Memorias de la lucha Sandinista

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Nuestra lucha también fue un compromiso de sangre

Agustín Lara Valdivia


Henry Agustín Lara Valdivia nace en Managua el 3 de junio de 1952, siendo sus padres, Heberto Lara López y Lidia Valdivia Hernández.

Concluyó su primaria en el Colegio Bautista y su secundaria en el Instituto Miguel Ramírez Goyena, donde se bachillera. Desde muy joven realiza labores de correo, y antes de bachillerarse en 1969, se integra a una célula del FSLN.

En la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), en León, ingresa a la Facultad de Medicina. No logra concluir el tercer año, porque pasa a la vida clandestina en 1974. Fue responsable del FSLN en el Regional de Carazo desde 1975 hasta poco antes de la ofensiva final, cuando pasa al trabajo del FSLN en el exterior. Al triunfo de la Revolución Popular Sandinista ocupó distintos cargos en las estructuras partidarias, incluyendo el de Director de Radio Sandino, Secretario Político del FSLN y Delegado de la JGRN en la V región. Actualmente está dedicado a actividades privadas.

Mónica: ¿A qué se dedicaban tus papás?

Agustín: Mi papá tenía la “Panadería y Repostería Lara”. A eso se dedicó toda su vida. Desarrolló esa actividad con un sentido profesional bastante avanzado para su época, porque fue a Guatemala, estuvo en una empresa que lo capacitó, y cuando regresó, puso en práctica esos conocimientos hasta desarrollar toda una línea de producción pastelera que pude comprobar como de mucha calidad. Mi madre era el soporte doméstico y también participaba en el negocio, porque también teníamos una cafetería y ella se hacía cargo de ésta. Así financiaron nuestra educación.

Mónica: ¿Cómo es que nacen tus inquietudes políticas, cómo fue el proceso que te llevó a la militancia sandinista?

Agustín: Mirá, en primer lugar mi papá era un hombre que nos inculcó ideas muy liberales desde el inicio, y estableció pautas que considero que son su principal legado: la libertad de pensamiento. En los años 50, que era una época muy conservadora en Nicaragua y también en el mundo, mi papá decidió que no me iba a bautizar, en contra de las “buenas costumbres” de entonces, porque a sus hijos no les iba a imponer una religión cuando no tenían uso de razón, que él nos iba a dejar en libertad de escoger cualquier religión cuando tuviéramos capacidad de decidir. Eso podría ser un detalle aparentemente casual, sin embargo, me marcó, porque eso me permitió no tener una práctica religiosa que limitara mi búsqueda de respuestas en muchas cosas alrededor de la vida. Mi papá era ateo, no tenía una religión definida y nunca fue militante de ningún partido político. Fue un admirador de la Revolución Cubana. Yo tengo memoria de haberme levantado con él a escuchar en un radio de onda corta, Radio Rebelde, desde antes del 59, cuando Fidel andaba en la Sierra Maestra, antes del triunfo de la Revolución Cubana.

Además de eso era un admirador de personajes como Martin Luther King y Mahatma Gandhi, y era un gran lector, un autodidacta, y muchos de sus libros que tenía en ese tiempo, también yo los leía. Para entonces leí a Marx, sin entenderlo, pero sí lo leía, y lo que sí logró su influencia en mí, fue ese sentido de búsqueda de respuestas no encasilladas ni en partidos, ni en iglesias, ni en ideas predeterminadas.

En relación al sandinismo, él se vinculó con amigos cercanos que estaban militando en el Partido Socialista, como Pedro Turcios, tío de Óscar Turcios, y padre de amigos nuestros como Martha, Isabel y Alicia Turcios, igual que era amigo de intelectuales controversiales en Nicaragua en ese momento.

Pero a la vez era amigo de gente como ”El Gringuito”, “El Chelito” le decía él. Era un predicador norteamericano de los Testigos de Jehová quien pasaba dejándole religiosamente la revista Atalaya. Mi papá pasaba horas platicando con “El Chelito”, y éste jamás logró que se convirtiera a sus creencias, pero ambos disfrutaban hablando y discutiendo. Yo participaba de esas discusiones como oyente, y de alguna forma también me influenció esa manera de debatir las ideas y no aceptarlas tal cual como te las dicen en su momento.

Mi vinculación con el sandinismo está enlazada directamente con esa búsqueda y esa identificación de mi padre con las luchas políticas y sociales que enfrentaban las maneras dictatoriales de los gobiernos de entonces, o las tradicionales, que ofrecían los conservadores en ese tiempo, con las cuales él nunca tuvo ningún tipo de identificación. Él era amigo de Carlos Fonseca, Silvio Mayorga, Óscar Turcios y de Julio Buitrago, quien llegaba a la casa. También llegaba Lesbia Carrasquilla, y una vez estuvo Catalino Flores. Una vez Catalino bajó de la montaña con los pies infectados de hongos. Recuerdo ese gesto de mi madre de curarlo. Recuerdo todavía la imagen de él, un hombrecito pálido, menudo, campesino quien estuvo un par de días alojado en la casa. Me decían que él era un compañero que venía de la montaña.

Y luego cuando se estaba organizando la guerrilla de Pancasán, mi papá se encargaba de acopiar armas, municiones, brújulas, botas y otras cosas. Detrás de las puertas de la casa encontrabas a veces unos cajones misteriosos, y yo en la noche iba a averiguar qué había ahí, y eran cajas de tiros Remington 45, 38, brújulas, pistolas y otras cosas, y yo estaba claro que eran para la guerrilla, y eso de alguna manera alimentaba también aquella imaginación del joven, pues yo tenía apenas 12, 13 ó 14 años, la imaginación de las luchas libertarias y qué sé yo, cualquier tipo de fantasía que se le puede desarrollar a uno en ese tipo de situaciones extraordinarias que vive.

Entonces, si me preguntás por qué llego al Frente Sandinista, es por la inducción directa, por el ejemplo y la actitud de mi padre respecto a las luchas sociales y a las luchas políticas en busca de un país mejor. Porque mi padre era rebelde. Renegaba contra los conservadores y sus ideas entreguistas, y era admirador de la lucha de Sandino. Rechazaba las políticas imperiales de los Estados Unidos que se manifestaban en sus políticas macartistas. Realmente se rebeló contra ese tipo de situaciones que eran comunes en ese momento en América Latina. Y ¿qué reacciones había entonces?: La lucha de la Revolución Cubana, o las guerrillas de Guatemala y de Colombia, de las FARC. Y mi padre era un eterno admirador, y además, un activista de esas luchas influenciadas por la izquierda en ese tiempo, definiéndola como lo que se oponía a ese status quo y en contra de las políticas norteamericanas respecto a América Latina.

Mónica: ¿Cómo es eso de que Óscar Turcios fue tu maestro y que te enseñó las primeras lecciones de primaria?

Agustín: Cuando Óscar regresa de la Unión Soviética, de Moscú, de la Universidad Patricio Lumumba, donde él estudiaba, coincide con que yo estoy pasando por una enfermedad que me impidió matricularme en segundo grado. Había pasado primer grado en una escuelita privada que había por el barrio San Luis, y en el año que yo debía estar cursando el segundo grado, mi padre le pidió –porque era muy amigo de la familia–, que me diera clases y que le iba a pagar. Con mucho gusto Óscar aceptó y me dio clases un año, para después solicitarle a la dirección del Colegio Bautista que me hicieran un examen de ubicación, y logré pasar de primer grado que había cursado, a cuarto grado, producto de su rigor dándome clases durante ese año, como si fuera una universidad, y a mi pequeña edad.

Mónica: Es bonita esa anécdota, porque muestra también a Óscar como un ser humano con grandes cualidades pedagógicas. Y me imagino que también te habló de política.

Agustín: Sí, claro. Era un hombre con un carácter fuerte y con eso de los desafíos y con aquello de hacer bien las cosas, me ayudó mucho. Imaginate que eso fue cuando yo tenía como ocho años, a los 15 años yo ya estaba haciendo labores de correo, él me mandaba como correo a dejar correspondencia a varios lados, y una de las que me acuerdo, por ejemplo, fue a los compañeros que estaban presos desde 1968, entre ellos Daniel y Jacinto Suárez. Me mandaban a dejar el correo que iba para la cárcel, a través de doña Lidia Ortega.

Cuando Óscar se va a Pancasán, porque él sube a la montaña en esos días, pasó despidiéndose por la casa, en la madrugada, entonces yo le planteé que quería irme con él. Yo estaba estudiando en el Goyena, creo que tercero o cuarto año, entonces él me dijo que no, que me quedara, que tenía que terminar mis estudios, que me preparara, que ese era momento de estudiar y hacerle caso a la familia y portarme bien, pero que no me desesperara, que el turno me iba a llegar.

Mónica: Entonces, ¿cuándo tenés conciencia de que estás trabajando “oficialmente” con el Frente Sandinista, que era una organización guerrillera clandestina?

Agustín: Cuando me incorporo a una célula, es cuando marco el momento oficial, porque ya no soy a quien mandan a hacer un mandado, ya no es andá chequeame a la esquina a ver si no hay ningún problema para salir, y todas esas cosas que yo hacía antes cuando estaba más chavalo. Cuando me incorporo a una célula es en 1969, tenía 16 años.

Mónica: ¿Quiénes estaban en esa célula?

Agustín: El jefe de la célula era Marco Antonio Rivera “Marquito”, era un joven de origen hondureño, pero tenía familia en el norte; estaba Alesio Blandón; otro muchacho de apellido Mairena que era mecánico; Pablo Antonio Cuadra Ayala, “El Renco” que luego estudió Medicina conmigo, era sobrino del poeta Pablo Antonio Cuadra; Denis Moncada Colindres y Carlos Agüero, esos éramos la célula. Después de haberme integrado se dan los asesinatos del 15 de julio de 1969 en una casa de seguridad en el barrio Santo Domingo, en la misma fecha en la que muere también Julio Buitrago en Las Delicias del Volga.

En la casa de Santo Domingo estaban Marco Antonio Rivera, Alesio Blandón y Aníbal Castrillo, los tres mueren. Además, capturan a Denis Moncada y a Pablo Antonio. Solo Carlos Agüero y yo no fuimos afectados. Carlos me propone irme con él a Costa Rica, pero en ese momento le digo que no, y él se va, pues tenía familia allá. Ya no lo volví a ver hasta en enero de 1976, en una casa de seguridad en Managua. Me quedé en mi casa, pensé que me podían capturar y dije, –si me van a capturar que me capturen aquí en mi casa–, y la verdad es que no me capturaron, pero desde ese entonces ya estaba en los archivos de la Seguridad (OSN).

Mónica: ¿Tuviste trabajo en el Goyena, hiciste alguna tarea?

Agustín: Efectivamente, una de nuestras responsabilidades era participar en el movimiento estudiantil del Goyena. Teníamos coordinación con Roberto Amaya, Bayardo Arce e Isabel Turcios. Había otros compañeros que estaban trabajando con otras estructuras. Otra responsabilidad era recopilar información, nos mandaban a hacer algunas pintas en las calles, a conseguir armas y municiones y aprender el uso de armas. Nosotros íbamos a hacer prácticas de tiro con pistolas 45 donde ahora es “El Trapiche”. Había una parte que se llamaba “Cinco Tubos”, porque era un lugar donde drenaba un río a través de unos tubos gruesos, y ahí hacíamos las prácticas, pues era un área rural, bastante montosa. También aprendimos a hacer explosivos caseros y cocteles molotov, no con mecha, sino con unas camisas químicas que les llamamos, que era el clorato, azufre y azúcar mezclados, envueltos en un papel que ponías alrededor de la botella, lo pegabas con tape y cuando vos quebrabas la botella y entraba en contacto el combustible, el aceite con el clorato, entonces provocabas el fuego.

Después de la muerte de “Marcos” y de la desarticulación de la célula, me bachillero y me voy para León a estudiar Medicina. Óscar está clandestino en la ciudad, me manda a contactar con Roberto Huembes y ahí inicia otra etapa, que ya es la etapa más formal, más consistente, donde me incorporo a la célula que coordinaba Pedro Arauz, que es donde estábamos Hugo Torres, Omar Halleslevens, Roberto Huembes, Iván Montenegro, Lila Aguilar… Eso es en los años 1970-71. Esa es la célula donde desarrollo todas mis actividades hasta 1974, que es cuando la organización decide que deje la carrera de Medicina, dejé la legalidad, y me incorporé a la clandestinidad.

Mónica: ¿Y realizaste algunas tareas vinculadas a los barrios de León? ¿Tuviste alguna responsabilidad en la dirigencia estudiantil, en el FER, fuiste cuadro público?

Agustín: En ese tiempo teníamos doble función, yo diría triple función, porque por un lado te exigían que fueras excelente alumno, entonces estudiar era una función. Me acuerdo que Pedro Arauz nos pedía las notas, tenías que llevar buenas notas, porque si no, antes de tu papá, te reprendía el del Frente. Después de eso tenía responsabilidades en la dirigencia estudiantil, entonces pertenecía a la dirección del Frente Estudiantil Revolucionario (FER), en León. Es el tiempo en que el FER pasa de la oposición en el mundo universitario, al poder.

Entonces yo tenía prácticamente dos estructuras: una que nos vinculaba al movimiento estudiantil, como FER, y otra que era la célula coordinadora de la región, de toda la zona donde estaba operando el Frente Sandinista en Occidente, donde teníamos una responsabilidad de organización y de proselitismo en barrios de León como El Calvarito y El Coyolar. Después estuve haciendo trabajos en La Providencia y en Sutiava.

Mónica: Yo me acuerdo de tus vínculos con el trabajo obrero, con las enfermeras.

Agustín: Exactamente, después de eso teníamos responsabilidad en la atención al Sindicato de Carpinteros, Albañiles, Armadores y Similares (SCAAS), que tenía fuerza en León, tenía una oficina, era realmente una organización obrera pequeña, pero beligerante. Después estaba la Federación de Trabajadores de la Salud (FETSALUD). Como estábamos estudiando Medicina, también teníamos un trabajo con ellos, y de ahí captábamos a los líderes, los reclutábamos para el Frente. Me acuerdo que captamos a un Izaguirre, uno de los líderes del SCAAS. Después había una muchacha Mayorga, de FETSALUD, también la incorporamos al Frente, y así a otra gente. En síntesis, teníamos trabajo en el sector obrero, en los barrios y en el movimiento estudiantil, y eso era organizado por esta célula que coordinaba Pedro Arauz.

Mónica: Cuando Óscar está en León, se inicia lo que se llamó “Período de acumulación de fuerzas en silencio”. Esto implicó hacer trabajo con lo que se denominó las organizaciones intermedias, es decir, trabajar con la gente para poder crecer. El Frente había sufrido una cadena de golpes que lo habían reducido prácticamente a dos o tres cuadros en el interior del país.

Algunos se preguntan si el Frente Sandinista de entonces era una organización que tuvo como método de análisis de la realidad el marxismo. Ahora, viniendo vos de una familia agnóstica, que no tenía religión, ¿qué te parecía la formación en el Frente? ¿Realmente había un interés en el estudio del marxismo? ¿Qué pensaste del trabajo con los movimientos cristianos?

Agustín: Recuerdo que sí se estudiaba, pero diría que se estudiaba con un sentido amplio. Recuerdo haber estudiado las diez categorías de Rosenthal, así como El Capital, me acuerdo de haber leído a Lenin. En ese tiempo te echaban preso y te metían seis meses de cárcel inconmutables si te encontraban un libro subversivo que podía ser El Capital, la biografía de Ho Chi Min, lo que fuera. En vista de eso, los empastábamos con carátulas de novelas de amor o lo que fuera para encubrir el contenido del libro. Efectivamente se hacía mucho énfasis en el estudio, pero de la Historia de Nicaragua y de la experiencia vietnamita. Me acuerdo haber leído por ejemplo “La guerra de la pulga” y “El hombre y el arma”, de Nguyen Giap, libros muy leídos, experiencias muy útiles para lo que estábamos haciendo. Leímos a Martha Harnecker, a Althuser, que era muy metodológico, muy sencillo, el Materialismo Histórico, el Materialismo Dialéctico. Sí leíamos, sí estudiábamos.

Sacrificando nuestros días libres, nos veníamos de León a la UNAN de Managua y nos daban clases de marxismo, José Pasos, Ricardo Morales y Mario Flores Ortiz. Y nos la impartían con cierto rigor.

Pero el Frente Sandinista no fue una organización dogmática. Y en eso creo que fue importante la influencia de Carlos Fonseca, quien estaba encima de lo que se publicaba y de lo que se estudiaba en el Frente. El énfasis que se hacía por parte de Carlos, sobre la Historia de Nicaragua y sobre esas ideas de justicia social, de la lucha de clases, aplicadas a Nicaragua. Siempre se ponía énfasis en la lucha de Sandino, tratando de entender cómo es que desarrolla su lucha, qué fuerzas lo apoyan, qué fuerzas no lo apoyan, en cada coyuntura ¿qué hacía Sandino?, ¿cómo relacionaba Sandino su posición en relación a sectores económicos o sociales de Nicaragua? Se puso el énfasis en entender eso más que en llegar a profundizar sobre la teoría marxista. Más bien se enfatizó en el marxismo como un instrumento. En vista del gran cerco que había aquí para este tipo de libros, razón por la cual no los encontrabas en librerías, se hacían publicaciones en el movimiento estudiantil, como “El pequeño ejército loco”, de Gregorio Selser.

La publicación del libro de Selser costó sangre, porque se hacía durante toda la noche. Primero había que hacer el levantado de texto sobre esténcil con una máquina de escribir mecánica –no existían las computadoras–, luego imprimirlos, y después de eso, compaginarlos, doblarlos y empastarlos. Ahí conocí a Carlos Núñez, que era tipógrafo. Fue un artífice importante para poder hacer todas esas publicaciones que realizamos como movimiento estudiantil. Eso ya era un acto de rebeldía, porque poníamos a circular publicaciones que eran consideradas subversivas por la dictadura.

Respecto al movimiento cristiano, en ese entonces el Frente tiene la necesidad de ampliarse, de abrirse, y uno de los pasos importantes que se logran, es tomar el poder dentro del mundo estudiantil. A diferencia de hoy, en ese tiempo el sector universitario tenía un gran peso social, la Universidad Nacional Autónoma de Nicaragua (UNAN), tenía un prestigio centroamericano, había estudiantes de Panamá, Costa Rica y Honduras. León era una ciudad universitaria, y el peso del movimiento estudiantil era importante.

Ahí se debatía, se abría realmente la mente al conocimiento. Teníamos debates en auditorios abiertos, con gentes de todas las opiniones. Recuerdo que en ese tiempo uno de los debates era sobre el movimiento cristiano. Al comienzo lo veíamos como mediatizador de los jóvenes. Veíamos con cierto desprecio a ese movimiento que se venía desarrollando en los colegios de secundaria y en la universidad. Creo que fue la visión de Óscar y Ricardo, y también, no dudo, de Carlos, de haber dicho que teníamos que acercarnos a ellos, que ahí había gente valiosa, y un espacio más. Era el período de acumulación de fuerzas. El Frente comienza a buscar espacios y los busca en el movimiento sindical, en el movimiento cristiano naciente de jóvenes que venían con ideas diferentes a las ideas franquistas que pudieron haber introducido los sacerdotes en épocas anteriores, pues había un movimiento generado por sacerdotes jesuitas con ideas progresistas, con la Teología de la Liberación.

Entonces el Frente abre las posibilidades de acercamiento con ese nuevo movimiento. Bueno, vos estabas ahí en ese movimiento cristiano, también Alonso Porras, Óscar Robelo, Óscar Pérezcassar, y eran gente valiosa.

Ese es un trabajo estratégico y es una visión de la dirigencia de ese momento en el país, porque Carlos Fonseca estaba en Cuba. En el país la dirigencia recae fundamentalmente en Óscar y en Ricardo, que son los dos artífices, los arquitectos de la etapa de acumulación de fuerzas en silencio, y de las políticas de alianza y de búsqueda de espacios políticos.

Nosotros llegábamos a los barrios y abríamos un trabajo con una cobertura. Algunas veces el movimiento cristiano abría trabajo en un barrio o a partir de la influencia de algún sacerdote de allí. Otras veces nosotros íbamos como universidad, como un programa extra muros. Promovíamos en la gente la idea de que había que hacer un dispensario médico que sería atendido por nosotros los estudiantes de Medicina, y les atraía porque eso permitía que hubiera atención médica. Conseguíamos medicinas en el hospital y en la universidad, o con donantes. Hacíamos una especie de botiquín del barrio, y llegábamos a dar atención de manera disciplinada, lloviera o relampagueara allí estábamos metidos atendiendo a la gente. A partir de eso nos ganábamos el corazón de la gente, la simpatía y la confianza de la gente, y luego identificábamos a sus principales líderes y los captábamos.

Una anécdota de la que me acuerdo todavía, es que cuando llegamos a El Calvarito, ahí vivía un sargento de la Guardia que se llamaba Toribio Obando. No había Policía sino un solo cuerpo que era la Guardia Nacional. Este Toribio era muy temido entre los delincuentes, también nosotros le teníamos temor cuando llegábamos al barrio, y nos cuidábamos de él. Nos acercarnos a su hijo a través de gente que llegaba allí, y el hijo comenzó a participar en el movimiento de los jóvenes del barrio, y para no cansarte el cuento, se hizo militante del Frente Sandinista, y fue Secretario Político en algún momento, como producto precisamente de ese trabajo silencioso, de ese trabajo inteligente de buscar cómo abrir espacios, de buscar cómo acercarnos a la gente, de no asustar a la gente.

Antes de esta etapa, el Frente Sandinista realizaba golpes de mano por medio de un grupo de muchachos rebeldes. Era el tiempo del asalto a la procesadora de leche La Perfecta, de Selim Schibles, de Humberto “Catún” Sandoval. Eran jóvenes rebeldes que se juntaban, hacían pintas, ponían una bomba, asaltaban un banco, se agarraban a tiros con una patrulla. Pero el Frente que desarrolla la articulación más consistente con la gente, es en ese período de acumulación de fuerzas en silencio. Casi todos los militantes del Frente de esa etapa anterior estaban presos, eran grupos pequeños, fácilmente identificables y controlables. En esos grupos estaba Daniel, Lenin Cerna, “El Cuervo” Guerrero, Jacinto Suárez, etc.

Era la etapa del foco guerrillero, con el grupo de muchachos que se iban a la montaña. El grupo que se quedaba aquí, quedaba haciendo golpes de mano, pero sin desarrollar un trabajo de inserción y de penetración en distintos sectores sociales con un planteamiento más amplio, con un planteamiento que incluso contemplaba las luchas gremiales, como parte importante del trabajo político.

Nos metimos en la lucha contra el alza del transporte, que hubo en algún momento. Nosotros lideramos esas luchas, nos metíamos en movimientos contra el alza de la leche, en la huelga de la construcción, en la huelga de los trabajadores de la salud. Dormíamos en los hospitales, pasábamos hasta la madrugada, promovíamos que las mercaderas llevaran comida. Vinculábamos a las mercaderas con los trabajadores de la salud, o sea, en esa época de los 70, de lo que se llamó acumulación de fuerzas en silencio, el Frente no solo trató de acumular armas y municiones, sino que es un capital político el que se acumula, que multiplica las posibilidades del Frente de jugar el papel que posteriormente juega.

Mónica: ¿A tu profesor de segundo y tercer grado, lo volviste a ver antes de su muerte en 1973?

Agustín: La última vez que vi a Óscar Turcios vivo, fue en 1969. Pero fui a verlo ya muerto, en septiembre de 1973, en un arrebato, porque teníamos prohibido acercarnos a los funerales de Óscar, debido a que era una situación propicia para ficharlo a uno: la Guardia llegaba, te ponía observadores y tomaban nombres. Nos prohibían ir.

En ese tiempo estábamos entrenados para ser fríos, no podíamos ser emocionales. Sin embargo, rompí esa prohibición, y me fui a la casa de don Pedro Turcios, que fue donde se veló a Óscar, frente al parque Las Palmas. Llegué hasta el féretro a hacer en silencio un juramento: dar continuidad a lo que se estaba haciendo.

Ese fue un acto emocional, de joven, yo tenía veintiún años. Estuve un minuto frente al féretro, cara a cara con el cadáver, y después me fui. Para mí fue muy importante ese momento, porque en los años posteriores pasé por situaciones muy difíciles, donde era muy grande la tentación que tenía de meterme en una embajada o de largarme. Los compañeros de la organización me mandaron plata y me dijeron, venite para Costa Rica, porque ahí te van a matar, no tenés condiciones, venite; sin embargo, rechacé irme, y en gran medida el compromiso o la decisión que se tomaba en ese momento, estaba vinculado con ese compromiso que adquiría uno en silencio con la gente que estaba con vos en la lucha y que moría. Ya había un compromiso de sangre.

Te estoy hablando de lo que eran las emociones juveniles del momento, que son las valiosas, porque al final, si no hubieran existido esas emociones, quizás no hubiéramos hecho lo que hicimos. De repente uno dice: ¿por qué me voy a dejar matar? Pero en ese tiempo jugaba mucho eso, y recuerdo como anécdota ese juramento que hice frente al féretro de Óscar: ¡vamos para adelante hasta la muerte! O sea, sin regreso. Eso es una cosa muy importante como parte del contenido que había, que era más que ideológico, más que teórico, de que si el marxismo, que si el socialismo ¡no! También había un compromiso, como decía Carlos, había una vergüenza, y había un compromiso vital muy cercano, muy vital con los sucesos que se estaban dando, y el compromiso que vos tenías frente a los hechos que también estabas provocando y desencadenando.

Mónica: ¿Cuándo pasás a la clandestinidad, ¿quién te orientó ese paso?, ¿ya tenías entrenamiento?

Agustín: Fue Roberto Huembes, y el entrenamiento fue de tiro en seco y de arme y desarme de fusil. Me acuerdo que había un fusil AR-15, que era el único, que le decían “El ausente”, por la canción: ¡ya llegó el que andaba ausente y ese no consiente nada…! Andaba de escuela en escuela para que uno medio aprendiera, y había uno que le decían “El águila”, porque era de marca El Águila, una sub ametralladora de las que usaron en tiempos de Pancho Villa, una de las más viejísimas, pero esas eran nuestras armas más modernas.

Los entrenamientos eran más bien psicológicos, creo que influenciado por los métodos palestinos, ya que Pedro Arauz se entrenó ahí. Por ejemplo, recuerdo un entrenamiento en una finca algodonera en Chinandega. Estábamos en el centro del algodonal, en un verano en que la tierra estaba batida, ¡medio metro de polvo y un calor espantoso!, en una pequeña choza que ocupaba el cuidador para protegerse del terrible sol. Medía dos metros por metro y medio. No era más grande que eso.

Nos metían quince días, en grupos de seis personas. Quince días comiendo solo frijoles con arroz, o solo frijoles, o solo arroz con tortilla, o sea la alimentación era mala, pero eso no era tan duro como que todas tus necesidades tenías que hacerlas allí mismo, no podías salir: te daban tu bolsa plástica, tu pote para orinar y tu papel periódico para envolver y guardar y en la noche botar. Lo más importante de eso, es que pasabas quince días en que solo podías hablar en susurro, tenías que pedir permiso para hablar y hacer guardias nocturnas de dos horas, tres horas. ¡Ah!, y además te daban clases todo el día, todo el día recibías clases, clases de arme y desarme, ejercicios, clases de historia, táctica, y todo eso en ese lugarcito. No te podías salir de allí, lo único que teníamos era un saquito donde dormíamos en medio del polvazal y, ¡claro!, los zancudos. Como había mucho viento afuera, los zancudos se reunían adentro, entonces en el día y en la noche había un zancudero horroroso.

Mónica: ¿Quiénes estaban entrenándose?

Agustín: Me acuerdo del doctor Noel Delgadillo, que ya murió, Iván Montenegro, no recuerdo si Iván Gutiérrez Cabezas “El Churumbel”. Recuerdo nuestro último día de entrenamiento, era la graduación, por decirlo así. Llegaron Pedro Arauz y Plutarco Elías Hernández –eran los dos jefes que había en esa zona– y entraron al lugar diciendo: “¡La guardia, viene la guardia!” Había un plan de combate donde cada uno de nosotros debía agarrar su arma y ponerse en una posición, y teníamos misiones. Mi posición era cubrir la retirada en un punto; había otro compañero que tenía la misión de agarrar todos los papeles y destruirlos; otro que ya sabía que su misión era hacer otra cosa; cada quien tenía sus misiones en el caso de una situación así.

Entonces cuando nos dicen ¡la guardia!, salimos a hacer las cosas que teníamos que hacer, y cuando nos dicen que es un ejercicio y pasa el alboroto, nos damos cuenta que uno de los compañeros salió de allí y no lo encontramos hasta varios días después que llegó a León a pie, por su cuenta; otro compañero se quedó catatónico, porque no pudo hacer nada, no se pudo mover del miedo. Eso servía para evaluar a la gente y decir este va para tal lado, este va para otro o este sirve mejor como colaborador. Esos eran los métodos que existían, eran métodos palestinos.

Mi paso a la clandestinidad está vinculado con el hecho de que, como era cuadro público, participaba en todas las manifestaciones y en todas las tomas de colegios. En ese tiempo, además del movimiento sindical, del trabajo en los barrios, con el movimiento cristiano, se desarrolla un trabajo con el Movimiento Estudiantil de Secundaria (MES), y surgen los cuadros que posteriormente se incorporan al Frente Sandinista: Marco Antonio Somarriba, un muchacho Dávila que estudiaba Medicina, Luis Alberto Colindres y una camada de líderes estudiantiles que luego se incorporan a la universidad y que también dejan un trabajo importante en el movimiento estudiantil de secundaria, que se vuelve muy beligerante y muy fuerte en León, en todo Occidente.

Comenzaron prácticas terroristas por parte de la dictadura. Ya no te capturaban oficialmente, sino con gente de civil, y era para matarte. En una de las tomas de las iglesias, cuando vengo saliendo por la parte posterior de la catedral, que estaba “tomada”, para ir a una reunión como a las ocho de la mañana, de repente vi salir un carro inter-local del parqueo de esos taxis. Yo me había chequeado y me pareció raro ver venir el inter-local, cuando de pronto se parquea a la orilla, se bajan cuatro hombres vestidos de civil, entre ellos ”El Chele” Aguilera, un famoso esbirro de la Guardia.

“El Chele” me agarró del cuello, me puso la pistola en la espalda y me quiso montar a la fuerza, pero en ese tiempo yo hacía ejercicios, tenía mayor peso incluso que ahora, y entonces le metí un codazo que yo dije, le pasé al otro lado, porque fue con toda el alma, era por la vida, botó la pistola, crucé la calle, pasé sobre la capota de un bus que iba pasando –no sé cómo lo hice, fue toda la adrenalina y la juventud que me permitieron hacer eso–, entré al mercado de León y comencé a gritar que yo era Agustín Lara del Frente Estudiantil Revolucionario y que me quería matar ”El Chele” Aguilera. Entonces las mercaderas comenzaron a sonar los cuchillos y a decirle “dejá, dejá al muchacho”, hasta que el hombre ya no pudo hacer nada, él quiso seguirme adentro con la pistola, pero ya no pudo, se retiró porque las mercaderas me protegieron y después un grupo como de veinte de ellas, y yo en medio, me fue a dejar hasta el Club Universitario.

A partir de ese momento mi vida cambió, porque ya no pude seguir durmiendo en mi casa, dormía en la universidad, en la casa de un amigo, pasaba por mi casa, me cambiaba, me iba a clases a la universidad, pero ya no estaba tranquilo. Coincidió con la necesidad de sacar a un grupo a otras partes del país, a multiplicar, a reproducir todo ese trabajo que logró desarrollar el FSLN en esas zonas en Occidente, particularmente en León, y que acumulamos experiencia en una metodología del trabajo político, de organización, de propaganda.

Entonces fue ahí cuando Roberto Huembes me dice: “Mirá, es hora pues, hay que irse”, y yo todavía discutí un poco, porque me preocupaba cómo iba a quedar el trabajo que estábamos haciendo allí, que se nos desplomara todo, y pedí que me diera un poco más de tiempo.

Así fue, y en julio de 1974, salí de León con un saco, porque las instrucciones que teníamos eran: Lleven cordeles, un par de botas de hule, un capote, una lámpara con varios tacos de baterías, una bolsa de medicinas: cloroquina y primaquina para la malaria, pastillas para el dolor, anti inflamatorios, gasa, alcohol, vendas para las heridas, todo en pequeñas cantidades, cada quien con su pequeño botiquín. Llevábamos un plástico negro para hacer tu champa, una hamaca de saco MACEN, un cuchillo para cortar y hacer esas cosas. Además, llevaba tres libros, dos pantalones y dos camisas.

Mónica: Después de la Mireyita1, quien murió en el terremoto de Managua, recuerdo que jalabas con la Silvia Ode, de aquí de Managua…

Agustín: Sí, tenía novia, a propósito fue terrible para mí, porque fue feo. Ella no sabía nada, no sabía qué pasaba, aunque trabajaba en la organización en Managua. Yo sabía que estaba vinculada, pero ella no sabía nada de mí. Entonces, como tenía unos ahorritos, porque en mi casa había ciertas comodidades, dije, ideay, y esto para qué me va a servir, la invité a un buen restaurante, almorzamos rico, me despedí de ella, nos vemos, yo sabía que me estaba despidiendo de ella, pero ella no sabía que se estaba despidiendo de mí.

Regresé a León a sacar mi saco, me encontré con Hugo Torres en la parada y agarramos un inter-local. El destino era la acera de enfrente de La Inmaculada, en Diriamba. Casi a las siete de la noche estábamos llegando. El contacto que nos iba a recoger, Mauricio Duarte, llegó tarde en un jeep rojo, iba conduciendo Orlando “Chu” Castellón, el hijo de Yico Sánchez, que después cayó en la montaña. Allí inicia mi nueva etapa.

En julio de 1974 comienza lo que llamo la etapa ciega, porque perdí la firma, por tantos años de no usarla, y tuve que inventarme otra después de 1979. Nunca ocupé la firma, ni mi nombre.

Pasamos directamente a la finca El Panamá, aclimatándonos, nos decían. Estábamos en un galerón grande, como de veinte y cinco metros de largo por unos 12 metros de ancho, como bodega para las cosechas y esas cosas. Ahí pasamos un mes en una hamaca, con un régimen que nos poníamos nosotros mismos, inventando qué hacer.

Nos levantábamos a las cinco de la mañana, pasábamos estudiando arme y desarme, limpieza de las armas, ejercicios físicos, lectura, y hacíamos guardia todas las noches, turnándonos. Pasado el mes, nos llegan a decir que ya pasó la etapa de aclimatamiento, que va a haber una reunión donde nos van a ubicar.

Venimos a la casa de YicoSánchez, en Jinotepe, a una reunión donde están Eduardo Contreras, creo que Pedro Arauz y Mauricio Duarte. Nos dicen que hay una operación, y que uno de nosotros va participar, pero que quieren ver si hay voluntarios. Los tres, Mauricio, Hugo y yo, levantamos la mano, pero se llevaron a Hugo. Me dejaron supuestamente por la experiencia que tenía en el trabajo organizativo y en vista de que aquí en la región había un movimiento sindical importante, pues estaban las fábricas PLASTINIC, SACSA, Santa Cecilia, y por otro lado, de FETSALUD.

Había un movimiento estudiantil beligerante en el Centro Universitario Regional de Carazo (CURC), una pequeña universidad en la que estudiaban Arlen Siú, José David Zúniga “Cantarito” –ahora abogado de Los Pipitos–, Hugo Arévalo y Ramón Masís, quien es retirado del Ejército.

El movimiento estudiantil era importante. Había una célula vinculada al Movimiento Cristiano, que era el que desarrollaba el trabajo y quienes lideraban eran Arlen Siú, Mario Estrada –que también cayó con la Arlen– y “Chu” Castellón. Por todo eso se consideró que la experiencia que yo tenía era necesaria para balancear, porque Mauricio Duarte no tenía ninguna experiencia al respecto, ya que él se fue muy joven a estudiar a Chile, donde lo entotorotan y se va a Cuba con un grupo entre los que estaban Roberto Calderón, Carlos Manuel Morales y Jaime Wheelock. Durante ocho meses reciben entrenamiento militar en guerra de guerrillas, y luego entran a Nicaragua.

Mauricio no sabía cómo pasaban las cosas aquí, así que dicen, mejor dejemos a Agustín para que se balanceen con la experiencia militar que tiene Mauricio y así desarrollar el trabajo. A Hugo se lo llevan para participar en la operación de la Casa de Chema Castillo. Nosotros no sabíamos en qué consistía, sólo nos dijeron que había una operación importante donde las posibilidades de sobrevivir eran pocas.

Mauricio tenía como seis meses de estar aquí antes de que yo llegara, y en la primera reunión de trabajo, me dice que esta es la región Sur-Oriental, que comprende Carazo, parte de Masaya, parte de Rivas y parte de Granada, y me dice que él es el Jefe del Regional, y que yo soy el segundo jefe. Cuando le pregunto cuántos somos, me dice que él y yo. Ahí es cuando me comienzo a percatar del embarque en que estamos, que hay que comenzar a trabajar.

Cuando viene Pedro Arauz, me dan una pistola, una P-38 Walter, con un cargador, una gorra y doscientos pesos, que en ese tiempo eran como treinta dólares, pero me advierten que no son para gastar. Esto es para un caso de emergencia, no es para que te los comás. Esos doscientos pesos hijueputas los anduve no sé cuánto tiempo. Pasé hambre, llegaba a casas de seguridad donde no había comida, pero no podía tocar un centavo de esos, porque recordaba “es para emergencia nada más”. Ahí comencé a percatarme de que las cosas tenían que comenzar desde cero.

Mónica: ¿Y dónde viviste, cuál fue tu primera casa después de la finca?

Agustín: Una casa de seguridad en el centro de Jinotepe que era de Eduardo Ramírez Silva, un compañero que trabajaba como dibujante arquitectónico publicitario en agencias de publicidad en Managua. Estuvo sin trabajo durante mucho tiempo, en condiciones económicas muy difíciles, y tuvo la generosidad y el valor de apoyar al Frente, dándonos alojamiento en ese tiempo, y fue uno de los grandes colaboradores.

Luego conseguimos una finquita que quedaba por San José de Monte Redondo, por Masatepe, de un señor pariente de Sergio Ramírez, que se llamaba don Rigoberto Ramírez, un campesino pequeño productor de diecisiete manzanas, con el que tuve una experiencia interesante, porque cuando yo llegaba a hablarle de socialismo, entonces él me decía:

“Mire amigo, está bien, está bonito todo lo que me cuenta, pero mire, ¿sabe por qué a usted yo lo apoyo, por qué está usted aquí? Le voy a explicar: usted está aquí, porque yo realmente odio al somocismo, me parece que la dictadura es horrible, y yo nunca he tenido el valor de hacer lo que ustedes hacen; entonces me siento como obligado a apoyarlos, pero le quiero decir algo, vamos a botar a Somoza, pero si usted un día cree que va a repartir esta finca mía, que con la Reforma Agraria que usted me está hablando me la van a quitar para dársela a la gente que no tiene tierras, yo lo voy a esperar en esa puerta de golpe, con mi “tunquito” y usted primero me va a matar a mí, y después va a distribuir las tierras”.

Mónica: ¿Y qué le pasó en la Revolución, le quitaron su tierrita?

Agustín: No, ahí está, pero lo escaparon de matar al pobre, porque cuando me fui de ahí, y era casa de seguridad muy cerrada, nadie conocía que él era sandinista, que trabajaba con nosotros, y creían que era somocista, porque era de una familia ligada al régimen. Entonces llegaron un día los caza perros, de los que se salían ahí en vandalismo, y lo iban a fusilar al señor, pero reconoció a uno de los que iba allí, que era Melvin Duarte, hermano de Mauricio, y don Rigoberto le dice que su hermano estuvo ahí. Él me contó, casi lo matan al señor, de puro aire.

Comenzamos a desarrollar un trabajo. Nos montamos sobre esa dinámica anti-somocista muy fuerte que había, pues aquí se da el “Movimiento 11 de Noviembre” de 1960, que fue la toma de los Cuarteles de Jinotepe, que representa las raíces de la lucha anti-somocista en Carazo. Aquí estaba Carmen Rosales, Yico Sánchez, Lila Aguilar; y los restos también de la influencia de Báez Bone. Pero lamentablemente, cinco meses después de llegar a Carazo, matan a Mauricio, el 10 de enero de 1975.

Mónica: ¿Cómo fue que lo detectaron?

Agustín: La muerte de Mauricio fue por una denuncia, porque él está en ese momento en la casa de la Lila Aguilar, alguien conocida, porque había estado encarcelada por los ataques del “11 de Noviembre”. Él transgredió varias medidas de seguridad que eran exigencias en ese momento. Habíamos tenido una reunión en la que se nos comunica que debemos pasar a lo que se llamaba “un repliegue profundo”, que significaba abandonar la ciudad, buscar un lugar en el campo, establecer allí una base de operaciones, desarrollar los mecanismos de correo clandestinos, desarrollar mecanismos para guardar cosas, buzones en el campo y la ciudad, nada más de tránsito. Nos dan esa orientación antes de la operación de la casa de Chema Castillo, que era la operación estratégica que se estaba montando.

Mónica: En ese repliegue es que nos vamos a una casa en Telica, y luego al campo en San Jacinto, con Pedro Arauz, Iván Montenegro y otros.

Agustín: Exactamente. Todo mundo repliegue profundo. Yo me voy a Masatepe, donde don Rigoberto Ramírez Méndez, y le pregunto a Mauricio que cuándo viene, me dice que solamente va a Jinotepe a hacer algunas cosas, y que pronto va a regresar para estar allí. Yo sigo desarrollando mi trabajo, buscando los buzones, contactando gente, ampliando la red y manteniendo comunicación con él a través del mecanismo de buzones, y en cada carta le mandaba a decir ¿qué pasó, cuándo regresás, qué pasó, cuándo venís?, y él siempre me decía: ya pronto, mañana, ya llego, pero nunca llegaba.

Llega el 27 de diciembre, se da la operación de la Casa de Chema Castillo, el 28 le digo qué pasó, y para no cansarte el cuento, él se aparece hasta el 6 de enero, más de diez días después, y se aparece eufórico. Él era muy entusiasta, era un hombre con una gran alegría, un hombre joven de 23 años, jovial, alegre, jodedor, y entonces llega entusiasmado, porque dice que todo mundo está alegre, que todo mundo está de fiesta con la operación de la Casa de Chema Castillo. Le recuerdo: mirá, tenemos instrucciones del replegarnos, es necesario que te vengás, entonces me dice, “sí hombre, no te preocupés, yo regreso en un par de días porque tengo que hacer unas cosas y ya regreso”, pero él no regresaba, él se va el 7, entonces pasa el 8, el 9, el 10, yo me acuerdo que estoy escribiéndole una carta, tengo la radio prendida, y oigo el piripipipipi... y comienza a decir combate en Jinotepe, se da un combate con elementos guerrilleros y parapapá, y se me baja la sangre a los pies, estaba pálido. ¡Esto es que ya lo mataron!, pensé inmediatamente, porque era el único que estaba allí. Mandé a alguien de la casa a que fuera a Jinotepe a investigar, y se comprueba que efectivamente había caído en la casa de seguridad. Él se corrió, entró a un callejón sin salida, él no sabía…

Mónica: ¿Y quién lo delataría, no se pudo reconstruir?

Agustín: No se pudo reconstruir exactamente, pero sí en el momento que a él lo denuncian, en el momento en que él entra al callejón, se estableció que una mujer llamada Juana Monje, lo denunció y se le ajustició antes del triunfo©.

Cuando muere Mauricio, viene una represión salvaje sobre todas las estructuras que se habían montado y catearon a la Lila y la echaron presa… allí comienzan a estar en peligro Arlen, Mario Estrada, Ramón Masís, toda la estructura que había. Entonces recibo instrucciones de Pedro Arauz de sacar a la Arlen y a Mario Estrada a la clandestinidad, y enviarlos a Occidente. La fecha exacta en que los saco es el 21 de marzo.

Mónica: ¿Por qué te acordás de esa fecha?

Agustín: Me acuerdo de esa fecha porque Arlen era muy mística, era una linda persona, y hablando con ella antes de irse, le digo: es cabalístico el día en que te vas a la clandestinidad, porque te vas el día del equinoccio de verano, el 21 de marzo. Esos días fueron de los períodos más difíciles, de mucha represión, capturaron gente, capturaron a Yico.

A Yico lo echan preso, lo torturan de manera terrible y capturan a un muchacho Herrera, de Diriamba, y a otros. Ante esa situación, ando en un estado de ánimo muy alterado, en una situación que psicológicamente le podés llamar casi de auto-destrucción, porque andaba con un deseo de venganza y un sentimiento de animal perseguido, y llega un momento en que digo: ya no voy a seguir corriendo, voy a entrar a la ciudad y si me los encuentro me los encuentro y…, andaba medio loco, entonces entro de día a la ciudad, llevaba una bolsa de papel kraft con tres granadas, un montón de municiones, una pistola…, con las ganas de encontrarme una patrulla y matarme con ellos pues, ese era el sentimiento que andaba, de rabia, de frustración, pero andaba alienado en ese tiempo, no era normal la situación psicológica de estar durmiendo en las cañadas, de darte cuenta que matan al fulano, después darte cuenta que echan preso al otro, que llegabas a una casa de seguridad, y te decían “váyase de aquí porque me van a matar, nos van a matar a todos”, me entendés, ese sentimiento de sentirte acosado, de sentirte perseguido.

Me acuerdo que en una de las calles me encuentro a Yico Sánchez cuando todavía no lo habían capturado, entonces él me monta en el vehículo y me dice: “Y qué andás haciendo”. Le conté un cuento. “No, venite”, entonces me llevó a su casa, comí allí y después me dice: Te voy a llevar a donde un compadre mío y le voy a contar el cuento de que te sacaste una chavala y que te andan persiguiendo los papás, para que te estés un tiempo allí, y entonces me trajo a Santa Teresa, a casa de Terencio Campos, y allí estuve un tiempo, hasta que el señor se da cuenta quién era yo, porque me encontró desarmando la pistola, se da cuenta que soy un guerrillero, entonces el señor se pone muy nervioso, me pide que me vaya y yo le digo que me aguante, negocio con él una manera de estadía en la casa y me quedo unos días más. La negociación era que en el día estaría donde él, pero en la noche dormiría en el cementerio que había enfrente. Tuve que romper el candado de una de las tumbas y dormir dentro varias semanas. En ese ínterin, echan preso a Yico, y a mí me toca decidir si confío o no en lo que él pueda decir o no, y tomo la decisión de confiar.

Lo torturan y no dice nada, y estando preso él, doña Yolanda y su hijo Óscar Sánchez, quien en ese tiempo era un muchacho, llegan con instrucciones de Yico –quien les dice dónde estoy– a ver cómo estaba, pero la señora, al ver la situación muy incómoda que había en ese momento con su compadre Terencio, me dice que me vaya a la casa de ellos, porque el razonamiento era: “Yico está preso, ya llegaron a catear la casa, te vas conmigo y ahí estate, que ahí no van a llegar a buscarte. La cosa es que me voy para allí, y allí paso un rato, allí me tranquilizo, allí era el último lugar donde te iban a buscar, a nadie se le ocurriría que te ibas a meter a la casa del que está preso en ese momento, era difícil. Entonces ahí pasé un tiempo, me repasté por así decirlo, me repuse, y de ahí ya hicimos un replanteamiento de la situación y pasamos a tomar acciones.

Mónica: ¿Y vos no recibías instrucciones, tenías correo con alguien?

Agustín: Con Pedro Arauz. Él era mi jefe. Le mando a decir a Pedro Arauz que me mande el relevo. Me siento que soy un chavalo de 22 años, pero Pedro me dice que el relevo soy yo, el que queda a cargo de la región, el que sustituye a Mauricio. A partir de ese momento comienzo a hacer el planteamiento de organización. Formamos una célula con Aristides Rojas y Ligia Gutiérrez, quien servía de correo, pues trabajaba en FUNDE y viajaba con frecuencia a Managua. Comenzamos a tener una red de colaboradores a partir de los contactos de la familia de Yico y otra gente.

Mónica: ¿Quiénes eran los principales colaboradores de esa época?

Agustín: En Diriamba, de los Rocha las mujeres participaron activamente como militantes: Eleonora, quien se había integrado antes y participa en el comando para la operación de la Casa de Chema Castillo. Formamos una célula con Roxana y su hermana Matilde Rocha, periodista casada con Carlos García, también periodista. Éstos tenían una casita frente al restaurante “Mi Bohío”, estaban recién casados, y la ocupábamos como casa de seguridad.

Tello Sánchez, por ejemplo, era un personaje interesante, un hombre que había participado en las luchas contra Somoza. Tello nos apoyó mucho, fue quien nos consiguió la casa que ya mencioné cerca de Masatepe, y eran parientes, el señor Rigoberto Ramírez; Panchito Gutiérrez, que luego muere en el Frente Sur, era un productor, un ganadero fuerte de Diriamba, amigo de YicoSánchez, uno de los primeros colaboradores que nos apoyaron en ese tiempo. También la que fue esposa de Ricardo Morales, en Diriamba, pero después perdimos contacto. En Jinotepe, Chicho Delgado.

En el caso de las Larios, primero entro en contacto con las dos señoras, que eran dos niñas viejas. Una de ellas se llamaba Vilma. Ellas habían ido a los Estados Unidos, habían trabajado como costureras, luego habían regresado y tenían una tiendita allí en la calle del Reloj. Esa fue una casa de seguridad importantísima, con excelente cobertura. De ahí salgo en 1978 para la insurrección y cuando ésta termina, caminando por los techos vuelvo a entrar a esa misma casa que queda a dos cuadras del Comando, y mientras había una represión salvaje casa por casa, la única casa que no tocaron fue esa, era una cobertura muy buena y además las mujeres muy valientes.

Cuando salgo hacia Honduras en marzo de 1979, quien me va a dejar es la Vilma Larios, pasando como familiar de ella. Me acompaña en todos los retenes hasta que me deja en Chinandega, para después pasar la frontera.

En Jinotepe se forma una célula, y uno de los grandes artífices de la red que se va creando posteriormente, es Aristides Rojas. Él tiene muchos nombres que probablemente yo no tengo.

Luego entramos en contacto con Carlos Humberto Aburto, que tenía como seudónimo “Tom”. En Dulce Nombre, él recluta a dos primos, Rodolfo y Eddy Aburto, los dos trabajaban en PLASTINIC. Carlos Humberto llega a ser mi lugarteniente, llega a tener la responsabilidad del tendido de las milicias populares armadas, llegamos a tener agrupados hasta mil muchachos en toda la región.


Carlos Humberto Aburto “Tom”2 (1956-1979)

Carlos Humberto nace el 16 de febrero de 1956 en Dulce Nombre de Jesús, humilde caserío del municipio de Jinotepe, Carazo. Son sus padres, Juan Ruiz, quien nunca lo reconoció y Sofía Aburto. Carlos Humberto creció bajo el cuidado de sus abuelos y de su madre, quien muere cuando tenía dieciséis años, casi a la misma vez que su abuelita, quedando Carlos Humberto a cargo de su hermana menor, Gloria, quien por entonces tendría unos tres años. Sus familiares eran obreros agrícolas, por lo que conoció en carne propia carencias y dificultades. 

Fue contactado en 1975 por Agustín Lara. Luego, “Tom” recluta a sus primos Pedro Aburto “Rodolfo” y Eddy Aburto “Julio”. Este último, obrero de la fábrica PLASTINIC, posteriormente pone en contacto a Juan Fernando Brenes con las estructuras del FSLN en el departamento de Carazo3. Carlos Humberto organiza con ellos la primera estructura político-militar de ese período.

La comunidad de El Dulce Nombre estaba conformada preponderantemente por integrantes de la familia Aburto, entrelazados por vínculos familiares con los Brenes, Hurtado, Calero y Marenco. Por razones históricas la mayor parte de sus habitantes fueron acérrimos conservadores anti-somocistas. El abuelo Leoncio Aburto se ufanaba de haber combatido al lado de Emiliano Chamorro y de haber sido herido en combate. Cuando Agustín Lara entra en contacto con un integrante de la familia, rápidamente el trabajo se extiende sobre la base de vínculos familiares

“Tom” trabajó en PLASTINIC hasta 1975, de donde se retira para dedicarse por entero a las labores revolucionarias. Su humilde morada fue casa de seguridad de cuadros clandestinos como Agustín Lara, Carlos Núñez, Jaime Wheelock y otros. Le pusieron el seudónimo “La Leona”.

Se dedica al trabajo revolucionario con pasión, dándole todo su tiempo, primero a tareas de reclutamiento y organización, y luego, en actividades conspirativas, como correo, llegando a convertirse en uno de los principales cuadros de la jefatura regional de entonces.

Por sus cualidades llega a ser el jefe de lo que serían las combativas Brigadas Populares de Combate, que adquirieron una gran importancia en la etapa insurreccional.

Dirigía una red de centenares de muchachos y muchachas organizados en pequeñas unidades territoriales que, con armas artesanales como bombas de contacto, minas de TNT, armas de cacería, y mucho arrojo, desarrollaban operaciones de hostigamiento a patrullas de la GN, recuperación de armas, ajusticiamiento de orejas o informantes y acciones de propaganda armada. Ellos eran la cantera de los Comandos Revolucionarios del Pueblo (CRP).

Organiza las Brigadas Populares de Combate que hacen posible los primeros ajusticiamientos y actos de ofensiva contra la dictadura en el año 1977, y llega a tener la responsabilidad de todo el tendido de las milicias armadas populares en toda la región. Se convirtió en el jefe de brigada más activo del departamento y fue miembro del Estado Mayor Político-Militar de la ciudad de Diriamba.

El 27 de mayo de 1979 es capturado por una patrulla de la GN, una cuadra al sur de El Reloj de Diriamba, cuando venía de una reunión y llevaba en sus manos una bolsa con granadas de mano y revólveres. Lo denuncia un “oreja” a una patrulla de la GN que en ese momento pasaba por el Barrio EEUU, hoy Barrio La Libertad.

Dos días después de su captura es encontrado muerto por sus primos Pedro y Gregorio Aburto. De casualidad, en una travesía que ellos realizaban por ese sector, sintieron un gran hedor y como era costumbre que en esos cafetales la GN llegaba a botar a los jóvenes que mataban, siguieron el rastro y lo encontraron semi-enterrado entre matas de café en la Hacienda “Las Marías”, cerca de Santa Teresa.

Según comentan sus primos, tenía el estómago perforado por bayonetas, y su cuerpo presentaba evidencias de otras torturas atroces, como el corte de sus genitales.

Como “Tom” tenía mucha información interna, después de su captura se tomaron medidas de seguridad por si le sacaban información. Sin embargo, ninguna casa de seguridad que él conocía fue cateada por la GN, ni siquiera donde él vivía. No capturaron a ninguno de los compañeros con los que él se relacionaba, como expresara Eddy Aburto “ni siquiera a sus primos, que también estábamos involucrados en la lucha. Eso nos mostró la firmeza de sus valores y principios revolucionarios. Dejó un vacío inmenso en las filas revolucionarias y en los que crecimos junto a él y conocimos su grandeza humana”.

Agustín Lara afirma: “Él tenía toda la información sobre la organización de las milicias populares y no se la pudieron sacar ni con las bárbaras torturas que le hicieron. Carlos Humberto Aburto es un verdadero héroe de la lucha, un muchacho obrero muy inteligente y con una gran convicción”.

*

Agustín: Recuerdo que en medio de esa situación difícil que te he relatado, Dulce Nombre fue uno de los primeros lugares donde nosotros pudimos hacer un pequeño grupo, con estos Aburto. Pedro “Rodolfo” llegó a ser Teniente de las Tropas Especiales Pablo Úbeda (TPU), actualmente tiene más de sesenta años y vive jubilado en Jinotepe. Siempre tenemos contacto con él como amigo, lo llamamos “El Compadrito”.

Este hombre es el que hace la primera operación militar de ajusticiamiento contra un agente de la OSN que vivía en Jinotepe. No recuerdo su nombre.

Como la única arma que teníamos en ese momento era mi pistola, me acuerdo que le doy un entrenamiento en un cafetal. No me gustaba la P-38 que me habían dado, porque la sentía muy frágil, entonces me conseguí mi Browning que era de catorce tiros, entonces ya me sentía más responsable. Con esa Browning es que se hace la primera operación militar, para salir de la persecución y pasar a otra etapa defensiva.

El hecho adquiere relevancia porque en medio de la situación agobiante en que nos tenía la represión desatada después de la muerte de Mauricio Duarte en enero de 1975, esta acción fue un grito de guerra, expresó la voluntad de continuar luchando. Al final el agente sobrevivió con catorce refilones de bala y un politraumatismo craneal causado por una piedra que Rodolfo usó para asegurarse de que estaba muerto. La inexperiencia en el uso del arma que nunca antes había disparado (el entrenamiento fue de tiro en seco) explica los resultados de la operación. Pero se consiguió el objetivo de propagandizar nuestra lucha.

Estoy hablando de agosto o septiembre de 1975, ya estábamos en invierno. Dije yo: ¡hasta aquí llegó! Tenemos que hacer algo para moralizarnos y salir adelante.


Juan Fernando Brenes

El Dulce Nombre era un pueblecito campesino, ahora está más desarrollado, pero antes era una pequeña comunidad campesina.

De ahí era Juan Fernando Brenes, quien tiene una historia linda, más que linda es una historia aleccionadora que me ha conmovido siempre, porque este hombre era un pailero (cortador de caña) del Ingenio San Antonio que estaba desempleado en ese tiempo, y lo reclutamos. Vivía en una choza de carrizos, piso de tierra, techo de paja, en condiciones de pobreza extrema, y sus únicos bienes eran dos gallinas, un chancho, una tijera, una banca y la choza.

Cuando yo llegaba a dormir ahí, entonces la mujer estaba recién parida y a él le daba pena que yo durmiera en el suelo, o que durmiera en la banca, entonces me decía que durmiera en la tijera donde dormía la mujer con un niño recién nacido, y él dormía en la banca, que era más dura. Se volvió un hombre destacado. Luego se incorporó como combatiente y ya hicimos operaciones con él, como un asalto a un banco y otras cosas más. Se destacó como un jefe militar, y era un hombre con criterio, era un tipo más desarrollado, y en ese momento tiene un golpe de suerte y se saca un vigésimo del premio mayor de la Lotería, que significaba diez mil dólares, era un premio de Navidad. La cuestión es que el premio era grande. De repente llega donde estoy yo, y me dice: –Jefe, aquí le traigo, y me pone el vigésimo, –Me saqué el premio mayor. Yo creía que estaba bromeando. –No, no estoy bromeando. –De verdad decime más bien ¿cuánto andás ahí? –No, de verdad. Y me enseña el periódico y efectivamente así era, entonces me dice: – ¿Qué hacemos con él?

En ese momento teníamos una idea profesional de eso, no éramos sentimentales, entonces le digo: –Está bien, vaya cámbielo, póngalo en una cuenta del banco, y a partir de eso se le dieron las instrucciones: compre un camión usado, ponga una pulpería en San Marcos. Esa era la cobertura, el camión iba a servir para transportar armas.

No sé si le quedaron unos pesos para comprarle un vestido a su mujer, pero él nos entregó todo, a la organización. Siempre lo pongo como un ejemplo de desprendimiento, de generosidad y de compromiso. No lo hacía un chavalo romántico, no, era un obrero, pailero, con hijo, con mujer, con problemas, que sabía lo que era el dinero, y a pesar de eso, asume esa postura, esa posición que me pareció una de las posturas más dignas, meritorias de ponerlas de ejemplo, más aún en estos tiempos en que se han invertido los valores.

Juan Fernando Brenes era famoso, le decíamos “El Pupilo”. Un día, en un entrenamiento en una escuela, estaba Jaime Wheelock, y no sé cómo se usó el concepto de “pupilo”, entonces él preguntó qué cosa era eso, la explicaron que pupilo era alguien que aprendía, entonces él comenzó a decirle a Jaime Wheelock “Pupilo” y entonces todo mundo le decía a él también “Pupilo”.


Juan Fernando Brenes “Boanerges” o “Mario” (1953-1979)4

Nace el 30 de mayo de 1953 en la comunidad El Dulce Nombre, municipio de Jinotepe. Su papá Lázaro Brenes era obrero agrícola, cortador de café y vivían en pobreza extrema. Abandonado por su mamá, María Narváez, Juan Fernando es criado en medio de grandes limitaciones por su abuela paterna, Tomasa Brenes.

Tiene que dejar la escuela cuando cursaba el tercer grado, para trabajar en labores agrícolas. También labora como cortador de café en las haciendas vecinas y en ocasiones, junto con su padre, en la Hacienda Bella Vista, en las faldas del Volcán Casitas, Posoltega.

Más tarde se independiza y se traslada a trabajar como pailero al Ingenio San Antonio. Estando ahí se involucró en luchas gremiales por los derechos de los obreros y tal parece que entró en contacto con estructuras revolucionarias (socialistas o sandinistas). Sus primos testifican que cada vez que concluía la zafra llegaba a contarles de sus estudios políticos, de la convicción de luchar, y de sus primeras acciones conspirativas. En una ocasión llevó el libro “La Sagrada Familia” de Federico Engels, con la decisión de estudiarlo y comprenderlo.

Según recuerda Agustín Lara, en Dulce Nombre pasaba períodos como desempleado y vivía en condiciones paupérrimas, en una casa de cañas, piso de tierra, sin los servicios esenciales.

Fue contactado con las estructuras de Carazo por Carlos Humberto Aburto, “Tom”, en 1976, y formó parte de la célula que desde Dulce Nombre realiza trabajo de organización de estructuras político-militares que luego pasan a ser parte de Brigadas Populares y Comandos Revolucionarios del Pueblo. También realiza trabajo político-organizativo en Masatepe, San Marcos, El Rosario y Santa Teresa, con vistas a la organización militar. Trabaja bajo la responsabilidad de Manuel Salvatierra, de quien prácticamente es el segundo al mando.

Quienes lo conocieron afirman que era un hombre sencillo, muy convencido de la lucha, que se fue desarrollando como un verdadero dirigente, hasta llegar a ser unos de los principales cuadros político-militares del departamento. Era fraterno y amable. Se cuentan de él muchas anécdotas que muestran su disposición a darlo todo por la causa revolucionaria.

Participó en el asalto al Banco Nicaragüense (BANIC), sucursal Montoya, en agosto de 1977, luego es Jefe del Comando Revolucionario del Pueblo (CRP) de Diriamba, y en 1979 del CRP de Jinotepe. Como tal, participa en entrenamientos militares, distintas operaciones como emboscadas, asaltos y propaganda armada en varios lugares del departamento.

Entre otras acciones, participa en los hostigamientos realizados durante las jornadas insurreccionales de septiembre en Diriamba. Dirigió el ataque al Cuartel GN de Santa Teresa el 22 de diciembre de 1978, el ataque al Cuartel de la Guardia en La Concepción, y en la Marcha Guerrillera en mayo de 1979.


Su muerte

Después de los ataques al Cuartel GN de Jinotepe (7 de junio), las fuerzas se reconcentran y se organizan para la Emboscada de Cuastoma el 11 de junio. Están integrados a esta Columna los combatientes de la Unidad “Francisco López”, compuesta por campesinos de El Cacao y otras comarcas de Santa Teresa, los CRP, que dirige Juan Fernando y otros combatientes urbanos, como Fernando Samqui.

En la emboscada logran hacer más de seis bajas a la Guardia, pero sus fuerzas superiores en armamento en la que destaca una ametralladora calibre punto treinta son definitivas para inclinar la balanza a favor de la fuerza somocista. Cae Fernando Samqui y resulta herido Juan Fernando Brenes, quien es sacado en hombros por Gregorio y Pedro Aburto.

Juan Fernando es llevado a una finca donde habita el colaborador Cándido Esteban, por el camino del Ojochal. Estando ahí, llegó a atenderlo el Dr. Óscar Acevedo Porras. Juan Fernando tenía un balazo en un pulmón, y el galeno explicó que había que hacerle una cirugía, recomendando trasladarlo al el Hospital Regional.

Con sus colegas Roberto Solórzano Sandoval y Agustín Fernández Berríos, colaboradores sandinistas, optaron por hacerlo en horas de la tarde, en el turno en que les tocaba trabajar a los tres, y así fue, pero estando en la operación, con Juan Fernando anestesiado, llegó una patrulla de la GN al mando del Teniente Roberto Solórzano, y lo sacaron dormido del quirófano, lo tiraron en un vehículo como si se tratara de un saco de papas, y se lo llevaron con rumbo desconocido. Juan Fernando apareció muerto al día siguiente con un balazo en la frente en la Finca El Diamante, en los predios de lo que hoy es Hertylandia, en la Carretera Jinotepe-San Marcos.

El entonces director del Hospital Regional, Teniente José Chirino, famoso por entregar a los jóvenes heridos, pasó información sobre la presencia de Juan Fernando. El macabro asesinato lo ejecutó el Teniente Solórzano, esbirro temible en Carazo, porque torturaba y asesinaba a los combatientes y violaba a las prisioneras sandinistas.

José Chirino fue ajusticiado cuando la toma de Jinotepe, pero el Teniente Roberto Solórzano fue capturado, enjuiciado, condenado y posteriormente liberado en una de las amnistías gestionadas por Monseñor Miguel Obando y Bravo. Actualmente se mueve por Nicaragua predicando la palabra de Dios.

*

Agustín: Cuando Mauricio, Hugo y yo nos reunimos con Eduardo Contreras en 1974, Eduardo nos dice que la misión que tenemos en la región es desarrollar una guerrilla de campo para el hostigamiento permanente a las fuerzas de la Guardia, con una red de soporte de colaboradores que permitiera abastecer a otras zonas y a la montaña, de hombres, recursos, armas, municiones, etc., y que se abrieran rutas clandestinas alternas para Costa Rica. Que había que abrir esas rutas y desarrollar un trabajo de reclutamiento y control de población en toda la Carretera Sur, otras carreteras y los más importantes caminos aledaños, de tal manera que eventualmente pudiéramos tener capacidad de cortar y de controlar esas vías para evitar que el enemigo transitara por ellas, y crear una plataforma del lanzamiento insurreccional sobre Managua. Me acuerdo de esa descripción, y allí es donde yo pregunté ¿y cuántos somos? Entonces me dice Mauricio: vos y yo. O sea, nos plantean una misión que era casi fantástica, yo lo veía como fantástico.

Pero eso fue exactamente lo que logramos para 1979, algo que antes nos parecía irrealizable.

Logramos hacer una guerrilla en el campo. Y por eso era importante el estudio de la experiencia vietnamita, por eso nos ponían a estudiarla, porque la guerrilla de campo, alrededor de las ciudades, desarrolló un papel estratégico. Ya no se planteaba la idea del foco guerrillero, sino que había que alimentar la montaña con combatientes, con información y con avituallamiento. No es que esperaban que bajaran las guerrillas desde las montañas, como en la Sierra Maestra, Cuba, sino que había que desarrollar un trabajo desde las ciudades, alrededor de las ciudades, para el control militar de las vías de acceso a Managua, y lograr aislar Managua, lanzar ofensivas desde distintas direcciones, como una plataforma de lanzamiento insurreccional. Ese es un planteamiento que se hace en 1974, antes del asalto a la casa de Chema Castillo, antes que se de cualquier formación de tendencias.

Mónica: Entonces volvamos un poco a finales de 1975, cuando se ponen en el tapete contradicciones internas, y uno de los protagonistas es Roberto Huembes, a quien vos tenías mucha estima. Luis Carrión nos ha dado su versión de los hechos y aparece en “Memorias de la Lucha Sandinista” que publiqué hace dos años. ¿Cómo te enterás de esas contradicciones y cómo llegás a separarte de la GPP y te integrás a la Tendencia Proletaria?

Agustín: En ese tiempo se comenzó a hacer un trabajo y yo participé en un par de reuniones para sacar un boletín clandestino que se llamaba “El Sandinista”, que iba a circular con contenido político, con instrucciones para hacer emboscadas, y otras cosas que queríamos comunicar a la población. En ese quehacer se dan algunas contradicciones con Pedro Arauz, pero sinceramente, nunca supe a fondo cómo fueron esos conflictos. Y efectivamente creo que Luis puede decirlo mejor porque fue uno de los protagonistas de las discusiones que se dieron. A partir de ese momento inicia la formación de tendencias o grupos que estaban opuestos por posiciones políticas o por otras cosas, pero había una contradicción que origina la ruptura con este grupo que estaba trabajando con Roberto Huembes y Luis Carrión en este proyecto del boletín.

Mónica: Se dieron importantes reuniones en 1974, y aparentemente no participó Mauricio. Cuando asumiste como Regional en sustitución de Mauricio, ¿participaste en algunas reuniones con otros regionales alguna vez? Venía Pedro Arauz a reunirse con vos.

Agustín: Pedro no promovía reuniones entre regionales. Él venía aquí a reunirse conmigo, teníamos reuniones de trabajo en las que me dejaba instrucciones, me decía los requerimientos, que necesitábamos hacer, esto o lo otro. Me pedía gente para otras zonas, que si había que asaltar un banco, que había que buscar plata, que había que buscar armas. Esa era la dinámica. Yo le informaba que ya teníamos tanta gente más, y lo que necesitábamos. La única reunión que tuve con otra gente, es la que tengo con Carlos Fonseca cuando viene a Nicaragua, entonces me manda a traer como Coordinador Regional que ya era en ese momento, y él me pide cuentas, o más bien me dice que le cuente cómo estamos aquí, le explico la situación, había algunas cosas que yo sentía que no estaban bien.

En un momento determinado Carlos me pidió que le entregara el trabajo, pero le dije que no. Él se molestó mucho, pero luego le dije que no es que me negara, sino que había muchas cosas que no estaban bien, y que prefería discutirlas primero. Así Carlos se calmó y creo que me comprendió. Supongo que luego se lo comentó a Pedro Arauz.

Mónica: ¿Ya te habías informado de los conflictos con Luis y Roberto?

Agustín: Ya estábamos informados, los llevaron a asilar, y también por eso yo estaba incómodo. Salió un comunicado donde los calificaban de traidores. De Roberto, por ejemplo, yo decía, no puede ser. Pero además, Roberto entra en contacto conmigo. Le digo que cómo es posible que esté rompiendo la verticalidad de la organización y esté haciendo comunicación unilateral, pero él me dice que tenga confianza en él, que quiere hablar conmigo. Viene a Diriamba, nos reunimos y me cuenta todo el cuento de que los habían encañonado para meterlos a la Embajada de Venezuela. Me indigno, me molesto mucho, y a partir de eso genero una desconfianza profunda hacia Pedro Arauz, hacia Tomás, hacia toda esta gente, y digo, algo está pasando aquí.

En la división de las Tendencias nos agrupamos por la confianza y por el conocimiento de las personas que éramos, más que por banderas ideológicas. No sé cómo es que se le puso Proletaria a esta Tendencia, no sé de dónde salió. En mi caso, no estuve motivado por un tema ideológico o político, sino más bien porque miré que era una situación totalmente anómala que consideraba carente de toda ética y de toda lógica y fuera de lo que debía ser la conducta y el tratamiento entre nosotros. A mí me decepcionó mucho, porque no se me ocurría que alguien pudiera encañonar a un compañero porque tuviera ideas diferentes. Se me podía ocurrir que había que fusilar a alguien si estaba violentando las reglas, pero no esto.

Mónica: ¿Cómo fue que se produjo la definición de la ruptura con la GPP y con Pedro Arauz?

Agustín: Yo había tenido una relación muy buena con Pedro. Cuando estuvimos en León, él llegaba a mi casa, comía ahí. Le gustaba mucho el pan que hacía mi papá, se comía una barra de pan completa a veces; sin embargo, pienso que por la relación que él sabía que yo tenía con Roberto Huembes, él se chiveó conmigo y dijo, éstos van a ser yunta, son de la misma camada, y me pidió tener una reunión. Le dije que la tuviéramos en Carazo. Aceptó venir, y le pedí que viniera solo porque la casa donde íbamos a estar era pequeña y no podría alojar a ningún conductor ni a nadie más, que yo me encargaría de él y después lo mandaría a dejar. En realidad tenía la preocupación de que pudiera capturarme y sacarme de la región, o que me metieran a la fuerza a una embajada u otra medida extrema, recordá que para entonces ya había pasado lo de Chicho Zepeda.

Entonces tomo mis medidas para prevenir eso. Espero en un punto en el que tengo visibilidad del lugar donde íbamos a encontrarnos. Él no me podía ver porque estoy en una parte boscosa, pero yo sí lo estoy viendo. Llega en una Range Rover blanca, abre la puerta y cuando lo hace, veo que atrás hay dos personas más y además está el conductor. Me doy cuenta que hay otras intenciones, más que una reunión de trabajo. Así que me jalé, y a partir de allí corto definitivamente la comunicación con ellos. Como yo controlaba las estructuras en Carazo, él no tenía manera de llegar hasta donde yo estaba. Los lugares que él conocía, inmediatamente los abandoné, y me fui a otros donde él no tenía ningún control, y entré en contacto con Roberto inmediatamente.

Mónica: Eso debe haber sido a mediados de 1976. Según me dice Luis, ellos se van a Costa Rica. Algunos compañeros fueron allá a reunirse con ellos. Luis y Roberto vuelven al país hasta que ya están definidos como Tendencia y re-contactan a la gente.

Agustín: Exactamente, cuando ellos se fueron a Costa Rica, mantengo comunicación con Roberto. Cuando rompo con las estructuras de la Guerra Popular Prolongada (GPP), les mando un mensaje y sigo trabajando dentro de otra dinámica, ya con Roberto, no conocía personalmente a Jaime, y a Luis lo conocía por el movimiento cristiano.

Mónica: Entonces comenzaste a recibir orientaciones y a reunirte con la gente como Tendencia Proletaria. Aunque según otras entrevistas que he realizado, mucha gente no se enteró bien de esta división y siguió trabajando sin que le afectara.

Agustín: Yo trabajaba con la Tendencia, pero la verdad es que con bastante autonomía. No había mucho proselitismo de tendencia, digámoslo así, como que nosotros somos los que vamos a encabezar el movimiento obrero. Era más bien la continuidad del trabajo cotidiano, igual al que se venía desarrollando, incluso la gente no tenía esa animosidad.

Mónica: ¿Y cuándo viene gente de otras tendencias a abrir trabajo? Porque una de las cosas que hizo Pedro después, fue tratar de contactar a alguna gente.

Agustín: Claro, me doy cuenta que andan por aquí Ana Isabel Morales y después Noel Escobar. Trato de entrar en contacto con ellos, con Noel, para decirle, si estás trabajando, aquí hay para todos, lo importante es hacer lo que sabemos que tenemos que hacer. Pero no pude contactarlo. Sin embargo, algunas casas eran comunes, él llegaba a algunas a las que después llegaba yo, o él llegaba donde yo llegaba, no hubo un gran sectarismo.

Mónica: ¿Cuándo comienzan a manifestarse en Carazo las protestas semi-insurreccionales en que la gente pone barricadas y se lanza a las calles abiertamente contra el somocismo?

Agustín: Antes de la insurrección de 1978 hubo una sublevación. Ahí movimos a la gente para hacer un poco el alboroto como reflejo de la insurrección de Monimbó, donde se vuelan tiros y bombas de contacto. Eso tiene su eco en Diriamba. Básicamente movimos a alguna gente del movimiento estudiantil, se hicieron algunas cosas, pero no pasó de ser una escaramuza. La gente se tiró a la calle con bombas de contacto, sobre todo grupos de jóvenes, se bloqueó la Carretera Sur en la entrada a Diriamba, y a la salida, por El Reloj. Se pusieron retenes y se tiraron bombas de contacto, cocteles molotov y hubo un alboroto, pero que no llegó a trascender, creo que duró un día.

Una de nuestras líneas de acción era desarrollar y promover los movimientos de masas. En 1978 se dio un hecho interesante cuando en algunos sectores de Carazo había una hambruna a causa da una sequía. Se organiza la famosa “Marcha del Hambre”. Allí combinamos la promoción pública o política de esa movilización, con unidades de combate para proteger a la movilización.

La “Marcha del Hambre” fue una de las movilizaciones más importantes. Su base es un grupo que trabaja con los campesinos que luego se constituyen en la Asociación de Trabajadores del Campo (ATC), en San Gregorio y en toda la zona de la costa. Piquín Guerrero era colaborador en Diriamba y nosotros nos reuníamos con ese grupo. Estaban vinculados al Centro de Educación y Promoción Agraria (CEPA). Nos reunimos en La Palmera, en Diriamba, Flor de María Monterrey, Nadine Lacayo, Edgardo García y Óscar Robelo. Yo llegaba clandestino y entraba a las reuniones. Era un organismo que tenía como seudónimo “El Toro”, que era el origen de la ATC. Es a través de ellos que se promueve esa gran marcha. Los que participan son campesinos de la zona costanera de Diriamba, que estaban en condiciones verdaderamente difíciles por falta de comida.

Ese fue el principal trabajo que desarrolló Edgardo a partir de San Gregorio, vinculado al CEPA, organismo relacionado al movimiento de los curas, que también desarrollaban trabajo en el campo. Y entonces la “Marcha del Hambre”, es una demostración de fuerza. Cuando se hace eso, ya estás en posición de movilizar al pueblo con protección armada. No recuerdo cuántos muertos hubo, creo que dos, pero las unidades que teníamos se tirotearon con la Guardia para permitir que la gente pudiera protegerse, porque la Guardia reprimió violentamente la Marcha.

Le pusimos mucho énfasis al trabajo movilizativo de la gente. Movilización política a partir de las reivindicaciones, a partir de lo que más sentía la gente, y que estaba vinculada directamente con los derechos que le reprimía y le confiscaba la dictadura. Se hizo un esfuerzo permanente al respecto, a la par del trabajo propiamente militar y de redes clandestinas. O sea, el trabajo en esta región fue diversificado y tuvo sus frutos en todas esas líneas. Porque ya para marzo de 1979, que salgo de la Región, en Carazo teníamos, entre hombres y mujeres, ochenta combatientes ya entrenados y armados con fusiles de guerra, ya teníamos esa capacidad.

Mónica: A mediados de 1978 se desarrollan pláticas entre las tendencias y ahí se habla de la ofensiva insurreccional de septiembre. A las demás tendencias nos tiran la orientación de accionar militarmente también. En Estelí, Chinandega, Managua y en otros lugares, hay accionar de las otras tendencias. Aunque la fuerza militar principal de esos ataques la tienen los Terceristas, las otras fuerzas se involucran. En algunos lugares como Chinandega, la insurrección de septiembre de 1978, es GPP y TP, porque los Terces no tenían mucha fuerza.

En las cronologías oficiales Carazo no aparece participando en los levantamientos insurreccionales de septiembre. ¿Qué pasó aquí?

Agustín: En septiembre de 1978 hay ataques y hay respuesta de la gente, y nosotros participamos. Carazo era uno de los lugares donde el trabajo de la TP era muy fuerte, pues había gente, había estructura, ya había un mayor desarrollo. Para 1978 habían venido de Managua Flor de María Monterrey, que primero vino legal, y Manuel Salvatierra, clandestino.

Nosotros no teníamos armas largas, eran unos cuatro fierros que teníamos entre armas de cacería de la gente. Tenemos la información de que los Terceristas vienen de Costa Rica. Cuando ya han entrado, me voy a preparar las condiciones al Barrio Estados Unidos, al suroeste de Diriamba. Íbamos a alertar que venía una situación de enfrentamiento y que debíamos estar preparados.

Yo no sé cómo hicieron para entrar los Terceristas, si fue por puntos ciegos y después los recogieron en camiones en la carretera. Pero los primeros tiros me agarran cuando voy buscando el centro para llegar a la casa donde íbamos a tener una reunión para discutir el tema.

Pasé por la casa de Américo González, me guarnecí un poquito de los primeros combates que se estaban dando en la calle, y cuando se retiraron un poco, salí nuevamente y llegué hasta la zona del Reloj, en la casa de Alfonso García, en el centro de Diriamba, y allí me encontré con Jaime Wheelock, la Flor y Manuel. También estaba Oswaldo Lacayo, quien había llegado con Jaime a dejar las armas, pero Oswaldo inmediatamente se fue.

Alfonso García trabajaba en la Empresa Nacional de Luz y Fuerza (ENALUF) y era considerado somocista. Vivía en la calle del Reloj en una buena casa, y nos apoyó valientemente, y también su esposa. Por ser la casa más segura, es la que utilizamos como centro operativo para coordinar la insurrección de septiembre de 1978. Esa casa quedaba a la par de la Cruz Roja, con una comunicación entre las dos casas, lo cual facilitaba nuestra operatividad.

Nos reunimos para decidir cómo sería nuestra participación. Una posición era: no participemos, porque eso es aventurero, no vamos a poner en peligro las estructuras que ya tenemos. Mi posición era que había que participar, porque de otra manera, se perdía el liderazgo si había otra fuerza, armada, que de repente se tomaba las calles, y nosotros nos quedábamos con los brazos cruzados. Además de eso, que la gente tenía que defenderse, porque eso iba a provocar una reacción y nos íbamos a ir en la balastra todo el mundo. Entonces decidimos participar.

Los fusiles que nos enviaron de Costa Rica eran unas subametralladoras de asalto y diversos fusiles de guerra: una subametralladora M-69 de asalto, carabinas, creo que un rifle Garand, y otras armas. Me habían prometido otro envío de armas, pero llega tarde.

En la misma reunión donde estamos preparando los últimos detalles de lo que vamos a hacer, estábamos limpiando cada una de las armas que venían engrasadas, quitándoles la grasa y limpiándolas, y cuando termina la reunión y tenemos listas las armas, ya los Terceristas entraron, están posicionados, ya están los primeros enfrentamientos con la Guardia. Era una unidad que entra en camiones.

Les decía que la gente ya estaba lista, que estaba preparada, que había que llevarles las armas, entonces salimos de ahí Salvatierra y yo. Diriamba estaba en total estado de guerra, la Guardia cortó el suministro eléctrico, quedó a oscuras la ciudad. Francotiradores de la Guardia estaban ubicados en la torre de la catedral. Salimos de ahí y comenzamos a caminar como más de un kilómetro, hasta llegar a los lugares donde estaban las posiciones de nuestra gente. Íbamos cargando los fusiles en unos sacos, parecíamos mulas, pegados a la pared, en silencio, cruzando las calles con los francotiradores que estaban en las alturas, pero logramos llegar y distribuir las armas, y entramos en contacto con los Terceristas. Después de hacer una incursión en la zona insurreccionada, Jaime regresa esa misma noche, y luego sale de Diriamba, entiendo que al día siguiente.

Mónica: ¿Quién entró al mando de los Terceristas?

Agustín: Lo único que recuerdo es que le decían Comandante “Gallina” y andaba con los Molina. Eran gente de Diriamba que armaron y los trajeron en un camión con la misión de tomarse el Comando GN, sin mayor organización local de apoyo. Detrás de él andaban dos hermanos Molina, uno de ellos ahora trabaja en el Ejército, creo que en el Estado Mayor. Con ellos entramos en contacto y les dijimos, miren, para que nos organicemos veamos cuánta gente tienen ustedes, qué es lo que vienen a hacer, nosotros tenemos esto y esto. Te estoy hablando que eso es en la noche. Definimos nuestras posiciones, y las de ellos. Nos dividimos y allí nos mantuvimos. Creo que fueron dos días que tuvimos la ciudad tomada y la Guardia intentando penetrar a nuestras posiciones.

Nota de Mónica: Conseguimos aclarar que los principales jefes terceristas de las insurrecciones de 1978 (febrero y septiembre) fueron más bien los Molina: William, conocido como “El Nene” y sus hermanos Reynaldo, Norman y Silvio, todos Molina Dávila, y Ronaldo y Rodolfo Molina Acevedo.

Investigamos que “Gallina” es el apodo familiar de los González y quienes participaron fueron William González y Róger González Díaz. Este último posteriormente fue uno de los principales jefes de las Brigadas Populares de la Tendencia Proletaria en la insurrección final. Para entonces, usó el seudónimo de “Jorge”. Actualmente (2012), es Coronel, Contralmirante y Jefe de la Fuerza Naval del Ejército de Nicaragua.

***

La gente respaldó, la gente se levantó en la noche en los barrios. Repartieron comida y café. Se disparó contra el Comando de la GN, los guardias se reconcentraron y después salieron con una tanqueta. Me acuerdo que casi nos matan, y el que nos salva es Manuel de Jesús Rivera “La Mascota”, quien fue uno de los combatientes más destacados. Era un chavalo.

Los primeros reportes que tengo, es sobre un chavalo insurrecto que anda ahí, provocando situaciones fuera de control. Lo mandamos a llamar y lo tratamos de poner en orden, entonces nos reclamó. Me volvió a ver la subametralladora que yo andaba, y me dijo que si él tuviera esa arma, ya estaríamos adentro del Comando, porque él andaba con una pistolita 38. Le advertí que si seguía en esa posición, lo íbamos a desarmar y a poner preso.

Pero más tarde, cuando estaba revisando unas posiciones en una calle de uno de los barrios, diciendo que una trinchera estaba mal hecha porque la habían construido en mitad de la cuadra, en medio de una lluvia, viene avanzando una tanqueta de la Guardia con unos guarditas atrás. No teníamos escapatoria, ahí nos hubieran matado, porque si salíamos de la trinchera nos cazaban, y si nos quedábamos, nos pasaban encima con la tanqueta, y en esa posición estábamos cuando vimos un par de chavalos que iban encima de los tejados y le dejaron caer un gran paquete de bombas de contacto y unos cocteles molotov a la tanqueta, y eso provocó una explosión que le paró el motor, desordenó a los guardias en el avance, y nos permitió a nosotros tirar, salir, y replegarnos. Desde el tejado me miraba el chavalo regañado, Manuel de Jesús Rivera “La Mascota”, quien nos salvó la vida.

Ya Salvatierra estaba con nosotros, a cargo de una parte de las fuerzas que teníamos. Y ahí pasamos hasta que llegó un momento, después que cae Estelí, que nos reunimos Salvatierra, José García, el que fue General del Ejército, y Flor de María Monterrey, y tomamos la decisión de desmovilizar al grupo durante la noche. Había un grupo que se fue hacia la zona del mar, que se volvió un problema, porque era gente desarmada, gente civil, pero que andaba buscando protección, porque decía que si se quedaban, los mataban. Yo regresé a una casa de seguridad, y las armas las embuzonamos. Ahí fue donde me metí por el techo a mi casa de seguridad, la de la Vilma y la otra señora Larios.

Esa fue la insurrección de 1978. Nosotros logramos mantener la presencia y potenciar el trabajo, porque después de eso creció la actividad, el número de reclutas, de colaboradores. Eso fue un ejercicio importante de insurrección, fue correcto haber participado porque si no, hubiéramos quedado muy mal parados.

Después de la insurrección vinieron otros cuadros, como Álvaro Guzmán “Papaya”, quien vino a reforzar la parte militar; Fernando Caldera vino después de 1978, a fortalecer los Comandos Revolucionarios del Pueblo (CRP); después vino Nadine Lacayo; y luego otros, como Camilo Chamorro. Venían, participaban, después se iban, pero la gente que estaba de planta, eran esos que estamos mencionando.

Mónica: ¿Quiénes eran los principales jefes de los CRP y las estructuras militares?

Agustín: Los principales jefes de los CRP fueron Manuel Salvatierra, Fernando Caldera, –cuando yo salgo él está aquí en Carazo todavía- y César Delgadillo, quien vino después. De la región estaba Juan Fernando Brenes y Carlos Humberto Aburto. En un tiempo vino Javier Guerra como refuerzo. Cuando salgo de aquí, Salvatierra queda a cargo del Regional. Salí por El Guasaule, Honduras, pasando por puntos ciegos, después me trasladó Carlos Zamora.

Mónica: Me decías que en marzo de 1979 te orientan salir de Carazo al trabajo exterior. ¿Vos estabas de acuerdo en salir?

Agustín: Pues mirá, inicialmente me opuse, porque pasamos tanto tiempo para prepararnos para esto, y salir así…, pero había una presión para que saliera, y uno de los argumentos era que como había pasado tanto tiempo continuo clandestino, porque nunca había salido, que las probabilidades de que pudiera salir bien librado de un período tan largo eran pocas. Ese fue un argumento, y que, además, había necesidad de que alguien hiciera trabajo en el exterior. Que los representantes de las otras tendencias eran Nicho Marenco y René Núñez, y que tenía que irse alguien de aquí para la coordinación del trabajo exterior.

De Honduras me voy a Costa Rica, después a México, luego a Panamá, y de Panamá a Venezuela. Me movía con pasaporte hondureño. Félix González me llamaba. Todavía tengo el pasaporte, que es una de las pocas cosas que conservo.

Regreso el 19 de julio. Hubiera preferido estar aquí porque era como que estás armando un carro y cuando ya lo tenés armado te dicen, bajate. Yo traté de regresar. Cuando en plena insurrección llegó Carlos Núñez a Costa Rica, le digo: –Mirá, no estoy haciendo aquí mayor cosa, todas estas cosas que me están diciendo que hay que hacer aquí, que Radio Sandino, que hay que ir a conseguir plata allá, eso lo puede hacer cualquiera de los que están aquí. Aquí hay un montón de gente, le decía, ¡yo quiero regresar!– Logro convencer a Carlos Núñez. –Vámonos pues, –me dice. Regresaríamos en una avioneta que nos bajaría en Casares.

Esa era parte del trabajo que se había hecho. El trabajo político en los alrededores de lo que sería la pista aérea. En la “T” que forma la carretera que va a Casares, teníamos trabajo político para que hubiera campesinos que pusieran las luces en la noche, que eran fogatas con candiles, para que la avioneta aterrizara. Entonces quiero venirme con Carlos Núñez y ya lo tengo convencido, pero resulta que ese día se consiguen unas armas, y entonces me dice: –Mirá ya no te puedo llevar, porque o vas vos o van los fusiles–, y yo me llevo los fusiles. Carlos Núñez se viene solo y yo me quedo.

Entonces después trato de entrar por Honduras. Con Jaime Wheelock conseguimos unas armas y teníamos que meterlas por Honduras, Entro con él hasta Villa Nueva, ahí me separo, porque él va para León, y yo ya no puedo seguir, tengo que regresar porque me están llamando, me dicen que tengo que hacerlo.

Cuando regreso a San José, llego a “Palo Alto” y me dice Humberto. –Ve, fijate que se me había olvidado que hay una Conferencia Mundial en Caracas, hay que ir, –me dice. – ¿Y cuándo es?, –le pregunto. –Ya, tenés que irte mañana. – ¿Y qué voy a hacer?, –le digo. – ¡Hay que ir a hablar! –Bueno, bueno, pero ve, no tengo plata. Entonces se metió la mano a la bolsa y me dio quinientos dólares. A esa hora agarré mi valijita otra vez, me fui al aeropuerto y salí para Caracas. Eso fue el 10 de julio. Me alojaron en el mejor hotel, en una suite que me tenían preparada. Era importante porque habría invitados de todo el mundo: llegaban de Italia, de la Unión Soviética. De Nicaragua participó el Cardenal Obando, y llegó Allan Zambrana, del Partido Comunista de Nicaragua (PCN, representando al Movimiento Pueblo Unido (MPU). La representación del Frente la llevé yo.

Después, tocaron la puerta de mi habitación, y era la delegación cubana encabezada por un miembro del Comité Central de apellido Hernández, y me dice: – ¡Oye chico, estábamos preocupados, ustedes tenían que estar aquí desde hace dos días! –Es que tuvimos un problema, –le explico. – ¡Oye chico…, que no sé qué del documento base, para la Conferencia. – ¿Cuál documento base? –le pregunto. Yo no sé de qué me está hablando. –Viene una Conferencia Mundial de Solidaridad –me dice, ustedes tienen que presentar un documento base. –Yo no sé nada –le digo, pero si hay que hacerlo, ¡hagámoslo!

A esa hora nos metimos a hacer el documento. La Conferencia se inauguraba al día siguiente a las dos de la tarde. Pasamos trabajando toda la noche, toda la mañana, y seguíamos trabajando en el tal documento base todavía en la tarde.

Según el programa, el discurso inicial era mío, el del Frente. Te estoy hablando de algo vertiginoso, yo no sabía ni siquiera las dimensiones de la actividad en la que estaba metido. Lo que se me ocurre es que hable Allan Zambrana. Le digo, –Hombré pues inaugurá vos, mientras yo estoy trabajando con esto. Vos inaugurás la Conferencia–. A mí me parecía una cosa formal. – ¿Qué digo? –Hablá de Nicaragua, de la lucha. La cosa es que el hombre se va en esa improvisación y cuando llega al pódium y ve la magnitud del evento: quinientas personas, traducción simultánea, una cantidad de gente de los organismos mundiales de la paz, de los derechos humanos, de todo había ahí, entonces él se desmaya. Yo estoy en la suite cuando de repente llega alguien que está trabajando conmigo, como apoyándome, y llega apurado, me llega a decir que hay problemas, que se desmayó Zambrana.

Ahí se suspende la inauguración y se abre el siguiente día para las sesiones de trabajo en donde teníamos que tener listo el documento base. Trabajamos con el apoyo de los cubanos, y por fin pudimos tener el documento e imprimirlo y a esa hora distribuirlo a todas las delegaciones. Me gustaría poder recuperarlo, porque ya no sé qué fue lo que pusimos.

Nos pasaron anécdotas muy bonitas. Recuerdo esta otra: estaba una delegación brasileña que quería hablar conmigo, pero yo estoy hasta el queque. Era una locura. No dormía, pasaba de una cosa a otra, entonces le dije a alguien que ya no iba a recibir a más gente. Recuerdo que atendí a una comandante del Frente Farabundo Martín para la Liberación Nacional (FMLN) que quería hablar con nosotros, en ese tiempo ellos estaban iniciando; a Konstantin Kurim, del Comité Central del Partido Comunista de la Unión Soviética (PCUS); con los cubanos, con los que prácticamente estaba viviendo por esto del documento.

Entonces me dicen que el jefe de la delegación brasileña quería hablar conmigo, alguien del Partido de los Trabajadores. –No tengo tiempo –le digo–, no puedo. Después me los encontré en el pasillo, entonces los saludé. El jefe era un peludo, con afro, de sandalias… Lula. No me doy cuenta quién era hasta veinte años después, cuando regreso a Venezuela en el año 2000, como funcionario de la Organización Internacional para las Migraciones (OIM). Me mandan a ver unos problemas de inundaciones, deslaves y desastres en La Guaira. De pura casualidad, durante una cena, una médica venezolana me comenta: –Me acuerdo de Nicaragua porque cuando era estudiante estuve en una actividad que hubo aquí, poquito antes de que se fuera Somoza. – ¿Cómo?, –le digo. –Sí –me dice, en la Conferencia Mundial de Solidaridad con Nicaragua. Estuve como edecán de los brasileños y solicitamos una entrevista con el representante del Frente, y no nos quiso atender. –Entonces vos andabas con la delegación brasileña –le digo, yo era el que estaba de representante–. Ya nos identificamos y todo, pero inmediatamente me dice, – ¿Y vos sabés quién estaba de jefe de la delegación brasileña? –No, no –le digo. – ¿Quién era? –Era Lula –me dice. – ¡Hijueputa –digo, pues no pude conocer a Lula en ese tiempo, solo le di la mano en el pasillo.

Mónica: Diriamba fue en realidad la primera ciudad que vence a las fuerzas militares del somocismo y se declara libre; es la primera, porque hay otras ciudades que se liberan antes, como La Trinidad, pero fueron acciones desde afuera; es decir, que Estelí necesitaba contener a la Guardia en el exterior de su línea, y entonces manda unidades a La Trinidad, y se toman el pueblito, que era un Comando GN, pero la primera ciudad libre de presencia militar de la Guardia, por acción de su propia población y de sus fuerzas organizadas y estructuradas, es Diriamba, y eso tiene que ver con el trabajo que vos realizaste y que mucha gente respaldó en todos estos años.

Agustín: No solo eso, tiene que ver también con un antecedente de lucha política, que es la conspiración de los Báez Bone y los Cuartelazos del Movimiento 11 de Noviembre.

Había una base moral y una base política, que no era necesariamente sandinista, sino que era anti-somocista, anti-dictatorial y había heridas profundas que había dejado la represión somocista en muchas familias de esta zona, y esta es la gente que por vergüenza, por convicción, se presta con mucha beligerancia a participar como base de apoyo, como combatientes. Yico Sánchez, por ejemplo, participó en esta luchas anteriores al Frente, logra soportar la tortura, y cuando el hijo de ellos, Orlando Castellón, va para la montaña, participamos en una cena donde está la familia y donde despide a Orlando Castellón que se va para la guerra, y lo equipa su familia, le compran botas, pistolas, le hacen el uniforme y él sale para la guerra, donde después muere.

Ese tipo de situaciones solo se vive en lugares donde había una convicción profunda, por posiciones políticas claramente anti-somocistas, y lo que hace el sandinismo es canalizarlo, eso fue lo que se logró. Y efectivamente, la insurrección tiene que ver con el trabajo de hormiga de muchos años, donde participó incluso mucha gente que ni siquiera era militante.

Por ejemplo, el caso de “Piquín” Guerrero, un muchacho surgido del Movimiento Cristiano, que de guerrero solo el apellido tenía, valiente, eso sí, pero era más bien un artista, lo asesinaron. Óscar Robelo, quien murió en un operativo con explosivos, él realmente no era un guerrero. Era gente entusiasmada.

Panchito Gutiérrez era un colaborador, y me dice: –Ya me siento con vergüenza de seguir entregando esta plata y esta pistola y estos tiros, porque yo entrego esto y ¿quién lo usa?, un joven–. Él era un hombre maduro, mayor que nosotros, casi de cuarenta años, entonces me dice: –Yo pido no seguir siendo colaborador, yo pido pasar como combatiente–. Esa es una historia real, de alguien que lejos de ser un combatiente, un guerrero, era gente con una gran disposición de lucha como ciudadano, en contra de una opresión que sentían encima, de una enorme ofensa que estaba sucediendo para ellos con la dictadura somocista.

Mónica: Al ver lo que está pasando ahora en Nicaragua, ¿considerás que valió la pena esa lucha que hicimos en esos años? Si volvieras a nacer, ¿te gustaría seguir los mismos trazos fundamentales de la vida que llevaste?

Agustín: Creo que volvería a hacer lo mismo, tendría que volver a ser joven, también tendría que tener la ingenuidad y la generosidad que caracteriza al joven, el desprendimiento, la indignación por las cosas incorrectas que uno veía, tendría que ser lo mismo; pero si me pidieran algo ideal, pediría volver a hacer lo mismo, pero con la conciencia y madurez que tengo hoy, pues me permitiría evitar muchísimos errores que cometí y tal vez prevenir muchos de los que cometimos como organización. Porque algunas de las cosas que hoy suceden, tienen que ver con esa historia. He comentado con amigos que aquí hubo más que tendencias. El Frente se conformó por algunos segmentos o componentes que históricamente tendrían que analizarse, categorizarse de manera separada.

Uno de ellos es el grupo que participa como Frente Sandinista desde el tiempo de la fundación. Poquísimos sobreviven, y luego viene otra etapa que es la etapa de los años sesenta. Ese grupo tuvo una concepción, un accionar, una interpretación de lo que iba a hacer y cómo iba a hacerlo. En este grupo está Daniel, está Humberto, y toda la gente que estuvo presa en la cárcel. Hay otro segmento que se incorpora posteriormente, producto de las luchas populares, gremiales, estudiantiles, etc., que surge de eso, y que tiene otro tipo de visión, otro tipo de interpretación, de lo que había que hacer.

En otras palabras, éramos jóvenes románticos, confiados y veíamos las cosas planas, creíamos que todos los compañeros éramos iguales, que si eras del Frente, eras compañero, pensábamos igual, teníamos causa común, etc., sin embargo, la vida me viene diciendo que no, que éramos diferentes. Primero, había un grupo que era cinco o más años mayor que el grupo del que yo fui parte. Ellos tenían más posibilidades de ver cosas que nosotros no podíamos ver por nuestra juventud, por nuestra falta de experiencia. Además, la dinámica conspirativa que teníamos como Frente Sandinista, da lugar al encubrimiento de situaciones, de hechos históricos a lo largo de estos años, que todavía hoy por hoy, no quedan despejados totalmente.

El FSLN era heterogéneo, no solamente en cuanto a tendencias, heterogéneo en edades. Y me ubico dentro del Frente Sandinista más joven, por decirlo así, porque había otros que eran mayores, que tenían otras experiencias y otras visiones, incluso tenían ambiciones. En ese tiempo no tenía ni idea de que ibas a disputar espacios de poder, o de que tenías más poder, porque tenías un pedazo más de territorio, no teníamos esa mentalidad. Pero dentro del Frente había quienes sí la tenían, y pelearon sus espacios.

El liderazgo del Frente Sandinista se ve debilitado con la muerte de Óscar y Ricardo, y con la ausencia de Carlos, que está en el exterior, ese debilitamiento de liderazgo da lugar a una lucha sorda por el poder, que aún no ha sido analizada con claridad. ¿Qué quería cada quién? Yo no estoy muy claro todavía. Todos estábamos de acuerdo en Nicaragua en que el Jefe era Carlos Fonseca, y cuando vino en 1976, Carlos Fonseca debía ser el Jefe del Frente Sandinista, tal cual estaba definido en las estructuras en ese momento. Pero me he dado cuenta que había gente que no estaba compartiendo esa visión.

Y cuando Carlos viene al país, ¿qué pasa? ¿Recibe Carlos Fonseca el apoyo necesario para que pueda asumir con plenitud la jefatura del Frente Sandinista? Yo no estoy claro de que haya sucedido así. Entonces hay muchos aspectos en la historia que deberían ser profundizados, para poder comprender lo que pasó después. Y creo que esto ha obedecido a una dinámica de luchas, más que para la transformación social y la transformación del país, por la preservación de cuotas de poder de grupos, y de privilegios de grupos, y se dejaron a un lado los motivos originales de esa lucha política hermosa y generosa que libró el pueblo nicaragüense.

Porque realmente fue la gente la que se tiró a las calles, la que sufrió las represiones, la que apoyó los esfuerzos que se hacían en la lucha armada. Creo que se han dejado a un lado esas motivaciones y han prevalecido las motivaciones de grupos por disputarse el poder, más que por transformar la sociedad, que es el motivo original que nos movió a muchos de nosotros a luchar por una Nicaragua libre.

Queríamos una Nicaragua sin analfabetas, una Nicaragua con una mejor redistribución de la riqueza, más justa, con más acceso a la educación, donde hubiera transparencia en la administración de la cosa pública, donde hubiera vocación de servicio de los funcionarios públicos. Todo eso quedó a un lado y prevaleció la subsistencia de grupos que buscan mantener privilegios, buscan vivir prácticamente de los demás. Mi papá me decía: –Hijo, pensés lo que pensés, siempre tené presente que, o trabajás, o vivís de los que trabajan. No importa si sos comunista, si sos cristiano, si sos ateo, vos te ubicás entre los que trabajan y viven de su trabajo, sea intelectual, sea lo que sea, o vivís de los que trabajan.

A lo largo de estos años ha habido en el sandinismo una separación de lo que fue en sus orígenes, y algunos han dejado a un lado el programa político, el objetivo estratégico político. Y ahorita de lo que se trata es: ganemos las próximas elecciones, o sea lo que nosotros despreciábamos en aquel tiempo y decíamos: ¡Partidos electoreros!, así decíamos con desprecio, y ¿qué somos ahora?, se aceptó el juego político electorero, pero antes decíamos: No podemos aliarnos con los que han entregado el país, no podemos aliarnos con el somocismo. Así decíamos, pero ahora es permisible aliarse con toda la expresión de lo que fue el somocismo.

A mí me sorprenden esas cosas, me sorprende que se den y cómo se dan, y lo que lamento es que lo que puede cambiar todo esto, que es la opinión ciudadana, que es la ciudadanía, que son los nicaragüenses, que son la gente que trabaja, que son los millones de gentes que trabajan todos los días, que esta gente ahora está incrédula y desencantada de lo que es el poder y los partidos políticos a los que ve nada más como un mal inevitable.


El asesinato de Manuel de Jesús Rivera “La Mascota”5

Por Freddy Antonio Narváez6

Como un homenaje a la memoria inmortal de este niño héroe y mártir de la patria les transcribo el relato de su cuñado, Ramón Gutiérrez. Lejos estaba de imaginarme que el testimonio de este compañero combatiente sería una despedida. Aún enfermo aparentaba calma.

Lo abordé en julio del 2009 para que me contara la parte final de la vida de este niño héroe de la Revolución. Estaba seguro que de sus últimos momentos, solo Ramón “Marvin” podía contarnos la historia. Meses después, Ramón sucumbiría a una enfermedad terminal y con él se fue, como una película, el momento en que “La Mascota”, Manuel de Jesús Rivera, se le regresó en aquella calle solitaria de Diriamba, para cumplir su cita con la muerte.

Me dijo Ramón en presencia de su hija Karla Patricia Gutiérrez Rivera:

El 5 de octubre de 1978, tenía que llevar una información a unos compañeros por el lado del tanque, que es un predio que queda como a un kilómetro del Plantel de Carreteras, que ahora es el Ministerio de Transporte e Infraestructura (MTI). Me fui buscando la calle del Teatro González y me encontré a Manuelito jugando cara y sol con otros chavalos en la acera del restaurante Carleti (ya desaparecido) y que quedaba pegado al cine, por donde ponían las carteleras, o sea la calle que viene de Managua. Cuando me vio, dejó de jugar y salió a mi encuentro.

– Cuñado –me dijo, ¿para dónde vas?

Yo, que sabía cómo lo buscaba la Guardia, lo regañé y le dije que se exponía a que lo capturaran. Solo se puso a reír y seguimos caminando, doblamos para el lado del aserrío y cuando vamos por donde ahora es el Pali, se detiene y me dice:

–Cuñado, le tengo que ir a cobrar a una señora del mercado que me debe 50 pesos.

Yo le insisto que vayamos a dejar mi razón y después lo acompaño al mercado. Seguimos caminando, pero cuando vamos llegando a donde estaba una gran botella de Santa Cecilia, por donde ahora es un Centro de Desarrollo Infantil (CDI), en la punta de plancha, me dice:

–Váyase cuñado que tengo que hacer el pegue, y se regresa.

Yo trato de detenerlo, pero al ver que no vuelve, camino hacia atrás hasta la esquina de Miguel Urtecho, pero él ya va llegando dos cuadras al sur, dobla donde antes fue el telégrafo y busca para el lado del mercado. Eran como las diez y media, tal vez las once, cuando miro que de abajo vienen varios jeeps de las Brigadas Especiales contra Actividades Terroristas (Becat) y camiones de la Guardia, doblan para el lado del mercado, y a mí se me sube un fogonazo horrible.

Camino rápido, pero siento los pies pesados. Fue solo un momento pero para mí se hizo eterno. Cuando veo que la Guardia acelera y que varios guardias se bajan y corren y montan sus armas me dije: Lo agarraron.

En ese momento nunca se me pasó por la cabeza que lo iban a matar de una forma tan criminal, pero fueron segundos cuando oigo una ráfaga y otra y otra y tiros de Garand y otras ráfagas de fusiles israelíes Galil, y tiros como de pistola y más ráfagas.

Ya estoy en el mercado, por el lado de las vende atol, o sea donde es la entrada al parquecito; ya la Guardia tiene tomado todo el mercado, que es una manzana completa, y están tendidos por todos lados y no quiero arriesgarme a que me reconozcan. La gente está indignada y oigo que dicen: “La Marta lo denunció”. No sé qué Marta, pero dicen ese nombre de una mujer; otros dicen “la chinandegana lo vendió.”

Sigo caminando a la esquina de donde doña Chila Carrión y cuando llego, veo que dos guardias traen a alguien arrastrándolo de los ruedos del pantalón. De largo me parece que es un hombre adulto, pero cuando veo bien la ropa, de inmediato lo identifico, y me dio unas ganas inmensas de llorar, y coraje. Yo no andaba armado porque era de día y solo andaba de correo, porque si he andado algún arma, yo también hubiese muerto ese día porque tuve la intención de lanzarme encima de esos malditos que reían, escupían como perros y rodeaban el cuerpo del niño.

Se estaciona el camión de la Alcaldía que le decían tren de aseo, un camión viejo de volquete y lo ponen a la par de la calle, frente a la venta del Tico y esa parte era una acera alta para subir a las comiderías y desde la acera de donde una señora que se llamaba Esther Rocha, agarran al niño: un guardia, de los ruedos del pantalón, y otro, del cuello de la camisa. Lo levantan como plumita y lo tiran desde arriba al volquete del camión.

La gente en ese momento, en especial las mercaderas, están llorando y gritando contra la Guardia, algunas incluso en su cara les gritaron asesinos, perros, y seguían llorando.

Luego el camión salió escoltado con los demás Becat con dirección al Comando, que quedaba donde ahora es la Alcaldía Municipal. Yo de inmediato di la noticia. En Diriamba se regó como pólvora.

Después nos fuimos con la Reina, mi compañera y hermana de Manuelito, al telégrafo, que ya quedaba donde está ahora, y le pusimos un telegrama a doña Arcadia, su mamá, informándole la noticia de la muerte del niño, pocas palabras que consternado nos ayudó a escribir el telegrafista, que luego supe era colaborador del Frente. Con los ojos llorosos transmitió el telegrama: “Manuel es muerto, la espero en la Estación”.

Cuando pasamos por el Comando, ya el cuerpo de Manuelito no estaba: se lo llevaron para Managua. Ahí comenzaron ocho días de martirio para doña Arcadia y los que la acompañamos; ir y venir de Diriamba a Managua, manifestaciones todas las noches exigiendo al tirano que entregara el cuerpo.

Somoza tenía miedo que en el entierro la gente se levantara en armas. En realidad, Diriamba estaba insurreccionada con la muerte de “La Mascota”.

A mí, en cuanto me vieron, me detuvieron y me metieron en un cuarto a interrogarme. Cuando se convencieron que andaba por ser cuñado del niño, me dejaron en paz, pero siempre me decían “si sos sandinista cuidate que vos seguís”.

Se burlaban. En la cara de Doña Arcadia le decían: “Esta es la mamá del gran guerrillero”.

No nos quisieron mostrar el cuerpo, solo nos decían que estaba en la morgue del Hospital El Retiro. Tuve que ir a pedir ayuda a un amigo mío al que le trabajaba de chofer y que era del Congreso, no sé cuál era su cargo (no era somocista, era opositor a Somoza porque hablaba de la necesidad de botarlo del poder). Él nos ayudó, presionó y hasta denunció en los periódicos que no querían dar el cadáver y que pensaban quemarlo.

Con él nos fuimos a la Cruz Roja Internacional, que también nos ayudó y nos acompañaba a hacer las gestiones, para protegernos. Otro señor diriambino, que era de los Derechos Humanos, también se ofreció para ayudar, hasta que a los ocho días de su muerte, Somoza dio la orden de entregar el cuerpecito. Fue hasta ocho días después, que su madre, agarrada de mi brazo, tuvo la oportunidad de ver el cuerpo acribillado. Lo sacamos de la gaveta y lo primero que le veo es un pedazo de trapo rojinegro amarrado en su brazo izquierdo. Su carita se podía identificar aunque tenía balazos en su cabeza. En total le contamos 47 orificios de bala de todo tamaño.

Lo metimos en una caja que creo la dio este amigo mío o la Cruz Roja Internacional, no recuerdo, y en un vehículo de la Cruz Roja procedimos a llevarlo a Diriamba, a la Estación del Tren, donde vivía una tía de él. En el trayecto, la Guardia estaba tendida en toda la carretera y los muchachos de la Cruz Roja con radios de comunicación iban informando a sus jefes por dónde íbamos y lo que pasaba.

Cuando llegamos a La Estación se armó un alboroto que yo ya no pude más. No tengo recuerdos de aquello, era llanto de la gente, gritos: “La Mascota” “¡Presente, presente, presente!”. Lloraban. Fue terrible. Solo pudimos estar un rato porque de inmediato se presentó la Guardia y nos obligaron a llevarlo a enterrar. A su entierro fue solo la familia, porque desde La Estación hasta el cementerio nos llevaron rodeados de guardia y rifles que nos apuntaban todo el tiempo.

Así murió y así fue sepultado este héroe sandinista.






NOTAS


1 Según Julio Hernández, César Omar Campos fue un connotado somocista, en un tiempo Inspector Departamental de Educción. Quedó inválido cuando un guardia le dio un balazo en la cabeza a la entrada de un prostíbulo llamado “El pez que fuma”.

2 Se refiere a la guerrilla de Pancasán que fue masacrada en Agosto de 1967

3 He podido establecer que Juan Fernando Brenes ya había tenido contactos con el FSLN en el Ingenio San Antonio en Chichigalpa.

4  Mini biografía preparada con aportes del Comité Zonal FSLN (1980), investigaciones propias y datos ofrecidos por Agustín Lara, Pedro Aburto y Rodolfo Porras.

5 El Hospital Infantil de referencia nacional, fundado en Managua el 17 de julio de 1982, lleva el nombre de “La Mascota”, en recordación de este niño mártir.

6 Este relato se publica con autorización de Freddy Antonio Narváez y lo encontramos en el sitio WEB: http://bitacoradeunnicaraguense.blogspot.com/2010/10/asi-mataron-la-mascota.html

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©El Grupo de Opinión aclara que la señora Juana Monje, nunca fue ajusticiada.


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