Memorias de la lucha Sandinista

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Incendiar la Conciencia y

sumarse a la rebelión1*


«Si hay fidelidad pero no hay duda,

la cosa no va bien. Se deja de ser un hombre libre».

Jean Paul Sartre


Introducción


A lo largo de mi exposición introductoria y sobre todo en el diálogo con ustedes, deseo intercambiar las principales observaciones pertinentes al tema que nos ocupa y que resultan de mi experiencia personal y colectiva, como combatiente clandestina de la lucha armada contra la Dictadura Militar Somocista; de mis experiencias en las tareas de la conducción política, del trabajo con los sectores sociales, con la juventud y su rol en la construcción del proyecto revolucionario; de las relaciones con los partidos políticos, de la consecuencia, la ética y el compromiso, y de nuestra visión optimista sobre el futuro de las luchas de resistencia a la mundialización capitalista.


En una segunda parte de mi exposición quiero referirme a los aspectos más relevantes que desde el Sur percibimos que nos distancian cada vez más del Norte, es decir, de la riqueza y el bienestar material. Son aquellas razones estructurales que si bien ponen en entredicho una visión optimista del futuro, a su vez se transforman en verdaderos desafíos éticos y humanísticos que nos obligan a recurrir a nuestras mejores experiencias para renovar el compromiso y desde luego proclamar, a pesar de los reveses, que vamos a perseverar en la terca actitud de seguir luchando por las transformaciones radicales para producir justicia social.


1.-Democratizar la política partidista


Desde finales del Siglo XX, es subyacente en la lucha por el cambio social y el quehacer político, la necesidad de cuestionar y transformar las prácticas, los métodos y los sujetos heredados del Siglo XIX. Los partidos y los sindicatos en particular, sujetos y agentes privilegiados de la lucha por el cambio, se debilitan y sufren cuestionamientos de los ciudadanos, que imponen una profunda revisión crítica.


La realidad nos conduce al reconocimiento de una nueva horizontalidad con una gran diversidad de nuevas prácticas, la emergencia de nuevos sujetos económicos, políticos, sociales y culturales, alterándose de una manera que parece irreversible la realidad sociológica del mundo contemporáneo, con la consecuente pérdida del monopolio de los viejos sujetos y las formas tradicionales de la acción política.


Visto desde la lucha desde abajo, es urgente una democratización de la política partidista y sus relaciones. La multisectorialidad y las multiformes expresiones de lucha y resistencia a la mundialización capitalista, imponen una nueva mentalidad y nuevas relaciones del liderazgo convencional acordes con la beligerancia de los sectores sociales emergentes. La clásica relación de dependencia y subordinación de los sectores sociales a los partidos parece encaminada a su fin, o por lo menos a sufrir radicales modificaciones.


Más allá del reconocimiento formal de la autonomía de los sectores sociales, se requiere de una nueva y verdadera práctica democrática que reconozca estos liderazgos, otorgue la prioridad pertinente a sus reivindicaciones y programas de lucha y, sobretodo, garantice los espacios reales de poder que les corresponden.


2.- Una nueva conciencia crítica


La crisis de los paradigmas, acompañada de más de una década de arrogancia neoliberal, que daba como un hecho la ineluctabilidad del sistema, de un pretendido mundo unipolar, del fin de la historia y de la utopía, está siendo lenta, pero progresivamente superada por el despertar de una nueva conciencia crítica que se resiste a aceptar la conquista del mundo por un puñado de megaempresas.


La pretensión de subordinar el planeta y todas las actividades humanas a la lógica de la ganancia, ha comenzado a producir una reacción todavía molecular, pero de inocultable tendencia planetaria, que nos encamina de manera gradual a la superación de la crisis de los paradigmas.


3.-La consecuencia como conducta


Necesitamos una verdadera refundación de conceptos y banderas que ahora languidecen bajo los efectos de determinadas derrotas, reflujos y fragilidad frente a los valores del sistema vigente, particularmente aquellos valores vinculados a Ética y Política.


Es cada vez más evidente una sospechosa distancia entre lo que decimos y lo que hacemos, entre el discurso y la acción, entre la palabra y los hechos.


Es también cada vez más débil aquella magia de los ideales revolucionarios que despertaron el entusiasmo de las masas y llevaron a millares de jóvenes rebeldes a entregar sus vidas por las causas populares.


La conducta personal de los dirigentes, el distanciamiento con las masas, las decisiones políticas de cúpulas derechizadas, unilaterales, excluyentes de la participación democrática de las bases, han frecuentemente promovido –y seguramente con razón ̶ la desconfianza y el desaliento en el seno del pueblo.


4.- La juventud como protagonista


La experiencia nos enseña que es entre los jóvenes donde encontramos la mayor capacidad de abnegación y sacrificio disponible en la sociedad frente al acomodamiento de la clase política; son ellos los más capaces para acometer la realización de tareas que a otras generaciones parecieran imposibles.


Es esa juventud la depositaria de las mejores experiencias y, por lo tanto, se transforma en exigente sujeto de la acción política y social, en un mundo donde la ética y la credibilidad de los dirigentes sociales y políticos están en permanente crisis.


Es esa juventud la que ha probado estar mejor dispuesta, en espíritu y energía, para emprender la rebelión mundial frente a la mediatización de las luchas; frente a las mutaciones ideológicas de quienes, alguna vez, fueron dirigentes revolucionarios; frente a las claudicaciones políticas y el pragmatismo; frente a la búsqueda del poder por el poder mismo; frente a la defensa de los nuevos intereses frutos del ejercicio no siempre lícito ni legítimo del poder; frente a búsqueda sin principios de espacios de poder; frente a la mezquindad y el egoísmo; frente al abandono de la solidaridad como conducta ética y política; frente al sometimiento a los valores individualistas y mercantiles de la globalización neoliberal; frente a todos esas viejas enfermedades del capitalismo, convertidas ahora en verdaderas pestes planetarias.


Las tareas más audaces, esas que requieren del desprendimiento absoluto, esas que sólo son realizables por la creencia y la entrega sin límites a un ideal, aquellas que requieren de la fraternidad y la solidaridad sin retribución alguna, esas que reclaman del compromiso, del abandono de amigos y parientes, esas que reclaman la entrega de la vida misma, todas ellas encuentran en los jóvenes conscientes, la fuerza de choque para que dejen la esfera de los sueños y se transformen en realidades tangibles.


5.- Las nuevas banderas


Las luchas en la sociedad contemporánea no tienen como imperativo el diseño acabado de un nuevo paradigma como en el pasado.


Es fundamental desarrollar una actitud comprometida de resistencia permanente y organizada contra las múltiples formas de opresión de la mundialización capitalista. La resistencia de los pobladores del planeta ha comenzado a través de innumerables iniciativas innovadoras, de procesos autónomos de reflexión y acción. Los ciudadanos comienzan a reaccionar sin prejuicios ideológicos y sin exigir lealtades y obligaciones partidistas.


Las banderas de siempre, aquellas que desde el compromiso han inspirado cada rebelión contra el statu quo:


-Por la vida,


-Contra la pobreza y por el progreso;


-Contra la discriminación, la marginalidad y el atraso, por la igualdad de oportunidades para los ciudadanos y las naciones;


-Contra la opresión y la dictadura, por la libertad, la independencia nacional, la soberanía y la autodeterminación de los pueblos.


Todas esas banderas son ahora remozadas y enriquecidas por el vigor de las nuevas generaciones, en cuyas manos se han transformado en inspiración de nuevas batallas sociales.


Mientras el sistema capitalista ha emprendido con éxito la tarea de demoler las relaciones fraternas entre los seres humanos, desde sus escombros surgen nuevas banderas tales como:


-La lucha contra la corrupción, por la honestidad y la transparencia en la gestión pública;


-Contra la dictadura de los hombres sobre las mujeres y de los padres sobre los hijos, por la plena igualdad de derechos entre los sexos y el diálogo y la democratización de las relaciones familiares;


-Contra la doble moral, la discriminación, el racismo y la xenofobia, por la tolerancia, la convivencia entre las razas y el respeto a las diferencias;


-Contra la imposición de la fuerza militar y económica, por la fraternidad y la solidaridad entre los ciudadanos y las naciones.


-Contra el oportunismo y la mentira, por la consecuencia y la sinceridad;


-Contra la dilapidación de los recursos naturales y el maltrato a las otras especies, por la defensa de la naturaleza y del medio ambiente;


-Contra el «capital centrismo», por la autonomía regional y municipal.


Este es el punto de partida ya iniciado por los y las ciudadanos(as), con el acompañamiento desde luego de los sectores más conscientes, a los cuales con toda seguridad, veremos en el futuro dotados de un mayor grado de coherencia y, por qué no, con altos niveles de coordinación y quizás hasta referentes globales alternativos.


6.- La opción por el cambio no tiene dueño


Los partidos de izquierda y las llamadas vanguardias no tienen el derecho exclusivo de la militancia revolucionaria. Durante muchos años identificamos el compromiso y la militancia revolucionaria con la pertenencia partidista. Sólo existía una manera de reconocer a otros la condición de revolucionario, pertenecer a mi partido.


Los partidos de izquierda y las vanguardias proclamaban y educaban que fuera de ellos no era posible una militancia legítimamente comprometida con las causas populares. Este exclusivismo sectario, responsable de muchos fracasos, de exclusiones y desmanes e incluso crímenes contra verdaderos revolucionarios y patriotas está condenado a la extinción.


En el seno de las fuerzas de izquierda, nos parece que se abre brecha una nueva consciencia más democrática y más tolerante. La vida es terca en demostrárnoslo una y otra vez. Con mucha mayor frecuencia de lo que sospechamos, en los sectores sociales y en la sociedad en general, hay tanto o más ciudadanos comprometidos con el cambio, que en las filas de nuestras propias organizaciones partidistas.


7.- Unidad no es unanimidad


La unidad proclamada frecuentemente en nuestros partidos y movimientos sociales, como condición natural de la fortaleza interna y requerimiento para luchas victoriosas, se transforma muchas veces en la imposición de mayorías artificiales, en la exigencia de la unanimidad, con el disfraz del consenso, en el aplastamiento de las minorías, en instrumento retardatario de la consciencia crítica, en la promoción del inmovilismo político, en la negación del derecho a la iniciativa por parte de los cuadros y bases de los partidos y sectores, en fin, se convierte, en demasiadas oportunidades, en el pretexto privilegiado de los órganos superiores, dirigencias y caudillos, para preservar el poder y aplicar sus criterios personales como decisiones del partido, al margen del criterio y la voluntad política de las bases.


La verdadera unidad no es la que resulta de la incondicionalidad. Así como la disciplina partidista no es una categoría superior a la lealtad, a los principios, a las propias convicciones ideológicas y a la ética, la verdadera unidad es la que resulta de la coherencia entre la conciencia adquirida, el acuerdo y los intereses compartidos en la acción común.


8.- Ganar la conciencia popular


La toma del gobierno por la vía electoral, no significa de manera mecánica, la garantía de las realizaciones de las aspiraciones sociales, políticas y económicas esperadas por los sectores populares.


Tan o más importante que ganar elecciones, es el trabajo sobre la consciencia entre la gente y entre sus líderes. No es casual que en las condiciones de la democracia liberal, la lucha por la toma del poder se presenta de manera exclusiva como la toma del gobierno por la vía electoral.


En la actualidad, los partidos políticos casi sin excepción, incluidos los partidos de izquierda, son arrastrados por la lógica del marketing político. Las campañas electorales se transforman predominantemente en operaciones de mercadeo político.


Se ganen o se pierdan, las elecciones pasan, con demasiada frecuencia, bajo la forma de grandes frustraciones. Los intereses tácticos no deben oscurecer la prioridad que debe tener la inversión estratégica y de largo plazo del trabajo ideológico sobre la consciencia del militante y del ciudadano para poder garantizar en el futuro las deseables y durables victorias.


Las realizaciones verdaderamente transformadoras y revolucionarias, son aquellas que los ciudadanos realizan por ellos mismos motivados por su consciencia.


No es posible realizar profundas transformaciones, aun cuando el gobierno se alcance por una mayoría electoral, sin una consciencia clara de la gente que le lleve a proponer, impulsar, participar y defender como propias tales transformaciones.


En las nuevas condiciones, los liderazgos partidarios son mucho menos confiables y no ofrecen por sí mismos garantías suficientes para la satisfacción de las aspiraciones ciudadanas. La experiencia indica que la seguridad de los intereses populares depende de sus propias fuerzas, de su capacidad organizativa y de su voluntad de lucha, independientemente del gobierno de turno.


Como señala uno de nuestros compañeros, el pueblo antes de apropiarse de las fuerzas productivas y de las armas, se apropió primero de sentimiento y coraje, de símbolos e identidades, de proyectos y esperanzas, de una bandera roja y negra que se encubaba en el alma y se cultivaba en la calle, en la lucha contra la dictadura somocista y el imperialismo y por cambiar la conducción de la sociedad; por la necesidad de insertarse en un mundo de relaciones económicas y políticas internacionales más justo y más fraterno, por el deseo de participar en las decisiones del estado y de la sociedad, y enrumbar a su país a favor de los intereses del pueblo en su conjunto.


9.- Una nueva esperanza


El trabajo sobre la conciencia impone, además, la promoción de nuevos valores y esperanzas. En no pocos lugares del planeta ello transita por la rehabilitación de la producción y el trabajo, en la lucha por el bienestar social nacional, en la reconstrucción de los valores de cooperación y solidaridad, en una revalorización del auto esfuerzo, en la democratización de la sociedad, a partir de la promoción de nuevos valores en las relaciones de la vida cotidiana, en la familia, la escuela, barrio, centro de trabajo, que cuestionen el individualismo, la desconfianza, la inseguridad, la envidia y la odiosa costumbre de sentirnos dueños de quienes decimos amar.


Nos hace falta una nueva mentalidad para asumir la vía electoral como imperativo para alcanzar el gobierno, en donde la izquierda adolece de oportunidades equitativas. Esa nueva mentalidad debe ser capaz de articular las mediaciones apropiadas que permitan sumar las fuerzas dispersas de un amplio abanico de iniciativas y grupos ciudadanos, barriales, feministas, juveniles, municipales, marginados, intelectuales, profesionales y tantos otros que actúan de manera autónoma.


10.- Relaciones horizontales


Urge renunciar al vanguardismo y a las estériles pretensiones hegemonistas. Creo que es necesario renovar y actualizar la tolerancia en las relaciones políticas, entre los diversos agentes de la resistencia a los desmanes y caos producidos por el neoliberalismo.


Para quienes defendemos los intereses de las mayorías las alianzas son necesarias, pero no sólo para ganar elecciones: debemos priorizar a los sectores sociales organizados, con quienes es imprescindible establecer confiables y verdaderas alianzas estratégicas, con el fin cimero de transformar las estructuras económicas y sociales, en un nuevo contexto que ya ha puesto fin a la tradicional relación autoritaria y de subordinación de aquellos a los partidos, para sustituirlas con relaciones horizontales de respeto, tolerancia y espíritu crítico.


11.- La informática al servicio de la rebelión


Los sorprendentes adelantos de la informática y las comunicaciones han creado, por primera vez, la posibilidad de la comunicación instantánea entre nosotros y ponen en perspectiva más que virtual, la coordinación en tiempo real de las acciones de resistencia de los pobladores del planeta.


Cierto: es sobre todo un desafío para la acción futura. No obstante, nos ofrece desde ahora la opción de la intercomunicación, de la proximidad y la apropiación inmediata de nuestras respectivas experiencias y conocimientos.


Me parece útil señalar, que la alfabetización informática de los dirigentes a todos los niveles es, desde ya, un imperativo para potenciar la calidad del trabajo de dirección y, sobre todo, de la apropiación del instrumental que permitirá dar saltos de calidad en la información, formación y capacitación política.


12.- Impulsar y no esperar los cambios


Las rutas y caminos tradicionalmente conocidos para alcanzar las transformaciones revolucionarias, han puesto en evidencia graves y severas limitaciones. El simple hecho del cambio no garantiza ni su permanencia ni su carácter revolucionario, como ya quedó demostrado con la caída del muro de Berlín y sus conocidas consecuencias.


Muchos agentes del cambio parecieran manifestarse desde fuera y frecuentemente al margen de los actores considerados tradicionalmente como predeterminados por la historia para llevarlos a cabo. Esta observación no es despreciable cuando tenemos en la agenda la participación de los sectores sociales.


Los cambios y grandes realizaciones que desean los pueblos y ciudadanos del Norte y del Sur, no parecen estar sujetos de manera mecánica ni al desarrollo de las condiciones tecnológicas o económicas, ni a la toma del poder político por un partido o vanguardia, por los votos o por las balas.


Una u otra o ambas vías podrían presentarse, pero sería un crimen permanecer en el inmovilismo y tan sólo esperar a que ellas se presenten.


13.- El asedio perpetuo a la opresión


Sería poco responsable, sin embargo, ocultar o disfrazar una realidad inobjetable: no hemos salido aún de un ya largo período de reflujo revolucionario, de euforia neoliberal y de hegemonía de la sociedad de mercado.


En estas condiciones, nos parece que la táctica para la promoción de los cambios es la del asedio permanente, multiclasista y multisectorial, a la hegemonía del capital y su cultura de opresión.


Por ello, el espíritu crítico y la actualización renovada de nuestros presupuestos teóricos, deben estar acompañados de una táctica política flexible, promotora del diálogo, del consenso y de la incorporación a la lucha de las más diversas expresiones posibles de rebeldía.


Desde la perspectiva del asedio a la opresión y al capital, deberíamos proponernos generar el hecho del cambio, el acto emancipador, hoy y ahora, en cada trecho, en cada espacio disponible, contemos o no con el concurso de las conocidas contradicciones de las fuerzas productivas y las relaciones de producción, contemos o no, con la toma del poder político por un partido o una vanguardia, por los medios que fuese.


A nuestro juicio, es hora de avanzar en el quehacer transformador, hacia la disputa de todos los espacios, políticos, económicos o ideológicos. Hoy. Ahora mismo. Sin despreciar ninguna lucha, ningún acto de insubordinación. Sin actitudes excluyentes. Resistiendo y avanzando. Cuestionando lo opresivo y subyugante. Sin despreciar nada ni a nadie, dando lugar a todas las expresiones de la conciencia posible. Afirmándonos y revelándonos. Tejiendo sin prejuicios los vínculos entre los ciudadanos. Promoviendo la fraternidad, la audacia, la cooperación, la solidaridad entre quienes luchan rebelándose al orden establecido. Afirmando los pasos y las ideas liberadoras. Creando las respuestas, inventando la esperanza.


Todas las vías están abiertas para insubordinarse, para intentar transformar las cosas y al mismo tiempo –lo cual me parece esencial ̶ transformarnos nosotros mismos en permanentes sujetos de cambio, en la medida que somos portadores y ejemplo de ese cambio.


14.- Sumarse a la rebeldía


Tal pareciera que el más sano camino para seguir avanzando hacia la contribución por los cambios y, por lo tanto, a nuestra propia transformación como hombres y mujeres nuevas, es la que logra articular y combinar –con diálogo y tolerancia ̶ los mejores senderos de los caminos ya recorridos, y poniendo especial atención a los actos imprevisibles de la consciencia humana, que termina por rebelarse y que no acepta de manera indefinida la sumisión y la dependencia.


No se trata de erigir el pragmatismo y el espontaneísmo como paradigma de la acción transformadora. Se trata a nuestro juicio, de afinar cada vez más nuestros sensores para percibir la acción renovadora de la conciencia crítica, empeñándonos en la tediosa y paciente tarea de organizar, concatenar y articular las nuevas ideas y los pluriclasistas actos de rebeldía.


Nuestra sugerencia no pretende tampoco hacer la apología de la acción en detrimento de la reflexión y la teoría. Tampoco somos nadie para pretender que los caminos tradicionalmente admitidos para la promoción de los cambios se encuentran definitivamente agotados.


Sin embargo, no deberíamos obviar por ejemplo, que los cambios revolucionarios no se agotan y ni siquiera se garantizan con las transformaciones de la economía, de la vida material, o la democratización del Estado. El universo subjetivo, el espacio de los valores, el mundo de la cultura, está siempre presente, activo, en los períodos de las luchas desde abajo y, con mayor razón, en la plenitud de los cambios desde arriba.


15.- Educación, información y desarrollo


Permítanme para concluir este ámbito de reflexiones, la siguiente respetuosa insinuación: a nuestras grandes referencias doctrinarias, debemos sumarles la necesidad de su cuestionamiento crítico y la constante contribución para su permanente adecuación y renovación.


Por otra parte, la poli diversidad de los actos de insumisión, su múltiple sectorialidad, requieren del acompañamiento y de la indispensable labor intelectual comprometida, que contribuya a dar unidad y coherencia a semejante complejidad y desafío.


Desde luego, no puedo abandonar esta tribuna sin sumar mi voz de protesta para denunciar un sistema mundial capitalista, conocido ahora como neoliberalismo, el cual a juicio de los expertos, de la consciencia crítica de la humanidad e incluso de los moderados organismos del sistema de Naciones Unidas, es el principal responsable de la explotación global de los habitantes del planeta.


Y digo explotación, para tomar distancia de quienes sólo quieren admitir la responsabilidad del sistema por las «desigualdades» que produce con tanta eficacia como la riqueza que acumula un puñado de capitalistas mega millonarios.


Esta importante reunión dedicada a reflexionar de manera particular sobre el futuro de los jóvenes en el marco de la globalización, nos conduce a meditar sobre las posibilidades del progreso para todos en el Siglo XXI.


Sobre este tema, tal pareciera que por encima de las diferencias entre filósofos y científicos prevalece el acuerdo entre ellos de que en el presente siglo el progreso dependerá, ante todo, del factor educativo. El filósofo chileno Hopenhaym lo resume así:


La educación como base del conocimiento.

El conocimiento como base de información.

La información como base del desarrollo.


Sin embargo, 20 años de «progreso» neoliberal nos conducen a una dramática constatación: según los adelantos del último informe de UNESCO, existen en el mundo 800 millones de analfabetas, más de 130 millones de niños sin escuela y más de 100 millones de niños que abandonan los estudios en los primeros grados. Y un avión de combate cuesta tanto como 80 millones de textos escolares.


Las naciones del Sur, que cuentan con más del 60% de la población mundial de estudiantes, disponen de menos del 12% del presupuesto mundial para la educación. Por ejemplo en Nicaragua, un país de apenas cinco millones de habitantes, un millón de niños y jóvenes no tuvieron acceso al sistema educativo en el presente año escolar.


Dentro de estos parámetros del «progreso» neoliberal, en América Latina nos preguntamos ¿Qué perspectivas tendrán nuestras sociedades, donde el 50% de sus ciudadanos son jóvenes menores de 18 años y en donde el 50% de los latinoamericanos que inician la primaria no la terminan?


¿Qué posibilidades nos asignan en la llamada aldea global, cuando según otros estudiosos, en tan sólo 30 ciudades están concentradas más del 90% de las capacidades científicas y tecnológicas mundiales y más del 90% de las patentes y de la potencia informática instalada?


Obviamente a los jóvenes y ciudadanos del Sur, no sólo se nos tiene negado el progreso: peor aún, según la lógica del sistema global, estamos excluidos del futuro.


Las consecuencias de esta encrucijada histórica –la cual tendrá que ser resuelta fundamentalmente por y para la población joven del planeta ̶ trasciende el diagnóstico del proceso de la concentración de capitales, de la «dolarización» de la economía, de la «desregulación» de los mercados y de los capitales, de la deuda externa, de las políticas de ajuste estructural, de las instituciones antidemocráticas que controlan la economía y el comercio mundial, de la inestabilidad financiera internacional.


Lo que procuro decir es, que la globalización no es sólo un proceso puramente económico, sino que en fin de cuentas, desde el punto de vista ético y humanístico, se proyecta como un nuevo totalitarismo que nos niega el progreso, nos excluye del futuro y nos convierte a centenares de millones de seres humanos del planeta en los nuevos condenados de la tierra, la resurrección de “Los Miserables” de Víctor Hugo.


Porque si no, ¿Qué perspectivas de democratización de la riqueza mundial nos ofrece un sistema que tan sólo para 1994, había conducido a que los ingresos combinados de las 500 empresas más grandes de la naciente sociedad global, sumaban diez mil doscientos cuarenta y cinco punto tres (10,245.3) billones de dólares?


Son cifras espeluznantes, difíciles de asimilar. Sólo sé que eso representa diez veces más que el producto interno bruto de los países de América Latina y el Caribe en 1990, que esa cantidad es 25 veces mayor, fíjense bien, ¡25 veces mayor! que el PIB del Brasil, el país más grande de América Latina, ó 230 veces mayor que el venezolano.


¿Qué posibilidades nos concede este sistema a nosotros los ciudadanos del Sur, cuando para 1994 –cuando estábamos menos mal que ahora ̶ 94 millones de ciudadanos de América Latina tenían que sobrevivir en condiciones de extrema pobreza, con ingresos menores a 30 dólares mensuales? ¿O cuando cerca de 200 millones de personas tenían que sobrevivir con ingresos inferiores a 60 dólares al mes?


O bien, ¿Qué posibilidades nos concede este sistema en Nicaragua, en donde el Informe 2000 del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, PNUD, sobre la pobreza señala que el 80% de la población vive en condiciones de pobreza? ¿Qué posibilidades tenemos en un país en donde el 70 de cada 100 de los ciudadanos del campo, tienen que arreglárselas con un ingreso familiar inferior a los 100 dólares mensuales? Con esas cifras, ¿Acaso existe alguna posibilidad de acceder al progreso mundial?


Según el mismo informe oficial de Naciones Unidas, en mi país el 7% de la población aspiraba a sobrevivir 15 años y el 12% no llegaría a los 40 años. Es el resultado inevitable cuando el 70% de la población rural carece de agua potable y la desnutrición afecta al 40% de los niños y el 40% carece de los servicios de saneamiento y el 45% de los mayores de 15 años, son analfabetas.


La lógica y la ideología de la globalización nos quieren conducir a aceptar que el crecimiento es compatible con la pobreza, que a mayor crecimiento en una parte o islotes del planeta debe corresponderse en la otra, en la mayoría, una menor equidad.


Así, a mayor cooperación, mayor endeudamiento. A mayor crecimiento del comercio mundial, mayor déficit comercial de los países del Sur. En una especie de esquizofrenia estadística, por un lado se registran los incrementos del PIB, de las exportaciones, de los ingresos fiscales y en la otra columna, la mortalidad infantil, analfabetismo, delincuencia, deforestación, violaciones a los derechos humanos.


Por una parte, cuentan la ampliación de las áreas de siembra, del incremento de nuestras cosechas, del incremento de los rendimientos y en la otra, la baja absoluta o relativa de los precios del algodón, del azúcar, de la carne, del café y como si ello no fuera suficiente, se agrega el alza de los precios de los productos que importamos, de los insumos agrícolas, de las medicinas, de las maquinarias.


Por un lado, se nos exige que desmantelemos nuestras fronteras y arriemos las banderas del proteccionismo nacional y, por el otro, los países europeos y norteamericanos se vuelven más selectivos, imponen barreras arancelarias y aumentan sus exigencias sobre nuestros productos.


Por un lado se nos impone la venta de nuestros activos bajo la forma de las privatizaciones, que ajustemos nuestro consumo, que disminuyamos el gasto en educación y salud, que aumentemos el desempleo, sin que por ningún lado las sacrosantas variables macroeconómicas indiquen la solvencia económica.


En fin, se trata de una tendencia estructural inevitable que refleja nuestros padecimientos como naciones del Sur. Es la construcción del infierno en la tierra.


No quiero que se queden con la impresión que he venido a quejarme ante ustedes que generosamente me han invitado, pero es que ciertamente en este marco de la globalización, la cooperación no puede seguir encubriendo el actual comercio internacional, el desarrollo no puede seguir basado en el productivismo depredador y expoliador, la demanda del progreso no puede seguir pregonando la profundización del modelo donde los ricos son cada vez más ricos y los pobres cada vez más pobres.


Permítanme concluir diciendo que hace treinta años, cuando en Nicaragua nadie hablaba de sectores sociales y seguramente nadie lo hacía en otras partes, cuando en medio de los combates más desiguales contra la dictadura somocista, nuestros combatientes caían con la fe de que «sólo los obreros y los campesinos llegarían hasta el fin», como lo advirtió el general de Hombres Libres Augusto C. Sandino, Carlos Fonseca, el Jefe de la Revolución Popular Sandinista y fundador del FSLN, proclamó que por un buen tiempo, correspondería a los jóvenes y los estudiantes, jugar el papel de vanguardia en las luchas populares.


No existe ninguna manera seria de explicar el fenómeno de la insurrección victoriosa del pueblo nicaragüense, del triunfo de la Revolución Popular Sandinista, de la resistencia a la agresión militar imperialista de la década pasada, sin la participación desinteresada, masiva y heroica de la juventud nicaragüense.


Es por esta experiencia, ilustrada con la sangre y el sacrificio de nuestra juventud, que de corazón decimos y con convicción afirmamos, que en sus manos se encuentra la esperanza de un futuro de libertad, igualdad y solidaridad que hoy se nos niega y a cambio se nos ofrece una sociedad globalizada, pero lamentablemente deshumanizada.





NOTA


1 Ponencia desarrollada para la Conferencia de Paz y Tercer Mundo en el País Vasco, en el año 2000.


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