamos parches. Había unas raíces que eran muy fuertes, y con ellas, como si fueran hilo, zurcíamos la ropa. Era una situación muy deprimente. Una vez, después de caminar tres días sin comer, nos encontramos un piñal tierno y empezamos a comer con desesperación. De pronto, veo que a Crescencio Rosales le salía sangre por la boca. Era que la piña nos desbarataba los labios pero no sentíamos. Terminamos comiendo piña con sangre y no nos dábamos cuenta por el hambre que andábamos.
Mónica: Después de un ataque en el que le vacían un ojo a Juan de Dios Muñoz, y en el que capturan a Rosa Argentina Ortiz, él baja con el ojo vaciado, con la cara envuelta en una toalla sucia. Va buscando contacto y no había comido. Era tanta el hambre que, cuando llegó a Sébaco, sólo andaba un peso, entonces compró un peso de cebolla y venía en el bus comiéndose la cebolla así cruda y la gente lo quedaba viendo como loco.
William: El caso es que “Modesto” se desapareció como tres meses, y nosotros quedamos sin ninguna comunicación. Estaban Hugo Torres, Crescencio Rosales, Iván Gutiérrez, Roberto Calderón, entre los que me acuerdo.
Mónica: ¿Hablás de Roberto Calderón que después se quedó perdido meses en la montaña y al final tuvo que entregarse?
William: Fue divertidísimo lo de Calderón. Cuando se fue a entregar al cuartel, él gritaba: – ¡Vengo a entregarme! Y el guardia le dijo: –Regresá mañana.
Mónica: Otra cosa que fue terrible y que golpeó a la guerrilla fue la lepra de montaña. Recuerdo a Leonardo Real Espinal, a quien conocí en la escuela militar en Telica, era casi un niño, y tenía la espalda cubierta de lepra de montaña. ¿Vos también padeciste de eso?
William: Si, esta seña de la cara y otras que tengo en el cuerpo, es lepra de montaña. También le dio a Roberto Calderón, y casi se le comió la nariz. Es una de las enfermedades que transmite una variedad del mosquito que causa el paludismo, otro mal que nos atacó mucho.
Mónica: Cuando bajaron a Edgard Lang de la montaña, los atacan y muere Julio Avendaño, Edgard venía enfermo de los riñones. Los traía desbaratados. La salud de los guerrilleros era otro factor para la sobrevivencia.
William: Pero en ese grupo contábamos con “El Doctorcito”, Edwin Cordero, quien había estudiado hasta tercero o cuarto año de Medicina, y él nos apoyaba enormemente. Fue vital para nosotros, aunque no tenía medicamentos.
Mónica: ¿Cuántas mujeres aguantaron esas condiciones de la montaña?
William: De las que estuvieron en nuestro campamento, todas aguantaron. Estuvo Ana Julia Guido, Raquel Balladares, y las demás eran mujeres campesinas acostumbradas a esa vida. Claudia Chamorro no llegó hasta el cuartel central, sino hasta donde estuvo “La Gata” Munguía. Raquel tenía mucha resistencia física, una compañera fraterna, combativa, era una mujer que se identificó totalmente con el campesinado.
Nosotros estábamos adentro, en la Cordillera Isabelia. Me encontré a Víctor Tirado López y a “La Gata” Munguía cuando subí a la montaña. Ellos nos recibieron en la entrada, pero ya en la mera montaña. Nosotros fuimos al campamento central, estaba en el fondo, en lo más espeso de la montaña. Allí estaban Carlos Agüero y “Modesto”, que eran los mandos principales.
Mónica: Roberto Calderón cuenta que había un campesino al que, cuando pasaban los aviones, los de la ciudad le decían: –Mirá, en aquellos aviones van unas mujeres bien lindas a las que les dicen azafatas, van bien vestiditas, olorositas, pero lo más lindo es que a cada rato pasan por el asiento del avión diciendo cofee, té, cofee, té. El campesino, que no era nada tonto, cada vez que pasaba el avión se iba a donde todos ellos y les decía: –Cofee, té, cofee. En una ocasión Calderón estaba con la cara inflamada del hambre, enfurecido, y llega el campesino y le dice: –Cofee, té, cofee. Y Calderón le grita: –Pedí lunch, jodido.
William: Roberto Calderón y Hugo Torres eran crueles. A veces nos juntábamos los tres y uno de ellos decía: – ¿Qué te parece una cervecita bien helada a esta hora?, y agregaba el otro: –O una repostería de donde la María Alaniz.
Lo del hambre era una cosa seria: yo vi morir a Sebastián Montoya, el hijo de don Bonifacio Montoya, precisamente de hambre4. No había qué comer. Don Bacho, el viejito, había sido miembro del Ejército Defensor de la Soberanía Nacional.
Oyente: Quiero que expliqués qué pasó con “Modesto” y su ausencia de tres meses de la montaña. ¿Sabés a dónde bajó?
William: “Modesto” andaba buscando contactos porque estaba desesperado y él tenía que dar alguna respuesta a la situación. Yo no volví a ver a “Modesto” en la montaña. Lo vi después aquí en Managua, pero no logré darme cuenta de cómo le había ido.
Los que nos quedamos, cuando pasan los días y no teníamos ninguna comunicación, y después de estar solitos durante varios meses esperando en un campamento, vimos que ya estábamos atentando contra nuestra seguridad; entonces decidimos separarnos: una parte se va para Honduras con Hugo Torres, y otros nos venimos para Managua.
Comentario de la autora: Para la muerte de Carlos Agüero, los que integran la Columna Aurelio Carrasco, de la Brigada Pablo Úbeda, sufren un proceso de acoso de la Guardia. El mando integrado por Gabriel Chavarría Franco “Manuel” y Orlando Castellón “Casimiro”, no logra cohesionar ni dirigir adecuadamente el grupo. Además de las bajas resultantes de los choques con la Guardia y el extravío en la montaña de algunos combatientes como Roberto Calderón, se producen conflictos que terminan por provocar la diáspora guerrillera.
Gabriel Chavarría y Alfredo Jáenz salen después de conflictos en el campamento. Después de otros choques con la Guardia, en uno de los cuales es herida Reynita, un grupo dirigido por “Casimiro” trata de salir, y en ese intento caen el propio “Casimiro” Orlando Castellón y Aquiles Reyes Luna, mientras Ana Julia Guido y Marcelino Guido caen presos. William Ramírez y Crescencio Rosales lograr salir hacia Siuna y llegan Managua.
Otro grupo, al verse solo, decide salir hacia Honduras. Este grupo está integrado por Hugo Torres, Edwin Cordero, Iván Gutiérrez, Natividad Vanegas, Arturito y la Reynita; éstos últimos eran muchachos campesinos integrados a la guerrilla.
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William: En el camino, la Guardia mató a Orlando Castellón, el hijo de Yolanda y Yico Sánchez; y a Aquiles Reyes Luna, un muchacho de El Viejo, muy amigo del “Danto”. Ése era el del cuento de la azafata, era el jodedor del grupo, fraterno, jamás lo vi con la moral baja, y se orientaba muy bien, cosa que me costaba mucho. Nos dispersamos, y quedo con Crescencio Rosales.
En Casquita vemos a la Guardia. Rodeémoslos –le digo a Crescencio Rosales. Yo voy de guía, de fuerte, pero no me oriento y voy a dar exactamente a la capilla5. Entonces allí nos persiguen y nos disparan los Jueces de Mesta. Me pegan dos balazos, uno en el costado y otro en una mano.
Entonces disparamos y nos corremos sobre la trocha, pero obviamente como todo eso está puro lodo, vamos dejando huellas. Seguimos disparando, yo ando con una M-1 recortada y Crescencio también; saco la carabina y con una mano nomás hago los disparos, ¿pero qué puntería voy a tener con un fusil que está recortado pero pesa, y con una sola mano?
Luego vienen dos montados, les decimos que nos den los caballos pero que se vayan con nosotros, porque si los dejamos libres nos pueden denunciar. Así llegamos a Siuna, después de como cinco horas de camino. Nos vamos donde los curas, vamos a la capilla. Había unos sacerdotes norteamericanos capuchinos que eran la ley.
Mónica: Y además ellos ya habían bajado varias veces a denunciar la represión terrible. Me acuerdo del padre Gregorio Smutko, Goyito y de Teo, Teodoro Nieaus.
William: Exactamente. Uno de ellos es el sacerdote norteamericano. Yo pido hablar con él y le digo: –Mi nombre es William Ramírez y soy del Frente Sandinista, estoy herido, en sus manos dejo mi vida: o me entrega o me cura, así de clarito. Claro, para un sacerdote esa confesión de romplón es un compromiso real.
Estuvimos doce días con los curas. Ya vendado y con manga larga me dio un crucifijo, una camisa de cura y como seminaristas nos vamos a Prinzapolka. Esperamos el bote y la gente sólo hablaba en inglés, nada entendíamos. Llegamos a Bluefields, y de ahí a Managua donde Luis Hernández Bustamante, el periodista. Unos días después nos fuimos para León, a la casa de Mariano Fiallos, que era Decano de la Facultad de Ciencias y Letras de la Universidad Nacional, y él se encargó de contactarnos con los responsables del Frente en León.
Mariano Fiallos creo que ya era el Rector. Estando nosotros ahí, heridos, Irving Dávila encabeza una manifestación contra Mariano, acusándolo de agente de la CIA de los Estados Unidos, de que era somocista. “Mariano y Somoza son la misma cosa”, y nosotros adentro de la casa. Nunca le he dicho eso a Irving Dávila, hasta ahorita.
Mariano me puso en contacto con el negro Lumberto Campbell, que era el responsable de León, y me llevó donde Joaquín Solís Piura, quien termina de curarme, y le avisa a Bayardo Arce. Hicimos un cambio de vehículo en La Paz Centro y después caí en manos de Bayardo aquí en Managua.
Mónica: Vos sabés que en pocos días vamos a celebrar el XX aniversario del triunfo de la Revolución. ¿Qué recuerdos te trae a tu mente la celebración del veinte aniversario? ¿Cuáles son los aspectos de la lucha que vos considerás que serían más importantes de destacar?
Siento tanta emoción que no tuve ningún reparo en participar en las celebraciones de este veinte aniversario, y creo que todos los sandinistas debemos hacerlo, independientemente de nuestra forma de pensar, porque es tanto lo que se perdió en vidas humanas, gente valiosísima como Carlos Fonseca y un montón de compañeros más, que no tenemos ningún derecho para empañar todo lo que hizo esta gente y también lo que hicimos nosotros para que los sandinistas alcanzáramos la victoria junto con el resto del pueblo.
Entonces me siento muy emocionado, porque veinte años de esfuerzo no es fácil, hay que tener muy claro el significado. Seguramente ya no vamos a ver otros veinte años, a lo mejor sí, a lo mejor no, pero en estos momentos hay que reflexionar sobre todo lo que hemos hecho; las cosas buenas, las cosas malas, y que nos sirva para hacer un alto que nos despoje de los vicios que hemos ido adquiriendo después de 1979 o después de 1990.
Reflexionar para que volvamos a rescatar la mística y los ideales, para que volvamos a ser lo que fuimos antes: verdaderos revolucionarios con una gran capacidad de entrega, con una gran capacidad de amor, sin estar pensando que este puesto, que el otro puesto, que el que era mi compañero antes ahora es mi enemigo, y ahora no lo puedo ver ni en pintura. Debemos recobrar todos esos valores que pienso yo hemos perdido mucho, mucho, mucho.
26 de junio de 1999
NOTAS
1 Bebida de maíz pujagua, cuya cáscara es morada. Este maíz se cuece y luego se muele para mezclarse con agua y azúcar, y se toma como refresco. En la montaña, cuando faltaba la comida, comían la masa de pozol con sal.
2 La planta es Garra de León o Cola de Mico, denominada así porque la parte superior, cuando las nuevas hojas no han nacido totalmente o no se han desplegado, semejan un puño o garra, y una de ellas, la que va surgiendo, a medida que se va desenrollando, se parece a la cola enrollada de un mono o mico. El tallo tiene espinas. (Descripción de Hugo Torres a la autora).
3 “Modesto” nos aclaró que él no bajó a Managua sino que acercó a sus correos, Salvador Muñoz y Victoria López, en la periferia del centro montañoso, donde tenían sus campamentos, y en esa misión duró varios meses. Al regresar, no encontró a la Unidad Aurelio Carrasco.
4 Don Bacho Montoya fue asesinado el 8 de mayo de 1976, junto a su esposa Juana María y su hijo Sebastián Montoya. El relato de su muerte aparece en el libro de Omar Cabezas La Montaña es algo más que una inmensa estepa verde. El compañero a quien se refiere William, tenía como seudónimo “Sebastián”, pero no es el hijo de don Bonifacio. Es una confusión de William que no pude aclarar, porque la revisión de estos materiales se dio cuando William ya había muerto.
5 La Guardia organiza el control de los campesinos a través de las capillas de la montaña. Puntos de control con presencia militar, ligados también a las actividades religiosas.