La revolución es del pueblo
Celeste Larios
Juana Celeste Larios Narváez nace en Rivas el 6 de mayo de 1938, pero en su cédula –por reposición de partida de nacimiento–, aparece como nacida en 1942, en Diriamba. Es hija de Luis Larios Rivera y Luisa Narváez Rocha. Estudia secretariado ejecutivo y se gradúa en 1957. Su cuñado Óscar Rivas –esposo de su hermana Dora–en 1974 la recluta para el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN).
Colaboró en todas las formas de lucha del FSLN y después del triunfo de la Revolución laboró un tiempo con la Policía de Carazo, dirigida por Francisco Cuadra, en la Dirección de Delitos Económicos. Actualmente se dedica a su propio negocio.
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Julio: Doña Celeste, usted nos dice que nació en Rivas, ¿cómo es que viene a Diriamba?
Celeste: Nosotros vinimos a Diriamba hace cincuenta y dos años por enfermedad de mi mamá, Luisa Larios, quien padecía de presión alta. Primero pensábamos irnos hasta El Crucero, porque buscábamos un lugar fresco. En Diriamba ella tenía una hermana que se llamaba Sabina Narváez, por lo que pasamos a visitarla. De la finca de mi mamá, y de toda esa gente, venían a vender plátanos al Mercado de Diriamba, donde ahora es el Mercado “La Mascota”. Nosotras teníamos muchas amistades de Diriamba porque veníamos a las fiestas patronales y visitábamos a mucha gente. Andábamos con mis hermanas mayores Vilma y Ernestina Larios, quienes vivieron treinta y cuatro años en los Estados Unidos, y que vinieron a ver dónde ubicábamos a mi mamá.
Gonzalo Dávila, quien ya murió, dijo: –¿Por qué van a ir al Crucero?, allí no hay agua, quédense aquí. Y así decidimos quedarnos. Nos ubicaron de la esquina de El Reloj tres cuadras abajo, allí nos dieron una casa. Yo trabajaba en Managua como cajera en Tip-Top Industrial.
Julio Doña Celeste, ¿qué recuerda de su participación en la lucha del pueblo nicaragüense?
Celeste: Por mi mamá y mis hermanos nosotros participamos en todo lo de Olama y Mollejones. Nos fuimos para Costa Rica. Como rivenses conocíamos a doña Carmen Sacasa Chatel, tía de Violeta Chamorro, a quien también conocíamos y a toda su familia, pues mi papá era el mecánico que les arreglaba todas las cosas a los Barrios Torres, quienes eran los más millonarios, los de más fama. Doña Carmita Sacasa conquista a mi mamá como conservadora y nos vamos para Costa Rica. Te estoy hablando después de la muerte de Tacho, que fue en 1956, y la guerra de Olama está programada para 1959. Nos fuimos a fines de 1956 a comenzar la lucha de verdad, porque la lucha de los conservadores toda la vida fue a través de los periódicos y del lapicero, sin armas. Pedro Joaquín fue uno de los mejores luchadores por su pluma. Existían tres periódicos, La Prensa, y La Noticia, que era un mal periódico, más amarillista que La Prensa, y Novedades, del gobierno.
Era divertido porque en mi casa mi papá compraba los tres diarios y, un día, mi mamá ve que está leyéndonos anécdotas del periódico y entonces le dice, furiosa: –Bueno niño y ¿de qué lado estás vos?, vos comprás Novedades, vos sos somocista, y si sos somocista, andate ya de aquí. –No, no –le dice mi papá– es que yo voy a ver por dónde es que van a atacar, si no, me agarran por la retaguardia, yo tengo que saber de todo. –¡Así eran esas cosas!
Cuando nos fuimos a Costa Rica, primero nos hospedamos en las residencias del Hotel Costa Rica, con una gente que amaba mucho a la revolución, que era don Julio Esquivel Valverde, multimillonario, y nos dieron la residencia de atrás. Allí estaban Pedro Joaquín, Violeta, un señor Téffel y todos los conservadores que estaban en el exilio. Lacayo Farfán ya había muerto.
Después, cuando ya se iba a preparar la entrada a Olama, se alquiló una casa en Guadalupe. Pedro Joaquín ya había sido apresado, ya lo habían hecho tragarse “La Estirpe Sangrienta”. Yo me llevé un ejemplar de ese libro a Costa Rica y mi mamá se llevó otro. Estando allí, me colocan a trabajar en la agencia de carros Pontiac, de Esquivel Valverde, era una gasolinera con venta de carros donde solo llegaban los ricos. Yo era secretaria graduada desde los 17 años y escribía muy bien.
¿Qué hacía yo ahí? Llegaban, por ejemplo, “El Chele” Lemus1, quien era el Presidente de El Salvador, llegaban los embajadores a echar gasolina a los carros, entonces yo les decía: –Mire, soy nicaragüense y estoy en contra de la dictadura somocista, cómpreme este bono de la revolución–. Vendí carísimos una gran cantidad de bonos de la revolución, para ayudar a los exiliados, porque no todos tenían las posibilidades de los Chamorro y de los Barrios. Entonces vivía en la casa del propio dueño, Esquivel Valverde, que quedaba frente a la Casa Gráfica, en una zona residencial de San José.
Nos fuimos como a las dos de la mañana a dejar a la pista a don Pedro en un jeep Land Rover, iban doña Violeta, la Carmen Sacasa, mi mamá. Doña Violeta está viva y puede comprobarlo. Me acuerdo que, antes de que saliera, le dijo a Pedro: –Recordá que si quedás vivo y no triunfamos, dejá un último tiro de tu pistola y te matás, pero no te entregués a la Guardia. Pero fue lo contrario, cayó preso, porque fue un fracaso todo eso.
Eso fue en 1959, porque cuando estaba en Costa Rica se dio la liberación de Cuba, y recuerdo que fueron pitando ¡pi, pi, pi, pi!, los carros de los nicaragüenses en el exilio. En 1961 me casé y me quedé viviendo en Costa Rica, mi mamá después se vino para Nicaragua y mis dos hermanas estaban en Estados Unidos.
Julio: ¿Cómo y en qué momento decide apoyar la lucha del Frente Sandinista?
Celeste: Ya había antecedentes, porque mi padre Luis Larios fue encarcelado muchas veces por ser conservador, mi hermana Dora María Larios, trabajó con Agüero como secretaria, tiene 60 años ahora, y antes del 22 de enero la Guardia la agarró en una esquina en Rivas y le quebró tres costillas, y doña Soledad Pastora, una mujer muy rica de Rivas, con otros, la sacaron por detrás de la finca El Jocote y la llevaron donde un tío de nosotros en Guatemala, donde estuvo casi seis años, en el exilio. Regresa, porque jalaba con un somocista que hizo gestiones para traerla, porque se iba a casar con ella.
Los primeros contactos los hicimos por medio de mi cuñado Óscar Rivas, desde 1974. Él estaba casado con mi hermana Dora Larios. Está vivo pero muy resentido con todas estas cosas. Me decía: –Colaborá Celeste, vos tenés carro, nosotros queremos botar a Tacho, esa dictadura que nos está matando. –Siempre que pasaba cualquier cosa, por ejemplo, cuando matan a David Tejada, que lo echaron al Volcán Masaya, él me decía: –Tenemos que botar a Tacho, colaborá, Celeste.
Teníamos una gran tienda –por entonces mis hermanas ya se habían venido de los Estados Unidos–. Mi primera colaboración fue como correo. Me decían, te vas a ver con un fulano de tal que vivía por San Gregorio, ese fue Edgardo García, el primero, él no sabía leer ni escribir, ahí le enseñamos. ¿Sabe dónde lo metíamos? Debajo de la mesa grande del comedor, que era una plancha de mármol, porque ya andaban detrás de ellos, te estoy hablando de 1978. Fui fundadora de la Asociación de Mujeres ante la Problemática Nacional (AMPRONAC). Hacíamos fiestas y todo para ir a hacer los contactos.
A la muerte de Pedro Joaquín Chamorro anduve con Matilde Gutiérrez en su funeral. Tuve unas bombas de contacto en mi casa, tuve armas arriba del cielo raso, pegado a los Juzgados. Anduve en mi carro a la mayor parte de los miembros del Estado Mayor. Llevábamos las armas atrás en unos sacos de bramante. Me decían, –mirá, poné el reloj con el reloj del radio, si no salimos a tal hora, te vas. Los llevaba a Monte Tabor, un día los llevé hasta San Judas, y de ahí me regresaba solita. Todos ellos armados y yo sin arma, porque no te daban ni una, sólo te daban la dirección, y sabiendo lo que llevaban allí.
Había gente en la montaña como Juan Montenegro, a quienes les alistábamos camisetas, mandábamos hasta las agujas para las inyecciones anti-tetánicas. Me las regalaba Sor Claudia, una colaboradora requete-histórica y sandinista del Hospital San José, que ahora está en un refugio en El Crucero. Yo me iba al Hotel Matagalpa en un carro Subaru y se lo entregaba al papá de Montenegro. Todavía está vivo el papá. En la lucha estaban involucrados mi madre, mi padre, mis hermanos, toditita mi familia.
Para la insurrección de 1978 estuvo Jaime Wheelock en nuestras casas. En el Estado Mayor de esa insurrección estaban Carlos Núñez y Álvaro Guzmán “Papaya”. Jaime nos apodó “Las Nanas” a todas las Larios. En esa ocasión Jaime estaba en la casa de Alfonso García Córdoba, de El Reloj una cuadra abajo, y nosotras vivíamos de El Reloj tres abajo, éramos vecinos, y llegó la Guardia. Tuvieron que esconder las armas en los tanques de los inodoros, y Jaime se refugió en un cuarto donde estaban unos heridos.
Cuando liberan a Fernando Caldera, se aparece con unas grandes heridas, no podíamos curarlo en la casa, y ya la Guardia andaba tras la pista. A las dos de la mañana, con mi mamá lo montábamos en el carrito Subaru chiquito mío, y Fernando grandotote, y nos íbamos a curarlo donde Juan Argüello, en El Crucero, allí lo inyectaban en la cabeza. Mi mamá se vendaba las piernas dentro del carro, por si nos detenían, y así poder decir que iba a inyectarse las várices.
Ese doctor fue la máxima autoridad, ¡cómo nos atendía a la hora que le llegábamos a golpear la puerta! Viajamos más de tres meses para curar a Fernando, quien no se bañaba en el chorro porque cuando oía el “sheeeee”, creía que eran los chuzazos de las torturas, entonces mis hermanas, las americanas, le ponían agua caliente y lo hacían que tocara primero el agua y lo bañaban y lo peinaban. Disfrazado allí vivió tiempalales Fernando, hasta que se salió ya para la lucha directa, porque antes la lucha era a escondidas.
Escondíamos a los muchachos en los albañales del banco, como allí nunca registraban, entonces le decíamos al cuidador que se llamaba Ángel: –Angelito, tú no has visto nada ni sabés nada–, y el hombre bien cumplido. Había una escalera de aluminio que todavía existe, que la poníamos en la pared del banco del lado de nosotros, para que, ante cualquier cosa, tirar allí lo que fuera necesario. Hicimos un subterráneo hacia esa casa para esconder a los muchachos. Había una pila de agua y ahí se metían las armas en unos bolsones de plástico.
El Estado Mayor se reunía en las casas de las Larios, porque estaba involucrada toditita mi familia. Se reunían donde mi hermana Dora Larios, donde mis dos hermanas que vinieron de los Estados Unidos, y que tenían una tienda de El Reloj tres y media cuadras abajo, y en mi casa. Estuvieron Salvador Mayorga, Flor de María Monterrey, Ximena Oyanguren, Nadine Lacayo, toda esa gente vivió en mi casa.
Max Suárez nos entrenó a todas las Larios en su casa y en la casa de mis hermanas, que era pegadita a la suya. Nos enseñó a armar y desarmar, y cuando llegaban los del Estado Mayor, que eran Salvador, Agustín Lara, César Delgadillo, entonces nos llevaban a practicar tiro al blanco al Chaparralito2, en carros disfrazados con placas de otros. Yo conseguí un carro de un militar, de un somocista empedernido, Stanley Láinez, que prestaba el vehículo sin saber para qué era.
Mucho cooperó don Julio Hermida, que fue Secretario de Tacho Somoza, de la Salvadorita, de Luis Somoza, y casado con Evita Tejada, hermana de David Tejada, al que mataron y echaron en el volcán. Pero con ellos nunca tuvieron ninguna palabra ni nada. Ese señor me mandaba el carro con placa del Batallón Blindado de Somoza, y el papel para pasar las armas para ir a practicar, y doña Evita nunca se dio cuenta hasta antes de morirse. Ellos vivieron aquí y aquí murieron.
Mi hermana fue secretaria de Agüero, no tenía un ojo, lo perdió en un accidente. También colaboraba. Ella tenía un tiernito al que llevaba cuando íbamos a esas prácticas a El Chaparralito. Nos enseñaron a usar las armas, armas horribles, por ejemplo, el Gárand, que te golpeaba, no había armas livianas, y las aguantábamos. Nos hicieron zapar para buscar las minas, nos revolcábamos allí.
Una vez César Delgadillo, que era tan grosero, puso minas de salva. Nos dicen que vamos a irnos arrastrando. Estaban la Flor y Yelba Quintanilla, y cuando vamos a lanzarnos al suelo, ¡bang!, estalla la mina. Salí disparada y casi me atropella un carro en la carretera. Eso era para probarnos. Entonces me encajaron “Comandante Larios”, así se burlaban donde quiera que me miraban, por el miedo que me dio.
Presa unos días antes de la ofensiva final de Diriamba
Julio: Antes de la insurrección de junio de 1979 en Diriamba usted cayó presa. ¿Nos puede contar sobre eso?
Celeste: Claro, de eso no me olvido. Ocurrió así: el padre Guillermo Quintanilla era muy sandinista en ese entonces, y hacíamos reuniones en la Casa Cural. Quintanilla escondía a los muchachos en la parroquia de Diriamba, les daba comida, los sacaba de sotana, vestidos de santos, de padres. El 30 de mayo de 1979 hago una misa para los héroes y mártires, para todos los muertos, y menciono muertos de mi familia. Va a celebrar la misa Quintanilla, y nos dice: –No me pidan que hable en el púlpito, porque Obando y Bravo inmediatamente me manda a matar–. Él echaba el réquiem a todos los muertos, él nunca tuvo miedo. Ese día, cuando la barata anda invitando para la misa, agarran preso a Miguel Urtecho, el de la barata, y le preguntan quién mandó a hacer la invitación. Pendejo Miguelito, inmediatamente dice: –Celeste Larios–. ¡Se deja venir una tendalada de guardias!
Mi madre me dijo toda la vida: –Cuando te agarre un BECAT (Brigadas Especiales contra Actividades Terroristas) nunca dejés que te lleven, tirate y matate, porque después te van a violar y te van a matar ellos, matate vos. Mi madre era muy conservadora y sandinista. Federico López le decía la comunista más grande de Nicaragua, porque ella nos decía: Miren, si hubieran agarrado unos trescientos hombres de la contra, como hizo Francia en la Revolución, y les hubieran volado la cabeza para echarlas al mar en un canasto, eso hubiera parado todo–. Porque mi mamá era rebelde.
Me llegan a traer cinco BECAT, pero mire lo que son las cosas: como nosotros tenemos una tienda de El Reloj tres cuadras abajo y una soda que se llamaba Taquería La Única, entonces allí llegaban BECAT todos los días, y había un muchacho que era colochón, y otro más, y les decía: – ¿Qué van a tomar? –Lo que nos alcance. –No, no tómense una leche malteada. ¡Ruu, ruu, ruu!, les hacía la leche malteada. El muchacho era hijo de una señora de aquí de Diriamba.
De esa manera acabé la soda, mi mamá era la que disparaba, la que tenía riales, casi nos deja en la calle, casi no nos hereda nada. Después del triunfo de la Revolución, ¿saben qué hacía? Agarraba a los muchachos que venían de la montaña en los batallones de reserva: –A ver ¿andan algo, andan cartera?, tomen, ¡échense esto, paguen a la Guardia para que no los maten! De esas era, cuando vimos, casi no nos deja nada de herencia, porque casi todo lo entregó a la Revolución. Nosotras aceptábamos porque todas estábamos en lo mismo.
Siguiendo con el cuento, ese muchacho colochón, al que le regalábamos leches malteadas, era el que manejaba un BECAT cuando me llegan a traer presa.
Yo les digo: –¡No me voy a montar! Había una muchacha, Ana la italiana, de Rivas, que mucho colaboró, y de casualidad estaba en la venta, entonces me dice el jefe del BECAT: –¡Móntese que va para el Comando!, era un fulano Lacayo, muy guapo el Comandante, pero muy chancho de los dientes, horribles, todos masudos, con una pistola y un gran teléfono. Entonces le digo: –Mirá, ¡yo no me voy a montar!, no me estoy resistiendo, voy a ir a pie, y tengan la plena seguridad de que yo llego donde está el Comandante.
Entonces el muchacho colochón y varios guardias a los que yo atendía gratis, dicen: ¡Déjenla!, nosotros la vamos a cuidar. Entonces dos BECAT contra la vía, y los otros sobre la vía, me iban cuidando. Yo andaba con un vestidito medio luto, y me dice, el hombre: –¡Ah!, ¡vos sos la hija de la gran tal por cual!, sos sandinista, sabemos que estás con los sandinistas–. ¿Y qué es lo que hacen? Bueno, ahí viene un disparo de vulgaridades, me puso la pistola en la boca, y me dijo: –¿Cómo querés morir? Tenía una tanqueta enfrente, y me dice: ¿Cómo querés morir sandinista de mierda?, ¿con el tiro aquí, o querés morir al frente de la tanqueta?
Yo era flaquitita, pesaba ciento dieciséis libras. –¡Oigan guardias, carguen rifles!, ¡pónganme a esta sandinista en frente! –¿Así querés morir? –¡Denle con la tanqueta!, les decía. Dicen que yo pegaba unos alaridos que era como una mona, de la rabia que tenía.
Pero ya había gente que había llamado a la Flor Monterrey, que habían llamado a Fernando Caldera, a todos los del Estado Mayor, que hagan algo para que me saquen antes de que llegue la noche, ¿verdad? El hombre me pone en frente de la tanqueta, y les decía: –Uno, dos, tres… no traémela, mejor se la vamos a mandar al Comandante Lola de Jinotepe. ¿Se acuerdan que era un esbirro maldito? Mató gente que dio gusto. –¡Se la vamos a mandar a Lola, está mejor ahí, que la agarre aquél! –¿Con quién te querés ir?, ¿con Lola, o te vas aquí a la covacha? ¡Mirá lo que tengo allí! Eran tres hombres negros que daban frío.
Dicen que yo le gritaba, que yo tenía un pie en el asiento donde él estaba sentado y que le gritaba, y de bata, ¡imagínese!, ¡estaba enseñando todo!, pero no me acuerdo de eso. Me dice: –Mirá, mejor te voy a dar un paseíto. Me monta en una camioneta de tina de una cabina y me dice: Yo sé que vos sabés manejar, me vas a llevar en esta camioneta, pero vamos a ir a donde “La Picuda”, porque vas a hacer tales y tales cosas (irrepetibles). (Había una mujer que le decían “La Picuda”, que ya murió, y que tenía un prostíbulo que le decían “El quiebra catre”, porque eran unos catrecitos malos, cobraba cinco pesos). –No, –le digo yo, ¡maneje usted su camioneta! y me lleva, ¿qué es lo que quiere?, ¡si me va a matar, está bien, pero rempújele ya!, –le decía yo. Le decía a grito pelado que me matara.
Como con diez guardias atrás, me lleva a “La Zompopera”3, a un lugar que le decían “La Picuda”, y le dice a alguien que le sirva un trago, que era un gran vaso de vidrio, y le daban una boca de cualquier cosa. Entonces me dice: – ¡Tomate este trago! Lo agarré y ¡pas! se lo tiré en la mesa. No se lo tiré en la cara, porque tenía miedo que me matara. Después me dice: –Vamos a ir a comer, te vas hartar con una botella de guaro, y siempre con los guardias atrás, en la camioneta, me lleva al comedor popular de un Carlos que le decían Scarleti, casi seguido del teatro.
Estando donde Scarleti, me dice que beba guaro, le dije que no bebía licor y se lo vuelvo a tirar, entonces Carlos, el Scarleti, le dice: –Ve, esta muchacha no es sandinista, es una gran persona, lo que tiene es que es caritativa, anda haciendo misas por los caídos, yo creo que es injusto lo que hacés. –No te metás viejo hijo tal por cual, ¡papa,pá!–.Scarleti ya murió, pero yo fui su comadre, porque después de todo eso, me llevó a unos niños suyos, y fui madrina de ellos.
Salimos de ahí y me lleva al Comando otra vez. Son como las cinco de la tarde, ya era oscuro. Cuando estoy entrando al Comando, me dice: –Vas para donde Lola a Jinotepe. Pero dicen que Ana “La Italiana” había avisado a todo el mundo, y veo que hay una cantidad de gente en el Parque. Entonces ellos me quieren quitar de ahí, pero veo a las mercaderas, ya la Flor de María se anda moviendo, Salvador y todos y hacen un hostigamiento a punta de balas y bombas de contacto. Entonces, como atacan el Comando por detrás, el hombre me suelta, y me voy, entonces la gente me agarra y me trae a mi casa.
Con decirte que quedé muda tres días. No hablaba. Mi mamá afligida. Perdí la voz, escribía, duré tres días así, tenía el color blanco, como esa pared.
Me acuerdo que cuando agarran a Gonzalito Navarro y a un muchacho que le decían Santitos, de la Cruz de San Pedro, que mataron en esa ocasión, como teníamos una gran red de teléfonos para contactarnos con las radios, por medio de la Corporación denuncio que van presos fulano y perencejo, e inmediatamente pasan mis dos hermanos que sirvieron como qué a la Revolución, ya murieron, pero ya ellos llegan tarde, hacen el alboroto, pero ya habían matado a Santitos y habían penqueado a Navarro.4
Nota de Mónica: El relato de Celeste sobre su captura y liberación, ilustra el estado de cosas en las distintas ciudades de Nicaragua en esos días. La Guardia reprime indiscriminadamente, y pierde la capacidad de imponer el control sobre la gente en base al miedo. Estamos hablando de los últimos días de mayo, cuando todo el país está conmocionado por actividades militares de los insurgentes: golpes, emboscadas, incluyendo los ataques a Jinotega, la penetración de la Columna “Jacinto Hernández”, que termina en masacre, y el inicio de la ofensiva en el Frente Sur. En Carazo, mayo es el mes del ataque a los Cuarteles de Santa Teresa y San Marcos, es el mes en que se realiza la marcha de los comandos y brigadas, ataques a Cuartelitos y a oficinas gubernamentales.
Flor Monterrey no recuerda los hechos específicos relatados por Celeste, pero sí que para esas fechas el Cuartel era hostigado permanentemente por los comandos y las brigadas organizadas. A los pocos días de estos sucesos, inicia la ofensiva final.
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Julio: ¿Qué recuerda de la toma de Diriamba?
Celeste: ¡La toma de Diriamba! ¡Fue hermosísimo todo eso! Era una cosa impresionante. A las seis de la tarde nos reconcentramos en mi casa para despedirlos, ahí están Ticay, Salvador Mayorga, la Ximena Oyanguren, para hacer la toma, era el 22 de junio. El 6 de junio fue el paro general de toda Nicaragua para poder llegar a hacer todo esto. Ellos salen de allá a las seis de la tarde con unos veinticinco muchachos, ya sin luces, todo apagado. A las 11 de la noche –todavía no ha habido nada– les llevamos chocolates, y llevábamos una armita, por cualquier cosa.
De allá salió Ximena, y hasta le di una broma a Moisés Ticay: –Esta mujer anda enamorada de vos, aprovechá ahorita –le digo–, porque vos sos un campesino, y después esta mujer ni te va a volver a ver. No dejés que esta jodida se vaya a burlar de vos–. Y se fue, solo risa, era un muchacho de Monte Redondo. Se llamaba Moisés Muñoz Ticay.
Después nos fuimos a la toma de Jinotepe. Un comando salió de la esquina de mi casa, era el de Ramón Cabrales. Su esposa, una periodista que se llamaba Aura Ortiz, muere en Jinotepe. Aura Ortiz sale de mi casa el día 4 a las seis de la tarde. Nosotros teníamos una gran venta, como supermercado, entonces le dije: –Mirá, llevate esas chocolitas. A ella la habían ubicado donde una mujer de apellido Marenco, que era liberal, allí dormía, porque yo estaba taqueada, ya no tenía dónde meter más gente, entonces ella me dice: –Tome, le dejo esto. Era un paquetito nada grande que tenía un pantalón de corduroy, una camisa, un medicamento que ella usaba, una navaja, unas cosas del pelo, y lo guardé.
Cuando pasó todo, anduve manejando en mi carro, revisando fosa por fosa con Ramón Cabrales –porque él no sabía manejar–, buscando a la Aura Ortiz, y nunca la hallamos. Pero le entregué todo, íbamos para Masaya, y él iba botando todo lo que era de Aura Ortiz, lo que ella usaba.
Moisés Muñoz Ticay y su entierro bajo los bombardeos
Este Moisés muere cuando liberan Jinotepe y, al pasar por San Marcos, lo agarra uno que fue guardia que quedó ahí escondido y le dice:
–Hermano, triunfamos, y ¡pa!, le pegó un tiro5. Nos tocó recibirlo como a las seis de la tarde. A esa hora, ¡beren beren!, horrible cómo sonaba ese camión. Todo Diriamba sin luces, nosotros con candelas. Teníamos una lámpara Coleman que habían traído mis hermanas de los Estados Unidos, con una luz bien grande, pero no la prendíamos para que no nos detectaran. Entonces dicen, malas noticias, aquí les traemos muerto a Moisés Ticay Venía con una colcha muy linda encima, con un balazo, uno nada más.
Lo enterramos a las diez de la mañana, cuando está el bombardeo más fuerte. Hubo dos muertos más en Jinotepe que también los trajeron para acá. Estábamos Danilo Rappaciolli, mis hermanos, como diez personas. Doy la bóveda mía, ya había dado tres para unos jinotepinos, y doy una bóveda para que entierren a Ticay y otras dos para que entierren a esos de Jinotepe. Entonces, cuando íbamos caminando, corríamos, y venía el gran bombardeo, nos decían, ¡a la derecha¡, ¡a la izquierda¡, y el muerto para acá y para allá, ¡corré a mano derecha, a la izquierda¡, y al muerto lo poníamos a un lado y nos escondíamos. Cuando estamos enterrando a Ticay, viene avanzando un bombardeo desde el fondo del Cementerio. Le tenía terror a los hoyos donde están los muertos, y cuando me veo, ni cuenta me di, Danilo me empujó a una bóveda, y el miedo a los muertos se me fue. Hasta que en una pausa, ¡por fin los enterramos!
Ese bombardeo lo hace Humberto Corrales, hijo de una señora que murió ahí enfrente de mi casa. La iban a ajusticiar, y yo les dije: –No, una madre no va a mandar a bombardearse ella misma–. El muchacho vive en los Estados Unidos, se fue porque lo perseguían, lo iban a matar, pero yo no dejé que a la mamá le hicieran algo, porque ella no tenía que nada que ver.
Quedamos en una gran amistad con doña Anita, la mamá de Ticay. Cuando ya eran los ocho días, ¿qué le fuimos a decir? Le entregué la sábana, un pantalón de corduroy que andaba puesto, un rosario y un retrato chiquito que yo tenía se lo saqué en grande, y se lo regalé a ellos. Ellos tienen una gran amistad conmigo todavía.
Moisés Muñoz López Ticay “Joaquín”6 (1960-1979)
Nace el 4 de julio de 1960. Hijo de Francisco Muñoz y Anita López Ticay. Originario de la comunidad de San José de Monte Redondo, municipio de Masatepe. Estudia su primaria en la Escuela San José, de Masatepe, y secundaria en el Instituto Juan José Rodríguez.
Moisés Muñoz López Ticay es uno de los fundadores destacados de la Asociación de Trabajadores del Campo (ATC). En su comunidad y en los alrededores, organizó comités y reclutó compañeros para las filas del FSLN, integrándose luego en las actividades militares.
En enero de 1979 participó en un ataque al Cuartel GN de La Concha, donde salió herido,7y luego fue curado clandestinamente. Fue responsable militar de una de las unidades de los Comandos Revolucionarios del Pueblo (CRP) para la insurrección final que culminó con éxito la toma de Diriamba el 22 de junio de 1979.
Moisés cae movilizándose hacia la toma de San Marcos. Se dice que fue sorprendido por un guardia que lo saludó como si se tratara de un combatiente, y que después le disparó a traición. Otros afirman que él amistosamente abrazó al guardia que se estaba rindiendo, pero como tenía el arma bala en boca, el disparo se le fue accidentalmente.
El 5 de julio, el Coronel Lola pasó por San Marcos a las 6:00 de la tarde, después de huir de Jinotepe, donde las fuerzas sandinistas combinadas habían iniciado sus ataques desde el día 4contra los distintos comandos de la GN.
San Marcos fue tomada de manera rápida el día 6 de julio. El grupo de guardias que se encontraba en el Cuartel, más los que Lola había dejado a su paso para cubrirle la retirada, resistieron durante una hora de tiroteo, y luego salieron en desbandada dejando dos rasos muertos.
Quien ocupaba el cargo de jefe de la plaza de San Marcos era el Teniente Carmelo Valerio, pero había sido trasladado a combatir a Jinotepe, y ahí cayó bajo las balas sandinistas. El Comando quedó en manos de un cabo de apellido Robleto, conocido como “Popo”. A las 7:00 de la noche San Marcos estaba en manos de las fuerzas sandinistas reforzadas con milicianos del lugar. La muerte de Moisés Muñoz Ticay fue un duro golpe para el sandinismo a las puertas de la victoria total.
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Julio: ¿Cómo recuerda el 19 de julio?
Celeste: El 19 de julio me fui con la Flor de María en un jeep que decía “pase libre”, y estuve más de diez años yendo a la Plaza de la Revolución.
Pero tenemos resentimientos porque Salvatierra fue grosero con nosotras, fue desconsiderado y mal agradecido. No me dejó pasar por la calle porque allí estaba el Estado Mayor, en esa gran casa de aquí a dos cuadras, donde está La Misericordia.
Mi cuñado Óscar Rivas puso sus camiones para trasladar armas, hasta empezó a vender carbón para trasladar armas de Costa Rica, de donde el Cero8 para acá. El primer dinero con que se compraron las armas, lo dio mi hermano, cien mil córdobas, y fue por “Guachán” González y un muchacho que se llamaba William Baltodano, y se trasladaron en el camión de Óscar Rivas.
Ramiro Rappaciolli, por orden de Salvatierra, mandó a saquear los vehículos de mi cuñado, se los desbarataron. Después de esto no tuve relación con ninguno de ellos, pero seguí siendo sandinista hasta 1994. Fui de la plancha sandinista.
Julio: ¿En qué momento comienza usted a distanciarse de la dirigencia sandinista?
Celeste: En 1990, que fue la entrega de la Revolución. Me cayó muy mal, sentí que no tenían ni conciencia ni corazón. A mí me han mandado cantidad de invitaciones, no voy a nada, pero siempre doy ayudas, ¿sabés por qué?, porque ahora uno no conoce al enemigo, y vienen aquí los sobrecitos y las razones y las tareas.
La revolución es del pueblo, les digo yo. No es de ellos. ¡Tomen para la gasolina! Les doy para los cohetes, para la vigilia, les mando café. ¿Sabés por qué? El pueblo no tiene culpa de nada de esto, lo único es que la ignorancia de este pueblo lo hace caer en la aberración que les impide ver, no ven ni lo bueno ni lo malo. Así de sencillo.
Julio: ¿Qué opina usted de la afirmación del gobierno de que lo que estamos viviendo es una continuación de la revolución de los años ochenta?
Celeste: Nunca, jamás, no puede ser continuación de los ochentas, porque si lo fuera, no habría estos grandes desastres y ultrajes, de comprar un voto por una teja de zinc. Aquí tenemos un gobierno que se aprovecha del hambre, de la necesidad y de la pobreza. Mentira que le están ayudando al pueblo, le ayudan a cuatro personas. Pero nosotros los medianos, ¿cómo quedamos? Estamos en la calle.
NOTAS
1 José María Lemus (1911-1993), militar y político salvadoreño, fue Presidente Constitucional de El Salvador entre el 14 de septiembre de 1956 y el 26 de octubre de 1960. Wikipedia.
2 El Chaparralito es una finca ubicada en la Carretera San Marcos Masatepe, cerca del restaurante La Olla de Barro.
3 Es un barrio de Diriamba detrás de donde fue la estación del ferrocarril, era la “zona roja”: cuarterías llenas de cantinas y prostíbulos.
4 Se refiere al dirigente sindical y socialista Gonzalo Navarro, quien también brindó su testimonio en esta obra.
5 Hay otra versión que dice que Moisés abrazó al guardia que se estaba rindiendo, que lo abrazó y, de los nervios, al guardia se le fue el tiro. Ver entrevista a Pedro Aguilar Mora.
6 Esta biografía fue construida sobre referencias encontradas en La Prensa de 1979 y en Barricada en 1980.
7 Según relató Manuel Salvatierra a los participantes del acto por el primer aniversario de la caída de Moisés, realizado el 6 de julio de 1980 en Masatepe.
8 Edén Pastora.