La mística con que luchamos
José Francisco Mendieta
José Francisco Mendieta nace en Managua el 14 de marzo de 1956, pero es criado en Jinotepe. Termina primaria en la Escuela Anexa a la Normal Elías Serrano y se bachillera en la Escuela Normal de Jinotepe, graduándose además como maestro de primaria.
Su integración política la inicia en los movimientos cristianos de Carazo, luego se traslada a León a estudiar Medicina y se incorpora al Frente Sandinista de Liberación Nacional a través del Frente Estudiantil Revolucionario, en 1974. Pasa a la clandestinidad en los primeros meses de 1977 y se integra a la unidad de combate Bonifacio Montoya. Participa en acciones ofensivas durante las insurrecciones de 1978 y 1979 en el Frente Norte, hasta el triunfo del 19 de julio de 1979.
Es fundador y miembro del Estado Mayor del Ejército de la I Región Militar. Luego, trasladado a la vida civil, asume tareas como miembro del Comité Departamental del FSLN en Estelí, y luego de la Regional Las Segovias. Posteriormente, es Secretario Político y Ministro Delegado de la Presidencia –ambos en la RAAN– hasta la derrota electoral del 90.
Termina la carrera de Médico y Cirujano en 1993, y obtiene tres Maestrías: una en Salud Pública (UNAN-Managua); otra en Cooperación Internacional para el Desarrollo (UNAN-Managua-Fundación Cyes, España); y una más en Desarrollo Rural Sostenible (Cyes, España).
Mónica: José, contanos de tu juventud. Leí en tu biografía que siempre fuiste uno de los mejores alumnos.
José Francisco: Es cierto que fui el mejor alumno de primaria en mi escuela; por eso los jesuitas me habían dado beca completa para estudiar en el Colegio Centroamérica de Managua. Ahí conocí a Carlos Fernando Chamorro, Edgard Lang y Javier Carrión. No pude seguir estudiando ahí porque no tenía casa donde quedarme, así que me regresé y en la Escuela Normal de Jinotepe me gradué como maestro de primaria y bachiller. También fui el mejor alumno de mi promoción. Me fui para León y clasifiqué para Medicina con un promedio de 95.5, segundo mejor promedio. Ya para entonces, andaba metido con el FER.
Lo de mejor alumno lo resalto, porque en muchos casos se cumplía aquello que se rumoraba: los mejores muchachos son los que se van a la guerrilla. Ya reclutado, tenía como parte de mis valores que, cuando me fuera clandestino, la gente se preguntara: ¿Por qué se fue ese muchacho, si tenía un futuro por delante? Con eso contribuía al prestigio del FSLN porque como era muy tímido, no era buen reclutador.
Me integré primero en el movimiento cristiano de Carazo después del terremoto de Managua. En León me incorporé como activista del CUUN, en 1974, y como miembro del FER, con el seudónimo de “Héctor”, a finales de ese año. A inicios de 1975, me reclutó Émerson Velásquez para el FSLN; me sacaron de la vida pública para trabajar legal en una estructura de correspondencia y como casa de seguridad.
Era parte de una red que distribuía la correspondencia a los clandestinos de la Dirección Nacional del FSLN. Llegué a ser jefe de la célula encargada de esto en León. Dentro del grupo estaba Casilda Sampson, hermana de Rigo, y Martha Angélica Quezada. Viajaba semanalmente a Estelí para entregar y recibir correspondencia; también recogía la contribución de varios médicos y profesores sandinistas, y les llevaba literatura. Recuerdo a Joaquín Solís Piura, Rigoberto Sampson, Rogelio Ramírez, el doctor Vallecillo –ahora no recuerdo su nombre–, una profesora de la Facultad de Biología, que creo llegó a ser Vice-Decana, entre otros.
Mónica: ¿Y la casa de seguridad?
José Francisco: Me ordenaron buscar una casa y alquilarla con otro estudiante al que recluté, era Trinidad Guevara, hijo del doctor Trinidad Guevara, de Matagalpa. Ahí llegaban muchos clandestinos o “vivían”, y también bajaba gente de la montaña.
Esa casa era un galerón sin divisiones, como un vagón de tren lleno de polvo, porque los dos habitantes no éramos muy aseados. Estaba del Hospital del INSS, ahora hospital público, casi una cuadra al sur, en la misma dirección de la carretera que va a Managua, muy cerca del Comando, por cierto. La dueña era una viejita de origen humilde que vivía al lado, separada de nosotros por unos delgados biombos de madera prensada, y que tenía unas tierras que alquilaba para sembrar algodón.
Ahí fue donde llegaron dos veces Juan de Dios Muñoz y Carlos Agüero. Después, creo que debido a la captura de Javier Carrión, es decir, por precaución, nos cambiamos a unos apartamentos o cuartos que estaban de la Iglesia El Laborío una cuadra al sur.
Mónica: ¿Cómo fue tu traslado a la clandestinidad?
José Francisco: Yo trabajaba legal en el Regional de Occidente, y en 1977, estando en cuarto año de Medicina, me llegó la orden de traslado a la clandestinidad. Me recogieron en el puente que está antes de llegar a Telica, y luego me llevaron por la carretera entre Telica y San Isidro. El que me llegó a traer fue Rafael Tijerino, el hermano de la Doris, que supuestamente me iba a trasladar ese mismo día; pero no llegó el contacto de la montaña, que era Carmen Aráuz “El Chele Jaime”, quien durante mucho tiempo fue segundo de la columna Bacho Montoya, y que luego se pasó a combatir con Francisco Rivera.
Como “El Chele Jaime” tuvo un problema, Rafael Tijerino no tuvo más remedio que llevarme a su casa. Tal vez no te acordás, pero ahí estabas vos con “El Chato” Felipe Escobar. A los cuatro días me trasladaron, ya con “El Chele Jaime”, a la entrada al cerro El Cumbo, y de ahí comencé a caminar; además, iba Justo Guido Ochoa, un chavalo de quince años. Tardé cuatro días en llegar al campamento, trayecto que se hacía en dos días y hasta en menos tiempo. En ese viaje me dieron mareos, y Justo, todo flaquito, cargó su mochila y también la mía.
Estuve en la columna Bonifacio Montoya en la zona de Kilambé, al este de Wiwilí. Ahí llegaron combatientes de la Brigada Pablo Úbeda, ya sea como refresco o a “traer góndolas”1. Recuerdo a David Blanco y Alfredo Jáenz “Alberto”, quien luego cayó. Este compañero era flaco y sólido, una brújula para orientarse, muy solidario, fraterno y humilde. También estuvo Serafín García y dos hermanos campesinos, uno de ellos era Braulio. En la Bonifacio Montoya, estuvo Julio Avilés, quien provenía de la columna César Augusto Silva; también estuvo Ramón Calderón Vindell, quien llegó después de septiembre de 1978, y luego se desplazó al este, con Lumberto Campbell e Irving Dávila. También andaban Justo y Leonel Guido Ochoa, ambos caídos, y Otoniel Aráuz.
En abril de 1979, ordenaron concentrarse a todas las unidades. Entonces caminamos por primera vez de día, por caminos, y no por monte, de la zona del Kilambé hacia el oeste, al campamento donde estaban Cristhian Pichardo y Omar Halleslevens. Se conformó la Brigada Santos López, cuyos Jefes eran Julio Ramos, Pichardo, Halleslevens y Omar Cabezas. Formaron varias columnas, y yo fui nombrado jefe de una de ellas. De esa zona que estaba entre Yalí y Condega, bajé a Condega; luego a Estelí, y quedé parqueado en San Isidro, que ya estaba liberado, y desde donde realizamos incursiones a Sébaco.
Mónica: José, ¿cómo explicarías la construcción de la mística que te impulsó a la militancia sandinista?
José Francisco: Mónica, desde que me anunciaste esta entrevista, pusiste a trabajar no sólo mi mente, sino mi corazón. Te doy las gracias por haber abierto algunas de las compuertas de mi vida interior.
La conciencia me llegó por el esfuerzo colectivo e histórico de los nicaragüenses. Además de otras cosas, creo que fue la práctica de quienes integraron los primeros contingentes, no su prédica, ni los estudios teóricos, a veces alejados de la realidad. Esto fue lo que más me influyó.
Voy a señalar algunos ejemplos que ilustran de dónde vino tanta inspiración personal y colectiva: 1. Diriangén: su principal rasgo es que no se rindió ni se doblegó, sino que combatió a los españoles entregando su vida. 2. Cristo, entendido como el Cristo del pueblo y con opción preferencial por el pueblo. 3. Sandino, por su historia de dignidad y su epopeya. 4. Mi padre, anti-somocista que estuvo a punto de exiliarse en El Salvador, y también anti-clerical. Él me contó la historia de Sandino y la presencia de los yankees en el país. Recuerdo que cuando yo tenía unos cinco años, lo vi escuchando Radio Habana Cuba y dar vivas a Fidel Castro Ruz. 5. El Che, una leyenda que rebasó la ideología. 6. Carlos Fonseca, leyenda de combate, tesón e inflexibilidad ante la dictadura somocista, un ejemplo del pueblo.
Y finalmente, los combatientes del Frente Sandinista, en especial aquéllos que entregaron su vida y no pidieron nada, no ambicionaron nada. Quiero hablarte de algunos de ellos:
Iván Montenegro Báez: Fue el primer clandestino con el que tuve contacto. Lo recuerdo bien; taciturno, callado, un poco gordo, detrás de unos lentes. Sufría por haber dejado a su compañera en la legalidad, y la recordaba, ya que no la podía ver con toda libertad. Cayó en Nueva Guinea, el 17 de mayo de 1979.
Carlos Agüero: Llegó a León a la casa de seguridad que yo ocupaba para vivir. Era alto, tal vez más alto que yo, chele y fuerte. La vez que lo vi, llegó con un saco de guardar granos, y de ahí sacó una subametralladora. Me dijo que aunque anduviera en la ciudad no iba andar sólo con una pistola, porque si se topaba con la Guardia, no se iba a dejar matar con tanta facilidad. Tenía una firmeza y convicción para combatir, por encima de los parámetros medios en el FSLN, que ya eran altos. Cae en combate en Lisawe el 17 de abril de 1977.
Juan de Dios Muñoz: Llegó dos veces a la casa de seguridad. Era callado, hablaba bajito como queriendo no molestar y con una humildad que le filtraba por los poros. La primera vez, llegó con una mano lesionada, producto de un combate; y la segunda, con una lesión en el ojo. En esa ocasión se quejó de un médico que lo vio y que le dijo que probablemente iba a perder los dos ojos. Lo recriminó al médico diciéndole que él necesitaba curarse el ojo para poder volver a la montaña, donde sus compañeros. Fue capturado y torturado hasta la muerte, el 24 de agosto de 1977.
Jorge Sinforoso Bravo Sáenz: Llegó a la casa del Regional de Occidente con Iván Montenegro. Era pequeño, inquieto y medio chele. Según contaba, había estado en la cárcel. Estando clandestino, nunca lo vi desanimado, vivía jodiendo permanentemente y haciendo chistes. Me acuerdo que una vez íbamos en el carro de un compañero, él iba en la parte de atrás, cuando se acercó un jeep de la Guardia. Yo nervioso, sin entrenamiento y sin saber qué hacer, y él que mantuvo la calma. Nos dijo que tuviéramos calma, que si nos hacían parada, él iba a disparar. Su serenidad me impresionó poderosamente y me quedó grabada en mis recuerdos. Cayó en el Puente Los Cabros en Chinandega, el 7 de octubre de 1977.
Germán Pomares: Cuando lo encontré, Pomares ya era una leyenda para los nicaragüenses. En marzo-abril de 1979, fuimos con Otoniel Aráuz a coordinar con su columna un ataque a Wiwilí. Tuvimos que subir un cerro en Quilalí, de noche, donde tenía su campamento, y cuál es la sorpresa que a la entrada del campamento era “El Danto” el que nos estaba esperando, casi posteando. Podría esperarse que siendo el jefe, y teniendo encima una leyenda, nos esperara en una champa, y no a la entrada del campamento. Cayó en la toma de Jinotega el 24 de mayo de 1979.
Justo Guido Ochoa: Tenía quince años en 1977. Era flaquito, pequeño, apenas un púber; él me subió a la montaña, me ayudó a cargar la mochila y caminó como que no era nada. El 25 de julio de 1977, fue capturado por la Guardia en el Valle de Condega, lo quisieron poner a cavar su propia tumba, pero él se negó; mantuvo su dignidad y valentía. Ahí nomás lo mataron.
Leonel Guido Ochoa: Era un campesino alto, fuerte, se orientaba tan bien como si tuviera una brújula. Tenía dotes militares y cantaba muy bien las canciones rancheras. Era súper desconfiado y cuidadoso con todas las medidas de seguridad, pero, paradójicamente, lo mataron el 19 de julio de 1979 en Sébaco, por confiar en que los guardias, en su huida, se habían rendido.
Alí Abarca Meneses: Un obrero de León. Tenía lesiones causadas por la lepra de montaña en cada lado de una de las piernas, que le pegaban con las botas de hule que usábamos; pero nunca lo vi quejarse por eso. Fue asesinado por la Guardia el 25 de julio de 1977.
Otoniel Aráuz Palacios: Este matagalpino salió “quemado” durante la represión de 1975 y tuvo que irse para Costa Rica. Cuando entré a la escuadra, él ya estaba ahí. Era un hombre mayor, el mayor de todos. Había dejado en Matagalpa a dos hijos y su esposa, y vivía soñando con verlos. Yo lo veía viejo y siempre me preguntaba qué jodido hacía en la montaña; tenía apenas 33 años, pero yo lo veía viejo. Cuando dormía, tenía la pesadilla de que el arma se le enconchaba. Murió entre Quilalí y Wiwilí, cuando tocó en una casa para solicitar apoyo, y le dispararon, ese día se le enconchó la subametralladora que andaba.
Hugo Arévalo: Jinotepino de mi generación. Se había convertido en hippie y andaba con un grupo de jóvenes y adolescentes en las calles de Jinotepe. Lo reclutaron, no vaciló en incorporarse y se fue a una escuela de entrenamiento. Murió en la escuela de El Sauce, el 2 de agosto de 1975.
Mario Estrada: También jinotepino, siempre andaba leyendo folletos y libros. Recuerdo que una vez me prestó El Diario del Che. Siempre andaba como en carrera. Murió también en la escuela de El Sauce en 1975. Su mamá mantuvo siempre la esperanza de que no hubiera muerto y que algún día lo iba a encontrar.
Jorge Matus Téllez: Cuando lo conocí en secundaria, era evangélico, y sus compañeros del Instituto le decían “El Hermano” y él hacía bromas por eso. Era buen alumno y esforzado. Se fue a estudiar a León y clasificó en Odontología, a pesar que no tenía recursos económicos. Yo nunca me imaginé que se integrara al Frente. Llegó a la casa de seguridad después de haber sobrevivido al ataque a la escuela de entrenamiento, y me alegró mucho verlo. Me acuerdo que me enseñaba que sus manos se habían puesto más fuertes y gruesas. Cayó en la montaña, el 5 de noviembre de1976.
Orlando Castellón: También de mi generación, jodedor, buena persona. Murió en Zinica, el 23 de septiembre de 1977.
De los compas que quedan vivos, quisiera mencionar algunos recuerdos que tengo:
David Blanco: Llegó a la unidad para un corto período de refrescamiento, mientras volvía a la montaña. Se ponía junto al fuego de la cocina a contar anécdotas de la montaña, de los combates, los compañeros, sus virtudes y defectos. Era un buen charlador y un gran maestro; con toda humildad, sin pose ni prepotencia, trataba de transmitirnos enseñanzas y técnicas para la sobrevivencia. Era naturalmente humilde y maestro. Se orientaba bien y cargaba bastante peso. Soñaba que, cuando la revolución triunfara, le dieran la responsabilidad de cuidar los bosques del país.
Tomás Borge: Cuando estuvo preso, su huelga de hambre y el estado en que quedó, dejó muestras de su consecuencia con lo que pregonaba. La de Tomás no fue una huelga de hambre de juego, casi muere por eso; por ello se constituyó en un ejemplo para nosotros.
Alfonsito: No sé su nombre, pero recuerdo que llegó a la unidad a finales de 1977, con el afán de ser jefe. Era bien joven, fuerte, algo ateperetado pero caprichudo; también era miope pero aventado. Después del triunfo, quedó trabajando en Jinotega en un cargo menor a pesar de su trayectoria, y siguió con el afán de seguir ayudando a los colaboradores de la zona de Kilambé. En uno de esos viajes para apoyarlos, lo asesinó la contra.
Bayardo: Un compa de apellido Cordero, era el primer colaborado de la zona de El Cumbo. Vivía prácticamente como esclavo de los cafetaleros, porque por su pobreza prestaba dinero, y luego tenía que pagarlo con trabajo en la época de corte del café. Iba descontando su deuda por un precio menor que lo que se pagaba en el momento la lata de café cortada. Ese era su ciclo. Durante la primera entrega de tierras con la Reforma Agraria en Wiwilí, le dieron unas excelentes tierras a la orilla del Río Coco; pero él era tan humilde que, al poco tiempo, se fue de ahí a vivir a orillas del Cerro Kilambé, como había vivido siempre.
Los Thompson: Eran una familia de colaboradores en la zona noroeste del Cerro Kilambé. El padre de la familia tenía un problema cerebro-vascular que le impedía hablar bien, y además temblaba al realizar movimientos; sin embargo, él mismo nos salía a recibir y nos entregaba de la comida que ellos tenían.
Marlene Chavarría “Yaoska”: Campesina de la zona de El Despoblado, en Estelí. Entró un mes después que yo, con un muchacho muy fuerte; él desertó y ella se quedó. Era menuda, jovencita, de unos 16 años, muy valiente, buena a caminar y a cargar. Me contaba que cuando vivía en su comarca, tenía que caminar kilómetros para poder asistir a clases.
Yasica: Campesina humilde, era la compañera de Alfredo Jáenz. Se sabía que estaba integrada a la guerrilla desde hacía bastante tiempo, y su humildad se expresaba en que estaba integrada sin ningún afán de protagonismo o reconocimiento especial, sino simplemente integrada. No sé si estuvo con Víctor Tirado o con Tobías Gadea en la zona de Wiwilí tratando de abrir trabajo, pero entiendo que se fue para la zona de la columna Pablo Úbeda, junto con Jáenz. No la volví a ver.
Una señora de Quilalí: En Quilalí, después de septiembre de 1978, conseguimos colaboración, entre otros, de una familia de apellido Herrera que tenía tierras y comodidades para vivir. Yo estuve en la casa de ellos en febrero de 1979. Recuerdo que había en la casa una viejita que era la suegra de don Chente Herrera. Ella se puso a hablar conmigo, me contó de su conexión con las tropas del General Sandino y hasta cantó una canción de ese tiempo, que después Carlos Mejía popularizó. Ahí también estaba la conexión y la tradición sandinista.
Carlos Mejía Godoy: Acompañó mi integración no sólo a través de su música, sino también de su ejemplo. Desde el rescate que hizo de la música propia, aumentó mi amor por Nicaragua y luego le puso arte a la lucha y música al combate.
Los compañeros de la montaña: Ellos mantuvieron viva la llama. Además, nos golpeaban la conciencia para no dejarlos solos, para ser solidarios con nuestra integración.
Las y los estilianos: Estelí, pueblo especial, aguerrido, valiente, muy orgulloso de ellos mismos y de su sandinismo; leal, sincero y franco. Ahí hay tradición sandinista desde la gesta del General Sandino.
Mónica: Efectivamente, cada uno de nosotros tuvo sus fuentes de inspiración, ejemplos que nos marcaban e ideas que nos alentaban. Por ejemplo, una parte importante de los fundadores del FSLN tuvieron como fuente de estudio y conocimiento de la realidad, la teoría revolucionaria y el pensamiento crítico. Se inspiraron en las obras de Carlos Marx y Federico Engels, estudiaron las elaboraciones teóricas de Lenin sobre la organización, los escritos de Ho Chi Minh y el Libro Rojo de Mao Tse Tung, en fin, cualquiera de estas obras del pensamiento revolucionario que les cayera en las manos, porque acordate que en esos tiempos no era fácil el acceso a este material. No es como ahora, que tenemos la ventaja de tener todo eso en la internet.
Me acuerdo que en los primeros círculos en que nos integrábamos, estudiábamos acerca del materialismo histórico, la dialéctica, principios de económica política y su crítica, entre otras cosas. Dentro del Frente había muchísimos compañeros que no luchábamos sólo por derrocar a Somoza, sino por cambiar el sistema; eso fue absolutamente interiorizado en los compas que nos incorporamos en los momentos más difíciles de la lucha. Aunque hay que reconocer que el fenómeno fue un poco distinto cuando la lucha se masificó en 1978 y 1979, cuando a esas alturas el auge revolucionario era como un volcán activo imparable, y ello no necesariamente quiere decir que quienes se incorporaban masivamente tuvieran formación política o mucha claridad en cuanto al proyecto revolucionario a construir después del triunfo.
Me parece que también, como parte de esa mística de sandinistas, teníamos muy en cuenta los ejemplos de otros pueblos y sus luchas por la liberación nacional. Recuerdo cómo gritábamos en las manifestaciones, recogiendo el espíritu de la Tricontinental, celebrada en La Habana: – ¡Frente para la Liberación de Mozambique! Y todos contestábamos rítmicamente: – ¡Crear dos, tres, muchos Vietnam! Otro gritaba en otro lado: – ¡Ejército de Liberación de Colombia! – ¡Crear dos, tres muchos Vietnam! Y así recorríamos las luchas de todos los continentes. Eso significaba que para sacudirnos el yugo imperialista, debíamos enfrentarnos a los lacayos internos y a las propias tropas invasoras.
También leíamos con fruición a Eduardo Galeano, Fidel Castro y el Che. Junto a ello, es sumamente importante la referencia al cristianismo en su vertiente de la Teología de la Liberación, por supuesto. Para los luchadores sandinistas, ésa fue una de nuestras fuentes de concientización. Me he sorprendido a lo largo de todas las entrevistas que he realizado, cómo campesinos que ahora son Coroneles retirados, como Oscar Lanuza Salgado y Filemón Avilés Alfaro, y mucha gente de las ciudades y de todas las extracciones sociales, fueron inspirados a radicalizarse desde la Teología de la Liberación y los ejemplos latinoamericanos de gente como Néstor Paz y Camilo Torres. De ahí también sacamos inspiración para el trabajo de base que realizábamos, agarrándonos de la Pedagogía del Oprimido y la Pedagogía de la Liberación, de Paulo Freire.
José, si tenés que platicárselo a algún chavalo o chavala, ¿cómo sintetizarías los valores que animaron la lucha sandinista contra la dictadura?
José Francisco: Lo sintetizo en estas palabras: prédica refrendada con la acción. Dentro del FSLN existieron prédicas sobre el comportamiento personal, que eran aplicadas de manera natural en la vida cotidiana, lo que fortaleció la cohesión grupal.
Mónica: La militancia sandinista se construía diariamente a través de cada compañero y compañera que, convencidos de la urgencia y la justeza de la lucha, asumían una serie de valores y principios que fueron configurando la mística, el temple, el coraje y la entrega de cualquier sandinista. La pedagogía del ejemplo jugó un rol crucial, pues los dirigentes, políticos y militares, eran los primeros en poner su cuerpo como ejemplo del porvenir; de ahí que se fueran construyendo tantas leyendas en torno a ellos. No porque fueran míticas, sino como testimonios del comportamiento real del revolucionario. Esas leyendas no fueron cuentos, fue la historia de vida y de muerte, de muchos héroes y mártires.
José Francisco: Este comportamiento se comenzó a desmoronar ya con el poder, aunque todavía no de manera tan fuerte al inicio. La forma de vivir y de comportarse se fue despegando de lo que era inicialmente, y se fue abriendo una gran zanja entre la mayoría y algunos pocos. Ningún dirigente hizo mucho por corregir esta transmutación.
Mónica: Esa brecha entre dirigencia y militancia de base se fue agudizando con el paso del tiempo y, ya con el poder en nuestras manos, hasta constituir fenómenos tan tergiversados como los que encontramos hoy. Y por ello es crucial que estos testimonios muestren la contradicción que hay entre esa lucha contra la dictadura que se hizo hombro a hombro entre compañeros, por la toma del poder, y el posterior desenvolvimiento del proceso después del triunfo.
¿Qué rasgos crees vos que eran asumidos personalmente por los militantes, como parte de la dinámica de lucha?
José Francisco: Algunos rasgos importantes fueron: la disciplina consciente. Así como vos decís, los jefes también eran hermanos. El sandinista se hacía consciente de la necesidad de la disciplina y el cumplimiento de las órdenes; pero no existía una separación tan marcada con el jefe o responsable. Aun en las escuadras de la montaña, los responsables te escuchaban, deliberaban, eran capaces de escuchar hasta los problemas personales de los otros compañeros y de sugerirte respuestas. A pesar de las condiciones duras que enfrentábamos, en general nunca tuve la sensación que haya habido una decisión arbitraria o que el canal de comunicación de abajo hacia arriba se hubiera cerrado.
En cuanto a la igualdad, pasaba algo interesante; los que teníamos la condición de ser “legales”, sentíamos que les quedábamos debiendo a los clandestinos, porque nosotros estábamos en posición de privilegio, éramos libres de circular y “disfrutar” de esa libertad; podíamos ver a nuestros familiares, tener novia, comer lo que queríamos si teníamos recursos, ir al cine, pasear. De alguna manera teníamos más derechos que las y los clandestinos.
Sé de algunos casos de excepción en que algún clandestino abusó de su mando, pero también sé que nunca se dejó de sancionar la falta, independientemente de quién fuera, incluyendo alguien de la Dirección Nacional. En la lucha podías tener más responsabilidades, sin más derechos o privilegios.
En la montaña, esta igualdad y fraternidad era asumida como una norma natural; no tenía que andarse pregonando, porque todos éramos iguales de hecho. No teníamos nada, andábamos la casa y los bienes en la mochila, que además eran los bienes de la organización. Estos bienes, ahora que está exacerbada la sociedad de consumo y el individualismo al extremo, podrían dar risa: una mudada que vestíamos y otra mudada de repuesto para por lo menos dormir secos; una porrita para comer, una libra de sal, una libra de arroz, algo de medicinas, la champa y la hamaca.
La cocina era rotativa, sin distingos. Todos cocinábamos un día para los demás. Y no es que las mujeres cocinaban y los hombres, no. Además, también el jefe cocinaba. Ya más cerca del triunfo, era que el jefe tenía ¡el gran privilegio! de no cocinar. A la hora de servir lo que comíamos, era en partes iguales para todos y a veces hasta se comparaba para no servirle a alguien más que a otros. Igual pasaba con otras labores cotidianas o domésticas en el gran hogar que era la montaña, para mantener el campamento o la seguridad colectiva, como por ejemplo: buscar leña, hacer buzones, ir borrando la huella en las caminatas, etcétera.
Aun las parejas que existían con autorización del responsable, no tenían ningún privilegio en especial y se vigilaba que la pareja varón siguiera cumpliendo con sus responsabilidades, sin considerarse ahora en una condición especial en relación con la mujer. Habría que ubicarse en la década de los años setenta, para entender que este comportamiento, que no era propio del contexto de la sociedad de esa época, era sumamente superador.
Las mujeres en la montaña tenían igualdad de condiciones con los hombres. Era una norma, el respeto hacia ellas, y jamás observé que haya llegado una mujer a realizar tareas “propias de ellas”. Es decir, no se integraban para cocinar o lavarle la ropa a los hombres; se integraban y realizaban las mismas labores que los hombres, con alguna pequeña consideración a su aparente mayor fragilidad que, por cierto, no era el caso de Marlene Chavarría “Yaoska”, quien caminaba más que algunos de nosotros, cargaba igual y nunca pidió ningún privilegio. Cada una era sencillamente un combatiente más.
Había un profundo respeto por las normas y por lo demás compañeros. Las condiciones de dureza de la montaña, frío, lluvia, hambre y movimiento permanente, podrían haber condicionado, si las normas sociales al interior del FSLN lo hubieran permitido, que se diera un evidente maltrato hacia los demás o hacia los subordinados. Sin embargo, no recuerdo haber sentido o visto algún trato que se pudiera considerar un abuso de poder.
Como decía Ricardo Morales, había un respeto por las capacidades y la humanidad de cada integrante. Aun los desertores, que hubo varios porque no aguantaron la dureza de las condiciones o por su familia o por hambre, fueron tratados adecuadamente. Algunos se iban sin avisar y no se les perseguía; y luego ni eran tildados como traidores. Otros lo solicitaban y se les daba todas las condiciones de seguridad para bajarse y ponerse a buen recaudo.
Nunca privó la amenaza sobre la conciencia. Siempre se confió en la capacidad humana para comprender las situaciones, y siempre se trataba de dar explicaciones a cada asunto que pasaba.
Mónica: Luego estaba el tema de la relación con las familias. La renuncia a la familia es tal vez uno de los temas más duros, sobre todo si la familia no estaba de acuerdo. Irse y dejar a los padres, a una madre sufriendo, o a la pareja. Para las mujeres era particularmente dura la separación de los hijos. Yo admiro muchísimo a las mujeres que se fueron a la clandestinidad teniendo que dejar a sus hijos. Cuando tuve a mi primer hijo, Pancasán, en 1976, estaba clandestina. Tal vez fue la única vez que dudé si valía la pena seguir de frente, porque tuve que mandárselo a mi madre para que me lo cuidara, cuando apenas tenía dos meses.
José Francisco: Sí, y con ese asunto, era crucial el respeto al vínculo con la familia por parte de la estructura del FSLN. Había una norma de que, al pasar a la clandestinidad, no podías ver a tu familia, como te pasó a vos. Estas eran normas por razones de seguridad personal y para la familia, porque el somocismo los podía capturar o asesinar.
Sin embargo, el FSLN fomentaba el vínculo con la familia. Recuerdo que unos meses después de mi integración a la guerrilla, me llegó una carta de mi padre de varias páginas escritas a máquina, en las que me narraba todo el sufrimiento que estaban pasando por mi partida, y porque en ese tiempo era casi una muerte segura la que me esperaba. Me contaba, entre otras cosas, que mi madre se estaba volviendo loca de sufrimiento y que ambos estaban muy tristes. Hay que ubicar eso en el contexto de que yo era hijo de un contador empírico y una enfermera. Mi madre tenía que realizar dos jornadas de trabajo para poder pagar la casa en la que vivíamos. Tenían dos trabajos. Gracias a mis padres, yo había logrado estudiar Medicina y estaba en los últimos años de una carrera que, en ese tiempo, era un privilegio y un honor cursar.
Visto el contexto, Omar Cabezas, que era mi jefe, pudo no haberme dado la carta para evitar que me causara algún efecto, pero me la dio sin censurarme ninguna hoja. La carta me meció y me botó, porque precisamente yo andaba ahí por disminuir el sufrimiento humano de todos los nicaragüenses, y ahora estaba causándoles un gran sufrimiento a las personas que más he querido y respetado.
Yo vacilé, pensé en bajarme e irme a asilar a una embajada, y ahí el jefe actuó como hermano. Me dijo que la pensara, que me diera un tiempo, y que si después de ese tiempo decidía bajarme, que iban a esperar la próxima ida a la ciudad para hacerlo. No hubo ni censura a la carta de mi padre ni detención al ver mi estado de ánimo, sino que hubo apoyo, consejos y respeto a mi proceso. Así, igualito, me llegó una carta en la que mi novia me explicaba sus razones para romper su compromiso conmigo.
Mónica: ¿Cómo rescatar esos valores, mística y principios para que animen las nuevas luchas del porvenir?
José Francisco: Hay que recordar que para nosotros el marco de lucha fue el sandinismo y el ejemplo de Sandino, pero que ahora tenemos muchas referencias cargadas de ejemplos, a los jóvenes hay que contarles eso.
La sugerencia concreta es que para encarnar o educarnos sobre el sandinismo hay que incluir poco a poco hechos y anécdotas que ejemplifiquen el sandinismo de cada uno de los caídos o de los olvidados. Esto ayudará a las nuevas generaciones a saber qué es sandinismo, qué es un sandinista y a diferenciarlo.
Pongo algunos ejemplos que la realidad nos ponía a nosotros: Julio Buitrago y cómo se batió contra la GN, o Leonel Rugama que sacó 25 de 25 en el Test Sicométrico de la universidad y que también murió antes que rendirse. Jorge Navarro, que prefirió caminar a pie muchos kilómetros antes que montarse en un taxi, para no gastar ni un centavo del dinero obtenido en un operativo de recuperación.
Debemos recordar, describiendo a estas compañeras y compañeros, contar sus rasgos que los distinguían como sandinistas. También hay que rescatar a los más humildes en estos trabajos de recopilación histórica, pues los que de alguna manera brillaron en los años ochenta, ya recibieron su recompensa social. Pero esas personas humildes y calladas también encarnan de manera muy real y concreta al sandinismo.
Te voy a poner un ejemplo personal. Vos sabés que la cocina en la montaña no era trabajo fácil y que después del día equis, al que le tocaba la cocina la agarraba. Resulta que, como a todo urbano, a mí me costaba la cocina. Hasta antes de la llegada de David Blanco al campamento, la forma de entrenarnos era hacernos chocar con la dificultad. Yo me acuerdo que nunca nadie estaba conmigo cuando me tocaba la cocina, y no estaba nadie porque lógicamente todo el mundo estaba cansado, y porque en esos días también a ellos les iba a tocar.
El gusto del compañero David Blanco era irse a parquear al lugar de la cocina en la noche y comenzar a hacer colochitos con la leña. Él se ponía en ese plan, apoyándome no sólo a mí, sino a todo el que le tocaba la cocina en el momento. Al ratito, ya estaba contando anécdotas de la zona de “Modesto”, sin hablar de él mismo, y con la mayor humildad del mundo. Fue un rasgo tal vez muy pequeño o tonto para algunos, pero para mí adquirió un sentido más fuerte: la palabra solidaridad dejó de ser un concepto y se convirtió en una práctica.
25 de agosto de 2009
NOTA
1 En el lenguaje guerrillero de la montaña, una “góndola” estaba conformada por combatientes, avituallamiento y armas.